viernes, 9 de julio de 2010

Neblina

para Neblina
El gordo Pérez le encontró el apodo justo, Neblina. Como para no serlo, aquella fría mañana de sábado no se veía a más de cinco metros y aunque a pesar de ellos era imposible perderse la cita de patear un rato en las Dos Rutas, esta tenía un condimento extra. Había aparecido quien recibiría el mote por la difusa confusión entre su cabello blanquecino y la espesa bruma reinante. No había partido, éramos pocos y la visibilidad obligaba al invisible árbitro colectivo a suspender el encuentro y hacer unos pases con jueguitos antes de tocarla a otro. Un reducido stonehenge de entusiastas que se agrandaba al sumarse uno más o se achicaba cuando la hora de hacer los mandados lo tornaba inevitable para algunos entre los que me incluía.
Y Neblina -el flaquito de a la vuelta que se prendía en las escondidas, la guerra, el hoyo pelota, pero nunca en el fútbol- apareció con una número cinco nuevita con todos los cascos hexa y pentagonales tan blancos como su flequilluda cabeza. Ahí nomás dejamos a un costado, humillada, mi número tres de cascos rectangulares rojos y azules como de gamuza, claro indicador del poder adquisitivo de mi viejo.

Todo iba bien hasta que apareció el Gringo, de varios años más que nosotros. Cada vez que recibía la pelota tardaba en devolverla, porque quería demostrar esa dudosa habilidad de los prepotentes. Hasta violaba el círculo con alguna gambeta fuera de contexto entre desganadas piernas que no oponían resistencia esperando que de una vez pase el trago para seguir con el cansino circo de jueguitos suaves y toques.
Pero el Gringo estaba decidido a hacer de aquella mañana su jornada de gala con la pelota nueva, inmaculada. Al fin, cansado de tanto pará, basta che, tocala, morfón, consideró rematar su actuación con una chilena para que se vaya lejos, con la intención de fastidiar el grupo yéndola a buscar al otro lado del zanjón.
Pero Neblina, asustado como estaba, no quería más que llevarse su esférico para mimarlo un rato más en solitario en su casa. No sé si el Gringo lo hizo adrede o si confundió la blancura de la pelota con la redonda testa de Neblina, pero el impacto fue entre ceja y ceja.
Sangre y llanto. La pelota apoyada en la cintura y defendida con el brazo izquierdo. Y a casa. Y el Gringo a la velocidad del rayo. Y nosotros a jugar con la redimida número tres.

Neblina no apareció más por las Dos Rutas. Su familia se mudó. Les empezó a ir bien, se compraron una casa.

Habrán pasado diez años... El estadio no cambió mucho. Nosotros sí. No fuimos pocos los que lo vimos llegar. No había neblina ni era de mañana. Ni se parecía a aquel flaquito lamentable el grandulón con músculos hasta en la oreja que traía la pelota blanca entre el brazo y la cintura. Era casi tan ancho como alto. Ante la vista de todos, que casi casi paramos el partido, el tipo de la cicatriz en la frente -con corte y forma schwarzenegger- saludó sólo levantando la mano, apoyó la pelota contra el arco y empezó a trotar alrededor de la cancha con la concentración que lo hacía el cabezón Sánchez. Movimientos gimnásticos que desdecían su férrea arquitectura hacían ver que Neblina había vuelto para la revancha. Metía miedo. Aunque el Gringo no estaba porque ya era un muchacho de esos que tenían un trabajo decente en la fábrica, Neblina se quería redimir con el resto.

