sábado, 27 de diciembre de 2014

Fuegos de artificio

Analía tiene cinco años y ya sabe usar el encendedor para arrojar cañitas voladoras. Es el orgullo de papá. En Nochebuena se lo hizo saber a toda la cuadra. Y ella lo demostró con creces.
- ¡Miren a mi pequeña! Cinco añitos - se jactaba.
Para recibir el año nuevo redobló la apuesta. Ya no serían simples cañitas. Le compró un arsenal de bombas de colores y fuegos de artificio con más de doscientos disparos. La expectativa era grande en papá. Pero aún más en Analía que no esperó hasta la medianoche y los hizo estallar dentro de la casa.
- Miren a la pequeña - comentan los vecinos, mientras le dan cobijo a la desgraciada familia, que es espectadora pasiva de los vanos intentos del cuerpo de bomberos por combatir el incendio que se devora la casa.

martes, 16 de diciembre de 2014

Esperar el amanecer

El frío del metal estremece mis dedos. Pero me aferro a ella como si fuera el tesoro más importante de la humanidad toda. Imagino su forma debajo de la almohada, mientras mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, tratan de mantenerse abiertos en una desigual batalla contra el cansancio.
El miedo acecha como un cruel verdugo. Puedo escuchar las voces de la noche a través del vidrio de la ventana. Son en realidad gritos, un pedido de auxilio constante que nace cuando se oculta el sol y se extingue con el amanecer y la esperanza que solo produce la luz.
Cada tanto se activa una alarma, se distinguen con claridad los sonidos propios de vidrios rotos, algún que otro disparo, insultos, corridas, autos que aceleran. Un rompecabezas sonoro que estalla en mil imágenes en mi mente. Puedo visualizar la patética y horrorosa verdad allá afuera.
Y mientras la realidad asedia a otros, en silencio imploro, sin soltar el arma a escasos centímetros de mi rostro, separados tan solo por una almohada sin funda. Mi rezo es para no tener que usarla, para no sumar a la noche una nueva herida de fuego. Los dientes apretados, cada músculo en máxima tensión. Y los ojos sin ver, calculando el paso de los minutos, la cuenta regresiva hasta la salida del astro rey, ese momento glorioso que nos devuelve el corazón a su lugar y que nos invita a sobrevivir un nuevo día.
Pero no puedo dejar de pensar en que todavía es de noche, instalando en mi cabeza el chillido de la alarma activándose de un momento a otro, quedando a la buena de Dios, mientras mis manos temblorosas sudan sobre el revólver que paciente espera por ser actor principal en el teatro del caos.
Otra alarma, demasiado cerca quizá, más gritos, un par de disparos. Tarde o temprano será aquí. No tengo dudas ni alternativa. Así es la vida, triste y jodida. Tan real como trágica, tan frágil como inútil.
Las sombras de la habitación me sofocan pero al mismo tiempo me cobijan en la oscuridad. Soy una presa en alerta continua, que no descansa para seguir vivo, que no duerme para poder despertar. Somos muchos así, es fácil reconocernos. Somos los de ojos inyectados.por la mañana. Pero en ese sufrimiento recíproco encontramos la razón de seguir adelante. Que alguien vea nuestro rostro significa que seguimos vivos. Que ellos aún no han ganado.
Resistimos. Esperamos el amanecer aferrados a una esperanza cargada con plomo. Cada noche puede ser la última. La próxima alarma puede ser la propia. Y si eso sucede...
Los párpados luchan, no se dan por vencido. No existe otra manera.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Turismo espacial

En el año 2132 viajar a la Luna tenía un costo relativamente económico. Obviamente, no era lo mismo que una excursión a Marte. Además, no había todas las maravillas para disfrutar que en el planeta rojo. Sin embargo, seguía tentando a los enamorados y ocasionales buscadores de tesoros. Siempre era posible encontrar algún vestigio de las expediciones de media del siglo pasado.
Por otra parte, era mucho más seguro que arriesgarse a viajar hacia algún punto dentro de la Tierra. Los altos índices de contaminación ponían en riesgo la vida a cada paso. Solo las llamadas "ciudades seguras" podían habitarse sin miedo  y quiénes viajaban, sin dudas eran habitantes de las mismas. Nadie fuera de ellas podía darse tremendo gusto.
Por eso para Allison, la Luna era la mejor opción a la hora de planear sus vacaciones. Pero no quería el paquete turístico. Le gustaba la idea de tomar un vuelo, hospedarse en algún hotel lunar de bajo costo, alquilar un "trepador" y andar con libertad por las viejas construcciones.
Sin embargo estaba el problema de siempre que se salía del planeta. Las declaraciones de herencia, conseguir los dadores vivientes de células, depositar el costo de un eventual traslado mortuorio de retorno desde el espacio... aquello era desalentador. No había accidentes desde hacía décadas, pero seguían pidiendo todo.
Allison, como muchos otros, sospechaba que aquello era un gran negocio. De todos modos, compró el vuelo y la fecha estipulada, tras realizar todos los trámites, abordó la nave "Artemis XI" junto a cincuenta personas más.
Se ubicó en su asiento y se colocó el casco obligatorio. El resto hizo lo mismo. A continuación, sin que Allison lo supiera, ni tampoco los demás pasajeros, un gas suave e imperceptible los tomó por sorpresa. Dos semanas más tarde despertarían creyendo haber estado de vacaciones. Y la humanidad seguiría su vida, limitada, condicionada, pero sin saberlo.


sábado, 8 de noviembre de 2014

Los relojes

La manía de Augusto por los relojes comenzó a los veinte años. Algunos le decían que lo suyo era una adicción. Otros, que era un impulsivo con tendencia por esos artefactos. Sin embargo, la verdad era otra.
No lo hacía por hobby ni mucho menos, como una excentricidad.
Augusto sintió desde siempre que el tiempo lo apremiaba. Las horas de cursado en la facultad, las horas de estudio posterior en su departamento, el gimnasio, el fútbol con los amigos, las comidas con la familia, las salidas con la novia, los paseos, ir al cine... había mil cosas y solo veinticuatro horas por día.
El primer reloj que compró fue un Casio con segundero y resistente al agua. A los pocos días inició una colección sin precedentes, comprando relojes en la misma medida que juntaba el dinero. Al día de hoy, a quince años de aquel Casio, cuenta en su haber con más de doce mil trescientos treinta relojes.
Algunos los lleva puesto, otros están en su departamento de siempre. Suelen estar desparramados por todas partes, incluso dentro de la heladera o del lavarropas. Dos novias lo dejaron por considerar que aquello podía ser el comienzo de alguna rara patología o demencia. Augusto no se inmutó.
Cuando le preguntan, encoge los hombros. No habla mucho del tema y es reacio a mostrarlos, salvo, claro, cuando alguien lo visita a su morada. Las explicaciones son exiguas, casi arrancadas por la insistencia.
El día sigue teniendo veinticuatro horas, pero Augusto tiene todo el tiempo del mundo atrapado en sus relojes, como si se tratase de un carcelero que hace justicia en nombre de todos.
O al menos, eso cree, pobre Augusto. Aunque de eso no habla mucho.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Tropezón

