domingo, 23 de febrero de 2014

Gato encerrado

- Hay algo que no me cierra - retrucó el comisario, inspeccionando de cerca el cuerpo.
- ¿Qué cosa, jefe? - preguntó mostrándose interesado el cabo Jiménez.
- Ese agujero, el de la frente.
- Es el de la bala, jefe.
- ¿Pero para qué la bala? Cayó de un quinto piso ¡Y además, con una soga al cuello! No puede ser de una bala, ahí debe haber gato encerrado.
- El forense dijo...
- ¡El forense no sabe una mierda! Hace treinta años que soy policía, Jiménez. Me va a decir que no puedo reconocer un agujero.
- No jefe, no dije eso. Solo remarcaba lo que informó el forense.
- ¿Y para usted, qué es ese agujero? Olvídese de lo que dijo el forense.
El cabo se acercó y lo inspeccionó de cerca. Podía verse la sangre secándose en los bordes. La profundidad no podía apreciarse.
- Ahora me hace dudar, jefe. No sé.
- Hay gato encerrado, no le dije.
- Hay gato encerrado, si, usted tiene razón.
- Bien, me quedo más tranquilo. Bueno Jiménez, lléveme de regreso a la comisaría que es hora del almuerzo.
- En realidad tendría que quedarme con el cuerpo, hasta que llegue el fiscal.
- ¿Usted cree que el cuerpo se va a levantar y salir corriendo?
- No, claro que no.
- Entonces supongo que el fiscal lo va a encontrar ahí mismo, donde ahora está.
- Si... supongo.
- Supone bien. Ahora, lléveme que tengo hambre.
- ¿Dejamos asentado en la planilla que nos retiramos?
- Si y también anote lo del agujero.
- ¿Qué pongo?
- ¿Cómo qué pone, Jiménez? ¡Qué hay gato encerrado!
- ¿Y si esperamos a que le hagan la autopsia, para ver si la bala está alojada adentro?
- ¿Bala? ¿Insiste con eso, Jiménez? ¿Duda de mis treinta años de policía?
- ¡No, no dije eso, comisario!
- ¡Insolente! ¡Lo voy hacer meter en el calabozo ahora mismo! ¡Sargento, sargento!
El sargento llegó corriendo desde el otro lado de la calle. La comisaría quedaba en la vereda de enfrente de la escena del crimen.
- ¡Si mi comisario!
- Lleve al cabo Jiménez al calabozo, por desacato.
- Pero el calabozo está lleno, comisario. Pusimos ayer al sospechoso de violación, hasta que lo vengan a buscar de la fiscalía.
- ¡Sáquelo! ¿Cuál es el problema? Es importante que el cabo Jiménez aprenda la lección.
- Pero...
- ¿Pero qué, sargento? ¿Quiere hacerle compañía?
- No señor comisario, ahora mismo libero al sospechoso.
- Y ya que va para dentro, encargue medio pollo con fritas a la brasería. No me pida vino, mejor una gaseosa, que estoy en horario de trabajo.
- Si señor comisario, lo que usted diga.
- ¿Y yo señor, voy con el sargento?
- Si, y métase en el calabozo.
- ¿Y al muerto lo dejamos así, sin cubrirlo?
- ¿Piensa que va a tener frío, cabo? Piense mejor en su futuro, no en causas perdidas.
El cabo cruzó la calle y se metió en la comisaría.
Sacando panza, el comisario observó los alrededores. Algunos curiosos miraban la escena donde estaba el fallecido. Se sintió importante e hizo un ademán de reverencia, esperando quizá el aplauso. No recibió ni siquiera una mueca.
Restándole importancia, se acercó al cuerpo y lo tanteó con el pie, dándole golpecitos en la cadera.
- Bien muerto, el fiambre - dijo para sí mismo - Y ese agujero no me engaña. Nos quieren hacer creer que se suicidó, seguro. Treinta años tengo en esto, finadito. Mirá si me vas a engañar. A vos te tiraron. ¡Médicos forenses! Por favor. ¿Qué saben estos? ¿Qué estudios tienen? En fin. Me voy a comer. Con el hambre que tengo, tendría que haber pedido un pollo entero. ¡Sargento! ¡Sargento!
Solo y gritando, volvió a la comisaría, del otro lado de la calle.

martes, 11 de febrero de 2014

Transformaciones

El hombre que sube al tren en Rosario no es el mismo que baja, varias horas después, en Tucumán. Lleva la misma ropa, el mismo portafolio y hasta se peina igual. Pero a lo largo de ese viaje, ha cambiado, así se lo ha propuesto, dejando atrás el que era. Al descender mira todo con ojos nuevos. Sin embargo, nadie lo conoce. Nadie lo ha visto anteriormente. Sigue siendo uno más en el mundo y eso lo convierte otra vez, en la misma persona que antes.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Rebelión en el gallinero

La lluvia había dejado un barrial en el fondo de la casa. Para llegar al gallinero había que enterrarse hasta los tobillos. A medida que se acercaba, podía escuchar como la única gallina que le quedaba agitaba las plumas de manera inquieta.
- Cómo sabe la guacha - dijo en voz baja Matilde, evitando un charco de agua a su paso.
A un costado de la puerta de chapa oxidada del gallinero, sobresalían de una caja de madera dos orejas largas y blancas. Al pasar Matilde las orejas desaparecieron.
- No me tientes conejo, que cambio el menú - espetó mirando hacia donde estaba la caja.
  Una vez que se metió en el gallinero, empezaron a volar plumas por todas partes. Un minuto después, en total silencio, salió Matilde por la puerta llevando la gallina del cuello. Los ojos del animal parecían a punto de explotar. El conejo asomó el hocico y tanteó el aire. Entonces, dio el grito de alarma.
- ¡Ahora!
Matilde giró instantáneamente la cabeza hacia atrás, pero ya era tarde. Dos palomas saltaron con voracidad hacia sus ojos, en tanto un gato que bajó con la velocidad de un rayo de un árbol se aferró con las garras de la mano que sostenía a la gallina, dejando a ésta libre.
El conejo se acercó a los pies de la mujer, apenas protegidos por unas ojotas desteñidas y le mordió el dedo gordo de la extremidad derecha. Los gritos de Matilde trataron de hacerse escuchar aquel mediodía, pero el canto coordinado de decenas de pájaros, el croar de cinco ranas y el sonido de innumerables grillos, lo dejaron en un segundo plano, totalmente inaudible.
Cuando una hora después Gervasio, el marido de Matilde, volvió del taller la fue a buscar al patio. Le preocupaba no tener la comida en la mesa. Le resultó raro encontrar el gallinero abierto, la tierra removida y un pedazo de paño en el barro que bien podría haber sido parte de la ropa de su mujer. Resignado, se metió adentro, se preparó unas galletitas con jamón del diablo y luego se fue a dormir la siesta.
En el patio, los topos terminaron de asentar la improvisada tumba. Luego, también se fueron a dormir la siesta.