lunes, 26 de septiembre de 2011

El viaje de Manfredi

A Manfredi lo llamó su jefe a la oficina.
- ¡Venga Manfredi! - vociferó desde el extremo del pasillo, como solía hacer cuando algo iba mal y había que castigar a alguien.
Y Manfredi fue, como iba siempre. Los compañeros de trabajo miraban de reojo, reprimiendo las risas. Era la parte esperada de cada jornada laboral, porque luego del llamado se escuchaban los gritos y luego de los gritos, Manfredi pasaba blanco hacia su puesto, donde intentaba solucionar los problemas que habían ocasionado la ira del jefe.
Lo vieron transitar el trecho hacia lo del jefe mordiéndose los labios. Como era costumbre, parecía caminar temblando del miedo. Sus piernas flacas se agitaban a cada paso, como si una descarga eléctrica se apoderara de las mismas. Desgarbado y alto, Manfredi era para todos, una caricatura del fracaso.
A veces apostaban sobre la cantidad de insultos con los que lo despacharían. O bien, el tiempo que permanecería en la oficina.
Manfredi cerró la puerta a sus espaldas y de inmediato una catarata de verborragia salvaje traspasó la madera y en forma audible llegó a cada rincón del piso quince.
Pero todo terminó de golpe, con un estruendo que estremeció a cada persona sentada delante de su computadora en aquel lugar. Tardaron en reaccionar.
- ¿Y eso? - preguntaron algunos, a sus compañeros más cercanos.
Algunos atinaron a aferrarse a sus asientos, pero los más avispados se pusieron de pie, comprendiendo que aquel sonido había venido de un lugar específico. Corrieron hasta la oficina del Jefe y abrieron la puerta. Entraron el flaco Llorente y el pelado Cleso. Se frenaron en seco. El jefe ahora tenía un hueco en la cabeza y por él mismo brotaba muchísima sangre. Su cuerpo había quedado despatarrado a un costado del escritorio, con los ojos muertos mirando el cielorraso. Buscaron con la vista, pero el jefe estaba solo.
Una ventana abierta coronaba la escena. Nadie necesitó asomarse para saber que Manfredi había salido a tomar aire fresco y ya no volvería.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Escalera a la Luna

Enamorados, los dos, corrieron cuesta arriba la colina. Allí estaba, como él lo había prometido.
- Una escalera - dijo ella - ¿A la luna se llega en escalera? - preguntó incrédula.
El la miró con ternura y le tomó la mano.
- Si, pero hay que subir con los ojos cerrados y sin soltarle la mano al ser que uno ama. Y recién, cuando se pisa la Luna, se puede volver a mirar.
- ¡Qué emoción! - expresó al tiempo que brincaba y batía con ganas las palmas de sus manos.
- Si, pero te advierto algo. Para llegar a la Luna, hay que dejar la Tierra atrás.
Ella miró a su alrededor y supo que nadie gana sin perder. Pero al detenerse en sus ojos comprendió que ya no había marcha atrás.
Se los puede ver subiendo peldaño a peldaño y tomados de la mano, las noches más claras e incluso algunos dicen vislumbrar sus siluetas entre las nubes más delgadas, en las noches más oscuras.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Huida

¿Cómo escapar del ayer? De los recuerdos que son heridas, del corazón que sigue latiendo por quién no está. Es por eso que llegué al andén y esperé por el primer tren. Pensé que allí estaría la respuesta.
Por la ventanilla veía pasar el paisaje como una exhalación, mientras me acostumbraba a ese sereno sonido del viaje, tan rítmico e hipnotizante, que serenaba mis pensamientos.
Creí estar logrando mi propósito. Creí haberme liberado del pasado. Hasta que te vi del otro lado del pasillo mirando hacia la ventanilla. Entonces, decidí darme por vencido y sentarme a tu lado.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Venganza bajo la luna

Sangrientas noches heladas
de sus paciencias inciertas,
en vela con un cuchillo
y sólo a la espera de ella,
que mal se jacta ante todos
de su gran malevolencia.

En callejones oscuros
respirando con congoja
dejando escapar el miedo
que su corazón provoca,
y ataviado con espanto,
camisa, corbata roja,
bufanda negra, sombrero,
pantalón fuera de moda,
el semblante hosco y ruin
y una sonrisa burlona.

La espera es en el silencio
sin temores a la vista,
sabiendo que su venganza
será lo último en vida
que su cuerpo condenado
apreciaría sin prisa;
y aguardan bajo la noche,
en soledad asesina,
el alma bien afilada
y el arma bien escondida.

La escucha acercarse ya...
y finalmente, la ataca,
tras años de amarga espera,
le dará fin a la Parca
que en su niñez inocente ,
sin piedad lo despojara
de su tesoro más grande:
padres, sonrisa y hermana.
Y aunque es quimera imposible,
irrealidad, o cruzada,
la muerte a la Muerte es
la mejor de las venganzas.


Romance sangriendo dedicado a mi profesora particular de poesía, a quien agradezco las correcciones del caso, ya efectuadas y trasladadas al texto!

viernes, 2 de septiembre de 2011

Visita fuera de horario

Su voz, áspera como el asfalto, cortó el aire en dos. Más que una orden, aquello era una sentencia. Un relámpago en la tormenta, un puñal atravesando la carne. El cuidador se asustó, retrocedió aterrado. Había olvidado ya la negativa de segundos antes, al decirle “no puede pasar” a ese extraño. Trastabillando corrió hacia la puerta y le permitió el paso. Vio la ancha espalda avanzar por el camino, rodeado de lápidas y cruces. Aquel monstruo de sobretodo se alejaba al fin. Con un solo grito le había hecho cagar el calzoncillo y mearse hasta los pies. Y sin embargo, más que aquel exhorto, le extrañó el ramo de flores en la mano y que al pasar a su lado, le viera una lágrima caer. ¿Qué era lo que había aullado? Ah, sí: ¡Dejame ver al Negro, la puta que te parió!


Microcuento para el certamen homenaje al Negro Fontanarrosa de la web "Cuentos y más", publicado en el diario "Tiempo Argentino", con motivo del cuarto anivesario del fallecimiento del gran artista rosarino.