Caminaba Ricardito ausente del entorno, con sus pensamientos arremolinados y enfrascados en la vecina nueva del barrio. Cazaba mariposas, diría su abuela. Estaba en babia, su madre. El destino de tal comportamiento no podía ser otro. Baldosa rota y tropezón. Caída y lamento. La vecina nueva del barrio mirando justo por la ventana de su casa y su carcajada llegando a oídos de Ricardito.
Ahora camina mirando el piso, un poco de vergüenza, otro poco para no tropezar de nuevo, pero por otras calles, lejos de la vecina nueva. Es que le sigue doliendo, a pesar que no lo admite. Y no el golpe, sino las risotadas. Esas que no hieren por fuera, pero matan por dentro.

viernes, 24 de octubre de 2014

El reino del miedo

Mientras miro por la ventana y espero verla aparecer por la esquina, me pregunto qué es lo que la demora. El té se ha enfriado a un lado y mi mano temblorosa no hace más que inquietar la mesa. El reloj se ha detenido en mi corazón hace más de una hora.
Trato de respirar despacio, pero me apuro. De pensar con calma, pero me impaciento. La dibujo con la mente, una y otra vez. La veo aparecer sonriente, con mil excusas que explicar. Y cuando pretendo escucharla, dejo de verla y en su lugar, la esquina vacía, llena de su ausencia.
Y cuando creo que voy a morir, la veo venir. Semblante serio, ofuscado. Salgo a la calle, la abrazo, ocultando las lágrimas, evitando la vergüenza. Me habla de colectivos que no pasan, de tránsito cortado, de desvíos por calles que desconozco. Está ahí y es lo que importa. Y mientras cierro la puerta, recuperando el alma, me pregunto el por qué, la razón, el sentido, de tener que vivir gobernados por el miedo.
Ni siquiera luego, bebiendo ahora si el té caliente, viéndola a ella preparando una ensalada, encuentro una respuesta.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Sin palabras

El silencio, la quietud de las cosas, el sol que atraviesa la ventana derramándose gris sobre el suelo, sus ojos tristes. No hay necesidad de palabras, ya no hacen falta. Todo es recuerdo, sinsabor, la intolerancia del presente. Deseo del ayer o la inmediatez del mañana, pero no del hoy.
El hoy está fresco y duele, es una nota amarga de una canción deprimente. Y esa canción nos recuerda su nombre en cada rincón, en cada objeto, en cada pestañeo inconsciente de nuestra mente. Y no podemos decirle adiós. No podemos. Y tampoco queremos.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El peligro de contestar encuestas y no ser narcotraficante

Todos los días le llegaba al correo electrónico una encuesta para completar. Sabía que era la misma porque la abría, leía el encabezado y la borraba sin pensarlo dos veces.
Un día, harto, la completó. Ni bien la envió, golpearon a la puerta. Al abrir se topó con dos uniformados de color verde. En la solapa podía leer "Seguridad Nacional". Lo apresaron y lo llevaron a un calabozo. Al cabo de unas horas lo llevaron a una sala pequeña, muy oscura.
Una voz firme y ronca habló desde alguna parte del lugar.
- Usted asegura en la pregunta catorce que gana menos de cuarenta mil al año. Sin embargo, hemos visto el auto en la cochera. ¿Me puede explicar como, ganando lo que dice, tiene tremendo vehículo?
La pregunta lo desconcertó. Había elegido la respuesta al azar. Contestó eso mismo. El hombre elevó el tono.
- Estaba la opción No sabe no contesta. Y no la usó. ¿Por qué?
Aquello parecía una broma de mal gusto. Pero no conocía quién podría llevar una broma a tal punto. Dijo que no la vio. El que hacía las preguntas pareció salirse de quicio. Pateó algo, que pareció una silla.
- ¿Acaso va a negar que ha afirmado que le gustaría viajar en avión en los próximos doce meses? No me venga con estupideces, señor. ¿Dónde la guarda?
No tuvo tiempo de preguntar qué cosa. Desde las sombras emergió la figura de un hombre de mediana estatura, gorra militar en la cabeza y ojos inyectados de furia.
- ¿Dónde guarda la droga con la que compró un auto y planea viajar en avión en los próximos meses?
Si, definitivamente debía ser una broma. No podía estar pasando. Tendría que haber sentido miedo en ese momento, pero en realidad, lo que sentía era curiosidad. Y esa contrariedad de sensaciones lo llevó a cometer un error. Lanzó una carcajada.
La autoridad profirió una orden y lo sujetaron por la espalda. Al levantar el brazo, extendió una copia de las preguntas de la encuesta.
- Acá están las pruebas, señor. Usted y su estúpido impulso de contestar algo que no sabe para que le envían, lo han hecho pisar el palito. No nos diga dónde la guarda, si no quiere, nosotros la encontraremos. Aunque nos lleve toda su vida.
Lo llevaron a la rastra por un pasillo largo y angosto. Lo arrojaron a una celda distinta a la anterior. Escuchó el sonido metálico de la puerta al cerrarse y luego el silencio.
Esperó por horas hasta caer rendido de sueño. Cuando despertó había un plato con lo que parecía ser, algo de comida. Aquello se convirtió en un ritual. Nada lograban sus gritos, insultos y amenazas. Nadie acudía a verlo. Las palabras de aquel hombre volvían a su mente una y otra vez, celosas de la certeza que revestían: aunque nos lleve toda su vida.
No tenía drogas, no había posibilidad que encontraran lo que no existía. Su condena era literal.

martes, 9 de septiembre de 2014

La costa

El navegante divisó la costa cuando caía la noche. La luna reflejaba el horizonte de manera tal que aquel oasis era el paraíso mismo. ¿Cuánto hacía que vagaba por el mar, sin destino alguno? No lo recordaba. En la embarcación quedaban minucias de las provisiones. El alimento de los últimos días lo habían propiciado las aguas y sus habitantes escamados.
Se echó sobre la madera húmeda y cerró los ojos, sin diferenciar el cansancio con la alegría, la felicidad de estar vivo con la sensación latente de la muerte. Volvió a abrirlos, para admirar el cielo protector, el que noche a noche lo mantenía cuerdo, con sus constelaciones y estrellas, ese mapa astral que se sabía de memoria y que era una de las causas por la que aún estaba vivo.
Tocaría tierra antes del amanecer. Llegaría a ese destino salvador del que nada sabía en pocas horas más. Quería descansar mientras tanto. Si bien era suelo firme, no podía predecir lo que se encontraría al caminar luego de varias semanas en el agua. Podía tratarse de un lugar desierto o un sitio abundante en alimentos; la morada de tribus caníbales o las costas de un pueblo civilizado. Por el momento era una esperanza. Y eso era suficiente. Lo que sucediera después, sería un regalo.

