domingo, 25 de abril de 2010

Intuición de viernes

El viernes a la tarde vino a matear mi amigo Iván, ese que -ustedes ya saben- está completamente chiflado. Conversamos como siempre con naturalidad de las cuestiones más asombrosas o intrincadas. Yo suelo ponerme en postura de racional a ultranza a veces, de romántico incurable otras y así en función de cómo se me presenten las ganas.
Iván nunca se coloca en una postura. No es tan artificial. Sus inquietudes son genuinas, más corazonadas que hipótesis fundadas. Y sin embargo, me resulta apasionante entrar en ese delirio que los amargos suavizan por dentro, como caricias al alma atormentada.
Iván, que empieza a divagar justo en el preciso instante en que sus ojillos vivaces se apartan de los míos, aparece con las más locas inquietudes. O con preguntas. Porque cree que tengo las respuestas o porque le interesa hablar con alguien que parece tener las respuestas.
- Tuve una intuición genial, no lo vas a creer.
Traté de disimular una sonrisilla condescendiente levantándome de la silla para cambiarle la yerba al mate.
- Buenísimo, me interesa. ¿y de qué se trata?
- Bah, es una especie de revelación en un sueño.
- Ah, la mano viene de experiencias místicas...
- No, boludo, ¿me dejás que te cuente?
Cómo no lo iba a dejar si vino para eso y conversamos para eso y discutimos para eso. No lo iba a sacar de tema para preguntarle por los celos de su novia ni los amabilísimas apreciaciones de su suegra sobre su persona. Soy masoquista pero no tanto. Asentí con un gesto.
- El mundo se creó el viernes al mediodía.
- A la mierda, ¿este viernes?
- Este viernes. Sí, señor...
- Ah, qué manera de perder tiempo antes... ¿No te conviene fumar otra cosa?
- No seas pavo. En serio...
Me encontré en un dilema. Lo tomo en serio o lo agarro para la joda. O busco un término medio, que tan mal no me sale.
- Ya sé, seguís leyendo a Galán de Barrio...
- ¿Galán de Barrio?
- Eh, sí, después te paso la dirección, contame...
- Bien, el mundo se creó este viernes al mediodía.
- ¿Se creó o lo crearon?
- Lo crearon, pero qué más da. No fue un dios a lo cristiano, musulmán, etc. Fue un demonio.
- Ah, vamos bien-, dije, tratando de punzarlo un poco- Así que demonios sí; dioses, no.
- No.-afirmó solvente- No un demonio tipo diablo. Un demiurgo. Un ser que juega con nuestra existencia...
- Buenísimo, esto se complica.
- Está claro, creó el mundo así como es, con huellas de como si hubiéramos vivio por milenios sobre la Tierra.
- Ah, ¿y mis recuerdos? ¿Y mi lucha por amar y ser amado? ¿Y mis viejos, que me vieron nacer?
- Tus viejos fueron creados así, como son, con esos recuerdos. Vos también. Yo. Hablamos de un demiurgo poderoso y juguetón que nos plantó recuerdos.
- Pero hay otra clase de testimonios del pasado. Videos, grabaciones...
- Sencilla objeción. ¡Las torres gemelas no existieron! ¡El gol de Maradona a los ingleses es un recuerdo plantado en nuestras cabezas y colocado en videos! Si este demiurgo es poderoso, nada le costaría generar estas memorias consistentes y sin incoherencias.
- Pero, ¿cómo puede tener tanto poder?
- ¿Acaso no le asignan omnipotencia al dios de los cristianos? ¿Cuál es la diferencia entre un dios que crea todo hace trece mil millones de años y uno que lo crea el último viernes al mediodía?
La conversación iba tomando un rumbo demasiado escabroso para mí. ¿Qué era esta nueva locura? De pronto, se me ocurrió una idea.
- Mirá, Iván, la ciencia ha determinado con exactitud los tiempos en que se produjeron cambios geológicos estructurales, las eras en que vivieron seres ya desaparecidos, como los dinosuaurios... ¿Qué me decís a eso?
- Nimiedades, para un ser todopoderoso son nimiedades. Todo significa todo. Nada más sencillo que crear un mundo con pliegues que rememoren cosas que no sucedieron.
- Pero...
- Nunca existió tu amor. Tu novia tiene plantados recuerdos similares a los tuyos. Fue creada como vos el mediodía del viernes. Lo que creías era tu amor es un designio de un demiurgo que juega con nosotros.
Al fin, ya estaba podrido de esa conversación. Los recursos de Iván parecían tan absurdos como inagotables. Lo contrario de mi paciencia. Empecé a juntar las cosas del mate como gesto inequívoco de que debía irse. Iván entendió.
- Bueno, creo que tengo que irme.
- Iván, ¿la seguimos la próxima?
- Mmmm, no creo que haya próxima, esta revelación me quitó las ganas de vivir.
- Estás recontra más loco de lo que me pareció en un principio.
- Tratá de encontrar un sentido a todo, vos que tenés todas las respuestas.
- Es que...
- Me puse como plazo el próximo viernes al mediodía... sin respuestas no quiero mi vida. No me gusta este mundo creado así.
Y se fue. Y el viernes se acerca.
No soporto la idea de que Iván viva sólo una semana.

