Raquel, María, Porota, la Negra, la de la otra esquina, Miriam, Esther, Maruja, Anabel y cuántas más, me oís, cuántas más y eso que solo te nombro las del barrio, que no te enumero las del otro lado de la avenida, porque si empiezo con aquel lado no paro más, y viste algún cambio, viste alguno, no, ninguno, si pareciera que cuando hablamos lo hacemos con la pared, nadie escucha, nadie dice nada, nadie hace nada, si parece que fuera que habláramos con una pared…
- ¿Y qué opina doctor? Todo el día hablando sola, la mirada en los ladrillos.
- Un caso severo sin dudas. ¿Motivo del encierro?
- Descuartizó al marido. Alegó que abusaba de ella y de la hija en común. Y también menciona a otras mujeres. Pero qué quiere que le diga, en el barrio nadie habla y de la nena no se sabe nada.
- No reniegue, aplíquele algo, a ver si olvida.
miércoles, 5 de agosto de 2015
Paredes
sábado, 18 de julio de 2015
Un sacrificio aceptable
Se veían poco, pero el día del amigo se juntaban para tomarse una cerveza. Ya habían cruzado la barrera de los treinta y las pequeñas tradiciones cobraban una mayor dimensión. Podían reprocharse muchas cosas, pero no la falta de interés por ese encuentro anual.
Pero este año no estaba el Gordo. Parecía mentira que un año antes se estuvieran riendo de sus ocurrencias y ahora era tan solo una imagen en forma de recuerdos. Por eso, aquella noche la cerveza parecía tener menos sabor, como las frases naufragaban en cada diálogo y las sonrisas carecían del brillo de otras veces.
Llegado el momento de la despedida, las palabras de siempre no se pronunciaron. Ese "hasta el año que viene" fue omitido de manera tácita. Como si de repente entendieran que tan cerca está la muerte de la vida. Porque la vida es eso, repetir el pasado, celebrarlo, mantenerlo siempre fresco, porque de otra manera no habría manera de encarar lo desconocido. Y la muerte es aquello que lo quita.
Entonces es mejor seguir adelante, sin aferrarse a nada. Para no sufrir. Perderse en la sociedad como seres individuales, sin pasado, sin recuerdos, sin nadie a quién extrañar. El próximo día del amigo beberían una cerveza solos, sin poder recordar con quién compartían antes. Un sacrificio aceptable para engañar a la muerte. Para sobrevivir.
domingo, 7 de junio de 2015
El ciclo del olvido
Olvidado en una parada de colectivos, yacía un paraguas. Enorme, negro, con las guías de metal desviadas y herrumbradas por el óxido.
Era una carta de despedida tras un aguacero repentino, cuyo autor anónimo había desaparecido con el retorno del sol. En sus huellas se leía una tristeza lejana, quizá un amor no correspondido o un perdón nunca otorgado.
Hasta que pasó un mendigo que lo tomó sin miedo y con soltura lo extendió al cielo, posándolo sobre sus hombros y emprendiendo el camino de la nada, que es ese que recorren los que van por la vida con lo poco que tienen y una sonrisa a sus anchas.
viernes, 22 de mayo de 2015
martes, 19 de mayo de 2015
El eslabón perdido
Un día alguien golpeó a otro, que ofendido devolvió el golpe. Desde entonces la cadena nunca terminó. Así estamos.
viernes, 15 de mayo de 2015
Esa música...
Cierta música se colaba entre sus pensamientos. Levantó la vista, atento a la habitación. Nadie. La soledad, pero disfrazada de lo cotidiano. Por más que trató de volver a lo suyo, allí estaba esa música. No podía concentrarse. Dejó entonces la hoja de afeitar con la que ensayaba el corte en su muñeca y se dirigió a la ventana. Ahí observó a la responsable. Vieja calesita de antaño, abandonada, triste, solitaria. Cantando melodías como un fantasma, tratando de atraerlo lo antes posible para cabalgar sus derruidos ponys.
viernes, 8 de mayo de 2015
Dolores
Le dolía tanto la cabeza que no tuvo mejor idea que buscar un hacha y cortarla a la altura del cuello.