martes, 26 de agosto de 2014

Culpables

Uno es culpable en la medida que acepta la realidad. Me animaría a decir que incluso, uno es culpable por formar parte de la misma.
Negarla nos condena.
Tratar de cambiarla nos brinda una esperanza.
¿Salvación? Ya no hay lugar para milagros. La suerte está echada hace tiempo.
El hombre se alejó por la colina, perdiéndose detrás de las rocas que le daban oscuridad al paisaje. El pastor quedó a solas con sus animales, masticando las palabras del sabio. Sin embargo, no encontró aplicación alguna.
Quizá alguien pueda encontrarle un sentido en alguna parte, musitó casi en un susurro, para empezar luego a arrear a la manada hacia la zona empinada.

sábado, 16 de agosto de 2014

La sorpresa

El vendedor tenía razón, no parecía un arma.
- ¿Y me asegura entonces que nadie se da cuenta?
Por supuesto, el hombre detrás del mostrador sacó a relucir su mejor sonrisa, esa que lleva grabado el lema "quedate tranquilo, vivo de esto".
- Bien, me la llevo entonces.
Pagó en efectivo, pidió que se la envolviera y guardara en una caja y la metió en el auto. Dudó un instante y volvió al negocio.
- ¿Usted no se molesta si me la pongo acá?
- ¡Pero cómo me va a molestar!
Regresó al auto, buscó la caja y se metió en el negocio. El vendedor le señaló un pasillo.
- Al fondo está el baño, cámbiese ahí.
El baño era un cuartito de un metro por un metro, con inodoro y lavamanos. Abrió la caja, sacó del envoltorio el traje y con cuidado, lo acomodó encima del inodoro.
Se quitó la ropa que tenía puesta y se colocó lo que había comprado. Miró las paredes en busca de un espejo, pero no había más que pintura descascarada en los cuatro espacios.
Volvió ante el mostrador y esperó que el comerciante diera su opinión.
- Le dije, quién va a pensar que es un arma.
Ahora sí, volvió a su coche tranquilo. Lo puso en marcha y condujo hacia su casa. No veía la hora que un ladrón hijo de puta lo emboscara para robarle. ¡La sorpresa que se llevaría, la sorpresa...!

viernes, 8 de agosto de 2014

Rompecabezas

Siento aún el sabor amargo en la boca. El cálido reflujo en la garganta, me lo confirma. La sensación de náusea, lo acredita.
A pocos metros, el reguero de sangre. Más allá, las piernas de González. El resto del cuerpo se encuentra esparcido por el bosque.
Aún ignoro qué sucedió. Ciertas imágenes se agolpan en alguna parte de mi cerebro, provocándome un fuerte dolor, pero sin permitirme develar el misterio.
La vez que he llevado la mano a la boca, ha vuelto roja, manchada de ese viscoso líquido que nos permite estar vivos.
Miro las piernas de González y comprendo que no solo es el líquido, es una suma de factores. Los órganos, por ejemplo, deben estar dentro de uno, no arrojados sobre el barro, o entre las plantas. Y tampoco es probable que nadie sobreviva, si los brazos son arrancados, el cuello cercenado y la cabeza destrozada con ahínco.
Es un rompecabezas, literalmente. No todas las piezas encajan, otras se han perdido, pero la clave, por lo que alcanzo a discernir, está en las formas. No de las partes, sino de los cortes. Puedo distinguir la marca de mis dientes en esas pantorrillas. Y es la razón, supongo, por la que tanto me duelen, lo mismo que las encías, que aún destilan sangre.
Algo ha sucedido anoche, pero no recuerdo qué. Pero me sabe a amargo y cruel, como el sabor que siento en la boca.

martes, 29 de julio de 2014

Punto final

Toda la semana repasando una a una las palabras a emplear. Las había memorizado, pero logrando decirlas con naturalidad. Le había dedicado horas y horas. Noches en vela. Largas caminatas por el boulevard.
Y esa tarde, al escuchar el sonido del timbre, ese repiquetear tantas veces esperado, abrió la puerta de calle y allí estaba, tal como lo había imaginado.
Uniforme azul, bolso al hombro, carta en mano.
- ¿Aquí vive Ana de las Mercedes Rovira González?
Y Ana, más nerviosa de lo que hubiese deseado, hizo su parte.
- No, aquí no vive ninguna mujer llamada así.
El hombre se fue, junto a la carta. Ella, bajo el marco de la puerta, lloró en soledad.

martes, 22 de julio de 2014

Cazador invisible

El sabueso se relamió encima de su presa. La lengua se paseó brillante y enaltecida sobre sus labios oscuros y rebosantes de saliva. Los gritos llegaron desde lejos, pero aún así sus oídos los captaron. Arqueó el lomo, cuyo pelaje se había erizado, y observó con ojos inyectados en sangre hacia aquel paraje del bosque desde el que provenían aquellos sonidos escandalosos.
Las sombras eran sus aliadas, podía moverse donde quisiera que quedaría a salvo. La noche era su protectora. Pero su instinto obligaba a todo lo contrario. El aire se llenó a olor a fétido. El olor del hombre. De una sabrosa comida. Rugió, golpeándose el pecho con sus enormes patas, desafiando su cuerpo con golpes potentes y sonoros.
Pudo sentir la tensión entre los árboles, como la quietud le ganó al falso coraje de quienes venían en su caza. Dejó atrás el cadáver a medio terminar de aquella jovencita y a fuerza de velocidad, ganó terreno en la oscuridad. Los murmullos fueron ganando en intensidad. Segundos después divisó las siluetas, las antorchas encendidas, las rústicas armas en alto. La imagen vívida del terror se instaló en los rostros ocultos. No necesitaba verlos para saberlo.
Pero no tenía necesidad de acabar con todos. No tenía el menor sentido. Solo buscó a uno, lo apresó con sus garras y se internó más allá de los árboles, donde la espesura del terreno era una sola pieza negra, casi impenetrable.
Los hombres quedaron petrificados largos minutos, sin tener noción del tiempo. Respiraron solo cuando uno de ellos gritó que faltaba alguien. Pero la bestia ya no los escuchaba. Estaba lejos, saciando el hambre con devoción. Luego descansaría. Debía reponer energía para continuar el juego. Ellos retornarían, trayendo el alimento. Como cada día, como cada noche. El verdadero cazador no es el que no se deja ver, sino aquel que los demás creen que no existe.

jueves, 10 de julio de 2014

Abuelita

El taxista aprovechó el semáforo para mirar por el espejo retrovisor. La abuelita que llevaba le recordaba a su nona, casi con el mismo corte de cabello de rodete alto y la infinidad de canas, que hacían de su cabeza, un monte nevado.
Dos calles más adelante, se detuvo en la dirección de destino. La mujer hurgó dentro del bolso, buscando cambio para pagar.
- Deje, no se preocupe doña. Yo invito - le dijo a la anciana, que levantó la vista sorprendida.
- ¿Por qué, mijo? Si dinero tengo, sucede que no encuentro el monedero.
- En serio, deje. Me hace acordar a mi abuela. Podría jurar que es igual, con eso le digo todo. ¿Qué mejor paga que esa? Con lo que la extraño.
La señora sonrió, para luego agradecer y descender del coche.
El taxi partió con rumbo incierto, como todo taxi cuando se aleja.
El hombre parado en la vereda ensanchó la sonrisa. Nada como tener poderes mentales para no pagar el viaje.

