martes, 21 de septiembre de 2010

En primavera las flores no son más que ideales perdidos

Te acordás de cuando recorríamos el barrio vendiendo rifas que nunca sorteaban, de las veces que nos corrieron pidiéndonos que les devolviéramos la plata, de las risas entre los matorrales y alguna que otra lágrima al tropezar con las ortigas.
Te acordás de las tardes gritándoles piropos a las chicas desde la vereda del otro lado de la escuela, de las frases que inventábamos para sacarles una sonrisa, de esas veces que nos respondían con un insulto mientras los dos reíamos.
Te acordás de los días de calor, jugando a ser Maradona en los campitos del ferrocarril, pisando la pelota, tirándola a la zanja y a veces hasta por encima del tapial de algún vecino malhumorado. Y sin embargo, cuánta alegría.
Y cuando en primavera íbamos a los campings y entre cerveza y cerveza les robábamos una sonrisa y más de un beso a alguna chica, cómplices ambos para alertarnos si la chica en cuestión tenía novio y éste merodeaba cerca.
Soñábamos entonces con el futuro y que distinto era. Pensábamos que todo estaba comprado y sin embargo evítamos hablar de nuestros temores. Y ahora ves, buscándote entre tanto ajetreo, calles mundanas y almas indiferentes.
Llevo un papel garabateado por tu mano, encerrado en un sobre y enviado por correo. Guarda el aspecto de los años, del ayer nunca olvidado, del miedo a este viaje, del saberte distinto. Cuántas primaveras han pasado, cuántos kilómetros nos han distanciado.
Y el tiempo. Ese tirano enemigo que nos aleja más que las distancias. Estoy en tu puerta y no me animo a golpear. Es que acaso temo no encontrarte. O quizá peor. Encontrarte y no reconocerte. Todos cambiamos y a veces permutamos los sueños por comodidades, dejamos atrás los ideales por cuestiones prácticas e insistimos en dejarnos llevar.
Tanto, que a veces nos dejamos arrastrar. Nos perdemos en el torrente de la vida, nos diluimos en ella hasta no reconocernos al mirarnos al espejo. Estoy en tu puerta y sigo sin golpear. Aquellos días felices, aquel mundo donde fuimos casi hermanos, esas primaveras que ya nunca más volvieron...
Vuelvo a guardar el papel en el bolsillo, como cada año y regreso por la vereda que tantas veces transité sin que lo sepas. Me encamino a la estación de ferrocarril, para regresar al ayer. Para prometerme en vano, ya no volver.

5 comentarios:

el oso dijo...

Los recuerdos nos laceran cuando los queremos (o necesitamos) revivir. Son puñales de caramelo cristalizado, chupetín que ya no lameremos.
Un bello relato, Neto, con esa dolorosa ternura de contar lo que ya no volverá.

Ah, felicitaciones por el premio (va a tener que agrandar la repisa, che)
Abrazo enorme

Con tinta violeta dijo...

¡Cuanta ternura y a la vez que dosis de realidad! Es una descripción conmovedora de esa sensación que experimentamos al encontrar a alguien de la infancia y materializarse en un instante todos los recuerdos, la distancia, los cambios en la vida de cada uno...
Que infinita nostalgia de un tiempo que fue y nunca será!
Abrazos!!!

SIL dijo...

Y el tiempo. Ese tirano enemigo que nos aleja más que las distancias...

Esas dos frases subliman el texto.
Qué manera de tirar a matar, che!

Great, Netuzz


ABRAZO ENORME

SIL

Netomancia dijo...

Don Oso, buenas analogías con los caramelos, no le queda algún caramelo de leche que le haya quitado a sus alumnos? Muchas gracias!!!! Ahhhhhhhh no lo saludé, el otro día fue el día del profesor!!!!!!!!!!! Muy mal lo mío!

Doña Tinta, así es, es parte del pasado y no vuelve, como todo lo que añoramos. Muchas gracias! Saludos!

Doña Sil, estoy como Palermo, disparo cada vez que veo el hueco jaja. Muchas gracias! Saludos!

Anónimo dijo...

me aflojaste el lagrimal Netito, la realidad es un sapo en la cara dijo Cortázar, y a veces por más que duela y nos cueste tragarla, no hay más vuelta que esa...
El tiempo, las edades, y el paso del calendario nos aleja a todos un poco, menos mal que tenemos estos relatos para encontrarnos siempre y emocionarnos!!!
abrazos!