jueves, 30 de julio de 2009

Teología de barrio: Despelote en el templo


El grupo se acercaba al templo, conversaban animados. El lugar bullía de gente por las pascuas. Parece ser que Jesús estaba absorto en sus cosas, entretejiendo unas cintas de cuero.
- Maestro, ¿te sacas los nervios trenzando?, dijo Felipe.
- No, dentro de un rato...
Los muchachos intercambiaban opiniones sobre las magníficas construcciones que eran orgullo de los jerosolimitanos.
- ¡Es increíble, nunca vi algo así!, decía uno de los Santiagos.
- ¡Faaaa, acá sí que se adora de lo lindo! Si no fuera por esos romanos de mierda..., aportaba Judas Tadeo.
- ¡La guita que habrán cobrado de impuestos para hacer esto!, Mateo, que era publicano y recaudador.
- ¡Y la que se habrán afanado en coimas y diegos!, acotó Judas, que llevaba la bolsita de las donaciones.
- ¿Ven todo esto?, preguntó Jesús levantando la vista al señalar los imponentes muros y dando por terminada la interminable trenza con unas bolitas en la punta.
- No, no lo vemos, dijo Tomás, para agregar enseguida: - Sí, jefe, era en joda...
- De esto no quedará piedra sobre piedra...
- (Ammm, murmullos a coro) Claro, y nosotros vamos a quedar en la historia... ironizó Tomás.

En los atrios se apiñaban las mesas de los cambistas y los vendedores de animales para los sacrificios. Judíos gentiles, peregrinos de países lejanos, se acercaban a las mesas de los cambistas portando monedas de sus regiones. Los más acaudalados enviaban emisarios para negociar el cambio y lograban menos usura por grandes valores. Los más pobres, que buscaban la piedad y así alargar sus días con sacrificios, casi dejaban los pocos ahorros de un año por una misérrima moneda de cobre.
Los vendedores de bueyes, ovejas y palomas armaban su recinto en el atrio recibiendo altas pagas por animales para el sacrificio. Quien mucho poseía compraba un buey, algunos ovejas y los pobres, palomas. Así funcionaban las reglas, el Levítico decía que el animal a sacrificar debe pertenecer a quien los ofrece, por eso tenían que ser animales domésticos y no peces o animales salvajes. Y como muchos no poseían ninguna clase de hacienda, ahorraban para costearse algún bicho en el atrio del templo. Este sistema les proveía abundantes ingresos a los sacerdotes y levitas y, de paso, enriquecía a quienes obtenían una licencia para vender en el atrio.

- Miren a esa viuda, dijo Jesús.
- ¡Qué vieja miserable!, -acotó uno- puso dos moneditas de lástima nomás.
- Les aseguro que esa pobre viuda, que da de lo que le falta, agrada mucho más al Padre que quienes dan abundantemente de lo que les sobra...
- ¡Ouch..! Es dura esta enseñanza maestro...
- Están a tiempo de irse, ¿quién los ata?, replicó Jesús y aceleró el paso aferrando fuertemente el trenzado.
Entonces, fuera de sí, comenzó a propinar latigazos, a derribar las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de animales mientras vociferaba: -¡Convirtieron la casa de oración de los pueblos en cueva de ladrones! ¡Saquen toda esta basura!
Los discípulos estaban azorados y reaccionaban de diversas maneras:
- ¡Jefe, dígame a quién le pego!
- ¿Le ayudo con las palomas?
- ¡Ja! ¡Una moneda con el ganador de las olimpíadas!
- ¡No, idiota, es del César!
- ¡Esta ovejita va pal rancho!
- ¡Rajemo..!
- Pst, maestro, después me lava la túnica... Me cagó una de las palomas que soltó.
- ¡Qué despelote!
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron de lo ocurrido y comenzaron a planear deshacerse de él; tenían miedo del impacto que su enseñanza producía sobre el pueblo.

