sábado, 27 de agosto de 2011

El visir y la anciana

Esto contó Adonis Torre a Jovino y el Carancho, mientras hervían grasa, a la sombra de un olmo en Calle Pampa:
"Un día el visir de Ahmajá decidió visitar a sus súbditos, para dar cuenta al califa del estado de sus dominios.
Escoltado por una comitiva lujosa y armada hasta los dientes se apartó de las rutas comerciales del reino para tomar los caminos rurales. Notó que mientras recorrían los caminos principales los demás viajeros se deshacían en esos ampulosos gestos de sumisión y agradecimiento característicos de la zona, de las gentes conscientes de que debían su vida al califa, aunque más no sea por mostrarse misericordioso al no arrebatarles la vida por nada, tal era el poder con que Alá lo había ungido.
Apenas comenzaron a apartarse de la gran ruta, los caminos eran más polvorientos, angostos y dificultosos. Y las gentes también. Los saludos de los pastores se volvían más breves. Los sembradores se detenían unos instantes y volvían a sus tareas antes de que la comitiva termine de pasar.
El visir comenzó a preocuparse, pero no decía nada. La falta de honores a su paso, el desinterés de los aldeanos y el poco cuidado en ensalzar la figura del califa eran signos claros de que algo pasaba.
Distraído en estos pensamientos se sobresaltó al ver que el camino que transitaban concluía en una casita humilde y pequeña. Cerca de un horno detrás de la casa, una anciana preparaba su pan tan atenta a la tarea que ni cayó en la cuenta de que lo visitaba la comitiva del primer ministro.
El visir, seguro de que no había peligro alguno, mandó detener la tropa, se apeó y caminó hasta la anciana de manto raído y de un color ya indefinido.
- Alá te proteja, anciana, pero más al califa, señor de estas tierras.
- Alá te proteja, visitante.
- ¿Osas no mencionar al califa, servidor sagrado de Alá? ¿Así tratas la dignidad de su gran visir?
- No conozco al califa, señor. ¿Por el cielo que sigue siendo Abdullah el Digno?
- Desconoces al califa, que es nieto de quien nombraste, Ammal. Y me ofendes al no inclinarte en mi presencia.
- Tu dignidad es evidente, señor, como mi pobreza. Pero más evidente es que si no sigo preparando mis panes, mis nietos no comerán hoy.
- ¿Y tus hijos? ¿Son tan desalmados como para permitir que hagas esta dura tarea?
- Forman parte de tu comitiva, señor. Los veo desde aquí. Son los dos que no levantan la vista."

Torre concluyó su relato asegurando no saber qué sucedió con la anciana, con sus hijos y el visir. Y tampoco por qué demonios se puso a contarles esa historia a dos zanguangos como ellos.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Matices

Corrieron bajo la luz de las estrellas, con el aliento entrecortado y los pechos inflados de agitación.
Bajaron por la colina, creyendo que nadie los había visto. A sus espaldas, una luz enfermiza inundaba el cielo. Los matices naranjas, rojos y amarillos, crepitaban a la distancia.
Al escuchar las sirenas, pensaron que la policía los estaba buscando. Pero a lo lejos, entre los árboles en llamas, divisaron el coche de los bomberos. Aún quedaba la esperanza de un milagro.
De todos modos, siguieron corriendo. No pensaban detenerse. Tan solo había sido un pequeño fuego para calentar la comida, tan solo eso...

sábado, 20 de agosto de 2011

Carta de amor

Este texto a la fuerza tiene que ir en Villeraturas, sería asesinado irremediablemente por los demás relatos en el blog de fondo oscurito, en una rebelión sin precedentes en donde las letras desenvainen sus armas y arremetan contra este intento de algo, que escribiera hace más de un año, para un concurso de (no se rían, no está permitido) Cartas de amor. Ahora que lo leo, es horrible, razón por la cual no apareció ni entre los trescientos mejores. Pero como no tengo otra cosa que subir, y mucho menos (por hoy solamente) ganas de escribir, los hago sufrir con estas oraciones empalagosas y obvias. Tómenlo de ejemplo de cómo no se debe escribir.


