jueves, 16 de diciembre de 2010

Un mundo mordaz

De profesión fusilador. De 8 a 12 para el pelotón quince y de 16 a 20 para el pelotón especial, al que llevaban los sobrevivientes de las rondas comunes. Sucedía que escaseaban las municiones y a veces repartían balas de salva a los pelotones. En algunas ocasiones, los condenados se morían del susto, pero no siempre era así.
Un trabajo agotador, por más que su mujer le recriminara siempre que lo único que debía hacer era ponerse el fusil al hombro y disparar. Ella no comprendía. Odiaba que comparada su trabajo con las tareas del hogar, pero se resignaba, era mujer y podía esperar cualquier cosa.
Dado que el país estaba en ebullición, había surgido la posiblidad de hacer horas extras, así que la última semana no había regresado a su casa al mediodía. Eso hacía que al llegar de noche, su mujer le reprochara un montón de cosas juntas, ya que acumulaba lo de la mañana y la tarde.
Fingía escucharla, pero no lo hacía. Siempre lo mismo, que la chaqueta recién lavada ya manchada de sangre, que el portabalas de cuero que le había regalado su mamá se había raspado con algo, que el casco estaba abollado...
Asentía con la cabeza, pero en realidad era un acto reflejo. Como la vez que le recriminó haber fusilado a Giménez, el de la vuelta. ¿Acaso el podía decidir a quién le disparaba y a quién no? Pero ella había estado casi un mes recordándole que la cortadora de césped había quedado en la casa de Giménez, que al menos antes de haber disparado le tendría que haber advertido ese detalle, para que el condenado llamase a su casa y ordenara devolver la máquina.
Aquello había colmado su paciencia. No le echaba la culpa a Giménez por repartir panfletos a favor de la libertad de expresión, no, le echaba en cara a él, el que traía el pan a casa, de la muerte de vecino. ¡Cómo si la cortadora de césped la hubiera pagado ella!
Pero había algo que lograba molestarlo incluso más que cuando lo recriminaba. Y ese algo eran las ocasiones en que su mujer invitaba a los padres a comer a casa. No por el hecho de compartir una comida, sino porque no faltaba oportunidad en la que su suegro le pidiera que fueran al patio a dispararle a las botellas, para recrear ese acto tan patriótico que era el fusilar a los idealistas y revolucionarios. Por supuesto, debía ceder y dedicar una hora del día de descanso (con seguridad) a destruir botellas.
Cada día la soportaba menos. Así que esa semana de horas extras, además de permitirse ganar unos pesos más, que no venían mal, ideó un plan en los momentos de descanso. Sabía que en el pabellón siete se guardaban las evidencias incautadas a los apresados. Con una excusa logró meterse y sacar algunos panfletos.
Por la noche, estando en la cama, le pidió a su mujer si le hacía el favor de llevar a la mañana unos sobres al correo. Son los formularios para pedir un crédito y comprarte una cocina nueva, le mintió.
Sabiendo que su mujer saldría después de ver el programa de cocina en la tele, es decir, luego de las diez de la mañana, esperó hasta esa hora para telefonear desde su trabajo al comando policial más cercano, para hacer una denuncia anónima. Por suerte lo atendieron rápido, dado que lo estaban llamando para fusilar a dos panaderos que llevaban bizcochos a un centro clandestino de refugiados políticos.
No le sorprendió ese mediodía al regresar a su casa, no encontrar a su mujer. Comió tranquilamente unos bifes con cebolla y luego se acostó a dormir la siesta. Para las cuatro menos cuarto, ya estaba bañado y afeitado, aguardando en la vereda el paso del colectivo militar que lo llevaba a diario hasta su puesto de trabajo.
Hizo tres rondas de fusilamiento antes de toparse con su mujer. Allí estaba, con los ojos vendados, apoyada contra la pared salpicada de balazos, ignorando que él se encontraba enfrente, esperando el momento de llevar su fusil al hombro.
Se la notaba tensa y no dejaba de repetir que era inocente. Todo menos eso, se decía mentalmente mientras cargaba el arma.
- Che, Altamirano - le dijo otro de los fusiladores - ¿No es parecida a tu mujer esa mina?
- ¿Cuál? ¿La que vamos a hacer cagar ahora? No, estás en pedo.
- La pucha che, que me había parecido. Imaginate, que tu mujer estuviera en algo raro y te tocara justo a vos mandarla al otro lado.
- No me hagás reír Lozano - dijo el hombre de profesión fusilador, con el arma ya preparada - que esos milagros solo deben pasar en las películas.
Y feliz como un niño, se ganó el pan del día.