jueves, 3 de julio de 2014

Maquinaria molesta

Es difícil reconciliar el sueño cuando uno despierta a mitad de la noche tras haber escuchado el sonido inconfundible del teléfono sonar una vez.
La pregunta queda latiendo al mismo ritmo del corazón, casi de manera desbocada. Y las horas pasan y la noche se hace eterna.
Recién al levantarnos uno se acerca sigiloso, casi temiendo que el aparato lo fuera a atacar, y revisa en busca del número de la llamada perdida en la madrugada.
Y para sorpresa, allí no hay nada. Cero registros. La cabeza, maquinaria molesta si las hay, se pone en funcionamiento para tratar de darle una explicación a lo que no tiene lógica. Y así se consume la mañana, sin resultado alguno.
Para la tarde es asunto olvidado. Recién por la noche, antes de acostarse, el recuerdo vuelve como un alma en pena. Y por segunda luna consecutiva, nuestros ojos quedan en vela.
La diferencia es que esta vez, el teléfono no suena. Y es probable que la noche anterior jamás lo haya hecho. Pero nunca lo sabremos. La oscuridad se ríe por lo bajo, dueña absoluta de nuestra voluntad.

lunes, 23 de junio de 2014

El caso de la cabaretera

Ella trabajaba en un cabaret de la zona este, cerca del puerto. Apareció en el muelle, desangrada y con los senos rebanados. Habían utilizado para ello un LZ500, uno de esos nuevos láseres para defensa personal, que tanto publicitaban en la tv digital.
Amenábar tomó el caso porque debía dos meses de rentas. Al ver su rostro en las noticias, supo que había sido bonita. Esa misma noche soñó con ella. Le quería decir algo, pero en el momento preciso que acercaba su cuerpo desnudo hacia él, un destello irrumpía despertándolo. Aquella intimidad onírica había sido mejor que cualquier viaje supletorio inducido de los que había tomado en los dos últimos años.
Por la mañana recorrió el barrio, dialogó con algunos contactos pero no se fió de ninguno. Un reloj de pulsera vibró. Contestó la llamada con desgano, pero esta vez no era un telemarketer. Los senos de la joven habían aparecidos clavados en la entrada de una iglesia.
En el lugar ya estaban los fotoreporteros, enviando la información en línea. El mundo ya se había enterado. Amenábar se cuidó de no ser visto por la policía. Observó con cuidado y filtró lo innecesario. Todo estaba allí. Cada respuesta, cada error del asesino dejando sus pistas para ser descubierto. Tomó nota de todo.
Ni bien se fue la policía, procedió a eliminar los rastros. Para la caída de la noche, la ciudad era un paisaje lumínico y su cliente estaba a salvo. Nada era difícil para Amenábar, a pesar que quería dejar su profesión. El espionaje para el lado oscuro, no le gustaba, pero pagaba bien.
Esa noche soñaría con la chica. Siempre le sucedía cuando eran bonitas. Se guardó el LZ500 de su cliente cerca de la cama. Era lo último que la había tocado. De alguna manera, podría sentir cerca de esa mujer, aunque fuese en sueños.

miércoles, 11 de junio de 2014

Desavenencias y felicidades de un simpatizante que lo mira por TV

Como cada cuatro años, intento programar las actividades para poder acaparar en casa el televisor. Con el pasar del tiempo, me he tenido que adaptar a diversos horarios. Guardo el mejor recuerdo de aquel a fines de los noventa. Y quizá sea porque con los compañeros del colegio nos saltábamos clases para ir al bar de la vuelta, compartiendo ese pequeño milagro que se da cada cuarenta y ocho meses. Éramos jóvenes y nada nos importaba más que ser felices. Luego, hace justo doce años, estuve un mes moviéndome como un zombi, por no dormir de noche. Pero era soltero, no tenía obligaciones mayores y a los estudios, en la universidad, los llevaba de taquito. Luego, en la cita siguiente, tuve que hacer malabares en el trabajo para poder combinar los tiempos, entre lo que quería y lo que tenía que hacer. Costó, pero logré mi objetivo. Del primer al último día, pude estar delante del 21 pulgadas que había comprado para la ocasión. Hace cuatro años, las cosas se complicaron. Casado y con chicos pequeños, debía no solo organizar el horario de trabajo sino también recoger del jardín a los mellizos que ya estaban en la salita de tres, luego pasar a buscar a mi mujer por el estudio de arquitectura donde trabajaba, llevarlos a la casa de su madre y recién después, acceder a ese momento sagrado, entonces, frente a un LCD. Ahora, separado de ella, con los chicos que entienden de las preocupaciones de papá y sus necesidades de estar solo durante unos treinta días, más precisamente entre el 12 de este mes y el 13 del que viene, con un emprendimiento propio donde puedo dejar trabajando a otras personas en mi lugar, podría decirse que me he acomodado. Pero no todo es color de rosa, diría un amigo. Y menos en el fútbol. Hoy que tengo todo para disfrutar, mi selección paraguaya no clasificó. Al menos, me compré un LED de 40 pulgadas.

martes, 3 de junio de 2014

Lágrimas y alaridos

La pasión se excede y la angustia recrudece, en tanto el reloj hace correr el cuarto minuto adicional. Ellos se miran, anudando las gargantas, maldiciendo al cielo. Nosotros, abrazados sin distancias en el último aliento, preparamos el grito contenido al mismo tiempo que la pelota sobrevuela la cabeza del arquero y casi en cámara lenta, en esa eternidad propia de los instantes de gloria, se encamina a su antojo a cruzar la línea blanca, agolpando lágrimas y alaridos, mientras ese petiso que la rompe, sin esperar desenlaces, ya lo grita corriendo hacia nosotros, estemos donde estemos.

lunes, 26 de mayo de 2014

Amenaza de niña

No quería escuchar un solo cuento de terror más. Todas las noches era lo mismo. Su hermana aparecía con esa sonrisa de yegua tonta, cerraba la puerta de la habitación y le contaba una historia terrible, que la dejaba temblando.
Ella sabía que esos cuentos la asustaban, lo sabía incluso mamá, pero mamá ignoraba lo que su hermana le narraba porque no había forma de decírselo. Con seguridad ella pensaba que le contaban hermosas historias de princesas para conciliar el sueño.
- Y si mamá se entera, mañana mientras dormís, asfixio con la almohada a tu hamster, le quito el agua a los peces y si todavía me quedan ganas, te hago algo a vos.
Se aprovechaba, porque era débil. Lo había sido desde siempre. Desde pequeña, dependiente de un aparatito por el problema del asma. Luego, con las inyecciones para subirle las defensas. Más tarde, con la taquicardia. A veces sentía vergüenza de salir a la calle. Tan chica y con tantos problemas de salud. Y por si fuera poco, una hermana poco compasiva que era capaz de cualquier cosa con tal de hacerla sufrir.
Pero era hora de decir basta, de encarar los problemas de otra forma. Sin miedo a las amenazas, sin miedo a las consecuencias.
Cuando su hermana entró esa noche al cuarto y apagó la luz, en lugar de encontrarse con su hermanita en la cama, se topó con la imagen desagradable del hamster muerto sobre el colchón de sábana a lunares. La sangre aún estaba fresca sobre la tela. Pero más nauseabundo aún, le resultó ver como los peces, todavía vivos, chapoteaban agonizando sobre el líquido rojo.
Tardó en descifrar lo que veía, pero la pieza faltante no demoró en aparecer. Desde lo alto de la cama cucheta, algo cayó amenazante contra su cabeza. La embargó un dolor punzante y al caer al piso sentada de cola, palpó a su lado una muñeca de plástico, el objeto que la había golpeado. Al alzar la vista, dos ojos pequeños y brillantes, se hicieron notar en la oscuridad.
La niña habló casi en un susurro, confidente.
- Si mamá se entera, la próxima sos vos. Ahora, limpiá mi cama por favor. Y desde hoy, no más de tus cuentos.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Soñar con Alejandría