Me pregunto si éste es el Jesús mansito, con gestos de bobo que mira para arriba como si soltaran globos, que se ve en muchos cuadros y estampitas. El tipo -para muchos el hijo de dios-, sacado, arma un revuelo fenomenal en la cara misma de sus enemigos y se gana la sentencia de muerte. No es poca cosa. Sin embargo, pareciera que poco caso se hace hoy por muchos lugares donde se lo predica o se dice que se lo predica. Aun así, grabado en escrituras que millones toman como sagradas, la religión, que no la fe, sigue siendo un extraordinario negocio para unos cuantos. Justifican en un mar de palabras el aferrarse a todo poder que ande dando vueltas para usarlo en servicio de quién sabe qué dios que no se parece al que Jesús quiso -sospecho- manifestar y, veladamente, en beneficio propio.
Hoy, como bien dice el Neto, volvería a suceder, porque vuelve a suceder todos los días...

martes, 28 de julio de 2009

Despertar en la ciudad

Subió a la bicicleta y salió veloz, rompiendo el viento en dos. La avenida estaba desierta en las primeras horas del día. Algunos peatones caminaban resignados y cabizbajos, en la lucha diaria de ir despertando a un nuevo día que se resistía a darles la bienvenida. Pocos vehículos, algo de neblina y la brisa bien fresca, invitando a la tentación de olvidar las responsabilidades y regresar al calor del hogar.
Era dueño de la mañana, antes que la ciudad despertara del todo. Quizá su momento más preciado. Sus piernas ya tenían el ritmo habitual, pedaleando con fuerza y ganas, llevando la bicicleta con elegancia sobre el pavimento.
Saludaba con gracia a los conocidos, que eran muchos. Ser cartero era un oficio noble y lleno de recompensas. El reconocimiento, el saludo indiscutido, la sonrisa al pasar. Esos ojos anhelantes de algunos, expectantes de buenas noticias, o las miradas huidizas de otros, temerosos de alguna deuda por llegar.
Su vida era la bicicleta, el bolso al hombro y el viento acompañándolo por las arterias de la ciudad. Se sabía cada rampa de cada vereda. Conocía las rutinas de todos, el horario en que las persianas se levantaban en los negocios, el recorrido de los que salían a pasear perros, los que iban a trabajar, los que regresaban de la jornada nocturna... no había secretos escondidos a su mirada.
Y en las mañanas, en los momentos de lento despertar, sabía entonces donde el silencio era silencio por la ausencia de almas y donde el silencio era tal por el dormir de la gente.
Y allí entonces la máscara caía, invisible e inesperada y el hombre de bien se aprovechaba de la confianza del otro y dónde nadie lo aguardaba, él robaba y seguía, pedaleando contra el viento, portando siempre la sonrisa contagiosa, el saludo cordial, avanzando contra la rutina de una ciudad que de a poco despertaba.

sábado, 25 de julio de 2009

Geranio - Cuentito educativo para niñas y niños

léase en tono de quien enseña verdades esenciales a los niños
Geranio no entendía cómo la gente se preocupaba por tonterías.
No podía comprender por qué, por ejemplo, le prestaban una mucha atención a su vestimenta, a sus peinados, a cómo lo miraban si hacía algo que los demás no esperaban.
No entendía por qué había peleas o guerras, creía que era más fácil si todos empezaban a quererse, si se daban una mano.
No sabía muy bien cómo venía la mano con el dólar, la bolsa de comercio, con los negocios, la balanza comercial. No podía ni siquiera sospechar cómo funcionaban las cosas cuando leía en los titulares que la economía había mejorado, que había optimismo en los mercados, cuando sentado en el umbral de casa seguía con la vista asombrada a los cartoneros, cirujas y niños pidiendo limosna.
Los padres de Geranio comenzaron a preocuparse desde que a edad muy temprana empezó a hacer preguntas fuera de lugar:
-¿Por qué hay que desconfiar de todos?
- Papá, mamá, ¿por qué no juegan conmigo?
- ¿La luna me sigue a mí o los sigue a todos? ¿Cómo hace?
- Me da pena ver al canario en la jaula, ¿y si lo soltamos..?

Cuando le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande respondía músico, poeta o astrónomo.
Cuando le preguntaban de qué cuadro era, decía de Los Girasoles de Van Gogh.
Cuando le preguntaban a quién quería más, mamá o papá, decía a la tierra porque lo escuchó de la Bersuit.
Cuando le preguntaban qué quería de regalo de cumpleaños, pedía una estrella.
Si la pregunta era por los reyes magos, él mostraba la pila de cartas que nunca fueron enviadas por sus padres.