Ahora le sigue doliendo la cabeza y también el estómago, porque carente de boca para ingerir, su cuerpo espera en vano por un poco de comida.
sábado, 2 de mayo de 2015
La familiaridad de las cosas
Una luz cegadora inundó la ventana. Alicia, que transitaba la delgada línea que separa la vigilia del sueño acurrucada en el sillón del living de su casa, mientras en la pantalla del televisor transcurría una película de terror, se puso de pie sobresaltada.
Lo primero que vino a su mente fue la idea de un OVNI. La posibilidad de una nave extraterrestre sobrevolando su casa con el objetivo de abducirla no era ajena en sus pensamientos. Había visto decenas de películas donde aquello ocurría sin que nadie pudiera evitarlo.
Pero la luz no provenía desde el cielo. A pesar del haz que penetraba a través de la ventana, aun podía observar el firmamento oscuro colmado de estrellas. Con el corazón palpitando con la misma intensidad que una sierra eléctrica - como había visto en esa película donde unos jóvenes se perdían en un extraño pueblo - pudo detectar que el origen de la luz era más cercano y terrenal.
Recordó entonces ese film en el que el asesino usaba una macabra máscara blanca y perseguía a sus víctimas con un cuchillo. Tembló ante esa posibilidad, tratando de alejarse todo lo posible de la ventana.
De repente la luz se extinguió. La habitación quedó en penumbras, solo iluminada de tanto en tanto por los cambios que se sucedían en la pantalla plana del televisor.
Alicia buscó en vano el interruptor de la lámpara de techo en la pared que tenía a sus espaldas. Sabía que estaba en la pared opuesta. Podía escuchar la agitación de su cuerpo, el temblor de sus piernas e incluso, oler el sudor del miedo emanado por su piel.
Esperó en silencio que la luz retornara pero aquello no ocurrió. En cambio, la ventana devolvió simplemente oscuridad. Permaneció de pie contra la pared por horas, hasta que el amanecer trajo la tranquilidad de lo conocido.
Entumecida, fue acercándose poco a poco a la ventana. Afuera el paisaje era el habitual. Las cruces, las lápidas, los hierros retorcidos y más allá de las tumbas abiertas, los cadáveres por enterrar durante la mañana.
Un alivio recorrió su cuerpo. Nada como la familiaridad de las cosas para desterrar los miedos irracionales.
Cansada, se dejó caer en el sillón para dormir un par de horas. En el televisor daban otra de terror.
domingo, 19 de abril de 2015
Golazo
Empujó la pelota hacia delante superando el último defensor, el camino estaba libre, podía sentir la respiración de su marcador en la nuca, pero él era más veloz, el césped era una alfombra por la cual corría con alma y vida, podía sentir el corazón golpeando las paredes de su pecho mientras bombeaba sangre a cada rincón del cuerpo, el arco se iba agigantando más y más, la figura borrosa del arquero también fue haciéndose visible, pero sus ojos, ojos empañados por la agitación y el cansancio, solo miraban la pelota, esa que llevaba a los trancos delante suyo, con destino de gol, de gloria, de grito infinito. Entonces pateó con fuerza, para romper el arco y escuchar, cuál música divina, ese grito sagrado y el eco de su nombre, resonando en todo el estadio, en la garganta de los relatores, de los hinchas... - ¡Alejooooooooooooooo! De su madre furiosa, saliendo disparada como un misil hacia el patio, buscándolo a él, culpable absoluto de la ventana rota, de los vidrios dispersos, de la incompatibilidad angustiante entre sueño y realidad.
viernes, 10 de abril de 2015
Contra las cuerdas
Entró a su casa abatido. Nada de otro mundo, la rutina diaria para llegar a fin de mes.
Arrojó las herramientas en un rincón y se dejó caer en la silla. Estaba exhausto. La máquina de escribir aguardaba expectante en el extremo de la mesa. Una hoja a medio terminar se arqueaba sensualmente animándolo a acercarse.
En cambio, cerró los ojos y trató de abstraerse del universo. Solo logró intensificar el dolor de cabeza.