Soñé con una gran ciudad llamada Alejandría y una inmensa biblioteca. Libros, monjes y secretos. El añejo mundo de lo desconocido. Fue maravilloso, tan vívido que casi podía palpar el momento. Pero luego desperté y ese mundo desapareció.
En su lugar, la cueva, restos de un fuego ahora en brasas, las pieles cubriéndome y esa extraña sensación de hambre que me asaltaba cada mañana y que hacía que saliera a la colina a pelear por larvas de insectos o huevos salvajes para el desayuno, mientras gritos guturales inundaban las laderas.

jueves, 15 de mayo de 2014

Aprendizaje

El pétalo se deslizó hasta la palma de su mano. El resto de la rosa, permaneció estoica en su sitio. Miró hacia un lado y otro. Estaba solo. Volvió a soplar, ahora con más fuerza. La flor se deshizo como si se hubiese tratado de un truco de magia. Los cadáveres blancos se esparcieron por la sala, danzando lentamente.
En el florero ahora había tan solo una rama con espinas, solitaria, desprovista de toda gracia. El niño sonrió. ¡Había sido tan simple y fácil! Se puso de rodillas y juntó los pétalos, muy seguro de sí mismo. Volvió a la silla a la que había estado subido y trató de rearmar la rosa. Rápidamente comprobó que era imposible. Pero insistió, testarudo. Finalmente, tuvo que resignarse, con los pétalos camino a marchitarse en sus pequeñas manos. A los cuatro años de vida, supo que ciertas cosas no tienen arreglo.

lunes, 12 de mayo de 2014

Vigilante

Los ojos se le cerraban continuamente, como si los párpados le pesaran una eternidad. Era el abismo del sueño, el precipicio mismo, la oscuridad sin estrellas. Pero él no podía dormirse, no debía.
Su cabeza caía un instante y la misma gravedad lo obligaba a levantarla otra vez. Cinco segundos después volvía a repetirse la escena, casi cíclica, destinada a un solo final.
Pero a pesar de estar a un paso de la inconsciencia, algo residente muy en el fondo de su mente le susurraba un constante "no te duermas, no te duermas". ¿Por qué? ¿Cuál era la causa?
En el límite entre el sueño y la realidad, las razones de estar de un lado o del otro, no se comprenden, solo existen. No había forma que recordara el motivo, solo debía estar pendiente, no dormirse.
Y cada tanto, con los ojos entre cerrados, seguía observando lo mismo y por lo tanto, sabía que todo marchaba bien. Aquello inmenso y celeste seguía girando. ¿Con qué sentido? Ya lo había olvidado.
Obtuvo otra breve victoria en su batalla contra el cansancio, cabeceó una vez más y volvió a mirar sin mirar, pero tranquilo de ver lo mismo. Siempre lo mismo. Aquello girando. Un planeta, eso. El que debía vigilar. Casi que hasta recordaba el nombre... pero los párpados cayeron y la inmortal contienda volvió a repetirse, cíclica, interminable. ¿Para siempre?

domingo, 4 de mayo de 2014

Patología

- Doctor, debe ayudarme. Duermo todo el tiempo, no sé que me pasa. ¡Imagínese, veinticuatro horas en la cama cada día!
- ¿Y cómo es que ha podido despertarse y venir hasta acá?
- Es que estoy soñando.

lunes, 28 de abril de 2014

Paradojas de la vida

Martínez, al que llamaban el "carnicero de dos hojas", porque te mataba con dos cuchillas, me habló de Urdiza una tarde en el pabellón de descanso.
- La última vez que lo vi, todavía se atrevía a mentirme - me dijo, mirándose las uñas sucias -  Luego ocurrió lo que todos saben y ya no pudo hacerlo. Paradojas de la vida. Después de una venganza, ya nada es igual. Principalmente cuando se termina en un cajón.
El rumor era que se lo había cargado, aunque no estaba adentro por eso.
- Me atraparon por boludo, un par de bifes a una nami, estaba borracho. Parece que la maté. No me pareció para tanto.
Pero el tema acá era Urdiza. Porque por su culpa yo estaba en la cárcel y el único que podía sacarme, si decía la verdad, era él. Mi esperanza murió el mismo día que me enteré que había sido boleta. Pero Martínez me acababa de confesar que mi lápida a había tallado él. Y eso no es algo fácil de digerir.
- ¿En serio? - me preguntó, observándome duramente a los ojos - ¿Y qué pensás hacer, vengarte metiéndote conmigo?
Ambos sabíamos que eso era un suicidio. Le guiñé el ojo y sonreí. El "carnicero" siguió mirando sus uñas, hasta que apareció un cascarudo. Sin dudarlo lo apretó con sus dedos, lo hizo añicos con el puño y se lo llevó a la boca como un caramelo.
Preso y cagón. Peor no me podía ir. El silbato sonó y supe que había terminado el descanso. Y así sería por varios años más, gracias a Urdiza y al desgraciado de Martínez.

sábado, 19 de abril de 2014

Dueño del momento

En media hora debía salir hacia su cita. El estómago puntualmente comenzó a gruñirle.
- La vas a pasar mal, no vayas - tradujo su mente.
Evitó pensar en ello. Estaba yendo al psicólogo desde hacía un año justamente para solucionar ese problema que lo aquejaba desde que tenía memoria.
Treinta minutos después caminaba hacia el bar que ella le había indicado en un mensaje al celular. Sentía que en su panza habían inaugurado una montaña rusa sin su consentimiento.
- Volvete a casa, te vas a descomponer - le dijeron mediante retorcijones sus intestinos.
Pensó en otra cosa. En los ojos café que lo esperaban, de miradas cálidas que lo derretían. En la posibilidad de una caricia, tal vez un beso.
Llegó. La puerta verde invitaba a entrar con música alegre que sonaba del otro lado. Puso la mano en el picaporte.
- Te vas a arrepentir, pegá la vuelta - escuchó que en un susurro le decía el estómago.
Se mordió los labios. Debía vencer esa debilidad. Tenía que ser dueño del aparato digestivo y no al revés. Abrió la puerta.
Había mesas, gente feliz alzando copas, una banda tocando en vivo, una larga barra, un barman rodeado de botellas y cerca de una ventana, ella, esperándolo con una sonrisa.
Casi corrió a su encuentro. Hubo un breve tirón en su vientre, pero no le hizo caso. Llegó a su lado, besó su mano y ella lanzó una bella carcajada, luego, siguiendo la gracia, se inclinó para reverenciarla. Allí, al agacharse, su culo largó un pedo.
- Te dije - tradujo del pedo, mientras se ponía rojo de vergüenza y salía corriendo para ponerse a salvo.
La morocha se quedó sola contra la ventana, confundida y envuelta en un halo de desagradable destino.

