sábado, 26 de junio de 2010

El diablo en el techo

Como un preludio, el timbre se hizo escuchar con fuerza, incluso hasta en el patio, donde el perro se puso a ladrar enloquecido.
El vendedor apuró el segundo llamado, mirando de reojo el reloj mientras estimaba la cantidad de viviendas que le quedaban en la calle y calculaba las que podía visitar antes del horario de partida del ómnibus.
Intentó por tercera vez, golpeado con los nudillos la madera pintada de blanco de la puerta. Escuchaba al perro ladrar por lo que suponía que podía haber alguien.
- No hay nadie señor  - le dijo una vocecita desde el techo.
El hombre estiró el cuello hacia atrás para ver por encima del alero de la casa, buscando el dueño de esa voz tan aflautada como desafinada.
- ¿Quién anda arriba? - preguntó el vendedor.
- El Diablo, pero con un problema en la garganta, por eso tengo la voz así.
- Dale nene, dejate de joder y bajá. Decile a tus papis que me atiendan, que son muy lindos los productos. Una ganga.
- Le digo que soy el Diablo, hombre.
- Mirá malcriado, a ver si te apurás que no tengo todo el día para vos.
Y dicho esto un estallido resonó a espaldas del vendedor y una humareda roja se elevó por el aire. La risa macabra proveniente del techo no lo hizo dudar. El hombre salió despavorido, tropezando incluso en las baldosas flojas de la vereda.
- Dale papá, podés asomarte, ya se fue - dijo la voz aflautada desde el techo.
- Gracias Pascualito. Y después mamá dice que la pirotecnia que sobra de las fiestas se echa a perder.

sábado, 19 de junio de 2010

La arena de tu tiempo

Se desliza, desliza, desliza,
seca ya la arena de este tiempo.
En la mágica alfombra de quimeras
ves curvarse el piso hacia tus plantas.
Y se lleva cansino tu figura,
-comfortably numb-
ese lento descenso nadiral.

Etérea y compacta a la vez,
vio desgarrado alejandro
que perdías, diluías, tu silueta
en la inapelable traición de piso suelto.

El susurro que en tu boca se hace queja
atraviesa vacío entre cristales
bajo el túrbido remanso de fluires
de la arena que cae bajo tus formas.

Y en el tiempo que me queda quiero asirte,
redimirte la piel enceguecida.
Cruel siroco que hunde las fronteras
como rostro embelesado ante tu seno.

Te deslizas, ya te vas hacia las simas,
y caes en la seca letanía sin pesares,
sin amor, sin duelo, sin sonrisas, sin ver
la crispada mano que te busca,
sin oír la quebrada voz que te reclama.

jueves, 17 de junio de 2010

Black Holes and Revelations

De mi niñez conservo pequeños recuerdos. Fogonazos, quizás....
Rememoro algunas cosas que el tiempo en esta lado del Universo me sugiere olvidar. Cuando poso mi mano frente al metálico y despiadado espejo de mis días puedo sentir un escalofrío indiferente que me recorre de principio a fin.
Nunca supe la causa exacta de esa sensación. Sin embargo sospecho que ella se produce como una macabra e insistente señal; como una advertencia de algo...
Quizás intente señalarme que este no es mi lugar; tal vez sea otra luz de un pasado lejano que mi cuerpo rememora y mi mente no llega a comprender.

Todas las mañanas camino por el desierto, agotado y ocultándome de los demás. Una triste continuidad de horas se posa sobre mi espalda y me obliga a encender fuegos, a recolectar alimentos, a vagar eternamente mientras me alejo de mis recuerdos; de mi niñez...
Cuando cae la noche me encojo suavemente sobre mis agotados pies y observo, casi de reojo, el oscuro firmamento que me envuelve. Intento recordar pedazos de mi historia y el frío sobre mi espalda comienza a dar señales de vida; de terror.
Distraigo mi mente con las indicaciones que aún puedo leer en el oculto fuselaje de mi nave, pero todo es en vano. Mi niñez clama por salir adelante más allá de que mi mecanismo de seguridad impida rememorar aquellos días en Mercurio, antes de la devastadora lluvia solar; antes de huir desdichadamente, dejando todo atrás, olvidando quien soy; quien fui...

La lluvia solar trajo la devastación, el incendio interno de nuestras cosechas, la codicia y el temor. Mi nave, en cambio, me trajo hasta aquí; hasta este alejado punto azul de la galaxia donde creí que hallaría la paz que perdí millones de años atrás.
Sin embargo, cada mañana que cruzo el desierto veo a mi lado más humanos que deambulan por sus carreteras; más rostros grises y hambrientos.
Lejos de olvidar aquella lluvia solar, observo este cielo y comienzo a recordar.