Abrió los ojos. Sintió angustia al ver la máquina y sin mediar palabra se fue a su habitación.
Podía sentir el fracaso de su oficio en manos de la necesidad de su profesión. El pan en la mesa contra el sueño de un iluso. El resultado se caía de maduro.
Aprovechó a dormir antes que llegaran su mujer y los chicos.
lunes, 6 de abril de 2015
Noticia vieja
Se puso a leer el diario y tuvo la inmediata sensación de estar leyendo algo que ya había leído. Efectivamente, al comprobar la fecha, era el día del día anterior. Se imaginó que el kioskero le había dejado por debajo de la puerta el diario de la víspera por error. Podía pasar. Le dio pereza, pero caminó las dos calles hasta el puestito de su conocido canillita.
- Pedro, me dio el diario de ayer - le dijo riendo, al llegar al puesto.
- ¿El de ayer? A ver... - estiró el brazo y miró la fecha en el papel - No, mire, es la fecha de hoy.
- Pero esto yo lo leí ayer.
- Imposible, es de hoy.
- Hoy es lunes.
- Si, y ahí dice lunes.
- Acá dice domingo.
- Lunes.
- Domingo.
- Fíjese, el título es "Racing define la punta del torneo"
- No, dice "Racing campeón en final apretado"
El hombre hizo silencio. Aquello era imposible.
- Deme otro, que no sea el mismo.
- Aquí tiene éste.
- ¡Ve! También dice domingo.
El kioskero estiró apenas el cuello.
- Lunes - dijo lapidario.
- ¿Cómo puede ser? - preguntó al fin.
- No sé, yo solo los vendo.
- ¿Y ahora?
- Y... si quiere se lo leo. O espere hasta mañana.
Se fue resignado y preocupado. Apenas si pudo concentrarse a lo largo del día. Pensó en pedir turno con su psicólogo, pero no quería apresurarse. Esa noche no pegó un ojo. Lo primero que hizo al día siguiente fue correr al kiosco. Aún no había salido el sol.
- Pedro... el diario de hoy.
El kioskero lo miró con un gesto de lástima. El hombre se veía sumamente nervioso.
Al mirar el diario, abrió grande los ojos.
- ¡No me diga que otra vez la misma tapa! - dijo Pedro.
- Peor - respondió en un hilo de voz el pobre hombre - Es la del sábado.
domingo, 22 de marzo de 2015
Conclusión sobre el miedo
El miedo no proviene de escuchar un sonido extraño en la planta baja durante la noche y en la certeza de que no bajar implicará no volver a conciliar el sueño.
El miedo es estar a mitad de camino, llegando a los últimos peldaños de la escalera y desear volver. Porque seguir bajando significaría llegar a la planta baja y encontrarse:
- Un ladrón
- Un espectro
- Un amante des pechado
- Un viejo enemigo
- Un demente con un cuchillo en la mano
Cualquier opción se convertiría en un calvario y por ese motivo el temor se apodera del cuerpo y lo inmoviliza.
Permanecer en silencio es una alternativa. Aguardar hasta que el sonido se repita o bien confirmar que eso no sucederá.
Se trata de paciencia y temple. O bien, resistir hasta que el cansancio diga basta y nos obligue a regresar a la cama.
En parte nos sentimos tontos por haber desperdiciado tiempo de descanso parados en medio de la escalera aguardando por un capricho de la mente.
Todo transcurre en una media hora. El noventa y cinco por ciento de los casos uno regresa a la cama y resignado duerme tranquilo. El cinco por ciento restante descubre al retornar que la ventana está abierta en el momento justo que una mano lo atrapa desde atrás.
En conclusión, estadísticamente el miedo es infundado.
jueves, 26 de febrero de 2015
Y sin embargo...
Aquella piedra llamaba la atención. No solo era una sensación suya, lo comprobó al notar como su vecina, asomada al balcón, miraba hacia la playa.
Aunque no era el tamaño, ni la forma, había algo más que captaba la curiosidad. Tampoco era esa especie de aureola verde que parecía suspenderse a pocos centímetros de la dura superficie.