lunes, 19 de abril de 2010

La lectura

Le gustaba sentarse en la mesa más grande de la sala de lectura de la biblioteca porque era la que más luz natural recibía desde el exterior, gracias a estar ubicada delante del ventanal que ocupaba la pared central.
Nunca había muchas personas en el horario de la siesta. Prefería la tranquilidad, la calma para asegurarse una lectura amena antes de regresar a su trabajo en un comercio de venta de artículos del hogar, dos calles más adelante.
Algunos volvían a sus hogares en el intermedio de cuatro horas que tenían entre la salida al mediodía y el regreso por la tarde, pero prefería pasar ese tiempo con los libros. Claro que tampoco nadie lo esperaba en su casa.
Estaba pasando la página cuarenta del clásico "Otra vuelta de tuerca" cuando una voz a su derecha le preguntó:
- ¿Le gusta Henry James?
Vio interrumpida en forma abrupta la lectura. Justamente por eso prefería la tranquilidad de esas horas, porque nadie molestaba. Sentía que si alguien lo distraía de una historia, volver a la misma se tornaba una misión difícil. Porque cuando leía, se instalaba entre los protagonistas. Y si bien era al menos la décima lectura que hacía del texto de James, sentía aún los mismos escalofríos que la primera vez.
Apartando casi con bronca los ojos de las hojas impresas, volteó su cabeza hacia la voz para contestar. Estuvo a punto de hacerlo, pero un detalle lo detuvo. Allí no había nadie.
Quiso volver a meterse en el libro. Pero ya no pudo. Empezó a temer que aquello que habitaba aquella vieja casona de antaño en el relato que tenía en sus manos pudiera jugarle una mala pasada.
Devolvió el libro y salió hacia el trabajo, sin dejar de observar en todo momento por encima de sus hombros, como temiendo en cualquier momento escuchar nuevamente la voz.

lunes, 12 de abril de 2010

Condenado

Solía pasar por delante de casa, con la mirada renegrida por los años y la soledad. Un rostro velado por el pasado, incógnita de tantos destinos y testigo de un tiempo que el mundo se encargó de grabar en su piel.
Solía caminar apurado, evitando así los comentarios por lo bajo. Pero sus piernas no eran las de antes y su paso se había hecho lento. Entonces sus oídos alcanzaban a escuchar esas palabras que casi en silencio iban de boca en boca acompañándolo en su andar, ese cuchicheo sutil pero oportuno, tan inocente para un niño, una daga ensangrentada para cualquier adulto.
Y en ese mar de culpas, daba las brazadas más largas que podía alcanzar. De esa forma su mente se perdía en meditaciones irrelevantes con el único fin de cerrar las puertas al pensamiento racional que aún bullía en alguna parte de su ser, a pesar de todo.
Ir hasta el mercado o realizar un trámite se convertían así en una odisea al averno, un viaje hasta lo más profundo del odio del ser humano. Sentía como los demás ojos penetraban hasta sus vísceras, como muchos deseaban extraerlas con sus propias manos y desmembrarlas ante la vista de todos, en el medio de la calle.
Un buen día dejó de pasar y con el tiempo alguien dijo haber visto la ambulancia delante de su casa. Las conjeturas se hicieron averiguaciones y a las pocas horas se supo la razón de su ausencia por la vecindad. Había muerto en el hospital.
Salió casi todo el barrio entonces hacia la casa donde se albergó esos últimos años aquel hombre extraño de mirada oscura, dueño de un pasado digno del demonio, poseído quizá por éste o bien, por la demencia de la época.
Arrojaron huevos contra el frente, escribieron grafitis sobre los ladrillos y rompieron ventanas y puertas como forma de descargo. Habían sacado la furia fuera. Aquella que por cuestiones de convivencia no habían podido hacer vale estando ese ser en vida.
¿Y de qué valía ahora? hay preguntas que no son fáciles de contestar. Me la hice regresando a casa, esa misma noche. Al aerosol que llevaba en la mano apenas si le quedaba pintura. No sabía si reprocharme lo que había hecho o bien, haberme demorado tanto.
De todas formas el pasado ya estaba escrito. Quizá esa furia sirviera para enderezar el presente. O bien era una forma de decirle a otro que esta vez no nos íbamos a quedar de brazos cruzados de volver a pasar. O era solo un grito de furia. No lo se. La imagen de esa mirada renegrida, solitaria y amargada se pasea por mi mente sin dejarme detenerme en ningún otro aspecto.

lunes, 5 de abril de 2010

Tango endemoniado

Para leerlo con acento "Cayengue"

Y así iba yo por la vida, el tipo que soñó la pared de su casa a reventar de libros, yirando por las calles del centro sin un mango en el bolsillo.
La ciudad te come hermano mío, te amansa y luego te mastica; te aborrece.
Yo me quedé sin la gracia del verso, perdí todo mientras el mundo giraba. Así pasaban los meses malditos que con el tiempo recordaré como “los lustros de cartón y pan”. Los días eran simples compañeros de mi sombra, separados ya de mi coraza soñaban con una mañana reconquistarme. ¡Quién me iba a decir a mí, que aquella tarde cruzando el campo de Santa Fe, esa mirada me fulminaría el almanaque; me destrozaría las vías del último tren a París!
Yo era un guapo, un varón del centro, un tipo duro si había que aparentar.
Mi único infierno se encendía cuando mis manos surcaban las frías teclas de marfil de mi bandoneón.
Yo venía de una estirpe de perdedores que disimulaban el amague, ¡no había manera de caer tan bajo!. Pero el fuego es así, hermano. Quema, abrasa; maldice....