10 comentarios:

SIL dijo...

Altamirano cumplió el sueño del pibe...
Es raro este relato.
Me hizo reír todo el tiempo, pero es espantoso. Es espantosamente raro.

Fusilar a una esposa es un pensamiento que ha pasado por la mente de cualquier marido tipo- o tipo...

En esas circunstancias, no corresponde que yo siga plasmando comentarios socarrones, dado que el marco en que se desarrolla esta historia es muy cruel.

:P

Un abrazo Netuzz.
Felipe no va a estar de acuerdo, pero a mí me causó gracia, que querés que te diga, la situación es desopilante.

SIL

Felipe R. Avila dijo...

Y bueno,Sil,si a usted le hace reir...
¡jojojojo!
Esta Sil...


La verdad que este cuento Netomagno, te reconcilia con tus lectores.Mordaz,irónico,desatento,
odioso relato, hermoso por donde se lo mire.Hurga en la desquisiada mentalidad de un hijoputa como hay muchos, que dice: "ah,no, yo lo hice obedeciendo órdenes",o "lo hice por la patria"...O aún peor:"es mi trabajo"
...Vamos!...

Felipe R. Avila dijo...

perdón, desquiCiada mentalidad...

Con tinta violeta dijo...

¡Vaya, ¿que pasa? ¿Vuelve Netomancia "por Navidad" a sus costumbres sangrientas?
Buen relato, duro e irónico. No se puede escudar en la "obediencia debida"...eso es premeditación y alevosía...ja!
Pero como estamos cerca del espíritu navideño, vamos a dejar aparcado a un lado la polémica entre hombres/mujeres, etc,etc...
Abrazos!!

gamar dijo...

El trabajo es lo primero.

Netomancia dijo...

Doña Sil, esa descripción me gusta: espantosamente raro. Tiene mucho de irónico, pero no solamente en cuanto a la relación entre el marido y la mujer, sino todo el entorno. Una sociedad que realmente asusta. Saludos!

Don Felipe, me reconcilia con usted jaja. Bueno, usted pedía, yo cumplo. Nada mejor que sangre y personajes retorcidos! Ahh que bien que se siente. Gracias! Un abrazo!

Doña Tinta, vuelvo, vuelvo! Pedí como regalo justamente eso, sangre y nuevas historias truculentas! Jaja. Gracias! Saludos!

Don Gamar, ud lo ha dicho! Saludos!!

La Novia dijo...

Ahhhh, tenías dos blogs!!!!!!!

El vecino, dos panaderos y su propia charalatana e insatisfecha esposa... Eso es amor al trabajo, jejeje...

Macabro, me encantó!!!!!!

gustavo dijo...

Amigo, sensación ambivalente la que sentí a leer tu muy buen cuento, por un lado me reí como loco, por el otro sentí un saborcito amargo porque eso no está tan alejado de la realidad que nos tocó vivir. Abrazo. Que pases muy felices fiestas.

Javier Muñiz dijo...

Hola, bello blog, preciosas entradas,te encontré en un blog común,si te gusta la poesía te invito al mio,será un placer,es,
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
muchas gracias, buen día, besos.

el oso dijo...

Coincido en lo extraño del relato, pero no por eso menos intenso.
Haré una reinterpretación interrogativa de los redondos?
¿No lo soñe?

Abrazos