De a poco observó - siempre apoyado en la baranda que separaba su cuerpo de una caída segura al vacío, desde el décimo piso de su edificio - como la gente se iba acercando a la piedra.
En pocos minutos, ya casi no veía arena, oculta bajo las figuras de los curiosos que vaya saber de qué parte se habían ido llegando al lugar.
Luego vio el camión de exteriores de un canal de televisión y se imaginó que la noticia estaría dando vueltas al mundo. Y sin embargo, sentía que había algo más en la escena, aunque le costaba detectarlo. Algo que los demás no observaban, que escapaba al ojo común.
Y entonces lo comprendió. No estaba en el balcón, sino en su cama. Y desde allí veía el ventanal abierto y una figura apoyada mirando hacia la playa. Pero a medida que despertaba, la figura iba desapareciendo.
Un sueño, se dijo levantándose en la cama. Y sin embargo... fue hasta el balcón y no se sorprendió al ver su vecina con los ojos desencajados, mirando hacia la playa con la mano sobre la frente, haciendo visera. Tampoco, al mirar hacia donde estaba la piedra en su sueño.
Por supuesto, ya no estaba allí. Pero si estaba la gente, desconcertada, como hormigas atacadas por un plaguicida, yendo de un lado a otra, buscando algo sin sentido.
Y él, en su balcón, observando despierto un sueño que ya no era sueño por estar despierto y sin embargo...
sábado, 24 de enero de 2015
#NoEraParaMi
Mientras caminaba por la plaza, con intención de ir a hacer un trámite, recibí un tweet. Lo extraño fue que no llevaba conmigo el celular. Tan solo llegó y me golpeó el rostro.
Recuerdo que sentí el golpe y miré para todas partes, consternado. Pensé primero en algún bicho que había caído de uno de los árboles, pero grande fue mi sorpresa cuando lo vi tirado en el piso. Tuve que agacharme para leerlo.
@Hernán Sigues siendo el mismo despistado de siempre
Si, era cierto, era un despistado sin remedio. Pero por otra parte, ese no era mi nombre. Me quedé más tranquilo. Alguien se había equivocado, el tweet no era para mí. Seguí raudo mi camino, estaba por cerrar el banco.
lunes, 19 de enero de 2015
Aquel baldío donde fui feliz
La última vez que había jugado a la pelota en ese baldío tenía unos quince años. Más de cuatro décadas habían transcurrido desde entonces. Su cuerpo no era el mismo, ni las ganas. Pero aquel lugar seguía manteniendo el mismo encanto a pesar de algunos cambios.
Ya no estaba el paraíso en la punta opuesta, donde luego de los picados se tiraban a descansar un rato. Tampoco veía el tapial de los Gómez, donde muchas veces la redonda se escabullía por culpa del patadura de turno. En su lugar se erigía una pared de una edificación de cuatro pisos. Pero el verde desgastado, con matas altas y manchas de tierra, seguía allí.
Si hasta el daban ganas de ir hasta donde vivían sus amigos y tocar a la puerta, buscar una número cinco y salir a correr detrás de ella. Observó que cruzando la calle ya no estaba la casa celeste del Pato. Una panadería ocupaba el sitio donde comenzaba la magia, juntándose un rato antes para armar los equipos.
Supuso que así sería con cada lugar de su infancia. Ya no existiría o habría sido usurpado por el tiempo y el progreso. Pero el campito se jactaba sin decirlo de su perseverancia. Allí estaba, silencioso, invitando al juego. Pero ya nadie lo transitaba como antaño. No había gritos pidiendo el pase, ni gargantas explotando de alegría ante un gol.
En una de las esquinas un cartel vaticinaba el inminente adiós. Un "se vende" en mayúsculas rotulaba la chapa. Sin embargo le habían dicho que hacía años que estaba y aún no se había vendido.
Por eso estaba allí. No había recorrido los casi setecientos kilómetros en vano. Venía de la inmobiliaria, donde había concretado la compra de ese terreno. Con gusto tiró abajo el cartel. Ahora si respiraba tranquilo.
Un vecino le preguntó más tarde, al verlo todavía parado allí, si construiría algo en el baldío.