Los padres, viendo que su hijo era prácticamente un extraño en la familia, evitaron mandarlo a la escuela. Eso hizo que desconozca las verdades más elementales acerca del mundo; así, nunca pudo comprender por qué había guerras, miserias, modas y peluqueros.
Psicólogos, neurólogos, profesionales de toda especie y calibre diagnosticaron a Geranio. Su mal era incurable, dijeron.
Como no se adaptaba a vivir en sociedad porque no comprendía a qué cosas la gente le daba importancia, decidieron que no podía andar por la calle. Era muy riesgoso que se ponga a saludar a cualquiera, a conversar con desconocidos, a mirar con asombro la forma de las nubes ignorando los semáforos.
Entonces, sus padres pensaron que debía estar en un hospicio, allí estaría protegido, conversaría con delirantes como él y tal vez hallaría la felicidad. Sus días allí fueron más tristes de los que imaginó su familia, quienes dejaron de visitarlo, porque los ponía mal. Fue languideciendo y con él su interés o su fuerza para hacer preguntas.

Hoy, que estamos reunidos para despedir los restos de este pequeño, rogamos al cielo que no nos vuelva a castigar de esta manera, enviándonos una carga mayor que las que podemos soportar los adultos responsables.
Y aprendan los niños presentes que naciendo en una familia de bien, en una sociedad de bien, quien se equivoca en hacer las preguntas o en dar las respuestas correctas no merece otra cosa que un triste destino como el de Geranio que hoy nos deja sin haber querido o podido aprender lo que es la vida.
Colorín, colorado...

jueves, 23 de julio de 2009

La leyenda

La excursión había comenzado.
Comprendida de dos días enteros, se situaba en la parte norte de Noruega, donde el otoño comenzaba a azotar con fuertes ráfagas de frío. El primero de los días, en Troms, era destinado a la preparación del segundo, el cual comenzaría temprano partiendo hacia la fría y oscura morada donde habitan los leones blancos, criaturas feroces que se ocultan tras la niebla, de un rugir atormentado y miradas como túneles de perdición.
La travesía de este segundo día consistía en llegar hasta el valle helado y colocar todo un brazo, por determinado tiempo, dentro de la boca de un león. No había seguridad alguna en ello.
Laura sabía que pocos salían con vida de aquel enfermizo intento de triunfo; el hecho se parecía más a una ruleta rusa en vez de a una plácida excursión de riesgo.
Todo el curso del colegio integraba el viaje. Absolutamente todo el grupo había accedido a participar, inclusive con entusiasmo; aunque más bien Laura lo sintió como un desafío innegable por parte de los organizadores.
Los preparativos fueron densos, demasiada ansiedad por parte de unos, exagerada intriga por parte de otros, menos concentración y tranquilidad que era lo que hubiera hecho falta.
El ritmo incansable de la mayoría logró que Laura se supiera devastada.
Enceguecida por el miedo, enfrentó la cruel mirada de Susana, la directora; vieja, intimidante, sus ojos de pájara se apoyaban en la dura grieta que la vejez se encargó de remarcar desde los pómulos hasta la mandíbula poco quebrada.
Sin detenerse a pensar un poco más, pues ya lo había hecho bastante, le dijo:
- Oye Susana, mañana no voy a ir a la excursión, prefiero quedarme en el hotel esperando volver a casa. No me siento muy bien- agregó, en un confuso intento de justificarse.
Susana agudizó la mirada. Dejó caer parte de su rubio y viejo pelo sobre su frente en un fugaz movimiento de decepción. El poder amenazante que esta mujer poseía era potentísimo y ella lo sabía. No tardó demasiado en contestarle que ya no había opciones de echarse atrás y que contaba con su participación.
Con media sonrisa en la cara, casi macabramente, Susana giró y se perdió entre el grupo.
Esa noche no durmió nadie. La espera fue más corta de lo pensado y el autobús hacia el valle partió muy temprano.
El camino era excesivamente sinuoso, prácticamente en descenso. Aún no se podía divisar el paisaje. Estaba oscuro.
Algo sucedió en el tiempo. No podía explicarlo, deducir cómo. Pero en el trayecto del viaje, el tiempo se desdobló para Laura.
Enseguida todos supieron que llegaban a destino, la niebla subía desde el asfalto hasta cubrir las ventanillas del autobús. Con tanto frío y todavía de noche la situación parecía resumirse en un sacrificio múltiple, quién sabe a quién.
A partir de ese momento Laura fue desmembrándose en el pasado, desmigándose, hasta romperse.
Con los primeros rayos del sol llegó también el sheriff del condado.
La masacre era inhumana. Más de cien chicos descuartizados, ningún adulto.