lunes, 7 de abril de 2014

No apto para pimera cita

La comida estuvo bien para una primera cita. Nada extravagante pero tampoco de medio pelo. Pero era jueves y tocaba noche de cine. Herminio no sabía como decirle, había dudado toda la noche, hasta que viendo en el reloj del restaurante que se aproximaba la hora de la función, tomó el toro por las astas.
- Adela, hermosa, ha sido una hermosa noche, pero hoy tengo que ir al cine…
- ¡Qué lindo! ¡Vamos al cine!
- No, lo que quería decir era otra cosa...
- ¿No vamos al cine? Con lo que me gusta - dijo frunciendo los labios.
- Me encantaría invitarte, pero dudo que te guste. Es cine de clase B.
- No entiendo. ¿Clase B? ¿Las butacas están más lejos?
Herminio largó una carcajada.
- Se trata de un cine de culto, de bajo presupuesto. No creo que conozcas a los actores o que hayas oído nombrar a las películas.
- Y si no son buenas ¿para qué vamos a ir?
- ¡Para mi gusto son buenas! - respondió ofendido Herminio.
- Y yo que soy, una chica clase B o A - preguntó desafiante.
- ¿B o A? ¿Qué tiene que ver? Hablamos de cine.
- No, ahora quiero saber. Fui una cita A, B o Z.
- Z es un subgénero del B.
- La había pasado bien Herminio, no comprendo esta forma de querer dejarme a un lado.
- No malinterpretes. Creo que no te gustaría ver cine Clase B. Al menos, en la primera cita.
- Muy bien - dijo, levantándose bruscamente - Si yo, según vos, no quiero cine B, vos, según mi opinión, no querés una noche de sexo clase A – y dicho esto, se marchó.
Herminio consultó de nuevo la hora y pidió rápido la cuenta. Esa noche daban una de vampiros que no había visto. ¡Y ella que quería tener sexo! Nunca comprendería a las mujeres.

martes, 1 de abril de 2014

La ruleta eterna

Sintiéndose en la cornisa Ismael le jugó todo al 18. Podía escuchar los latidos de su corazón por encima de la multitud.
La bolilla giró eternamente, siglos y siglos. Se convirtieron en figuras del tiempo, condenados a una chance.
Aun aguarda Ismael que el destino le sonría. A su alrededor todos esperan espectantes. Es un manojo de esqueletos delante de la ruleta del universo.

domingo, 23 de marzo de 2014

El hombre de la azotea

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, con malvada rutina de hombre haragán esperando siempre el mañana que nunca llega.
En la azotea descansa Ismael, los pies sobre la poltrona como tanto le disgustaba a su madre. Tiene el diario desplegado ante sus ojos, con la página abierta en el horóscopo, aunque no lee. De vez en cuando atraviesa el silencio de la habitación con una mirada fugaz hacia la ventana, solo para cerciorarse que el agua sigue cayendo.
Deja el volumen de hojas a un lado, observa el techo de aquel sucio y sombrío lugar, cuenta las telarañas y a la octava vuelve al periódico. Sus manos buscan directamente la sección de policiales. Vuelve a leer el título que ha leído hace media hora. Letras enormes de molde que equivalen a una condena. Su foto en un rincón. Su nombre en el epígrafe.
La lluvia lo encarcela de la misma manera que su pasado. Oye las pisadas de alguien subiendo las escaleras. Luego, el sonido de un plato contra el suelo. Finalmente, los pasos alejándose. Es así como sucede, cada vez. Ella ni siquiera quiere verlo. Lo protege, lo esconde, pero lo rechaza.
Así será de aquí en más, hasta que el destino lo determine. Su madre, como la lluvia, tiene infinita paciencia. Pero un día, tarde o temprano, escampará, como siempre ha sucedido.

domingo, 9 de marzo de 2014

Un disparo

El hombre frente a él se llevó la pistola a la cabeza. Luego apretó el gatillo. En el espejo solo quedaron gotas de sangre.

