La manía de Augusto por los relojes comenzó a los veinte años.
Algunos le decían que lo suyo era una adicción. Otros, que era un
impulsivo con tendencia por esos artefactos. Sin embargo, la verdad era
otra.
No lo hacía por hobby ni mucho menos, como una excentricidad.
Augusto
sintió desde siempre que el tiempo lo apremiaba. Las horas de cursado
en la facultad, las horas de estudio posterior en su departamento, el
gimnasio, el fútbol con los amigos, las comidas con la familia, las
salidas con la novia, los paseos, ir al cine... había mil cosas y solo
veinticuatro horas por día.
El primer reloj que compró fue un
Casio con segundero y resistente al agua. A los pocos días inició una
colección sin precedentes, comprando relojes en la misma medida que
juntaba el dinero. Al día de hoy, a quince años de aquel Casio, cuenta
en su haber con más de doce mil trescientos treinta relojes.
Algunos
los lleva puesto, otros están en su departamento de siempre. Suelen
estar desparramados por todas partes, incluso dentro de la heladera o
del lavarropas. Dos novias lo dejaron por considerar que aquello podía
ser el comienzo de alguna rara patología o demencia. Augusto no se
inmutó.
Cuando le preguntan, encoge los hombros. No habla mucho
del tema y es reacio a mostrarlos, salvo, claro, cuando alguien lo
visita a su morada. Las explicaciones son exiguas, casi arrancadas por
la insistencia.
El día sigue teniendo veinticuatro horas, pero
Augusto tiene todo el tiempo del mundo atrapado en sus relojes, como si
se tratase de un carcelero que hace justicia en nombre de todos.
O al menos, eso cree, pobre Augusto. Aunque de eso no habla mucho.
Freddie y el futuro
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Hace 4 meses
3 comentarios:
Por lo menos él tiene la ilusión. Muchos, ni eso!
Abrazo
el unico recurso no renovable.. el tiempo
Creo que le falta intriga t le sobra tiempo.
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