domingo, 27 de enero de 2013

Descubrimiento

Revisaba un libro viejo de mi madre cuando entre las hojas apareció una estampita. Estaba desgastada por el tiempo y llevaba un angelito dibujado en la cara delantera. Miré el reverso y leí: Recuerdo de mi segunda muerte, 12-10-1931. En letras doradas, casi borradas por el paso de los años, estaba mi nombre. Me estremecí. ¿Cómo podía ser? ¡Era inaúdito! Pensé que esa, había sido la primera.

miércoles, 23 de enero de 2013

Próximo best seller

El científico, dos veces ganador del Nobel, llegó a una terrible conclusión: el mundo no es otra cosa que un violento sueño de su vecino de enfrente. Su próximo libro espera conmocionar a la sociedad académica; se llamará "Lo despierto o lo dejo durmiendo".

jueves, 17 de enero de 2013

Derrotero de una mariposa

La mariposa vuela en forma errática, escapando del niño que la persigue con un palo en cuyo extremo superior hace gala de una red lo suficiente grande como para atrapar a un pájaro.
Se mezcla entre las hojas de un árbol, pero el cazador la distingue y vuelve a la carga. No le queda otra salida que volar hacia la casa. Por cada despliegue de sus alas, puede ver las paredes más cercas, ya casi encima de su fisonomía. Los ladrillos se aproximan, como así las tejas, las ventanas...
Al cruzar delante del vidrio, observa su reflejo, pero es difícil precisar si comprende que es su propia figura la que allí se posa, suspendida en el aire. Aunque es fácil confirmar que se ha olvidado de la persecusión y del peligro que está corriendo.
Es entonces que la red se hincha en el aire y cae con fuerza, arrastrando a la mariposa en su vientre. El niño chilla de alegría, porque ha logrado su cometido. Acerca su rostro, colorado por el esfuerzo, a la red y posa los ojos en ese pequeño ser que bate sus alas de manera desesperada.
La mariposa ahora tiene miedo. Puede ver al cazador que la ha atrapado, que acerca su rostro para intimidarla. Y en sus ojos oscuros, otra vez el reflejo. Es el mismo ser alado de hace unos instantes, pero ahora se muestra inquieto y asustado.
La mano del niño se agiganta y la visión se esfuma. Su cuerpo se comprime y queda a oscuras. Así transcurre una eternidad, hasta sentir que finalmente la presión remite y sus alas otra vez son libres. Pero cuando intenta alejarse, se golpea contra una superficie que pareciera no estar y observa, en lo alto, un círculo oscuro, como de metal.
Sin embargo no es hasta que se calma y deja de batir sus alas en vano, que observa a su alrededor, distinguiendo en aquel lugar decenas de seres como los que vio en la ventana y en los ojos del niño, ya cansados de luchar por su libertad, resignados y abatidos, dentro de frascos de vidrio, esperando su suerte, que no es otra que el paso del tiempo, de las horas, los segundos, la misma muerte.
 

domingo, 13 de enero de 2013

Trece

Trece. El maldito número aparecía en cada puto lugar. Lo veía en las hojas del árbol que se mecía en las sombras, en las tejas del vecino, en el dinero en su billetera. Trece. Apenas si podía dormir. La ventana le mostraba trece estrellas. Cumplía trece noches fuera de la cárcel. Trece. Maldita su suerte. Se levantó y buscó el arma. Basta. Miró el reloj. Eran las tres, con trece minutos. Se puso el cañón en la boca y gatilló. Click. No tenía balas. Era trece. Trece de enero. Gritó "puta madre" y volvió a la cama. Ya no pudo dormir. El destino le había hecho la cruz.

domingo, 6 de enero de 2013

Desayuno interior

Por la mañana caliento el agua, mientras pongo el fuego para las tostadas. Corto el pan en rebanadas y coloco yerba en el mate. Aguardo mirando por la ventana los primeros indicios del sol. En breve el agua va a un termo y el pan en la tostadora.
Luego me siento ante una mesa demasiado grande para mi pequeña soledad y desayuno con la compañía de los sonidos que vienen de afuera: los pájaros, algún perro del barrio que pretende despertar a sus dueños con ladridos, el sonido de la mañana que nace a regañadientes.
La bombilla se entibia con el mate y mis labios la apresan suavemente, anhelantes de ese líquido amargo que recorre su cuerpo. Me remonto a otros tiempos, otros despertares, el mate trae nostalgia, recuerdos.
Me preparo una tostada con manteca. Observo como se derrite. Antes le ponía también azúcar. Ahora me han pedido que me cuide, con lo dulce y lo salado. La salud, el tiempo, los años. De todos modos la saboreo. El paladar disfruta el instante. Apuro la bombilla para que los sabores se combinen.
Ruego para que el mundo se detenga, que sea siempre este momento. Ruego en silencio, para mis adentros, sabiendo que nadie me escucha. Es una plegaria en vano. Es una vida en vano. Por la mañana mi mente es siempre más clara. El resto del día se turba, se confunde. Y no puedo hacer nada contra eso.
Mientras retiro las cosas de la mesa, comprendo que la magia se ha ido, el mundo ha vuelto a moverse. El sol indica afuera que el día ha comenzado. Los sonidos ya son otros. Hasta el segundero del viejo reloj de pared pareciera correr más rápido.
Golpean la puerta. Son ellos. Me vienen a buscar. Busco en el cajón de la única mesa de luz el chumbo y por las dudas, la navaja. Salimos temprano, la calle está dura y uno cada día más viejo. El crimen ya no paga como antaño. Dejo la casilla atrás. Ya soy otro. El de la tarde y la noche. El del choreo y la mala junta.