Olvidado en una parada de colectivos, yacía un paraguas. Enorme, negro, con las guías de metal desviadas y herrumbradas por el óxido.
Era una carta de despedida tras un aguacero repentino, cuyo autor anónimo había desaparecido con el retorno del sol. En sus huellas se leía una tristeza lejana, quizá un amor no correspondido o un perdón nunca otorgado.
Hasta que pasó un mendigo que lo tomó sin miedo y con soltura lo extendió al cielo, posándolo sobre sus hombros y emprendiendo el camino de la nada, que es ese que recorren los que van por la vida con lo poco que tienen y una sonrisa a sus anchas.
Freddie y el futuro
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Hace 4 meses
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