- Lo estoy haciendo en estos momentos - respondió el hombre - Construyo mi presente, donde alguna vez fui feliz.
Nada como ser dueño del pasado. Nada como preservarlo para no verlo morir.
sábado, 27 de diciembre de 2014
Fuegos de artificio
Analía tiene cinco años y ya sabe usar el encendedor para arrojar cañitas voladoras. Es el orgullo de papá. En Nochebuena se lo hizo saber a toda la cuadra. Y ella lo demostró con creces.
- ¡Miren a mi pequeña! Cinco añitos - se jactaba.
Para recibir el año nuevo redobló la apuesta. Ya no serían simples cañitas. Le compró un arsenal de bombas de colores y fuegos de artificio con más de doscientos disparos. La expectativa era grande en papá. Pero aún más en Analía que no esperó hasta la medianoche y los hizo estallar dentro de la casa.
- Miren a la pequeña - comentan los vecinos, mientras le dan cobijo a la desgraciada familia, que es espectadora pasiva de los vanos intentos del cuerpo de bomberos por combatir el incendio que se devora la casa.
martes, 16 de diciembre de 2014
Esperar el amanecer
El frío del metal estremece mis dedos. Pero me aferro a ella como si fuera el tesoro más importante de la humanidad toda. Imagino su forma debajo de la almohada, mientras mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, tratan de mantenerse abiertos en una desigual batalla contra el cansancio.
El miedo acecha como un cruel verdugo. Puedo escuchar las voces de la noche a través del vidrio de la ventana. Son en realidad gritos, un pedido de auxilio constante que nace cuando se oculta el sol y se extingue con el amanecer y la esperanza que solo produce la luz.
Cada tanto se activa una alarma, se distinguen con claridad los sonidos propios de vidrios rotos, algún que otro disparo, insultos, corridas, autos que aceleran. Un rompecabezas sonoro que estalla en mil imágenes en mi mente. Puedo visualizar la patética y horrorosa verdad allá afuera.
Y mientras la realidad asedia a otros, en silencio imploro, sin soltar el arma a escasos centímetros de mi rostro, separados tan solo por una almohada sin funda. Mi rezo es para no tener que usarla, para no sumar a la noche una nueva herida de fuego. Los dientes apretados, cada músculo en máxima tensión. Y los ojos sin ver, calculando el paso de los minutos, la cuenta regresiva hasta la salida del astro rey, ese momento glorioso que nos devuelve el corazón a su lugar y que nos invita a sobrevivir un nuevo día.
Pero no puedo dejar de pensar en que todavía es de noche, instalando en mi cabeza el chillido de la alarma activándose de un momento a otro, quedando a la buena de Dios, mientras mis manos temblorosas sudan sobre el revólver que paciente espera por ser actor principal en el teatro del caos.
Otra alarma, demasiado cerca quizá, más gritos, un par de disparos. Tarde o temprano será aquí. No tengo dudas ni alternativa. Así es la vida, triste y jodida. Tan real como trágica, tan frágil como inútil.
Las sombras de la habitación me sofocan pero al mismo tiempo me cobijan en la oscuridad. Soy una presa en alerta continua, que no descansa para seguir vivo, que no duerme para poder despertar. Somos muchos así, es fácil reconocernos. Somos los de ojos inyectados.por la mañana. Pero en ese sufrimiento recíproco encontramos la razón de seguir adelante. Que alguien vea nuestro rostro significa que seguimos vivos. Que ellos aún no han ganado.
Resistimos. Esperamos el amanecer aferrados a una esperanza cargada con plomo. Cada noche puede ser la última. La próxima alarma puede ser la propia. Y si eso sucede...
Los párpados luchan, no se dan por vencido. No existe otra manera.
sábado, 29 de noviembre de 2014
Turismo espacial
En el año 2132 viajar a la Luna tenía un costo relativamente económico. Obviamente, no era lo mismo que una excursión a Marte. Además, no había todas las maravillas para disfrutar que en el planeta rojo. Sin embargo, seguía tentando a los enamorados y ocasionales buscadores de tesoros. Siempre era posible encontrar algún vestigio de las expediciones de media del siglo pasado.
