lunes, 15 de marzo de 2010

Crecer en la tormenta

Desde el cielo cae la estaca. La lluvia acompaña el dolor.
Los niños se refugian en el viejo estable contiguo a la escuela rural, en medio de la nada. Los relámpagos no dejan de castigar la noche.
Irina toma la voz de mando con sus apenas ocho añitos. Ordena a sus amigos y los lleva entre el heno y los obliga a protegerse.
Cuando todos están salvo, al menos en su virgen criterio, vuelve a la tormenta. La busca con la mirada sin dejar de correr. El viento la arrastra, pero no la derriba.
Intenta gritar su nombre pero el hilo de voz se pierde en el caos. No ve el barranco, no lo ve por culpa de la densa capa de agua.
Sabe que ha perdido pie, que cada metro que desciende es un escalón hacia la muerte. Sus manitos quieren aferrarse a algo y solo se laceran con violencia. Finalmente algo impacta contra sus piernas.
Aún está consciente. Se sostiene. La noche le impide saber a qué. Tampoco le importa. Vuelve a gritar, pero teme perder el equilibrio. La luz la paraliza. Luego el tronido, inmenso, casi ensordecedor.
Y de la nada, dos brazos la atraen hacia la roca. Comprende que allí hay una especie de cueva en medio de la barranca. Las manos cálidas que la sujetan la colocan en el suelo con ternura. De a poco los ojos se acostumbran a la oscuridad y el contorno del rostro es inconfundible: Analía.
- ¡Maestra, maestra! ¡La encontré!
La silueta se lleva un dedo a la boca y le acaricia con amor la cabeza. Irina despliega la sonrisa más hermosa y se entrega al sueño. La tensión le ha ganado, pero se siente a salvo.
Cuando la encuentran al día siguiente aún está dormida. Al abrir los ojos, pasea su mirada sonriente, buscándola para un abrazo.
- ¿Dónde está? ¿Dónde la han llevado?
- ¿A quién Irina, a quién hemos llevado dónde? - los grandes la miran como si hubiese despertado de una pesadilla.
Entonces Irina, que a sus ocho años ha sabido más de la vida y de la muerte que muchos otros, calla. Porque sabe que preguntar será entregarse a una respuesta que sabe de antemano.
Y sin vacilar, indaga:
- ¿Han encontrado el cuerpo de Analía? Logró sacarnos del aula antes que se derrumbara, pero no la vimos correr en dirección del establo.
Por los rostros comprendió que si.

8 comentarios:

SIL dijo...

// Cuando todos están salvo, al menos en su virgen criterio, vuelve a la tormenta///

Me ha extasiado esta frase, Netuzz.
Y también este maravilloso cuento.

Tiene todo lo que necesita para ser caratulado de magnífico.
Con lagrimón piantado, y todo,che.

Abrazo más que grande.


SIL

Anónimo dijo...

Efectivamente Irina comprendió en su ocho primeros años mucho más que lo que uno puede llegar a inturi con 30 pirulos encima...
Excelente Netito!!!
Un abrazo!

Con tinta violeta dijo...

Para un niño todo resulta explicable y sencillo. Tienen un sexto sentido para comprender y para percibir...Realmente esta chiquilla creció en medio de la tormenta.
Genial, Neto.
Besos.
Paloma

gustavo dijo...

Excelente relato.

el oso dijo...

Irina ha comprendido, pero no todo aquel que se golpea de esa manera comprende. Muchos prefieren (preferimos) nublar su (nuestro) entendimiento, para entrar al establo como el animalito para quien basta con esconder la cabeza para creerse a salvo.
Impecable, Neto, fuertísimo.
Abrazos

Netomancia dijo...

Doña Sil, muchas gracias! Tome un pañuelito para el lagrimón. Sabe que por estos lares o viene con pañuelo o ristra de ajos. Saludos!

Dieguito, a veces la edad no es equivalente a conocimiento o aprendizaje, tan solo una forma de medir la ignorancia. Un abrazo!

Doña Tinta, si, lástima que todos crecemos y perdemos esa facilidad, no? Saludos!!

Gustavo, muchas gracias! Saludos!

Don Oso, muy cierto lo que decís. Esconder la cabeza es más propio de los grandes. Un abrazo!

Literaria dijo...

Qué lindo relato !
Para un dia de lluvia como hoy ..descubrir ..
Beso!!!

Felipe R. Avila dijo...

Analía, como Berdekis...