lunes, 16 de marzo de 2009

Sobre las revoluciones


Mi querido Andreas, me estoy yendo y tú a mi lado... No compartimos la misma fe, hijo rebelde, pero sí las mismas dudas. Ah, es eso lo que has escrito, ¿me permites verlo?

Eres zorro, hijo, no se nos acusará por esto, no se te acusará por esto, o sí, quién lo sabe... Hipótesis, más hipótesis... Nada afirmas salvo la utilidad de mi sistema para calcular. ¿Sabes? Dios sí lo sabe, he dejado mi vida, mis últimos veinticinco años tratando de dar con una verdad mejor, con un secreto que ya no lo será y tengo para mí que no ha sido en vano. ¿Que quieres publicarlo? Hazlo, hijo, pero salva tu vida.
Tendrás un tiempo de gracia, el tiempo justo que necesitan para comprender mis conclusiones, sólo el tiempo exacto que impondrá el que entiendan que su bello templo con la arquitectura más exquisita se resquebraja. El tiempo en que vean que si hay un templo para adorar, es el universo entero. No entiendo todo, pero sí las simples verdades que me han ocultado estos años.
Mira, Andreas. He sido matemático, médico, clérigo, gobernador, militar, chambelán, he estudiado todas las tierras y todos los cielos, he conocido el pensamiento permitido y el prohibido y ya... ya en el lecho en que liberaré mi alma en un último suspiro te diré algo. Ya no tengo miedo.
No me persigue ni el obispo ni el señor del feudo y nadie viene a preguntarme qué locas teorías estoy tramando. Pero tú, teme.
Si quieres publicarlo, hazlo, pero teme por tu vida. Si no quieres hacerlo, no importa, quémalo. Igual Sansón ya resquebraja el templo y cae trepidante sobre él y sobre los señores y los sabios y sobre nosotros.
Igual hay un sol que brilla más que ellos y que misteriosamente da la vida.
Igual nos movemos como mariposas quizás a la luz de la llama, en círculos, borrachos de engreimiento...
Igual no somos centro de nada, no poseemos ni privilegios ni verdad, pero tampoco la poseen los encumbrados, amado Andreas.
Si lo publicas, se hablará del desquiciado Nicolás que echó a andar a un mundo que estático se miraba sólo a sí mismo en la delgada lámina de mercurio o de plata.
Si no lo publicas, nadie sabrá de Nicolás, no. Pero te aseguro, rebelde hijo, que surgirán otros de debajo de la tierra porque, quieras o no, hemos destruido el hormiguero.

Mi querido Andreas, guarda tu fe que no es la mía, o tal vez lo sea, pero guarda tu vida y, sobre todo, guarda y resguarda tus dudas, porque te hacen digno hijo de este mundo difícil.
Si la Tierra revoluciona en torno al Sol, es porque es lo propio de la Tierra. En estas últimas horas, en este último viaje, sólo me atrae el pensamiento de que somos viajeros, sorprendidos transeúntes de este mundo tan triste como maravilloso que se revela sólo en revoluciones.

Amado Andreas, abrázame, dejo ya este mundo, estoy viejo y deseo partir para ir de una vez por todas a evolucionar en torno al Sol. Si Dios tuvo un designio para mí, es escribir mi matemático sueño: revoluciones y más revoluciones...


[El 24 de mayo de 1453, muere en Frombork, Prusia, Nicolás Copérnico, el hombre que echó a rodar el mundo. Es posible que en su lecho de muerte haya leído el prólogo que Andreas Osiander escribió para su libro "De Revolutionibus Orbium Coelestium" en el que postuló que la Tierra gira en torno al Sol, publicado luego de su fallecimiento. Y ya nada fue igual...]

2 comentarios:

Netomancia dijo...

Nada fue igual, principalmente para quienes defendieron la teoría, como el gran Galileo.
Nunca entendí la importancia el perdón de la iglesia, siglos después de obligarlo a desmentir sus descubrimientos. Cómo si la verdad dependiera de ella, como si su perdón fuera una rúbrica de grandeza para alguien que a pesar de todo, lo fue.
Muy buen relato don Oso, ahondando en la historia, en lo que moldea este presente.

Anónimo dijo...

excelente oso, una clase de maestría y heroismo, la ambición sana del conocimiento es lo que nos puede salvar, esas son las revoluciones q valen la pena seguir!