domingo, 2 de marzo de 2014

Situación en la aseguradora

La sala de espera estaba llena, pero por suerte el siguiente número era el suyo. Al escucharlo, se puso de pie y avanzó hacia el mostrador principal. Una joven tomó el papelito que le extendió y le señaló una puerta al fondo del pasillo a la derecha.
Allí lo recibió una mujer algo mayor que la recepcionista. Tras el saludo de rigor, lo invitó a tomar asiento.
- Bien señor Gallardi, dígame, en qué puedo ayudarlo ¿Qué es lo que viene a asegurar?
- Mi herramienta de trabajo - dijo Gallardi señalando hacia abajo, en dirección a sus piernas.
- ¡Es futbolista! ¡Pero que bien! A mi marido le encanta el fútbol. Yo no entiendo nada. ¿Y dígame, por curiosidad, en que equipo juega? Dígame Boca, dígame Boca, que mi marido se muere...
- No señora, le señalo... esto.
- ¿Qué cosa? - preguntó con curiosidad la vendedora, poniéndose de pie y mirando por encima del escritorio - ¡Oh! ¿Se refiere a la... digo, al...?
- Si, quiero asegurar mi miembro viril.
- Disculpe que me quede sin palabras, es la primera vez que veo algo así. Perdón, quiero decir, que me piden algo así. Usted me entiende. ¿Y para qué lo necesita asegurado? ¿En qué trabaja?
- Soy actor porno.
- Es... - la mujer sopesó la situación, respirando hondo - Bien, realmente esto no me había pasado nunca - dijo, dejando escapar unas risitas - Déjeme ver, que busco entre los papeles, a ver que encuentro sobre esto. Supongo que querrá un seguro por accidentes.
- Si, accidentes laborales.
- Claro... si. No me imagino. Si, bueno, me imagino. Pero, es decir, accidentes accidentes. Un golpe, algo que se cae encima.
- Si, lo que sea. Que me lo doblen sin querer, o que lo muerdan. Me gustaría que se contemplen todas las posibilidades.
- Claro, mordidas. No lo pensé. Bien, si, déjeme que vea... - la mujer sintió que transpiraba, la situación la incomodaba - Porque tengo que ver si....
- ¿Necesita revisarlo?
- ¿Revisarlo? Los papeles, si. Revisar los papeles.
- ¿Y al miembro? ¿No debe ver en que condiciones está?
- ¿Verlo? Oh, si. Claro. Pero tenemos peritos para eso. Es decir, yo puedo si quiere, pero lo tienen que peritar expertos. No es que no sea experta... no, perdón, no quise decir eso. O si. No, espere. A ver. Aguarde que aclaro un poco las ideas - volvió a lanzar varias risitas una tras otra - Los peritos son expertos en temas en general, no quiero decir que sean expertos en...en... bueno, usted ya sabe.
- Está bien, no tengo problema sobre quién me lo mira. Pero quisiera también que se contemple in itinere, por si tengo un accidente camino al trabajo.
- ¿Camino al trabajo, usted ya...?
- Un accidente de tránsito o algo desafortunado.
- Entiendo, entiendo. Bueno, el perito de todas formas tiene que determinar el valor.
- Estoy cotizado como el mejor actor porno del país.
- De todas maneras necesitamos el informe de esta persona.
- ¿Necesita que le traiga películas?
- ¿Películas porno? ¡Me matan acá!
- Tenga en cuenta el granizo.
- El... ¿granizo?
- Filmamos a veces en exteriores, no importa el clima.
- Granizo entonces. ¿Algo más que tenga presente?
- Si. Seguro contra terceros.
- Contra... ¿usted dice para el caso de lastimar a alguien?
- Nunca se sabe. Mire el tamaño, puede resultar peligroso - dijo Gallardi, bajándose los pantalones.
- ¡Súbase eso, de inmediato! - ordenó la vendedora, que trataba de mirar hacia un lado con el ojo derecho, en tanto el izquierdo se mantenía en su sito, observando todo con detenimiento.
La mujer se puso de pie y le pidió que aguardara. Luego salió de la oficina para volver minutos después con el gerente de la casa aseguradora.
- Estimado, Palacios mi apellido. Me han dicho que usted es Gallardi, el famoso actor porno.
- Yo no le he dicho que es famoso, señor Palacios - interrumpió la vendedora.
- Mónica, por favor, ¿me va a decir que nunca ha visto una de Gallardi? Mi preferida Gallardi es "El doctor te la pone sin anestesia". ¡Qué película Gallardi! ¿Nada de efectos, no? ¿Es todo... real?
- Por supuesto. Por eso quiero asegurarla. ¿Necesita ver?
- Debo admitir que me gustaría Gallardi, pero para eso tenemos peritos. En realidad, venía a pedirle un autógrafo.
- Pero señor Palacios, lo llamé para que me ayudara con la situación.
- ¿Qué situación, Mónica? Hágale el seguro y no le haga perder más tiempo.
- Pero... ¿qué le aseguro?
Palacios, ofuscado, la buscó dentro del pantalón del actor y la sacó con violencia.
- ¡Esto asegure Mónica! ¡Y no rompa más las pelotas!
- Esas también me gustaría asegurar - acotó Gallardi  - ¿O vienen incluidas?
- ¿Vienen? - preguntó Mónica buscando ayuda en Palacios.
- Si no vienen, nosotros las incluimos, como gentileza de la casa, Gallardi - respondió Palacios.
El actor agradeció con un movimiento de cabeza y luego, con mucha profesionalidad miró al gerente y le dijo: Sin ánimo de ofender, ya puede soltar.

domingo, 23 de febrero de 2014

Gato encerrado

- Hay algo que no me cierra - retrucó el comisario, inspeccionando de cerca el cuerpo.
- ¿Qué cosa, jefe? - preguntó mostrándose interesado el cabo Jiménez.
- Ese agujero, el de la frente.
- Es el de la bala, jefe.
- ¿Pero para qué la bala? Cayó de un quinto piso ¡Y además, con una soga al cuello! No puede ser de una bala, ahí debe haber gato encerrado.
- El forense dijo...
- ¡El forense no sabe una mierda! Hace treinta años que soy policía, Jiménez. Me va a decir que no puedo reconocer un agujero.
- No jefe, no dije eso. Solo remarcaba lo que informó el forense.
- ¿Y para usted, qué es ese agujero? Olvídese de lo que dijo el forense.
El cabo se acercó y lo inspeccionó de cerca. Podía verse la sangre secándose en los bordes. La profundidad no podía apreciarse.
- Ahora me hace dudar, jefe. No sé.
- Hay gato encerrado, no le dije.
- Hay gato encerrado, si, usted tiene razón.
- Bien, me quedo más tranquilo. Bueno Jiménez, lléveme de regreso a la comisaría que es hora del almuerzo.
- En realidad tendría que quedarme con el cuerpo, hasta que llegue el fiscal.
- ¿Usted cree que el cuerpo se va a levantar y salir corriendo?
- No, claro que no.
- Entonces supongo que el fiscal lo va a encontrar ahí mismo, donde ahora está.
- Si... supongo.
- Supone bien. Ahora, lléveme que tengo hambre.
- ¿Dejamos asentado en la planilla que nos retiramos?
- Si y también anote lo del agujero.
- ¿Qué pongo?
- ¿Cómo qué pone, Jiménez? ¡Qué hay gato encerrado!
- ¿Y si esperamos a que le hagan la autopsia, para ver si la bala está alojada adentro?
- ¿Bala? ¿Insiste con eso, Jiménez? ¿Duda de mis treinta años de policía?
- ¡No, no dije eso, comisario!
- ¡Insolente! ¡Lo voy hacer meter en el calabozo ahora mismo! ¡Sargento, sargento!
El sargento llegó corriendo desde el otro lado de la calle. La comisaría quedaba en la vereda de enfrente de la escena del crimen.
- ¡Si mi comisario!
- Lleve al cabo Jiménez al calabozo, por desacato.
- Pero el calabozo está lleno, comisario. Pusimos ayer al sospechoso de violación, hasta que lo vengan a buscar de la fiscalía.
- ¡Sáquelo! ¿Cuál es el problema? Es importante que el cabo Jiménez aprenda la lección.
- Pero...
- ¿Pero qué, sargento? ¿Quiere hacerle compañía?
- No señor comisario, ahora mismo libero al sospechoso.
- Y ya que va para dentro, encargue medio pollo con fritas a la brasería. No me pida vino, mejor una gaseosa, que estoy en horario de trabajo.
- Si señor comisario, lo que usted diga.
- ¿Y yo señor, voy con el sargento?
- Si, y métase en el calabozo.
- ¿Y al muerto lo dejamos así, sin cubrirlo?
- ¿Piensa que va a tener frío, cabo? Piense mejor en su futuro, no en causas perdidas.
El cabo cruzó la calle y se metió en la comisaría.
Sacando panza, el comisario observó los alrededores. Algunos curiosos miraban la escena donde estaba el fallecido. Se sintió importante e hizo un ademán de reverencia, esperando quizá el aplauso. No recibió ni siquiera una mueca.
Restándole importancia, se acercó al cuerpo y lo tanteó con el pie, dándole golpecitos en la cadera.
- Bien muerto, el fiambre - dijo para sí mismo - Y ese agujero no me engaña. Nos quieren hacer creer que se suicidó, seguro. Treinta años tengo en esto, finadito. Mirá si me vas a engañar. A vos te tiraron. ¡Médicos forenses! Por favor. ¿Qué saben estos? ¿Qué estudios tienen? En fin. Me voy a comer. Con el hambre que tengo, tendría que haber pedido un pollo entero. ¡Sargento! ¡Sargento!
Solo y gritando, volvió a la comisaría, del otro lado de la calle.

