lunes, 31 de mayo de 2010

Les pido disculpas

Les pido disculpas, pero no se bien cuando sucedió, si acaso en el momento de confesar que hice trampa en los exámenes para terminar el secundario, o al mencionar el embarazo de mi novia Laurita, o bien cuando hice el comentario sobre lo lindo que será irme a vivir para estudiar en la facu con el Negro y Falopa. O quizá no haya sido nada de ello y sí el hecho de haberle jurado sobre la tumba de mamá que hasta convertirme en político no paraba. Si, puede que haya sido en ese momento en que el viejo se llevó las manos al pecho y cayó con un infarto sobre la mesita donde estaba el jarrón con las cenizas de los abuelos. Sinceramente estaba tan drogado que no recuerdo en que pasaje de la charla pasó.

lunes, 24 de mayo de 2010

Pausa

Los niños gritaban en medio de sus juegos convirtiendo la sala en un caos de voces. Gonzalo estaba acostado sobre el sofá, mirando la televisión.
- ¡Vieja! - vociferó Gonzalo desde su lugar - ¡Subí el volumen que no escucho nada!
Su esposa Clotilde, que estaba en la cocina, caminó los quince pasos que la separaban pasillo mediante hasta la mesa principal de la sala, donde solía estar el control remoto. Lo tomó, apuntó hacia el televisor y aumentó el sonido, ganando unos decibeles más, suficientes para hacerse oír por encima de los chicos.
Una sonrisa cubrió el rostro de Gonzalo, que ahora podía escuchar al conductor del programa de entretenimientos que estaba mirando. Al cabo de media hora, llegó a su fin.
- ¡Vieja! - volvió a gritar - ¡Fijate si me encontrás algo para ver, que lo que estaba mirando ya terminó!
Allá fue Clotilde, arrastrando sus alpargatas, resignada con el repasador húmedo aún en las manos. Buscó el control donde lo había dejado y en medio del barullo propio de los juegos combinado con el audio siempre elevado de las publicidades de la televisión se concentró en apretar los botones adecuados para ir pasando de canal a canal hasta tanto oír la voz de su marido, que efusivo le diría donde parar.
Entre el canal 25 y 26 un estruendo a sus espaldas anunció la caída de un jarrón. Las risas de los niños indicaban la culpabilidad de los mismos. El chistido de su marido, recostado sobre el sofá, delataba que nada de lo que había en la pantalla era de su agrado.
Entre el canal 49 y 50 una puntada en la cabeza le anunció que el día se estaba haciendo más largo que de costumbre. En el 65 detuvo sus dedos y sin reparar en la queja inmediata de Gonzalo, arrojó el control remoto contra el espejo más próximo, haciéndolo estallar en pedazos. Luego, se desvaneció donde estaba, con todo el peso del cuerpo golpeando contra el suelo.
Despertó en una sala de hospital, con el suero puesto y pequeños monitores controlando su ritmo cardíaco. Miró alrededor y comprendió que estaba sola. Un televisor de pocas pulgadas reposaba en silencio en un soporte sobre la pared. Casi creía escuchar la voz de su esposo pidiéndole que lo encendiera. Casi le parecía creer que en la cama contigua, desocupada, saltaban haciendo morisquetas y todo tipo de ruidos, sus pequeños hijos.
Suspiró. Aquella era su vida. Su morir de cada día. Su responsabilidad. Volvió a cerrar los ojos, deseando que así su recuperación se acelerase un poco, anhelando el regreso a su hogar, añorando el caos cotidiano, sabiéndose prisionera del mismo, por decisión y resignación, casi mártir de la vida, casi esclava de su destino. Pero entera y gobernada por una razón, aquella que solo conoce el corazón.

