Soñaba con volar tan alto que ni siquiera las águilas pudieran alcanzarlo. De ese anhelo se asía con fuerza, casi con capricho. En su imagen despegaba del suelo y dejaba atrás la terrenal esclavitud, convirtiéndose en un ángel o mago cósmico, cual pájaro aventurero.
Sintió el golpe de una mano en su espalda. El entrenador le indicaba que era su turno. Se puso de pie y volvió a la realidad, entrando a la cancha.
Recibió un pase cerca de la línea de triples, dribleó a su marcador y pisando el área pintada saltó hacia el aro. Sus piernas lo elevaron del piso, sus brazos se impulsaron con soltura. Dejó caer con suavidad el balón naranja, hasta verlo penetrar el aro, pero su vuelo no se detuvo.
Siguió elevándose, cada vez más alto. Y sin pensarlo dos veces, escapó al cielo por la ventana abierta del gimnasio, para ya no volver.
lunes, 25 de octubre de 2010
Alto
jueves, 21 de octubre de 2010
Bandera blanca
Entre lágrimas, se arrodilla de cara al altar y pide que no haya más, nada más que la haga sufrir.
El corazón herido es un grito que nadie escucha alrededor, un silencio que ruega por piedad.
Siente que el alma se le desploma, sin titubear, que las paredes pronto caerán y la aplastarán, como un agobio, un eterno parir, un sentimiento sin resolver.
Suma las deudas y saca rápido las cuentas. Debe, debe mucho. Pero necesita más. Un milagro más. Porque está a punto de claudicar.
Mira al cristo en la cruz y pide otra vez, sin saber si esta vez la ayudará. Guarda la esperanza mientras ansía abrazar la paz. Esa que le era esquiva, desde que podía recordar.
No quiere pensar en renunciar, ni siquiera en la posibilidad de ver flamear, alta y cobarde, la bandera blanca de la resignación.
Se pone de pie, mientras seca las lágrimas de su rostro vencido por el tiempo. Y entre bancos de madera, dice hasta pronto, ya volveré.
Y se va, con una deuda más.
domingo, 17 de octubre de 2010
El problema de Raimundo
El gran problema de Raimundo era el no poder recordar los nombres de los demás. Por esa razón, sus relaciones eran escasas.
Muchos no toleraban que los llamara cada vez de una manera distinta, detalle no menor en estos tiempos que corren, donde el ego está tan desarrollado.
Solo sus familiares soportaban el hecho de ser nombrados cada vez con un nombre diferente. En una época habían recurrido a una solución que parecía práctica: habían bordado sus nombres en las ropas.
Claro que esto hacía que lugar donde fueran, cualquier desconocido los llamara por su nombre, la mayoría de las veces en tono de broma.
Decididos a ser "bautizados" una y otra vez, corregían a Raimundo cada vez con menor frecuencia, acostumbrándose a esa realidad.
Para Raimundo, el saber que no podía recordar los nombres (y solo los de las personas, dado que no tenía problemas con los objetos y lugares) era una situación que lo llenaba de bronca.
No entendía como podía ser posible, pero a pesar de haber visitado a numerosos especialistas, no encontraba solución alguna.
Su pena mayor era el de no poder entablar una relación con una mujer. Los primeros intentos fueron rotundos fracasos. Si a un amigo no le gusta ser confundido, menos a una mujer en medio de un abrazo.
Así fue creciendo Raimundo, en un caos de nombres sin control. Solo recordaba con exactitud el suyo, lo que no representaba ningún aliciente.
No podía ver una película, porque si bien los dialogos podía seguirlos, cuando no se mencionaban los nombres de los personajes, mentalmente iba cambiaándolos en su mente y entonces la trama se volvía confusa.
Tampoco seguía deportes por televisión, ya que no identificaba a los jugadores, si bien los rostros se le hacían conocidos, nunca coincidían con el nombre que tenía en la cabeza para cada uno de ellos.
Solo encontraba alivio en la lectura, donde los nombres eran invariables, ya que todo estaba escrito y ante la ausencia de rostros, las letras impresas eran la única realidad.
Cansado de médicos, recurrió cierto día a un brujo, que tampoco encontró la cura a su mal, sin embargo le dio una esperanza. Le dijo que su amor sería aquella mujer a la que pudiera llamar dos veces seguidas por el mismo nombre, por más que ese no fuera el de ella.
