martes, 13 de julio de 2010

Pampero

Siempre decía que un día me iría del pueblo hasta que lo hice. Todas las mañanas me repetía frente al espejo la misma frase, casi como un mantra espiritual: “Me tengo que ir, aquí nunca pasa nada...”.
El poblado se extendía a lo largo de la llanura y estaba bañado por un arroyo discreto pero bastante rumoroso. Al menos así es como lo recuerdo...

¿Qué será de sus costas ahora que mi pasos se producen a millones de kilómetros entre capas gaseosas y atmósferas desconocidas?
Aunque creo que ya nadie me recordará, siento en mis entrañas que les debo unas disculpas a todos mis vecinos del pueblo dónde yo creía que nunca pasaba nada....

Mi infancia pasó desapercibida para mi padre y mi madre, el arroyo, el campo y los caballos eran moneda corriente en mis horas de diversión lejos del colegio y sus absurdos presbíteros vestidos de negro y repletos de mentiras para contarnos.
Mis días se sucedían sin alteración alguna que indicara que años más adelante yo sería uno de los primeros hombres que pisaría el suelo de Titán.

En el mismo momento en que la sonda espacial Cassini obtuvo los datos reveladores acerca de este satélite, el “tic tac” de mi reloj se bloqueó mientras yo cabalgaba frenéticamente próximo a las instalaciones que la NASA había construido años atrás en la llanura pampeana.
Detuve mi avance y dejé amarrado al “Pampero”, mi fiel compañero equino, en uno de los postes del alambrado que delimitaba el acceso a los inmensos galpones industriales con los que ahora me enfrentaba.
Quizás fue un golpe de suerte o una rotación de turnos de vigilancia lo que permitió, en ese instante, que pudiera ingresar al recinto sin que nadie notara mi presencia. De cualquier modo, igual creo que hoy ya no importa mucho ese mísero detalle...

La nave blanca y luminosa que me transportó hasta Titán llevaba un escudo precioso que me deleitó desde el primer momento en que lo vi. Era un triángulo perfecto, pintado con trazas de colores metalizados que poco a poco iban conformando la silueta de un caballo. Sin dudarlo, supuse que eso era un buen presagio; de alguna manera pensé, el “Pampero” se había colado conmigo dentro de las instalaciones.
El resto sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Sentí un fogonazo que me rozó los oídos, luego unas sirenas y un llamado feroz en un idioma que yo no conocía del todo bien pero que intuía brutal. Corrí desesperado e ingresé por la primera puerta que encontré abierta que justamente estaba ubicada debajo de ese maravilloso escudo que enarbolaba la nave.
El conteo inicial no se detuvo y pude deducir que era un descenso numérico. Lo poco que sabía de inglés me lo había enseñado Don Rubén, el almacenero de la estación de trenes, y sólo eran un par de frases de presentación y los primeros diez números.
Creo que al entrar en la nave iban por el número cuatro, lo próximo que recuerdo es un golpe seco en mi cabeza y un despertar confuso y silencioso frente a un mar de estrellas.

¡Y yo que decía que en mi pueblo nunca pasaba nada! ¡Ayyyy “Pampero” mío si vieras esto te dormirías de aburrimiento!
Miles y miles de puntos brillantes me iluminan la frente que apenas asoma por la estrecha ventanilla desde donde observo mi travesía. Los controles de la nave se manejaron solos durante todo el viaje y una voz que no llegaba a distinguir no dejaba de repetir frases y saludos que nunca me molesté en contestar; además estaban en inglés y ese idioma no es mi fuerte.

Luego vino Titán y sus radiantes suelos cargados de gases y líquidos completamente extraños. Supe que este satélite se llamaba así porque entre la infinidad de pantallas que titilaban en los tableros de mi nave una en particular me llamó la atención. Era muy pequeña y tenía un dibujo de un planeta circular celeste señalado como “Tierra” y otra esfera, próxima a un punto indicado como “Saturno”, que rezaba “Destination: Titan”.
Cuando la nave aterrizó este puntito de la pantalla se encendió y desde ese momento deduje que ese lugar sería mi nuevo hogar.

