Tengo la tristeza atragantada. Es la vida la que duele, es la vida 
la que nos hace caminar por caminos repletos de brasas, con el único fin
 de sonreír. Es perversa y cruel. Sabe cuando regalar alegrías, para 
luego quitárnoslas. Conoce los momentos en que estamos con las defensas 
bajas, para asestarnos el puñal. Se mofa con nuestros fracasos, nos 
induce a la equivocación, nos lleva de la mano a confrontar el pasado, a
 descreer del futuro, a ser inútiles en el presente. 
Las 
lágrimas que caen son el sudor de esa vida, de ese desgaste paulatino de
 nuestros días, esa suma de sentimientos y sufrimientos, de momentos 
encontrados. Nos pone de rodillas, sin piedad. Nos castiga en las partes
 que más nos duelen y disfruta de ello. A muchos nos vence, nos hace 
abandonar. A otros, solo nos demora, nos detiene. Es un viento
 en contramano que sopla con fuerza, queriendo arrojarnos al barranco. 
Pero también espera otra cosa. Espera que le echemos la culpa y nos 
creamos con eso convencidos de esa realidad. Sin embargo, es ahí donde 
podemos salir victoriosos, alejándonos de ese camino con tanto viento y 
buscando otros, donde lo que sople sea una brisa y donde las lágrimas 
duelan menos. Es ahí donde en lugar de avanzar con la cabeza gacha, 
debemos levantar la vista y optar la dirección a seguir. O seguimos 
chocando contra el mismo dios una y otra vez, hasta estallar en pedazos,
 o nos arriesgamos a otros peligros, pero nuevos, aún con la llama de 
esperanza necesaria para que nuestro fuego no se extinga.
Solo
 así, la tristeza trocará en felicidad o al menos, tendremos la 
posibilidad de comprobarlo. Culpando a la vida, solo logramos culparnos 
ante un juez que no existe más allá de nuestra imaginación. 
Afrontándola, daremos batalla.
La sabia sorda
 lo dijo, esperando ser escuchada, porque ella misma no lo hace. 
2 comentarios:
Pero hay gente que lo lee, y se anima para llevarlo a cabo.
Abrazo grandísimo, Netito.
SIL
Hay algo peor: no escuchar a la sabia.
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