martes, 18 de mayo de 2010

La mesa perfecta

Me imagino a veces sentado a una mesa, tan grande que en ella están todos aquellos seres que quiero.
Y en la mesa reina la alegría, los recuerdos, las anécdotas. Las risas van y vienen como mariposas, las voces parecen melodías y mi sonrisa lo cubre todo.
Allí veo a mis amigos de la infancia, como si no hubiesen crecido. Y también a los de la adolescencia que luego no volví a ver. Solo aquellos con los que mantuve contacto parecieran haber crecido.
Pero nadie repara en edades, todos charlan entre si como si se conociesen de toda la vida y sin embargo, se que el nexo en la mesa soy yo.
Aunque parezca mentira estoy sentado al lado de cada uno, como si eso fuese algo lógico y físicamente posible. Más extraño aún, hablo con todos a la vez y escucho cada cosa que me dicen.
Les pregunto de esto y aquello y les respondo todo sobre mi. La alegría nunca abandona nuestros rostros y algunos comentarios nos arrancan contagiosas carcajadas.
Y mientras soy consciente de esa mesa, de la presencia de todos los que quiero, de aquellos amigos que hice de grande, de los que hace rato no veo, de los que conozco sin haber conocido, me pregunto si realmente es posible. Sin respuesta alguna, me convenzo que si.
Me imagino a veces sentado a una mesa, con todos los seres que quiero. Es tan grande que ni siquiera el dolor más angustiante puede desterrar.
Y voy a ella cada vez que me siento mal, tan solo para saber que están, que siguen estando allí.

jueves, 13 de mayo de 2010

Prospecto de la desesperación

En el edificio de departamentos donde residía Lucho (nuestro personaje) fue hallada la siguiente nota luego de su misteriosa desaparición:

"En una habitación vacía suena un teléfono incesantemente.
El presentimiento de quién realiza esa llamada es preciso. Nadie se encuentra del otro lado de la interminable maraña de cables, senderos de cobre, señales de microondas y conexiones satelitales.
La certeza del dueño de ese aparato telefónico es otra y no es necesario describirla.
El silencio atronador al que nos llevan las ciudades en los días de tormenta nace de una sospechosa violencia que se genera en el interior de cada ser humano.
Si el ruido estrepitoso de los coches no permite que oigas ese silencio que clama por salir de tus entrañas, visita a un médico rápidamente.
Si abrimos de par en par las ventanas podremos ver a todo el mundo salir de sus portales con la boca abierta, hablando sin razón; repitiendo las afirmaciones que anoche transmitieron los títeres de los informativos.
Si cerramos nuestras puertas es probable que nos encontremos mas seguros. Sin embargo, el aburrimiento podría invadirnos furiosamente y eso no es aconsejable en vísperas de un fin de semana.
Leyendo a nuestros autores predilectos podremos notar que más de uno intentará advertirnos sobre la carga que significa esta vida para nuestras espaldas.
¡Al diablo con ellos!
La característica más loable del ser humano es la de resultar completamente innecesario para la naturaleza.
¿La más despreciable? Esa ya la conocemos de memoria.
¿Acaso tú no te miras en el espejo todas las mañanas?

Ahí estamos nosotros, ahí estás tú, ahí estoy yo.
Los teléfonos suenan impacientemente en habitaciones vacías pintadas de blanco. Las fotos claman por sus dueños y las pinturas por entendimiento.
El día que este mundo deje de girar en el eje del sin sentido me sentaré a descansar de todo este viaje.

Mientras tanto... ¡adelante!
Bajemos la escalera y retomemos el camino de una vez por todas."

domingo, 9 de mayo de 2010

De tumbas y flores

Decían las malas lenguas que fue por culpa del vino. No hay quien no metiera en el asunto a la hermana, que siempre anduvo por caminos difíciles. A él se lo veía últimamente andrajoso, de aquí para allá, sin destino cierto.
El día que todos dejaron de verlo, sin embargo no se percataron de ello. No fue hasta que unos días después aparecieron unos policías con una foto preguntando si alguien lo reconocía. Claro, era casi imposible reconocerlo en ese estado, todo desfigurado.
Pero había señales inequívocas, como la cicatriz arriba de la ceja izquierda y el lunar enorme en el mentón. Si, era él. La policía se quedó conforme y se fue. Y la gente empezó a tejer historias.
Nadie investigó la verdad, ni siquiera la policía. Lo único que querían era un NN menos.
No había motivos para acordarse de esa persona y entonces el polvo fue cubriendo la verdad con finas capas de otras verdades y muchas mentiras.
Las palabras hilvanadas para rellenar los huecos de una historia que a nadie le importaba se transformaron en tumba, a la que nadie por supuesto, visitaba, más bien dejaron en el olvido.
Me queda una pregunta, pensando en este hecho. ¿Cuántas tumbas tiene el hombre en su honor? Aquella donde lo entierran. Aquella en la que realmente yacen sus restos. La que queda en la memoria de los que lo recuerdan, si uno tiene la suerte. Y aquella que erigen los que no saben, pero hablan. ¿Cuántas tumbas tiene el hombre? Muchas, sin dudas.
¿Cuántos son los que le llevan flores? No es una cifra la respuesta. Porque si las flores son como esas palabras utilizadas para llenar vacíos, mejor es no llevar nada.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Miguelito

