domingo, 24 de junio de 2012

De montañas y otras miradas

Llegué a la cima de la montaña extenuado. Mis dos compañeros parecían en mejor forma. Podía observarse el infinito desde aquella altura. El mundo parecía imponente y nosotros, los reyes de todo. Pero cierta sensación se apoderó de mi. Un dolor emocional. Una marea interna que me azotaba con violencia. Porque después de tocar el cielo con las manos, habría que bajar, que volver a la planicie. Y estando tan alto, descender era retroceder, era un regreso no deseado. Les dije a mis compañeros que no volvería con ellos y creyeron que el ascenso me había afectado. De alguna manera se las ingeniaron para sedarme y cuando desperté, me estaban bajando. Sentí que regresaba a ninguna parte y me dejé arrastrar. Ahora nuevamente veo al mundo como siempre, ya no observo el horizonte interminable. No me creo fuerte ante la vida, no me considero valiente ante el porvenir. Sin embargo, vivo. Y sigo. Esperando alguna otra vez, volver a escalar.

domingo, 17 de junio de 2012

Inconcluso

Nicanor era muy bueno escribiendo, pero renegaba de las ideas que se le ocurrían. Empleaba semanas en borradores que luego descartaba, porque el tema no lo convencía o bien, llegaba al último capítulo de una novela y desistía de proseguir, porque consideraba que la trama no era aceptable.
Estuvo en contacto con varias editoriales, que estuvieron a punto de publicarlo en numerosas ocasiones, pero jamás llegó a redactarse contrato alguno. Los editores se mostraban entusiasmados con las sinopsis, razón por la que no entendían las razones que llevaban posteriormente al escritor a abandonar la historia.
Al momento de fallecer, Nicanor no había terminado ningún cuento, poesía o novela. Todas sus obras quedaron inconclusas y archivadas. Tras su deceso, llegó la duda. ¿Había muerto un escritor o un casi escritor?
El debate continua hasta el presente en los ámbitos académicos.

lunes, 4 de junio de 2012

La masacre de los tomates

El rey cabeza de tomate avanzó arengando a sus tropas. La batalla del huerto aun no estaba perdida. Adelante, entre las malezas, se ocultaban astutos los rábanos. La ayuda que las zanahorias habían prometido, nunca había llegado. En cambio, habían sufrido el fuego cruzado de las mazorcas de maíz. ¡Triunfo o salsa! fustigó a los suyos, sabiendo que los llevaba hacia una verdadera ensalada. Al final del día, la tierra se tiñó de rojo.