Hasta el momento no lo ha logrado, de todas formas persevera, recibiendo en muchos de esos intentos de acercamiento más de un cachetazo en señal de ofensa.
Y sabe, sin que esto se lo haya dicho un profesional o un curandero, que la vida va más allá de las etiquetas y los nombres, por lo que no ahonda más de la cuenta en su tristeza. Intenta aplacarse y salir a la calle con una sonrisa, soñando con que el mundo se resigne a no ser llamado como corresponde.
martes, 12 de octubre de 2010
Designio
Cuál es el fin de abarcarlo todo, cuál es el premio por ser tan aplicado. Preguntas como esas se hacía Enrique el día del examen final, colocándose pequeñas vallas en su mente, al mismo tiempo que dificultaba su pensar.
Fue en el momento de entregar las hojas que se percató que las mismas estaban en blanco. Cómo podía ser, se decía mientras vacilaba en el pasillo de mesas y sillas, rodeado por sus compañeros de curso que iban de un lado a otro, con rostros preocupados.
Un retorcijón ganó su zona media del cuerpo, se sintió mareado y con náuseas. Volvió a mirar las hojas, allí estaban, inmaculadas, sin un solo garabato de tinta tatuándolas.
Mientras la profesora seguía recibiendo en su escritorio los exámenes, el seguía de pie al lado de su asiento, repasando las dos últimas horas. Recordaba pensar en los temas sobre los que debía escribir e incluso, ese debate interno sobre la importancia o no del conocimiento, en las pocas posibilidades de trabajo al recibirse, en la casi fija posibilidad de tener que conformarse con manejar un taxi o emplearse en un comercio.
Y en todo aquel embrollo mental, buscaba aunquea sea una pista de haber escrito algo, aunque sea su nombre, pero escapaban de sus recuerdos aquellos actos si es que acaso se había producido.
Resignado, finalmente, juntó coraje y se encaminó hacia el escritorio. Mordiéndose los labios estiró su brazo derecho y con él, las hojas en blanco. La profesora lo miró por encima de sus anteojos y sonrió.
- Enrique, no temas, es solo una pesadilla.
De repente abrió los ojos y la oscuridad lo envolvió, sin embargo, se sintió a salvo, seguro, y la respiración agitada y el sudor que lo cubría apenas si eran detalles secundarios.
No había examen, no había hojas en blanco. Tan solo un mal sueño. Pesadilla al fin. Miró la hora, tan solo las tres. Cerró los ojos para apurar el sueño, le quedaban dos horas para poder dormir. Luego despertarse, el trajín de cada día desde hacía veinte años, en el puerto, bolsas al hombro y mucha fuerza. Su vida, desde aquella decisión de no querer estudiar más en sus años jóvenes, acortando camino entre su destino y las posibilidades de la vida.
sábado, 2 de octubre de 2010
Gente ignota: Buridán III (la fin)
- (Acá está, Carlos...)
- Bien, ahí va... Tu dices que todos poseemos libre albedrío...
- Simplifica, Carlos, usa la navaja del maestro Guillermo.
- ¿Lo mato, René? -
- No, infeliz, te pido que simplifiques...
- Bue... si le gusta más, un asno al borde de la muerte por hambre, teniendo que decidir entre dos montones de heno que estén a la misma distancia perecerá, ya que no hay elementos racionales que permitan hacerlo. ¿Adónde está la libertad, dijo Pappo?
- ...
- ¡¡Ahh, se quedó catatónico!! !Juaaaaaaaaaa, no tiene argumentos..!
- Creo que el joven Nicolás tiene algo que decir.
- ¡Uy, creo que dejé la leche sobre las brasas, Carlos!
- ¡Arrevuá! (Rajemos, René)
1342: - Maestro Jean...
1349: - La peste está asolando Europa, maestro.
1358: - Mi amado maestro del arte del movimiento, enséñame una vez más la cuestión del ímpetus...
- Amada mía, ¿estás aquí?
- Glup.
1361: - Alumnos, cumplido el plazo de tres años sin noticias fehacientes del maestro Jean...
- ¡Está en Viena, ha fundado la universidad!
- ¡Ha ido a enseñar a Alemania!
- Se recluyó para seguir escribiendo...