Hacia dónde va Miguelito, se preguntaban en el barrio. Tan chiquito y con la carita sucia, caminando solito. Hacia dónde vas Miguelito, le preguntaron a su paso. Llevo a mi perrito invisible a jugar a la placita, contestó con voz de querubín e inocencia de niño.
¿Y Miguelito? preguntó más tarde mamá, aún con el cabello despeinado tras una noche agitada. ¿Y Miguelito donde está? repitió angustiada. En la placita, le dijeron señalando como si nada.
Pero en la placita las hamacas estaban olvidadas y el tobogán dormitaba. Las lágrimas deslizaron por las mejillas de mamá desconsolada y algunos brazos la rodearon para que no temblara.
Lo buscaron y lo buscaron, durante días, durante meses. Hubo gritos y silencios, llantos y lamentos. La noche de Navidad volvió Miguelito, con la misma alegría y la mugre de ese día. Pero volvió solo por un rato para ver como mamá dormía, otra vez drogada y con sangre en las encías. La besó suavemente y se despidió hasta algún día y de la mano del angelito que ladraba a su lado, volvió al nuevo mundo en el que vivía.

sábado, 1 de mayo de 2010

Ultima parada, el destino

Tras mirarlo brevemente le preguntó:
- ¿Nombre?
El, en forma mecánica, contestó incluyendo el apellido. La mujer tomó nota en el formulario. Luego rellenó varios renglones y tildó casillas que estaban en blanco. Finalmente giró la hoja hacia él y le acercó una birome. "Firme" le dijo.
Garabateó unas líneas al lado de la equis que ella había escrito para señalizar el lugar y devolvió tinta y papel. "Puede pasar" sentenció la mujer y de inmediato la pequeña puerta al final del pasillo se abrió de par en par.
Caminó esos metros con aparente tranquilidad. Al otro lado de la puerta lo esperaba un andén. Varias personas se protegían del frío de la intemperie refugiándose detrás de las columnas de la plataforma. Hizo lo mismo.
Buscó en sus bolsillos los cigarrillos pero recordó que el último lo había fumado la noche anterior, antes de acostarse en la cama dura de la pensión. De todos modos, ya no necesitaría.
Algunas personas más se fueron sumando a ese puñado de almas desperdigadas sobre el andén, ajenas unas a otras. A nadie le interesaba hablar, menos a él. Consultó la hora y sabía que a la brevedad llegaría.
No había terminado de pensar en ello que comenzó a escucharse la locomotora. La silueta comenzó a dibujarse al final de la estación. La gente fue buscando un lugar más cercano a las vías. Sin embargo, nadie se apuraba.
Reparó en el hecho que ninguno llevaba equipaje y casi con gracia pensó que el chiste sería necesitarlo. Con trágica expresión, se guardó el comentario.
Se formó un puñado de personas en el punto exacto donde se detuvo el primero de los tres vagones de pasajeros que traía la locomotora. "Cada vez somos menos" pensó.
Lentamente fueron subiendo y tomando asiento. El silencio reinaba como un ritual. Las voces ya eran de poca utilidad. Cinco minutos después ya estaban en marcha. El vagón oscilaba de un lado a otro, pero sin violencia, más bien como un vaivén inofensivo.
Suspiró y apoyó la mejilla contra el vidrio. El siguiente suspiro empañó la ventana. Trazó sobre ella una cruz. "Quizá ya esté muerto y no lo sepa" pensó.
No quería dormir pero de todas formas la monotonía lo venció y se sumió en un sueño desagradable. En el mismo viajaba en un tren hacia los campos de incineración, donde llevaban a los mayores de cincuenta años que no tenían trabajo, para de esa forma reducir el número sobrante de personas en el planeta y evitar la desocupación en edades avanzadas.
Despertó agitado, en el momento que lo empujaban hacia los hornos. Miró hacia el pasillo y comprendió que aún estaba viajando. Ni siquiera en sueños podía evitar su destino. Vaya vida la suya. Suspiró una vez más, pero esta vez ya no se durmió. En el vidrio empañado dibujó otra cruz y esta vez, debajo, colocó su nombre y apellido. Era la tumba que no tendría.