A la princesa de mis sueños:

       Un sosegado tumulto en el corazón me dice que debo insistir, princesa mía. El cruel rechazo del que me has hecho merecedor se convierte así en la clara necesidad por la que clama tu alma, de un indicio, una muestra, algo que hable por si solo y sumerja a las palabras en el silencio, en tanto este cariño que juro hasta la eternidad, se eleve con fuerza propia y se instale allí, tras las altas murallas que custodian tus sentimientos.
       He decidido, tras meditarlo en la oscuridad de mi habitación, escuchando como desde la ventana los sonidos del mundo me traían una y otra vez tu imagen, que para alcanzar mi objetivo, tendré que atravesar los obstáculos más sórdidos que mi imaginación pueda trazar sobre ese lienzo alguna vez inmaculado que fue mi mente.
       Escribo estas líneas para que las tengas presente en todo momento y sepas que buscaré las mil maneras posibles de allanar los caminos que conducen a tí. Sinuosos, a veces vacíos de esperanza y otras, muy transitados, esos caminos serán mi haz en la tormenta, la guía en las noches de somnolencia, la cuerda de la cual tirar cuando las fuerzas me abandonen.
       Ten presente, princesa mía, que la flaqueza jamás reinará mis fuerzas y todo esfuerzo será recompensado cuando la gloria nos una por siempre. Del éxito en la empresa, puedes estar seguro. Del tiempo que me demande, es por lo que suplico cada mañana al despertar y cada noche al entornar los párpados.
       De millones de mujeres, me gustas tú. Son tus ojos, tus manos, tu cabello, tu aroma. El cuerpo armonioso, las curvas exactas, las piernas esbeltas, la gracia y la elegancia. De millones de mujeres, eres la que me ha clavado la espina en el corazón, primero repleta de ilusión y luego, como un dardo venenoso, de dolor.
       Pero como ves, en lugar de resentimiento, has despertado un calor cuyas primeras chispas ya conocías. Ahora en mi vive un fuego que necesita de tus abrazos para poder contenerse. Aquel rechazo es tan solo un mal recuerdo. La vida puede pretender de nosotros muchas cosas, pero solo la disfrutamos cuando entendemos que somos nosotros los que debemos exigir y no esperar.
       De mi puño y letra, van estas oraciones. No pretendo que cambies de parecer de la noche a la mañana, ni que tampoco te encierres aún más y hagas como si el pasado no ha existido. Solo ten el valor de aguardarme y verme como un nuevo hombre, pues lo lograré. Alguna vez pensé que el infierno se cernía ante mí, sin darme cuenta que al contrario, era quién lo propagaba alrededor.
       El ayer es innegable. Y tampoco tiene cura. Pero no podemos definir el futuro por lo hecho. Las buenas intenciones a veces pueden serlo todo. He dejado las drogas hoy mismo y este es mi primer acto consciente.
       Me han advertido de los síntomas que seguirán al día de hoy. Será como vivir en una selva, en la soledad de lo desconocido. Sin embargo me aferraré a tu rostro, al deseo de besarte otra vez.
       Lo lograré, porque estoy seguro de ello. Venceré los obstáculos, despejaré el camino. Y un día golpearé a tu puerta, sonriente. No me importa cómo te encuentre, con quién, ni tampoco cuando. Sabrás que soy yo. Y entonces, todo valdrá la pena.