Por otra parte, era mucho más seguro que arriesgarse a viajar hacia algún punto dentro de la Tierra. Los altos índices de contaminación ponían en riesgo la vida a cada paso. Solo las llamadas "ciudades seguras" podían habitarse sin miedo y quiénes viajaban, sin dudas eran habitantes de las mismas. Nadie fuera de ellas podía darse tremendo gusto.
Por eso para Allison, la Luna era la mejor opción a la hora de planear sus vacaciones. Pero no quería el paquete turístico. Le gustaba la idea de tomar un vuelo, hospedarse en algún hotel lunar de bajo costo, alquilar un "trepador" y andar con libertad por las viejas construcciones.
Sin embargo estaba el problema de siempre que se salía del planeta. Las declaraciones de herencia, conseguir los dadores vivientes de células, depositar el costo de un eventual traslado mortuorio de retorno desde el espacio... aquello era desalentador. No había accidentes desde hacía décadas, pero seguían pidiendo todo.
Allison, como muchos otros, sospechaba que aquello era un gran negocio. De todos modos, compró el vuelo y la fecha estipulada, tras realizar todos los trámites, abordó la nave "Artemis XI" junto a cincuenta personas más.
Se ubicó en su asiento y se colocó el casco obligatorio. El resto hizo lo mismo. A continuación, sin que Allison lo supiera, ni tampoco los demás pasajeros, un gas suave e imperceptible los tomó por sorpresa. Dos semanas más tarde despertarían creyendo haber estado de vacaciones. Y la humanidad seguiría su vida, limitada, condicionada, pero sin saberlo.
sábado, 8 de noviembre de 2014
Los relojes
La manía de Augusto por los relojes comenzó a los veinte años.
Algunos le decían que lo suyo era una adicción. Otros, que era un
impulsivo con tendencia por esos artefactos. Sin embargo, la verdad era
otra.
No lo hacía por hobby ni mucho menos, como una excentricidad.
Augusto
sintió desde siempre que el tiempo lo apremiaba. Las horas de cursado
en la facultad, las horas de estudio posterior en su departamento, el
gimnasio, el fútbol con los amigos, las comidas con la familia, las
salidas con la novia, los paseos, ir al cine... había mil cosas y solo
veinticuatro horas por día.
El primer reloj que compró fue un
Casio con segundero y resistente al agua. A los pocos días inició una
colección sin precedentes, comprando relojes en la misma medida que
juntaba el dinero. Al día de hoy, a quince años de aquel Casio, cuenta
en su haber con más de doce mil trescientos treinta relojes.
Algunos
los lleva puesto, otros están en su departamento de siempre. Suelen
estar desparramados por todas partes, incluso dentro de la heladera o
del lavarropas. Dos novias lo dejaron por considerar que aquello podía
ser el comienzo de alguna rara patología o demencia. Augusto no se
inmutó.
Cuando le preguntan, encoge los hombros. No habla mucho
del tema y es reacio a mostrarlos, salvo, claro, cuando alguien lo
visita a su morada. Las explicaciones son exiguas, casi arrancadas por
la insistencia.
El día sigue teniendo veinticuatro horas, pero
Augusto tiene todo el tiempo del mundo atrapado en sus relojes, como si
se tratase de un carcelero que hace justicia en nombre de todos.
O al menos, eso cree, pobre Augusto. Aunque de eso no habla mucho.
miércoles, 29 de octubre de 2014
Tropezón
Caminaba Ricardito ausente del entorno, con sus pensamientos arremolinados y enfrascados en la vecina nueva del barrio. Cazaba mariposas, diría su abuela. Estaba en babia, su madre. El destino de tal comportamiento no podía ser otro. Baldosa rota y tropezón. Caída y lamento. La vecina nueva del barrio mirando justo por la ventana de su casa y su carcajada llegando a oídos de Ricardito.
Ahora camina mirando el piso, un poco de vergüenza, otro poco para no tropezar de nuevo, pero por otras calles, lejos de la vecina nueva. Es que le sigue doliendo, a pesar que no lo admite. Y no el golpe, sino las risotadas. Esas que no hieren por fuera, pero matan por dentro.