En Ártemis Sublime se puede leer el poema de este cuento.

domingo, 19 de julio de 2009

Sin perdón

Moisés, el astrónomo, sabía que el peor error humano, era el perdón.
Perdonar implicaba aceptar que alguien se había equivocado, y por ende, que la perfección no existía. No lo toleraba, no podía ni ofrecerlo ni aceptarlo.
Cuando Helter, el joven astrónomo que estaba ejerciciendo sus primeras observaciones, se lo imploró, Moisés se vio en la necesidad de asestarle un cachetazo, que resonó en la acústica del observatorio.
No se quedó para verlo llorar, no había tiempo para otra debilidad humana. Helter lloraría, se arrojaría al suelo y abrazaría la resignación. Moisés no quería ver nada de eso, le asqueaba el solo hecho de imaginarlo. En lugar de ello, fue hasta su oficina, levantó el teléfono y marcó el número de emergencias.
- Señor, debo informarle que hemos divisado desde el observatorio una enorme plataforma extraterrestre, probablemente restos de una explosión planetaria lejana, en dirección a la Tierra, a velocidad... ¿cuánto estimo? Dos horas señor. El estúpido de Helter podría haberlo informado antes, si no se hubiese confundido... ¿qué quién es Helter? Tan solo uno de los últimos estúpidos sobre la Tierra, señor.

jueves, 16 de julio de 2009

El momento

Qué sería de los días sin mi momento de tranquilidad en el banco de la plaza. El ir y venir de los autos, ajenos a mi presencia. El vendedor de praliné en la esquina. Los chicos que luego del colegio iban a corretear entre los árboles. La postal de la iglesia erigiéndose hacia el cielo, con las nubes a su espalda.
El diario arrojado a un lado, las manos ahora en los bolsillos queriendo encontrar el calor que el clima no brinda. Los ojos se posan en dos palomas inquietas, que picotean el suelo y agitan sus cuerpos con movimientos delicados y graciosos.
El espíritu renueva el aire, los pulmones se llenan de vitalidad y regocijo. En ese no hacer nada, es cuando en realidad pasa todo. Cierro los ojos y respiro y siento como el mundo se mece alrededor, escuchando los murmullos, el cántico de los grillos diurnos y la melodía del tiempo, que se esfuma en cada exhalación, pero vuelve a nacer al instante siguiente.
Absorbo el momento, lo vivo, me nutro de él. La tristeza me quiere invadir cuando el reloj me da las cinco y se que debo volver. Pero no se lo permito. Soy dueño de mi. De todas formas escucho reírse al destino por lo bajo, saboreando como siempre la victoria.
Me voy silbando, con paso seguro. Hago oído sordos a esa risa y a pesar de todo, en mi rostro reluce una sonrisa. El camino me lleva otra vez al sufrimiento del día a día, de las obligaciones y responsabilidades, dónde me aguardan solo sinsabores. Pero no lo esquivo, no lo evito. Le hago frente, a pesar de todo. Se que mañana tendré nuevamente mi momento en el banco de la plaza.

martes, 14 de julio de 2009

Nostalgias de lluvia

La tierra quebrada reseca se muere.
Las campiñas claman por la sed añeja.
El ganado flaco vencido se queja.
Y el paisaje chato es un cuadro inerte.

¿Es que ya las nubes no lloran de pena?
¿Cegadas de azules secaron vertientes?
¿Ya no se emocionan bañando el silente
beso que enamora regando la arena?

¿Es que ya no hay gotas de perlas mojadas
que se vuelvan locas rozando las manos...
que se toman fuerte buscando reparo
húmedo y caliente en calles olvidadas?

¿Es que ya no hay agua relamiendo espaldas
para que los dedos resbalen seguros...
y dibujen olas que marquen apuros
bajo ese diluvio que inunde dos almas?

¿Dios ya no se quiebra con lo que sucede?
¿Sus ángeles ríen con crueldad sin llanto?
La lluvia se niega y nos roba su manto
de dulces diademas jugosas y breves...