Tu amor, el que siempre se equivocó

lunes, 15 de agosto de 2011

La decisión

El hombre se sirvió otro trago y dejó la botella lo más lejos que le dio el brazo.
- Es el último - anunció.
Luego sacó del bolsillo interior de la campera un fajo de billetes. Los contó uno por uno, ante la mirada del otro hombre en la habitación.
- Puede confiar en que aquí está todo - dijo, mientras seguía pasando un billete tras otro en sus manos - No es mucho lo que me ha pedido para matarla. Ahora que hemos sellado el pacto, le aseguro que si me pedía más, se lo pagaba igual.
El otro hombre no se inmutó.
- Verá - prosiguió el que tenía los billetes en la mano - usted sin dudas está acostumbrado a esto, pero uno, que tiene que tomar la determinación, no sabe que hacer. Estos días pensaba si era necesario y repasé cada cosa y supe que si, que era la única forma. Pero tomar la decisión, mire que cuesta. Sin embargo, es la culpable de todo. Es quién la trae, la que me hace enojar, la que me destruye por dentro, la que me reprocha sin parar hasta en sueños, la que me señala como culpable. Si señor, ella merece morir. Mi mente debe morir.
Le entregó el dinero. El hombre que estaba en silencio lo recibió y guardó en el saco. Buscó su maletín y sacó una .45 con silenciador. Observó que todo estuviera en orden en su arma y la llevó hasta la cabeza de su empleador temporal, que ya tenía los ojos cerrados y bebía aquel último vaso de whisky.
Una sola articulación de sus dedos justificó la paga.

jueves, 11 de agosto de 2011

El barrio (o las razones para temerle al pasado)

