martes, 26 de agosto de 2014

Culpables

Uno es culpable en la medida que acepta la realidad. Me animaría a decir que incluso, uno es culpable por formar parte de la misma.
Negarla nos condena.
Tratar de cambiarla nos brinda una esperanza.
¿Salvación? Ya no hay lugar para milagros. La suerte está echada hace tiempo.
El hombre se alejó por la colina, perdiéndose detrás de las rocas que le daban oscuridad al paisaje. El pastor quedó a solas con sus animales, masticando las palabras del sabio. Sin embargo, no encontró aplicación alguna.
Quizá alguien pueda encontrarle un sentido en alguna parte, musitó casi en un susurro, para empezar luego a arrear a la manada hacia la zona empinada.

sábado, 16 de agosto de 2014

La sorpresa

El vendedor tenía razón, no parecía un arma.
- ¿Y me asegura entonces que nadie se da cuenta?
Por supuesto, el hombre detrás del mostrador sacó a relucir su mejor sonrisa, esa que lleva grabado el lema "quedate tranquilo, vivo de esto".
- Bien, me la llevo entonces.
Pagó en efectivo, pidió que se la envolviera y guardara en una caja y la metió en el auto. Dudó un instante y volvió al negocio.
- ¿Usted no se molesta si me la pongo acá?
- ¡Pero cómo me va a molestar!
Regresó al auto, buscó la caja y se metió en el negocio. El vendedor le señaló un pasillo.
- Al fondo está el baño, cámbiese ahí.
El baño era un cuartito de un metro por un metro, con inodoro y lavamanos. Abrió la caja, sacó del envoltorio el traje y con cuidado, lo acomodó encima del inodoro.
Se quitó la ropa que tenía puesta y se colocó lo que había comprado. Miró las paredes en busca de un espejo, pero no había más que pintura descascarada en los cuatro espacios.
Volvió ante el mostrador y esperó que el comerciante diera su opinión.
- Le dije, quién va a pensar que es un arma.
Ahora sí, volvió a su coche tranquilo. Lo puso en marcha y condujo hacia su casa. No veía la hora que un ladrón hijo de puta lo emboscara para robarle. ¡La sorpresa que se llevaría, la sorpresa...!

viernes, 8 de agosto de 2014

Rompecabezas

Siento aún el sabor amargo en la boca. El cálido reflujo en la garganta, me lo confirma. La sensación de náusea, lo acredita.
A pocos metros, el reguero de sangre. Más allá, las piernas de González. El resto del cuerpo se encuentra esparcido por el bosque.
Aún ignoro qué sucedió. Ciertas imágenes se agolpan en alguna parte de mi cerebro, provocándome un fuerte dolor, pero sin permitirme develar el misterio.
La vez que he llevado la mano a la boca, ha vuelto roja, manchada de ese viscoso líquido que nos permite estar vivos.
Miro las piernas de González y comprendo que no solo es el líquido, es una suma de factores. Los órganos, por ejemplo, deben estar dentro de uno, no arrojados sobre el barro, o entre las plantas. Y tampoco es probable que nadie sobreviva, si los brazos son arrancados, el cuello cercenado y la cabeza destrozada con ahínco.
Es un rompecabezas, literalmente. No todas las piezas encajan, otras se han perdido, pero la clave, por lo que alcanzo a discernir, está en las formas. No de las partes, sino de los cortes. Puedo distinguir la marca de mis dientes en esas pantorrillas. Y es la razón, supongo, por la que tanto me duelen, lo mismo que las encías, que aún destilan sangre.
Algo ha sucedido anoche, pero no recuerdo qué. Pero me sabe a amargo y cruel, como el sabor que siento en la boca.