martes, 29 de julio de 2014

Punto final

Toda la semana repasando una a una las palabras a emplear. Las había memorizado, pero logrando decirlas con naturalidad. Le había dedicado horas y horas. Noches en vela. Largas caminatas por el boulevard.
Y esa tarde, al escuchar el sonido del timbre, ese repiquetear tantas veces esperado, abrió la puerta de calle y allí estaba, tal como lo había imaginado.
Uniforme azul, bolso al hombro, carta en mano.
- ¿Aquí vive Ana de las Mercedes Rovira González?
Y Ana, más nerviosa de lo que hubiese deseado, hizo su parte.
- No, aquí no vive ninguna mujer llamada así.
El hombre se fue, junto a la carta. Ella, bajo el marco de la puerta, lloró en soledad.

martes, 22 de julio de 2014

Cazador invisible

El sabueso se relamió encima de su presa. La lengua se paseó brillante y enaltecida sobre sus labios oscuros y rebosantes de saliva. Los gritos llegaron desde lejos, pero aún así sus oídos los captaron. Arqueó el lomo, cuyo pelaje se había erizado, y observó con ojos inyectados en sangre hacia aquel paraje del bosque desde el que provenían aquellos sonidos escandalosos.
Las sombras eran sus aliadas, podía moverse donde quisiera que quedaría a salvo. La noche era su protectora. Pero su instinto obligaba a todo lo contrario. El aire se llenó a olor a fétido. El olor del hombre. De una sabrosa comida. Rugió, golpeándose el pecho con sus enormes patas, desafiando su cuerpo con golpes potentes y sonoros.
Pudo sentir la tensión entre los árboles, como la quietud le ganó al falso coraje de quienes venían en su caza. Dejó atrás el cadáver a medio terminar de aquella jovencita y a fuerza de velocidad, ganó terreno en la oscuridad. Los murmullos fueron ganando en intensidad. Segundos después divisó las siluetas, las antorchas encendidas, las rústicas armas en alto. La imagen vívida del terror se instaló en los rostros ocultos. No necesitaba verlos para saberlo.
Pero no tenía necesidad de acabar con todos. No tenía el menor sentido. Solo buscó a uno, lo apresó con sus garras y se internó más allá de los árboles, donde la espesura del terreno era una sola pieza negra, casi impenetrable.
Los hombres quedaron petrificados largos minutos, sin tener noción del tiempo. Respiraron solo cuando uno de ellos gritó que faltaba alguien. Pero la bestia ya no los escuchaba. Estaba lejos, saciando el hambre con devoción. Luego descansaría. Debía reponer energía para continuar el juego. Ellos retornarían, trayendo el alimento. Como cada día, como cada noche. El verdadero cazador no es el que no se deja ver, sino aquel que los demás creen que no existe.

jueves, 10 de julio de 2014

Abuelita

El taxista aprovechó el semáforo para mirar por el espejo retrovisor. La abuelita que llevaba le recordaba a su nona, casi con el mismo corte de cabello de rodete alto y la infinidad de canas, que hacían de su cabeza, un monte nevado.
Dos calles más adelante, se detuvo en la dirección de destino. La mujer hurgó dentro del bolso, buscando cambio para pagar.
- Deje, no se preocupe doña. Yo invito - le dijo a la anciana, que levantó la vista sorprendida.
- ¿Por qué, mijo? Si dinero tengo, sucede que no encuentro el monedero.
- En serio, deje. Me hace acordar a mi abuela. Podría jurar que es igual, con eso le digo todo. ¿Qué mejor paga que esa? Con lo que la extraño.
La señora sonrió, para luego agradecer y descender del coche.
El taxi partió con rumbo incierto, como todo taxi cuando se aleja.
El hombre parado en la vereda ensanchó la sonrisa. Nada como tener poderes mentales para no pagar el viaje.

jueves, 3 de julio de 2014

Maquinaria molesta

Es difícil reconciliar el sueño cuando uno despierta a mitad de la noche tras haber escuchado el sonido inconfundible del teléfono sonar una vez.
La pregunta queda latiendo al mismo ritmo del corazón, casi de manera desbocada. Y las horas pasan y la noche se hace eterna.
Recién al levantarnos uno se acerca sigiloso, casi temiendo que el aparato lo fuera a atacar, y revisa en busca del número de la llamada perdida en la madrugada.
Y para sorpresa, allí no hay nada. Cero registros. La cabeza, maquinaria molesta si las hay, se pone en funcionamiento para tratar de darle una explicación a lo que no tiene lógica. Y así se consume la mañana, sin resultado alguno.
Para la tarde es asunto olvidado. Recién por la noche, antes de acostarse, el recuerdo vuelve como un alma en pena. Y por segunda luna consecutiva, nuestros ojos quedan en vela.
La diferencia es que esta vez, el teléfono no suena. Y es probable que la noche anterior jamás lo haya hecho. Pero nunca lo sabremos. La oscuridad se ríe por lo bajo, dueña absoluta de nuestra voluntad.