Actualmente todo luce igual que los últimos minutos que pude ver de mi lejano Mercurio.

domingo, 13 de junio de 2010

Fácil es no vivir

Ser niño no es fácil. Es una suma de contradicciones. Por un lado, la libertad y el tiempo, por el otro, la obediencia y los límites. Pero es cuando aprendemos a corretear, a decir la palabra, sabernos hijos y hermanos, a tomarle el gusto a la risa.
De niños conocemos la amistad, el juego compartido, el berrinche caprichoso, los abrazos tiernos. Crecemos en medio del aprendizaje, del asombro diario, de las enseñanzas debidas. A su vez le guiñamos el ojo a la picardía, a los momentos rebeldes, a las bromas y las malas palabras.
Es cuando nos hacemos la imagen de nuestros padres, la que recordaremos por siempre. El cariño de los abuelos, la paciencia de los primos, los sentimientos encontrados con los maestros.
Son los instantes de sonrisas pícaras y cómplices, la inocencia sin barniz, la alegría sin maquillaje.
Es la mariposa que abandona el capullo y echa a volar.

Ser adolescente no es fácil. Una época de torbellinos constantes, de cambios e ilusiones, de futuro y pasado, de amor y de odio. Queremos dejar de ser niños y pensar como mayores, nos avergüenzan los diminutivos pero los reclamamos cuando ya no se escuchan.
Se añora mucho, pero siempre en silencio. El horizonte se transforma. Nuestros ojos aprenden a mirar nuevos ángulos. La noche se nos hace más atractiva, quedan atrás los temores. La luna invita a conocerla y ya no tanto a odiarla. Los horarios son nuestros como así también muchas decisiones.
Escalamos montañas para creernos dueños de ella. Lo sabemos todo y a la vez nada. Discutimos, chocamos, peleamos. Creemos aprender. Creemos tener fuerza. Somos coraje y acción. Somos diversión y desilusión. Somos ilusiones y sueños.
Conocemos el amor y también el sexo opuesto. El aroma del odio y los celos. El deseo y el rechazo.
Es el pájaro que abandona el nido pero que aún desconoce a los demás predadores que merodean el cielo.

Ser adulto no es fácil. El mundo troca los instantes en horas, las ideas en responsabilidades, los sentimientos en familia. El eje se rompe, se parte, deja de ser uno. El horizonte alguna vez lejano, nos atropella sin pedir permiso, irrumpe en nuestro cuerpo, alma, espíritu.
El dinero se convierte en religión. La paranoia en razón. Se sobrevive para vivir. Se vive para subsistir. El círculo se torna vicioso y fuera del mismo queda la felicidad, envuelta ahora en celofán en algún baúl de recuerdos de antaño.
Los caminos nos alejan del que fuimos y nos acercan a otro ser, que quizá en algún momento llegamos a odiar. Las sensaciones nos agobian, nos quitan el aire y varias veces nos empujan hacia una cornisa. Obstinados, volvemos a la senda y retomamos el camino. Una y otra vez.
Somos padres, somos tíos, somos hijos mayores, somos empleados, somos emprendedores, somos nada, somos algo, somos oficialistas, somos opositores, somos histeria y represión, somos suicidas y valientes, mendigos y laburadores, chantas y coimeadores, aburridos y divertidos, diligenciosos y perezosos.
Fuertes y rencorosos, dejamos atrás al niño, al joven y nos convertimos en viejos. Y nada tiene vuelta atrás. Una vez volando, cualquier rifle nos puede bajar. Presas fáciles del destino, aguardamos la noche para dormir.

Ser anciano no es fácil. Los ríos de arrugas surcan la memoria, traicionando la consciencia. La inseguridad y la impotencia se vuelven moneda corriente, lo mismo que el andar lento, la mirada perdida y el deseo de alcanzar el final del recorrido antes que se ponga el sol.
El frío se convierte en enemigo, el invierno en cruel verdugo. Se van los recuerdos, uno a uno, como traicionándonos. Se van los amigos, uno a uno, como olvidándonos. Nos embarga la soledad, nos acosan los años, nos envuelven los dolores.
Somos achaques y quejidos, rezongos y maldiciones, olvidos y malentendidos. Dar un paso es un mundo, el bastón un amigo. Ya la calle se añora, al resguardo del techo conocido. Huyendo del planeta puerta afuera, encerrado como topo en madriguera. A salvo de una sociedad que crece y nos deja en el desamparo. Que nos evita, nos desprotege, nos abandona como mueble viejo.
Ya olvidamos el aire, el remontar vuelo se ha vuelto una utopía. Quizá el último instante sea en forma de alma surcando el cielo; quizá exista un paraíso o un nuevo comienzo, otra vez como capullo.
O quizá no. Y aquí termina todo.