El cielo es un podio que el sol ha ganado.
La luna en la noche su trono no cede.
Y solo hay derroche de estrellas de nieve
que a este invierno lluvias y fe, le han robado.

domingo, 12 de julio de 2009

Otto e Mezzo

Federico se había quedado sin ideas.
Deambulaba por los cafés de Roma en busca de sus musas seductoras, se paseaba de una mesa a la otra intentando hallar la palabra mágica que lo devolviera al camino de su historia.
La creación se escapaba de sus manos, mientras que la paranoia y las presiones comenzaban a maltratar las arrugas de su frente.
Federico estaba desesperado y agobiado. En un último intento por calmar su presente se dirigió al bar de su entrañable amigo Guido Anselmi, quien lo esperaba como siempre con un Martini Rosso con hielo y algún buen puro que reservaba sólo para su visita.
Luego de los fraternales abrazos obligatorios para la ocasión, los dos compañeros de viaje se sentaron en la última mesa del bar y se contaron su más recientes aciertos y fracasos.
Guido relataba sus conquistas amorosas, sus juegos de seducción y sus tropiezos con Fabiola (la adorada e inalcanzable hija del carnicero del barrio).
Federico se encontraba atónito y desesperado. Debía entregar el guión de su próxima película en menos de una semana y no tenía la más mínima idea de como salir de su bloqueo emocional.
Mientras Guido continuaba relatando sus hazañas con el sexo opuesto, Federico destrozaba las servilletas de papel y las arrojaba al suelo.
En ese instante Guido le tomó una mano a Federico y silenciosamente le dijo: "Amigo mío, ¿que te tiene tan preocupado? ¿Acaso no sabes para que has venido a visitarme?".
Ante esta pregunta Federico levantó la mirada y contestó "No sé a que te refieres estimado Guido, pero no estoy buscando nada en este lugar, simplemente tu compañía para calmar el agobio de estos días".
A todo esto Guido sonrió tiernamente y le confesó a Federico el apellido de su musa cotidiana, asegurándole que eso era lo que él había ido a buscar.

Pasados unos días de aquel encuentro Federico no podía dejar de pensar en aquel misterioso apellido que se repetía una y otra vez frente al espejo: "Asa-Nisi-Masa".

Aquella mañana Federico Fellini entregaba en las oficinas de la productora Cineriz el guión terminado de su gloriosa "Otto e Mezzo".

miércoles, 8 de julio de 2009

El joven condenado

Esas calles lo transportaban a otro tiempo, con sus casas bajas, de tejas rojas, entradas amplias y jardines cuidados. El tiempo las había deteriorado, los colores se habían ausentado de a poco con cada nueva estación y cada grieta en las paredes y las veredas era una nueva arruga que los años imprimían sobre el paisaje.
Recorrerlas era volver atrás, sentir las piernas corriendo esas veredas, jadeando casi sin aire pero sin detenerse jamás, a la par de sus amigos, compinches desde que el sol se imponía en el cielo.
La tranquilidad que antes emanaba de cada esquina por naturaleza propia, era ahora producto del abandono, del silencio propio de la ausencia. La violencia había acabado con gran parte de la zona y el barrio se había visto inmerso en esa realidad cruel de robos, secuestros y asesinatos. La gente se refugió un tiempo y luego huyó, buscando paz si es que acaso en algún lugar la encontraría.
Fueron años difíciles, de hambruna y miseria, tanto económica como humana. Dieron lo peor de cada uno entonces y aún las cenizas de aquel pasado quemaban en lo más profundo de quienes sobrevivieron.
Cuando camina esas calles, le carcome la culpa. Y hoy trae de la mano a su pequeño hijo, de tan solo cinco años. Quiere mostrarle el ayer que supo ser, el que todos ayudaron a destruir de una u otra forma. Quiere decirle que no se equivoque como él, como sus amigos, como sus contemporáneos, que no vuelva a pisar las brasas que aún rechinan con placer diseminadas en todas partes, esperando a iniciar un nuevo fuego.
Le muestra esas casas destruidas, esos jardines pisoteados y le dice la verdad sobre los enormes agujeros en las paredes. No disfraza ninguna mentira, no recurre a la metáfora, nos esquiva las responsabilidades. El niño le pregunta abriendo enorme los ojos y sin piedad le contesta, cerrando los suyos.
Y entonces, cuando llegan a ese lugar, al final de la cortada, le dice fuerte para que no olvide que ahí vivía un verdulero, que no sabe cómo se llamaba. Uno de los primeros en morir en aquel pasado de violencia. Le dice a su, hijo con dolor y esperanza, que debe forjar un camino para que el presente y el futuro recuperen a personas como ese verdulero, que en vano murieron. Y para eso debe ser un hombre de bien y alejarse del revólver.
Y por más coraje que le sobre, no equivocarse de camino como su padre, que hace treinta años que sueña la misma pesadilla, sintiendo aún la presión del gatillo, el sonido de las balas y los gemidos del moribundo, mientras de fondo escucha al diablo aplaudir, riéndose del pobre anciano y del joven condenado.