martes, 11 de febrero de 2014

Transformaciones

El hombre que sube al tren en Rosario no es el mismo que baja, varias horas después, en Tucumán. Lleva la misma ropa, el mismo portafolio y hasta se peina igual. Pero a lo largo de ese viaje, ha cambiado, así se lo ha propuesto, dejando atrás el que era. Al descender mira todo con ojos nuevos. Sin embargo, nadie lo conoce. Nadie lo ha visto anteriormente. Sigue siendo uno más en el mundo y eso lo convierte otra vez, en la misma persona que antes.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Rebelión en el gallinero

La lluvia había dejado un barrial en el fondo de la casa. Para llegar al gallinero había que enterrarse hasta los tobillos. A medida que se acercaba, podía escuchar como la única gallina que le quedaba agitaba las plumas de manera inquieta.
- Cómo sabe la guacha - dijo en voz baja Matilde, evitando un charco de agua a su paso.
A un costado de la puerta de chapa oxidada del gallinero, sobresalían de una caja de madera dos orejas largas y blancas. Al pasar Matilde las orejas desaparecieron.
- No me tientes conejo, que cambio el menú - espetó mirando hacia donde estaba la caja.
  Una vez que se metió en el gallinero, empezaron a volar plumas por todas partes. Un minuto después, en total silencio, salió Matilde por la puerta llevando la gallina del cuello. Los ojos del animal parecían a punto de explotar. El conejo asomó el hocico y tanteó el aire. Entonces, dio el grito de alarma.
- ¡Ahora!
Matilde giró instantáneamente la cabeza hacia atrás, pero ya era tarde. Dos palomas saltaron con voracidad hacia sus ojos, en tanto un gato que bajó con la velocidad de un rayo de un árbol se aferró con las garras de la mano que sostenía a la gallina, dejando a ésta libre.
El conejo se acercó a los pies de la mujer, apenas protegidos por unas ojotas desteñidas y le mordió el dedo gordo de la extremidad derecha. Los gritos de Matilde trataron de hacerse escuchar aquel mediodía, pero el canto coordinado de decenas de pájaros, el croar de cinco ranas y el sonido de innumerables grillos, lo dejaron en un segundo plano, totalmente inaudible.
Cuando una hora después Gervasio, el marido de Matilde, volvió del taller la fue a buscar al patio. Le preocupaba no tener la comida en la mesa. Le resultó raro encontrar el gallinero abierto, la tierra removida y un pedazo de paño en el barro que bien podría haber sido parte de la ropa de su mujer. Resignado, se metió adentro, se preparó unas galletitas con jamón del diablo y luego se fue a dormir la siesta.
En el patio, los topos terminaron de asentar la improvisada tumba. Luego, también se fueron a dormir la siesta.

miércoles, 29 de enero de 2014

Crisis existencial

Qué tremendo ese instante en que nuestra mente se hace la pregunta que no esperábamos pero que de alguna manera, tanto temíamos. Ese momento en que nos asalta el interrogante breve pero certero, que nos desestabiliza como un terremoto, cuando nos formulamos el ¿Quién soy? ¿Qué se puede esperar de mí? Pero Adrián, en lugar de amilanarse, sacó pecho. Miró hacia un lado y otro, cruzó la calle y se metió en un cyber. Los existencialistas tienen dudas. Adrián sabía que podía contar con Google.

domingo, 19 de enero de 2014

Pascual, el abatido

Pascual se veía abatido. La pose no lo acompañaba. Sentado en un banco de madera, la espalda encorvada hacia delante, las manos en la cabeza y la mirada puesta en el suelo, más precisamente, en el espacio entre un pie y el otro. Así lo encontró su amigo Herminio mientras caminaba por la plaza.
- ¿Qué te pasa Pascual? ¿Te llegó la cuenta de la luz?
- Si fuera eso nomás...
- ¿Qué te pasa?
- Tuve una revelación. Es difícil de explicar. Pero supe cuál es mi misión en la vida.
- ¡La pucha! ¿Y cuál es?
- Ser Pascual, ser yo mismo. No te das una idea de lo difícil que es eso en el mundo que vivimos.
- Mejor no saber nada de eso y ser lo que otros quieren. Menos problemas - reflexionó su amigo, que luego de darle una palmadita en la espalda, se alejó silbando. No fuera cosa que le contagiara la revelación.

lunes, 13 de enero de 2014

El hombre que salió del clóset

La noticia se propagó como reguero de pólvora. En el barrio todos hablaban de Ricardo, el carnicero, del que decían, había salido del clóset.
Hablaban de su valentía, de su decisión, de su masculinidad, de cómo lo verían ahora al pararse frente al mostrador y la sierra y pedir un corte de carne.
El único ofuscado por la noticia, hasta podría decirse, furioso, era Ismael. No era para menos. El clóset del que había salido era el suyo, y aquello había ocurrido al regresar un día antes de lo previso, de un viaje de negocios.
Ahora Irma, su mujer, se estaba mudando a lo del carnicero. Y mientras tanto, el barrio no paraba de hablar.

jueves, 9 de enero de 2014

Sueño encriptado

Carlos se soñó despertando en una realidad donde para iniciar el día, había que poner una contraseña. Pero ponía la clave que creía correcta y unas enormes letras lo rodeaban, indicándole violentamente que el usuario o contraseña era inválido.
Probó dos, tres, cuatro veces. A la quinta, el mensaje fue otro: El día ha sido bloqueado. Y por más que lo intentó, Carlos no pudo salir del sueño y retomar su vida.

sábado, 4 de enero de 2014

Por culpa del GPS

Había leído sobre gente que se perdía siguiendo las indicaciones del GPS, algunos incluso haciendo trayecto de miles de kilómetros. Pero aquello era inadmisible, o mejor dicho, imposible. Había llegado a su casa, pero las rejas negras no estaban, ni la planta alta, ni siquiera la vereda tal como la recordaba. Aquello era apenas una edificación en ciernes, sobre una calle de tierra. Un hombre que se parecía a su padre, colocaba una cerca de madera, pero se detuvo al verlo perdido.
- ¿Se ha extraviado, joven? - le preguntó.
Pero no le contestó. Puso primera, segunda y tercera en menos de veinte metros. Le temblaban las piernas y creía que estaba a punto de llorar. Al doblar a la esquina, la calle fue la esperada, con las marquesinas decoradas por las fiestas, la gente caminando raudamente por las veredas y su mujer esperándolo en una esquina.
- ¿Por qué te demoraste tanto? Te dije que compraba los corpiños y salía - le recriminó ella mientras se metía en el auto.
- Es que probé el GPS y me perdí.
- ¿En la ciudad? Sos el colmo vos. ¿Para dónde fuiste?
- Eso es lo que quisiera saber, Eugenia, eso es lo que quisiera saber.