Aquella noche me venció el faso y la falta de llanto. El odio me comió cuando el fuelle comenzó a respirar. La mirada me era esquiva, me guiñaba un ojo con el filo de su navaja.
Y así, susurrando suavemente a sus labios, le juré la vendetta.

¡Y pensar que yo era un simple niño perdido en el medio del campo!

El absurdo de lo cotidiano me arrancó de mi lugar, me hundió en las avenidas nocturnas, en la seda y el alcohol.
Esa noche las teclas ardieron y no fue sentido literario. El Mandinga mismo se hizo carne en el salón. Se retorció en su abrigo y siniestro, como él solo, me aceptó el despiste.
Las damas intentaron huir desesperadas de la vorágine infernal que se desató en el recinto, pero ya era tarde.
El fuego estaba a punto, y la milonga acababa de arrancar.

jueves, 1 de abril de 2010

Teología de barrio: Andá a lavarte las patas

para la Gabi, esa amiga que esta maravilla de internet me supo devolver


- ¿De dónde venís, Judas?
- Ehhh, cof, cof, anduve dando vueltas por ahí, Andrés...
- Ah, ¿y encontraste un toco de monedas?
- ¡¿Monedas?! ¿Cómo supiste..?
- Te hace ruido la bolsita, gil...
- ¡Grap! Sí, ejem, las encontré tiradas, son para los pobres, ¿viste?

Algunos de los discípulos estaban preparando la cena en el piso alto de la casa de Juan Marcos, donde a veces se reunían y no faltaba el tinto.
Jesús estaba serio y sombrío, no como la mayoría de las veces que desbordaba de alegría. Los discípulos intercambiaban miradas y susurros intuyendo que algo extraordinario iba a suceder. Juan, haciéndose el sota, se arrimó hasta ponerse al lado de Jesús. Al verlo, algunos de los otros querían estar lo más cerca posible y se empezaban a amontonar desplazando a los demás a los codazos.

- Correte, que el maestro quiere que esté a su lado.
- Correte vos, che, olete la baranda, lo vas a desmayar...
- Ups, me abandonó la crema de olivo...

Al ver que discutían sobre quién era más importante, Jesús les dijo: -Los reyes de las naciones las gobiernan como dueños, y los mismos que las oprimen se hacen llamar bienhechores. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el más importante entre ustedes debe portarse como si fuera el último, y el que manda, como si fuera el que sirve. Porque ¿quién es más importante: el que está a la mesa o el que está sirviendo? El que está sentado, por supuesto. Y sin embargo yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Entonces se paró, se sacó el manto, agarró una palangana, una toalla y un cántaro con agua y comenzó a lavarle los pies a los discípulos.
Cuando le tocó el turno a Pedro...
- ¿Vos me vas a lavar las patas a mí? ¡Ni loco!
Desde el fondo, Andrés, el hermano, gritó: - ¡Juaa..! ¡Pedro tiene hongos!
Y Santiago de Zebedeo: -¡Fooo, con razón nos rajaron de la casa de Natanael! ¡Qué baranda!
- La sandalia parece un barco con esos juanetes..., completó Tadeo.
Jesús respondió: -Si no te lavo, no vas a tener parte conmigo.
Entonces Pedro dijo: - Entonces lavame las patas, las manos y la cabeza...
Andrés arremetió: - Ya se entusiamó el mugriento....

Cuando terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a la mesa y les dijo: -¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo. En verdad les digo: El servidor no es más que su patrón y el enviado no es más que el que lo envía. Pues bien, ustedes ya saben estas cosas: felices si las ponen en práctica.

Historia por demás de conocida.
Sin embargo, uno no puede menos que hacerse preguntas cuando ve a tanto sacerdote con aire de superioridad, a tanto ministro que goza cuando la gente se arrodilla para besarle el anillo, a tanto pastor vanagloriándose en el escenario, a tanto boato de las grandes instituciones religiosas...
Hoy, cuando salen a la luz las más atroces actitudes de parte de personas consagradas a la fe, brilla más que nunca el laburo silencioso de gente que ha leído esto y lo ha hecho carne. Como aquel cura sanjuanino que se fue a sacar agua a Benín bendiciendo el desierto, como aquel otro monje que eligió la misión formoseña para llevarles un poco de dignidad a los aborígenes, como tantos que andan lavando patas mugrientas.
Y el contraste, más que nunca, con el rozagante ministro sediento de poder que exige el vehículo más ampuloso para mayor gloria de dios y condena al infierno eterno a quienes no asisten a sus ritos.