viernes, 31 de agosto de 2012

Bartolomeo enamorado

Algunos enamorados regalaban flores, otros bombones y no faltaba quién aún persistiera con el antiguo rito de la carta. Pero lo de Bartolomeo era distinto, único. Su regalo era muy difícil de equiparar con otros ejemplos. Porque él a su novia le enviaba cadáveres. Primero fue el de un anciano, luego el de un piloto de autos de carrera y finalmente, antes que ella lo denunciara, el de un bombero.
Mientras lo llevaban preso, bajo una fuerte custodia policial, alcanzó a gritarle por encima de los insultos de la multitud: ¡Amor, en el freezer dejé a tus padres! Ella cayó desmayada al instante. El enamorado Bartolomeo, en cambio, sintió que el corazón le volvía a galopar al ritmo de las mariposas que le revoloteaban en el estómago.

domingo, 26 de agosto de 2012

Indiscutible

No llega el que sabe, sino el que sabe llegar.

viernes, 24 de agosto de 2012

Mejoras productivas

Juró una y mil veces que solo había encendido fuego para preparar un asado, pero no le creyeron. Las pruebas eran contundentes, había enviado  señales de humo encriptadas al cielo y así orquestado el asalto a un banco en una ciudad vecina. Jamás encontraron el dinero, ni a los cómplices, pero lo condenaron a diez años de prisión, que cumplió en su totalidad.
Al tiempo lo volvieron a atrapar.
Juró una y mil veces que solo había querido conectarse a una red wi-fi para revisar el correo electrónico, pero no le creyeron. Las pruebas eran contundentes, se había conectado a la red del banco y transferido todo el dinero a una cuenta suya, que jamás pudieron rastrear. Lo sentenciaron a prisión quince años y salió en cinco por buena conducta.
Pocos meses después, fue arrestrado nuevamente.
Juró una y mil veces que solo se había desintegrado como parte de un experimento científico, pero no le creyeron. Las pruebas eran contundentes, había atravesado cinco bóvedas de máxima seguridad y robado el tesoro del banco central. No pudieron juzgarlo. Desapareció de la celda sin dejar rastro.
Aún buscan los botines de cada asalto.

sábado, 18 de agosto de 2012

El fin de las musas

Las musas, como todo laburante, tienen horarios de trabajo. No siempre coinciden con los del artista y eso es notable a la hora de juzgar el fruto del tiempo invertido por éste. También, cuando las condiciones en las que deben realizar sus tareas no son dignas, realizan medidas de fuerza, que van desde una huelga general que suelen provocar bloqueos artísticos o bien, un trabajo a desgano, que conlleva a producciones de muy mala calidad.
Los críticos de arte, sin embargo, tienden a confudir los estados de las musas, considerando muchas veces, como genialidades los resultados artísticos acontecidos en los momentos en el que las musas menos influencia tenían sobre el artista.
Eso entonces provoca que se avale como bueno lo que no lo es y se ignore lo que realmente vale la pena. Y tanto ha sucedido esto, que ya es imposible determinar cuando un artista ha sido visitado por una musa o tan simplemente, el éxito ha sido decidido por el capricho de un crítico.
Incluso, hay quienes se atreven a decir que las musas hace rato que abandonaron el oficio, dedicándose a menesteres más mundanos, como la producción de la miel de abeja roja o la crianza de amapolas en estado silvestre, y que todo lo que creemos es arte, en realidad no lo es.
Por lo tanto, arte o no, y ante el desamparo de las musas, privado de todo tipo de inspiración, ponemos punto final a este texto. ¡Y que sea tarea del crítico lector determinar lo que de estas líneas, ha resultado!

jueves, 9 de agosto de 2012

Carrera

Los ocho atletas soñaron con tener la carrera perfecta y todos llegaron al mismo tiempo. Los jueces no lo creyeron posible e hicieron repetir la prueba. Ninguno largó esta vez y todos fueron descalificados. Los jueces se proclamaron vencedores.

jueves, 2 de agosto de 2012

Blanco inocencia

Pinté las últimas paredes con el crudo invierno a mis espaldas. Las dejé blancas, inmaculadas. Los vidrios se empañaban por el contraste de temperatura. El paisaje helaba el corazón de solo mirarlo. Pero ya había desaparecido. Lo cubría una mano de "blanco inocencia", como me habían apuntado antes de salir. Una venganza bien ejecutada no tiene condena. Más cuando la impunidad es la moneda de cambio.