lunes, 6 de julio de 2009

El verdulero de la cortada

Atardecer fresco, con una leve brisa pateando las hojas secas. Los últimos cajones de tomates que estaban en la calle ya estaban siendo llevados por Don Jaime hasta el interior de la verdulería. Se anunciaba tormenta, así que había que actuar en consecuencia. Era lo último que entraba. Ya había acarreado con los zapallos, las naranjas, brocolis y papas.
La calle, en realidad la cortada, era una fiel postal de una tarde gris. El barrio descansaba en sus hogares. Los que habían salido a hacer mandados, lo habían hecho temprano. Fue una tarde con ventas aceptables. Sin embargo no tendría que reponer mucho por la mañana. Se acordaba del pedido de doña Agustina, de los tomatitos cherry que hoy no le habían quedado.
Apoyó el último cajón sobre el que había entrado anteriormente. Se sacó un pañuelo del bolsillo trasero y se lo pasó por la frente. Ya no era un pibe. Se cansaba más rápido. Se daba cuenta cuando lo visitaban los nietos. Una hora con esos críos y creía necesitar un tubo de oxígeno. Los nietos, que alegría le daba pensar en ellos. El sábado lo visitarían. Se sentía bien cuando su hijo los traía. Desde que ya no estaba Esther...
Se deshizo del pensamiento. Tomó la escoba y barrió donde había hecho caer tierra del cajón de papas. Si bien en media hora cerraría, la verdulería debía estar limpia por si llegaba algún cliente a última hora. Suspiró profundo mientras guardaba la escoba. Otro día que se estaba por ir. Otra jornada en la lucha diaria, en su promesa de no resignarse, de no bajar los brazos. Si la soledad no fuera tan cruel...
Escuchó la puerta a sus espaldas. Bien se dijo, un cliente lo ayudaría a no caer en las reflexiones de siempre, sobre el pasado, los recuerdos, el dolor y la búsqueda eterna de "por qué". Cuando giró vió a cinco jóvenes. El que estaba delante de todo, le estaba apuntando con un revólver.
- ¡La plata viejo! ¡La plata o te hago boleta! ¡Mové el culo viejo, dale!
Don Jaime quedó paralizado. No era el susto lo que lo detenía, eran esos rostros que lo miraban violentamente, de rasgos juveniles y ojos huidizos y aterrados. Cinco jóvenes que no superarían los quince años, allí en su verdulería, apostando a la vida y a la muerte con fichas marcadas por el destino.
- ¡No oíste viejo de mierda! ¡Querés que te dispare, boludo!
Jaime siguió mirando sin distinguir entre la realidad y la bronca, entre moverse o hacer frente a un futuro que de todas formas no lo convencía, salvo claro...
- ¡Te la buscaste viejo de...
BANG
BANG
Jaime cayó herido en la pierna y en el pecho. Sintió que un cielo negro le caía encima. El dolor estaba, pero no dolía. Escuchó las voces de los cinco jóvenes discutir, pero no le importaban ahora las palabras. El sonido de la caja registradora, el eco de las pisadas, más insultos, un par de cajones que cayeron al suelo y las piernas escapando a toda velocidad, golpeando la puerta con fuerza al salir. Todo llegó a sus oídos como en un sueño, mientras la agonía se abría paso entre el silencio y la soledad, invitándolo con cariño a dejar atrás todo lo conocido.
En el barrio se escucharon los disparos, se oyó la estampida de piernas, pero se había anunciado una tormenta y todos aguardaban por ella en la comodidad y tranquilidad de sus hogares. Nadie salió a la calle, nadie abandonó su paz mundana.
La tarde se perdió en la noche, la primera sin Jaime en ochenta años.
La tormenta jamás se presentó.

sábado, 4 de julio de 2009

Niña del carro

a la pibita que venía al quiosco de la esquina
Creces. Vaya si creces
niña de los cartones
aferrada a ese carrito
con destino a ningún lado.

Oyes. Claro que oyes
la sarta de improperios
pues ya no camina el viejo
jamelgo delante del carro.

Ves. Seguro que ves
como actúan los demás al verte,
cómo esquivan las miradas
los buenos que te cruzan.

