jueves, 22 de diciembre de 2011

El inventor

El pequeño Juani era el diablillo de la cuadra pero al mismo tiempo, era el discípulo más avispado del viejo Cañeras. De barba prominente y anteojos hechos en cobre, Cañeras era más que un inventor. Era una eminencia caída en la indiferencia.
Entre sus cacharros oxidados, de los cuales alguna que otra vez, uno servía para algo, se escondían reliquias de los tiempos en que el Consejo Superior acudía a él para afrontar las dificultades del mundo moderno. Sus proyectos habían ayudado a la comunidad. Pero su único fracaso lo había condenado al olvido.
El mundo lo había borrado del mapa y ahora subsistía reparando cacharros de otros. Las reliquias seguían siendo eso y Juani lo sabía. Como también sabía que el error del viejo había sido enseñarles a los hombres y mujeres que la muerte le era común a todos.
Aquel desafortunado invento, que de lejos parecía un reloj de pie, también descansaba en el depósito entre hojalatas y repuestos. Lo que nadie sabía era que Juani lo había puesto en marcha y cada día lo arrimaba a la ventana, apuntando a la gente que pasaba por el lugar.
Sonreía en silencio, mientras tomaba nota del día de la muerte de cada uno. Con sorna luego escribiría una breve esquela y la enviaría en cada caso a quién correspondía el día anterior a su deceso.
El viejo Cañeras, su abuelo, nunca lo sabría.

2 comentarios:

SIL dijo...

No hay genio que no pegue una derrapada, ni travesura sin riesgo.

La idea del elemento siniestro en medio del relato es genial, el protagonismo se corre de la persona a la cosa, como mágicamente.


Abrazo grande.


SIL

Con tinta violeta dijo...

No quieto ni pensar cuando lo descubra...
Vaya con el inventito! y con el diablillo!
besos