lunes, 7 de junio de 2010

Prospecto de la desesperación (II)

Lucho (nuestro personaje en cuestión) tomó la carretera del norte y se adentró en la espesura del asfalto. En un hostal donde reposó una noche fue hallado el siguiente manuscrito:

“Sigo en pie, erguido, directo al centro vital de un mundo que aborrece sus costumbres y se ahoga en sus rutinas.
Sigo adelante, despeinado por el viento que invade esta habitación, pero con la firme convicción de saber que todo es una falacia.
Siempre me hablaron de la Razón, de una realidad....
Cierro la ventana y el último suspiro del viento me dice que todo es una manipulación. Gracias amigo; lo sospechaba desde un principio.
Sigo directo por la carretera. Adiós terrenos de mi infancia.
Adiós...
Dejar es agradable, tanto como Dar. Sin embargo, cuanto más dejas menos es lo que pierdes. Cuanto menos adquieres mas libre eres...
Mañana será el sol quien me reciba con las primeras indicaciones en sus bolsillos. Espero estar atento y no perderme en el camino.
Todo se trasluce entre los fotogramas del paisaje y las puestas en escena del decorado natural. Hacer una “road movie” de estos meses que se avecinan será una apuesta fuerte que seguramente perderé.
No me importa. Nada de esto quedará para la posteridad.
Los monumentos nunca alcanzarán las nubes y el moho los corroerá por dentro. Las ciudades irán cediendo ante la incapacidad de soportar más y más vecinos.
Todo irá cayendo en el olvido por una falta absoluta de sentido...
Si para esos momentos aún estoy en el camino, quizás encuentren otra nota...”

viernes, 4 de junio de 2010

En el desierto

Comenzó a sospechar que se habían olvidado de él cuando las primeras luces del atardecer flecharon el horizonte. Esperaba desde hacía tres horas ver la polvareda de tierra levantándose en algún punto distante del camino por el cuál habían llegado.
Se había mentido durante todo ese tiempo, diciéndose que de un momento a otro, la camioneta roja aparecería de la nada y tras algunas risas para romper el vergonzoso olvido, emprenderían todos el regreso felices y contentos.
Pero la noche amenazaba con llegar y no había indicios de las personas con las que había viajado desde la ciudad. No era bueno calculando distancias, pero el trecho que la camioneta había realizado era considerable.
Habían salido antes del mediodía, lo sabía bien porque el sol estaba justo en lo alto, bien por encima del vehículo, cuando recién habían tomado la ruta principal, en las afueras de la ciudad.
El viaje, ahora que lo pensaba había carecido de la espontaneidad de otros. Pocas palabras, nadie cebando mates y más de un suspiro de melancolía. No había reparado en ello y si lo había hecho, quizá instintivamente habría pensado en la culpabilidad del otoño, época de amarillos y naranjas, de corazones que se enfrían.
Durmió una parte del trecho y cuando despertó el paisaje era desolado, como si hubiesen penetrado en un lugar inexistente en los mapas. Había hecho innumerables viajes con la familia y no tenía presente un sitio así.
Un camino de tierra, campos áridos carentes de verde, árboles ausentes y un cielo plomizo, casi enfermo. ¿Acaso podía salirse del mundo tomando una carretera cualquiera? No lo creía, pero aquello le daba esa sensación.
Tras bordear una colina, la camioneta detuvo su marcha. Todos se apearon y estiraron las piernas. Ninguno pronunció palabra alguna. La niña se le acercó, compañera. Le sonrió casi con lástima.
- Espéranos aquí - le dijo con la voz de fumador tan característica Eugenio - Creo haber visto un almacén o algo del otro lado de la colina, vamos a comprar algo para comer. ¿Te gusta la idea?
Por supuesto, asintió con alegría. Los vio subirse al vehículo, casi con prisa. El último recuerdo es un punto rojo, perdiéndose entre una polvareda de tierra.
La noche cubría ahora todo alrededor. La temperatura había descendido varios grados y algunos aullidos lejanos aterraron hasta las estrellas. Ladró desafiante, pero asustado. Por primera vez sintió deseos de salir corriendo en dirección hacia donde se había ido la camioneta, pero temía que si volvían sus dueños, no lo encontrasen.
Decidió esperar, sentado sobre su rabo.

Allí sigue hoy, cuatro días después.
Aún mantiene la esperanza en su corazón.