sábado, 27 de diciembre de 2014

Fuegos de artificio

Analía tiene cinco años y ya sabe usar el encendedor para arrojar cañitas voladoras. Es el orgullo de papá. En Nochebuena se lo hizo saber a toda la cuadra. Y ella lo demostró con creces.
- ¡Miren a mi pequeña! Cinco añitos - se jactaba.
Para recibir el año nuevo redobló la apuesta. Ya no serían simples cañitas. Le compró un arsenal de bombas de colores y fuegos de artificio con más de doscientos disparos. La expectativa era grande en papá. Pero aún más en Analía que no esperó hasta la medianoche y los hizo estallar dentro de la casa.
- Miren a la pequeña - comentan los vecinos, mientras le dan cobijo a la desgraciada familia, que es espectadora pasiva de los vanos intentos del cuerpo de bomberos por combatir el incendio que se devora la casa.

martes, 16 de diciembre de 2014

Esperar el amanecer

El frío del metal estremece mis dedos. Pero me aferro a ella como si fuera el tesoro más importante de la humanidad toda. Imagino su forma debajo de la almohada, mientras mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, tratan de mantenerse abiertos en una desigual batalla contra el cansancio.
El miedo acecha como un cruel verdugo. Puedo escuchar las voces de la noche a través del vidrio de la ventana. Son en realidad gritos, un pedido de auxilio constante que nace cuando se oculta el sol y se extingue con el amanecer y la esperanza que solo produce la luz.
Cada tanto se activa una alarma, se distinguen con claridad los sonidos propios de vidrios rotos, algún que otro disparo, insultos, corridas, autos que aceleran. Un rompecabezas sonoro que estalla en mil imágenes en mi mente. Puedo visualizar la patética y horrorosa verdad allá afuera.
Y mientras la realidad asedia a otros, en silencio imploro, sin soltar el arma a escasos centímetros de mi rostro, separados tan solo por una almohada sin funda. Mi rezo es para no tener que usarla, para no sumar a la noche una nueva herida de fuego. Los dientes apretados, cada músculo en máxima tensión. Y los ojos sin ver, calculando el paso de los minutos, la cuenta regresiva hasta la salida del astro rey, ese momento glorioso que nos devuelve el corazón a su lugar y que nos invita a sobrevivir un nuevo día.
Pero no puedo dejar de pensar en que todavía es de noche, instalando en mi cabeza el chillido de la alarma activándose de un momento a otro, quedando a la buena de Dios, mientras mis manos temblorosas sudan sobre el revólver que paciente espera por ser actor principal en el teatro del caos.
Otra alarma, demasiado cerca quizá, más gritos, un par de disparos. Tarde o temprano será aquí. No tengo dudas ni alternativa. Así es la vida, triste y jodida. Tan real como trágica, tan frágil como inútil.
Las sombras de la habitación me sofocan pero al mismo tiempo me cobijan en la oscuridad. Soy una presa en alerta continua, que no descansa para seguir vivo, que no duerme para poder despertar. Somos muchos así, es fácil reconocernos. Somos los de ojos inyectados.por la mañana. Pero en ese sufrimiento recíproco encontramos la razón de seguir adelante. Que alguien vea nuestro rostro significa que seguimos vivos. Que ellos aún no han ganado.
Resistimos. Esperamos el amanecer aferrados a una esperanza cargada con plomo. Cada noche puede ser la última. La próxima alarma puede ser la propia. Y si eso sucede...
Los párpados luchan, no se dan por vencido. No existe otra manera.