Me sucedió algo raro, que en su momento no me supe explicar.
Caminaba por mi ciudad, aprovechando que la mañana era hermosa, la brisa agradable y no había ninguna prisa en mi vida. Podía andar hasta que las piernas dijeran basta, observando ese paisaje tan conocido y transitado, que sin embargo no me canso de apreciar. Veredas rotas y anchas, de baldosas ausentes. Formas familiares erigidas en torno a los recuerdos, los años cobijados entre el cemento y las vivencias, las alegrías y las tristezas, sus colores cambiantes, árboles más, árboles menos.
Pensé en el puerto, en su vista al río, a las islas, el Paraná de fondo con su tono amarronado y sucio, pero brillante bajo el sol. Caí en la cuenta que estaba cerca del río, a pocos minutos de allí; pero al mismo tiempo, tras avanzar un par de cuadras en esa dirección, comprendí algo más importante aún. Para llegar a destino, tendría que cruzar por mi primer barrio, el de mis años de la infancia, el que me vio crecer, el que miré con ojos de niño y más tarde contemplé con la mirada más fría de un adulto, sin poder entender de dónde se aferran los recuerdos que si bien olvidan los detalles, nunca hacen lo propio con la magia que emana del ayer.
Y aquí viene lo extraño, lo traumático. No pude continuar. Me detuve, dubitativo. Miré hacia delante y tres calles más allá estaba ese lugar hermoso que con cariño recuerdo, pero que no se acuerda de mí. Allí estaba mi calle, mi antigua casa, mis días con piernitas cortas y risas entre juegos.
En la siguiente esquina doblé hacia otro lado y lo dejé atrás. Ya no pensé en el puerto ni en visitar el río. Al menos, en esa caminata. Dejé incluso de creer que el día era hermoso. Me fui en silencio, como quién ha perdido algo y no sabe bien qué.
Le di vueltas al asunto durante el resto del día pero me di por vencido. Lo retomé con la cabeza en la almohada y de a poco fui encontrando las respuestas. El hecho de darme cuenta que siempre que había vuelto, había sido en compañía de alguien, me estremeció. Las veces que había pasado por mi calle, señalado con el dedo mi antigua casa, era junto a alguien. Un amigo, un pariente, mi mujer.
Como si hubiese necesitado en todos los casos, una compañía inconsciente, aferrarme a alguien que me atara al momento presente, para que el temor de que el pasado me devorara no se hiciese realidad. Porque, considero sin temor a equivocarme, esto último puede ser posible.
Por eso, aquella mañana fresca y hermosa, de cielo despejado y silencio acogedor, iba a ser la primera vez desde la infancia, que volvía al barrio en completa soledad.
Y aquello, me asustó.
Escribió Enrique Breccia en uno de los capítulos de El Sueñero, que ”al barrio no se llega, se vuelve”. Esa frase, tan escueta pero a la vez cargada de una profundidad pocas veces vista, es una llaga que se enquista en todo corazón nostálgico, que le teme al pasado. Porque encierra la verdad ineludible que uno está volviendo, lo que implica una medida temporal en la simple acción de acercarse. Al llegar, uno está en su tiempo. Al volver, uno regresa desde otra dimensión, a la que el destino lo ha llevado para bien o mal a lo largo de los años desde el prematuro adiós.
Volver implica también asomarse al pasado, a los recuerdos. ¿Y no es eso bonito? Claro que lo es, pero también es peligroso. Porque el pasado ya no nos pertenece, solo nos ha dejado grabadas imágenes que con el pasar del tiempo van perdiendo el color, llenándose del moho de la nostalgia y a veces, incluso, del olvido prematuro.
Alejandro Dolina, en sus Crónicas del Ángel Gris, nos regala esta revelación: “No es posible regresar a ninguna parte. Los puntos de partida no se quedan quietos y a la vuelta ya no están. Para poder volver se necesita, por empezar, un punto de partida eterno e inmutable. Pero todo se mueve y no hay forma de detener el Universo. Créanme si les digo que nadie ha efectuado nunca jámas un verdadero regreso. El hombre que lo consiga cumplirá la hazaña más grande de la historia”.
Creo que Breccia y Dolina no se están contrariando. Breccia define el nombre para la situación, pero no dice en ningún momento que es posible. Dolina, nos refriega la verdad en la cara: no es posible volver. O al menos, nadie lo ha hecho aún.
Si lo pensamos detenidamente, no veremos lo que alguna vez fue. Solo resabios que estoicamente mantendremos en nuestras mentes como la versión actual del ayer, sabiendo sin embargo, que bajo esa piel de concreto remodelada, lo que alguna vez fue, ya no es.
Y esas veredas de baldosas ásperas que nos pelaban las rodillas, ya no serán las mismas, por más que lo parezcan, pues habrán olvidado nuestras risas y lamentos, las pisadas y los llantos. No encontraremos el almacén donde íbamos con el papelito escrito por mamá enrollado en una mano, ni la placita tal cual era cuando no conocíamos aún el significado de la palabra responsabilidad. Ni siquiera, lo que es peor, estarán los rostros que conocíamos de pequeño, de los cuales también habremos olvidado los nombres.