En el segundo tiempo se hizo un hueco y entró. Sacaron y se la dieron. Nadie se acercaba a marcarlo. Con gesto de gladiador cubierto de sudor se acercó al área. Los rivales se gritaban pero no se le acercaban intentando evitar una muerte prematura. Levantó la vista, midió el arco y pateó. El arquero, que se aovilló, gritando una futbolera plegaria de piedad, nunca vio que la pelota salió a cinco metros del arco. Era más fácil hacerlo que errarlo. ¡Vamos, Neblina!, le gritaron pensando que estaba frío y por eso marró. Sacaron desde el fondo para Marcelito. Neblina, que hacía pressing, salió a marcarlo. Marcelito me la da y Neblina se me vino encima como una tromba. No sé cómo lo esquive, pero cuando abrí los ojos, ya se había repuesto y estaba otra vez enfrente mío. Los valientes de mis compañeros estaban a quince metros por lo menos, por si las moscas. No me quedó otra, lo encaré y se comió un caño. Mientras iba elaborando mi genialidad esperaba la artera patada de atrás que nunca llegó.

En síntesis, Neblina jugaba horrible. Le fuimos perdiendo el miedo, pero él jamás perdía la paciencia mientras se comía caños y sombreritos varios. Pero nunca, nunca pegó una patada o hizo valer su impresionante físico.
Ahí estuvo su venganza, esa que estaba grabada en su frente con los tapones del Gringo. Venganza que consistió en mostrar que cada músculo marcado era un paquete de ternura. Que bajo su apariencia de guardaespaldas asesino estaba el pibito que tuvo que dejar de jugar hace tiempo, cuando su cabeza fue pelota, el mismo pibito que quiso redimirse en una tarde con goles que le fueron esquivos. Al revés que las palmadas en los hombros al terminar el partido.
Esas que le dejaron una marca más profunda que la bestialidad del Gringo.

6 comentarios:

SIL dijo...

Auto-conminada a no pecar de exceso... le cuento aquí que ya he vertido comentario ¡más! que extenso en SUS APUNTES.

:)

Anónimo dijo...

futbolero o no, este relato deja bien claro que con fuerza y garra podemos disipar cualquier neblina, gambetear los malos ratos de la vida y salir victoriosos o al menos relajados de tantos penales en contra mal cobrados que hay dando vuelta hoy en día.
genial Oso!
Un abrazo!

Netomancia dijo...

Tarde, pero seguro. Oso, flor de relato. De esos que ya sabés, tanto me gustan. Con el ayer a cuestas, la niñez a flor de piel y esas historias de gente que tanto nos llegan. Neblina es de esos que teniendo todo para comerse el mundo crudo, optan por ir por la vereda de la humildad y la bonanza. Cuántos neblinas se harían falta para hacer un mundo mejor. Genial el relato, de esos que te dejan una sonrisa en el rostro por un largo rato.
Un abrazo!!!

mariarosa dijo...

Muy buen relato.
Ese neblina era un pompon de azúcar, no nació para futbolero, nació para ser amigo.

mariarosa

Felipe R. Avila dijo...

Genial, ¡grandioso relato,amigazo!
Me encantó la frase:
"Un reducido stonehenge de entusiastas",
referido al círculo de pibes que se pasan la pelota "precalentando" antes del juego...¡genio!
Che, me quedaron ganas de ir a buscarlo al Gringo o al menos darle una patada a la altura de la tibia,
para que sienta algo...
¿sabés la cantidad de "gringos" que uno ha visto cuando jugaba?Esos tipos fanfarrones que se morfan la pelota y a lo sumo tiran el centro, como si jugaran solos,
sin mirar a nadie...
Excelente relato.

el oso dijo...

SIL:
A su lectura me remito...

DIEGUITO:
Cuántas veces nos convencimos de que ganar era más importante que todo. Cuando vemos que uno que puede ganar prefiere abrazar, nos hace de goma.

NETO:
Como decía antes, Neblina dio una lección que de alguna forma pervive.

MARIAROSA:
Como muchos de nosotros, que después optamos por otra cosa.

FELIPAO:
No te hagás problema que el Gringo la ligó más que suficiente, palabra de Oso. Pero que los hay, los hay...

Abrazos y agradecimientos varios.