martes, 8 de abril de 2008

El descuido de la muerte

Y de repente miré mis manos y las noté viejas, arruinadas, resecas por el tiempo, marcadas por la vida.
Te busqué a mi alrededor y me di cuenta que no estabas y por más que llamara, no respondías a mis gritos.
Intenté ponerme de pié, pero algo me lo impedía. Supuse que la silla de ruedas al lado de la cama tenía algo que ver.
Quise romperme a llorar, pero las fuerzas me habían abandonado. Un silbido de aire ronco era lo único que salía de mi interior.
Mi vista no encontraba almanaque alguno en las paredes, y si lo estuviese, no me iba a mentir, tampoco lograría verlo.
Apelé a mi cordura, pero también la supe ausente. Busqué en mi memoria y ya casi no quedaba nada.
Me preguntaba, a que se debía mi sufrir, cuántas horas más debía purgar la condena de existir.
Y fue entonces cuando la muerte se apiadó y pidiéndome disculpas por haberse olvidado de mí, me vino a buscar.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Terriblemente verdadero, dolorosamente real.
Una descripción exacta de los últimos momentos, del abandono rozándonos los talones… muy emotivo, y sirve , porque no, para reivindicar el derecho del ser humano a elegir su final ante el dolor de ciertas enfermedades.
Un texto muy convincente, si señor!

el oso dijo...

Menudo tema... Ese salto al vacío que nos hace diferente de otros bichos: sabemos que vamos a morir. Esto nos permite la angustia y nos invita a trascender. Aunque quizás sólo podamos trascender un poco la angustia.

DINOBAT dijo...

Y de repente te diste cuenta que para sentir aquello tenías que estar viva...

Anónimo dijo...

...la brisa de la muerte enamorada
que ronda como un ángel asesino...

necesito pensarla muy poéticamente, sino me sería demasiado cruel.

abrazos!!!

Gal dijo...

Puede que la muerte se haga una siestita si sabe que quien la espera es un violador, un represor o un corrupto.