Ahora camino frente a un arroyo que fluye bajo unas extensas capas de hielo, pero pese a todo puedo ver como el agua corre mansamente por sus entrañas. El silencio es abrumador y cuando pienso en mi pueblo y en el “Pampero” amarrado al poste y sin alimento se me estremece el pecho ferozmente.
No sé que haré de mi vida de aquí en adelante, de momento sólo me dedico a escribir mis memorias en este cuaderno azul que encontré en la nave. Espero que algún día se acerque a mi esa extraña figura que me vigila desde lo lejos para poder contarle mis tristes relatos, mis recuerdos del pueblo, mis aventuras con el “Pampero”, el color de la llanura cuando el sol se ocultaba, la sonrisa de las chicas de la plaza del centro....

En fin; y yo que decía que en mi pueblo nunca pasaba nada...
¡¡¡Ahhh “Pampero” mío si vieras esto te dormirías de aburrimiento!

10 comentarios:

SIL dijo...

Es enternecedor.
Inserto en un cuadro de ficción, el relato transmite con mucha fuerza cuánto se extraña lo que amamos, cuando ya no lo tenemos.
Cuando estamos lejos, sin importar las circunstancias,
¡cómo cambia la visión de nuestras cosas, de nuestro nido, de nuestro origen, de nuestro primicial entorno,
cuando tomamos distancia...!

Aleccionador y hermoso, Diego.
Beso grande

SIL

gustavo dijo...

Buen relato. Abrazo

Con tinta violeta dijo...

Me gusta Diego. Es una historia del mas allá contada con la ternura y la nostalgia del mas acá. Uno se siente identificado con la experiencia del protagonista, ya que quien mas y quién menos todos hemos salido de un lugar y ahora vivimos en otro...y recordamos con nostalgia lo que sentimos mas nuestro...
Y también se siente la soledad aterradora en un mundo inhóspito.
Abrazos!!!

Anónimo dijo...

Gracias Sil, la verdad que uno nunca sabe bien por donde salen las palabras, pero seguro que vienen de los viajes mentales que uno hace de un lado al otro del globo no? jeje.
Gracias Gustavo por pasarte por acá.
Tinta, como muy bien lo decís, creo que todos vivimos en lugares que nunca son los nuestros, pero eso no tiene porque ser malo ni extraño, al contrario, alejarnos de los "nidos" no deja ver con claridad cómo funcionan y se contruyen los mismos para poder así valorarlos y criticarlos correctamente. Una vez le preguntaban a Stephen Hawkings porqué seguir explorando el espacio? Y el respondía, no hay otra manera mejor de valorar la vida que contrastándola con otros tipos de vida, con otros entornos, alejarnos para ver mejor...
Saludos a todos!

Emiliano Pardavila dijo...

me gusto el cuento...es dinamico y entretenido
salud y buena suerte

Felipe R. Avila dijo...

¡Qué hermoso relato,Diego!
Es tan atrapante que no importa la lógica del astronauta a la fuerza, ni sus desconocimientos tan nuestros(total, "lo atamos con alambre" y seguimos).
La figura del astronauta argentino que piensa acongojado en su potro, en si va a ser atendido... es excelente.
Y lo que mas me gustó: ese parrafito donde deslizás que el astronauta está siendo observado con curiosidad por unas formas de vida "titánicas", diríamos,¿no?
Bueno, qué más?
Lo voy a releer con música de Invisible, de fondo.
Abrazo.
F

Netomancia dijo...

Diego, que gran cuento. La forma en la que este hombre se topa con esa realidad tan distante de lo que conocía como vida, está muy bien narrada. Me quedo pensando en Pampero, amarrado a ese poste, esperando por el regreso de su dueño, mirando hacia todas partes, aguardando...
Un abrazo!

Anónimo dijo...

Gracias Felipito y Neto, siempre firmes como el gran Pampero! jeje abrazos!

mariarosa dijo...

¡¡Muy buen cuento!!

La curiosidad nos lleva por caminos desconocidos y a veces desgraciadamente no nos trae de vuelta. original historia, me recordate mis tiempos de comerme las uñas leyendo a Bradbury. Felicitaciones.

mariarosa

el oso dijo...

Hermoso relato, Diego, esa mezcla de pampa perenne con futuro interestelar me mata.
Me imagino al gauchazo tratando de encontrar huellas en Titán.
Una maravilla.
Abrazo