Sientes. Sientes el desprecio,
el ninguneo, la humillación
de mano del hijo de puta
que te prometió aros y botas.

Pides. A veces, claro que pides,
a escondidas de tu madre
algún chicle para vos
en el quiosco de la esquina.

Mientes. Nos mientes,
te mientes, sueltas promesas,
sueltas hazañas de haber
sobrevivido a mano dura.

Sueñas. ¡Albricias, que sueñas!
Y cierras los ojos tirando
del carro de media vida
soñando por el faltante.

Creces. Y te haces mujer
y sueñas ser madre y
esperas que llegue el príncipe
que a ritmo de cumbia
te lleve al palacio de la barranca,
te proteja de tu madre,
del infame que te usa,
y ofrezca su vida por la tuya
para acariciarte a orillas del río.

miércoles, 1 de julio de 2009

La broma que dejó de serla

Comenzó como una broma. Enrique le dijo a Matías, Matías a Flavia, Flavia a Juliana, Juliana a Mengana, Mengana a Fulana, Fulana a Sultano y así. Cuando nos dimos cuenta, la broma había dejado de serla.
En qué momento se nos fue de la mano, no lo se. Sinceramente lo digo. Podríamos tomar una hoja en blanco y anotar nombres y añadirle a cada uno un porcentaje en responsabilidad. Pero no vale la pena.
Lo importante ahora es ocultar lo ocurrido. Limpiar la sangre, arreglar lo más que se pueda el departamento e inventar una historia. Es la hora de los problemas, de evitar lo que se viene. Pero cómo, es la pregunta. Qué hacer, es la duda. Están todos callados, en silencio, mirando el suelo, como si en el suelo fueran a encontrar las respuestas.
El cuerpo aún sigue tirado en la entrada del baño. El charco de sangre llega hasta el dormitorio, atravesando todo el pasillo. Limpiarlo no va a ser fácil, como tampoco lo será ocultar los signos de violencia que las habitaciones presentan.
Las armas, la droga, incluso las ropas ensangrentadas de todos, no serían mayor problema. Las armas, cada uno se lleva la propia y la esconde por un largo tiempo. Las drogas ni hablar, esas desaparecen sin que nadie lo pida. Y la ropa o se quema o se lava muy bien. Pero la debe lavar uno, no puede ir a la casa con eso y dárselo a la madre o a la abuela para que lo meta en el lavarropas.
Cuando el primero de nosotros se digne en levantar la mirada del piso y empezar a hacer algo, todos lo seguirán, pero en tanto, la silenciosa contemplación de la nada es el epicentro de este momento post demencia.
Mi bronca no es en si por la muerte de César. Era mal pibe, si. No fue difícil que todos se creyeran que los había delatado por internet a las autoridades de la universidad, de la última orgía que se había hecho con los profes y el personal de limpieza.
Los que no vinieron a la "fiesta" que en "teoría" daba en su departamento para cobrarse venganza, lo hicieron para ver que sucedía. Ya sabemos que sucedió, un César sorprendido y salvajemente castigado. Resultado: sangre por todas partes.
Nadie quiere que se sepa un secreto de tremenda índole, más cuando la universidad es privada y la posibilidad de ser expulsados es alta. Ahora bien, se entiende. Pero el festín de drogas que hubo durante el castigo, estuvo de más. No por el consumo en si, eso es cosa de todos los días. Sino que los ánimos se exaltaron y se perdió el control. Si, es un decir. Control nunca hubo.
Pero se fueron de mambo, a eso voy. No recuerdo quién fue el que dijo que podrían haberse escuchado los ruidos desde los demás departamentos. Ahora no importa. El hecho es que drogados hasta el culo salieron todos en caravana por los cuatro pisos del edificio, irrumpiendo departamento por departamento, matando uno a uno a los posibles testigos. Una verdadera masacre. Y los que no portábamos armas queríamos ver. No podíamos perdernos lo que estaba pasando.
Y así es que ahora, todos mirando el piso, buscamos evitar lo inevitable, es decir, ponernos de pie y comenzar a limpiar cada bendito departamento para que el amanecer no nos sorprenda en la escena del crimen. Nadie está muy dispuesto a hacerlo, pero todos somos culpables. Algunas más, algunos menos.
La broma ya está, fue cosa de pendejos. Ahora a ponerse a laburar, que esto por arte de magia no se limpia. De todas manera, sigo esperando a que sea otro el que diga "vamos".