viernes, 5 de abril de 2013

Del rebote de las piedras

De chiquito había descubierto, de casualidad, que las piedras podían rebotar en el agua. Se necesitaba práctica, pero era posible. Ya más grande, se dedicó a estudiar el fenómeno. Años enteros encerrado en laboratorios y oficinas, junto a otros catedráticos, evaluando y descartando hipótesis.
El peso, la velocidad, la fuerza, la distancia, el ángulo, la caída, el impacto. Años y años. Mecánica de fluídos, física, matemática... Tantas veces había experimentado el lanzamiento, batido marcas, estudiado por horas el hecho en cámara lenta en gigantescas pantallas de video, que aquello más que un estudio científico parecía una obsesión.
Una mañana amaneció viejo, achacado. Se había hecho construir la casa a orilla de un lago, en las afueras de la ciudad. Caminó bajo el primer sol de la mañana, a paso lento. Dejó que el agua mojara sus pantuflas. Se agachó, tomó una piedra y tanteó el peso. Giró su brazo, buscó el ángulo y la lanzó. La piedra hizo un rebote, luego otro y otro, y otro, y otro. La perdió de vista, sabiendo que seguiría saltando sobre el agua hasta llegar al otro lado de la orilla. El movimiento podía ser eterno, si las condiciones se prestaban.
Suspiró y dejó escapar el aire. En esa piedra y en todas las demás, se había ido su vida. De rebote en rebote, sin mirar atrás. Esa era su conclusión, esa era su tésis final.

1 comentario:

SIL dijo...

Buenísima analogía, Netito.

Seguramente, después de tantos rebotes, se hundió...




Abrazo grande.



SIL