Ya no veremos las sombras de nuestras bicicletas inclinarse a un lado, ni por las noches las ramas con hojas de los árboles representarán la misma protección contra los mosquitos que antes. Tampoco disfrutaremos por la ventana, los días de lluvia, la manera en que la calle con pendiente hacia el puerto se convierte en un río más cercano, haciendo que las competencias imaginarias de objetos desplazados por la corriente se transformen de golpe en las carreras más divertidas de nuestra niñez. O luego, cuando las gotas remiten, difícilmente nos volvamos a ver arrodillados sobre el cordón de la vereda, para apoyar sobre los charcos esos bonitos barcos de papel que nos armaba papá.
Volver es engañarse. Es creer que el ayer está a nuestro alcance. Pero entendemos tarde, porque así nos sucede siempre, que es una fantasía que nos imponemos para creer que podemos dominarlo todo, incluso el dolor del paso del tiempo y el ardor de las causas perdidas. Nos hiere por naturaleza el paso de los años, no solo en la piel que se arruga, ni en el organismo que envejece, sino también en la memoria, llevándose nuestros bienes más valiosos. Y lo que no hace la vida, lo hace el llamado avance, con sus construcciones, sus arreglos, su destrucción permanente del pasado escudándose en el futuro.
¿Dónde habrá quedado aquella vieja cancha de bolita? ¿O las rampas en la vereda, sobre las que volábamos con las bicis? ¿Que habrá sido de ese árbol, bajo el que nos sentábamos en verano? Pero sobre todo... ¿cómo estará esa casa que durante años habitamos? ¿De qué color serán sus paredes? ¿El patio seguirá siendo tan hermoso como quedó grabado en las retinas del alma?
Podría en algún momento pedir con cierta valentía que me acompañasen. Podría hacerlo, si señor. Pero me temo que no lograría avanzar ni un paso, si me abrieran la puerta. No soportaría no reconocer nada, encontrarme que esas imágenes ya no existen. Toparme, en otras palabras, con la cruda realidad que ya sé, de la que soy consciente: el pasado no existe, es solo un recuerdo en cada uno.
Ese etéreo resplandor de vida que aún perdura semidormido en las faldas de la memoria, como un niño recién nacido pero con piel de anciano débil ya sin dentadura, al que mecemos de vez en cuando, para sentir vivo, sabemos que no es para siempre. Es una ilusión como tantas otras, que algún día dirá basta. Pero hasta entonces, es como un rico caramelo, que queremos disfrutar sin morder.
El miedo al cambio es lógico. El terror a saber que algo no existe, es mucho peor. El entender que el ayer está cada vez más lejos, es horroroso. No se necesitan monstruos ni fantasmas, ni todos los seres imaginables que creíamos de niños, habitaban debajo de nuestras camas. Ahora sabemos que lo que asusta es mucho más real y tiene poco de sobrenatural.
Cuando la noche se extiende, una parte del pasado se esconde para siempre. Es así con cada luna, con cada día que pasa. Nos volvemos viejos y el pasado es cada vez más joven, porque se ha quedado atrás, ya no crece, no es un perro que nos sigue ni un psicópata que nos corre. Tampoco lo abandonamos nosotros, tan solo decide no avanzar. Porque esa es su misión: custodiar las historias felices y enterrar las tristes, desde su trinchera.
Regresar es imposible, tan solo podemos arriesgarnos a recordar. No solo por una cuestión científica y de la inevitable razón de no poder viajar en el tiempo, sino porque el hecho de pensar en lo pasado, ya de por si, es arriesgado. Nos asomamos a ventanas en muchos casos cerradas por alguna razón concreta. Nos atrevemos con rostros que nos arrancarán más de una lágrima, con amores que creíamos olvidados, con anécdotas que nos atravesarán el alma y el espíritu, que nos pedirán a gritos volver a una edad y a un tiempo inalcanzables.
Muchas veces, el ayer nos lastima, sin tener intención de hacerlo.
Somos seres sensibles, por más duro que pongamos el corazón.
Por ese motivo, sepamos, no se puede volver. Conviene siempre doblar en la esquina adecuada y perderse en zonas menos conocidas, que no puedan hacernos daño. El ayer, los viejos amores, los amigos que ya no están, los seres queridos que extrañamos, conviven en un mundo que ya no es el nuestro. Apelemos a la memoria, pero sin lastimarnos.
El pasado es peligroso y es el verdadero monstruo que nos espera en silencio para devorarnos y el barrio es su principal señuelo.

domingo, 7 de agosto de 2011

Poema abecedario

Austeros
bandoleros
caminan
diariamente
enfrentando
fantasmales
gentes

humeantes
ideas
juntando
karma
locamente

llanto
moribundo
nunca
ñoño
oprime
punzante
quelonio
rugiente
sin
torpeza
urgente

valiente
whisky
xenofóbo,
yámbico
zángano


Poema/experimento en forma de desafío para cierta poeta, que nunca ha tenido contestación :)
Aguardo represalias jaja.

martes, 2 de agosto de 2011

Alborada

Analía amaneció arrebolada, añorando aquel anterior amor, Aníbal, adherido aún al alma, asfixiando, aniquilando.
Analía amaba, alejada.
Antes, avistaba añoranzas. Ahora apenas abriga aflicción.



Raro experimento, un micro escrito solo con palabras empezadas con A, publicado (y pedido) por Cuentos y más
A ver si se animan a dejar comentarios solo con palabras que comiencen con A.