martes, 29 de noviembre de 2011

Semblante triste de payaso

De penas va y de penas viene. Cargado con su traje de colores y una lágrima que nunca cae sobre su mejilla, preparándose para salir al ruedo. Respira hondo, conteniendo el dolor. Es la única manera, el único modo. Afuera, los aplausos se transforman en un murmullo, en una incitación al fracaso. Pero no se asusta, poco es eso comparado con su vida.
Y poca es la risa que pueda causar para sepultar el llanto derramado, los kilómetros desandados. Se obstina el destino en decir basta y con sus colores a cuesta no puede más que resignarse y sonreír. Y su carcajada contagia a cientos, menos a él, quizá, el que más lo necesita.

martes, 22 de noviembre de 2011

Lagunita de la infancia

En el pueblo teníamos, a unos dos kilómetros, una pequeña lagunita. Para llegar había que cruzar el campo de los Ereros, atravesar unos quinientos metros de monte y descender por una barranca con mucho cuidado. En el fondo, estaba el lugar.
Eran pocos los que en verano se atrevían a hacer el recorrido para ir a refrescarse. Además, la barranca no era muy segura. La mayoría éramos chicos, otros eran adolescentes. Nosotros, que éramos los más pequeños, jamás decíamos en nuestras casas que íbamos a la lagunita. Nuestros padres no lo hubiesen permitido.
El día que se nos ahogó el Julián fue muy difícil hacerles creer que se resbaló en la zanja de los Rossi, cuando cazábamos sapos. Pero lo conseguimos. Cristian la sacó barata, porque se quebró bajando la barranca y pudo contar el cuento. Para los padres el cuento fue que se cayó de uno de los vagones del tren, mientras jugábamos a escalarlos.
Pero el problema mayor se nos presentó el día que la llevamos a la Claudia. Pobrecita, nunca vio la piedra en la orilla y se tiró de cabeza. Dio de lleno y se abrió el cráneo como una cáscara de huevo. La tuvimos que llevar entre dos hasta el pueblo, porque era algo gordita.
Cuando nos vio el médico nos preguntó que había sucedido. Dijimos lo primero que se nos ocurrió, siempre intentando evitar mencionar la lagunita, nuestro lugar predilecto. Fue así que sin darnos cuenta confesamos haberla golpeado con un caño de acero en medio de una discusión.
Mañana cumplo los dieciocho y quizá me trasladen a una prisión de mayores. Ojalá me toque con los chicos. Yo soy el más joven y ellos ya se fueron hace rato. La verdad que los extraño mucho, igual que a aquel paraje lejano. No veo la hora que pasen los años para poder volver a cruzar el campo, atravesar el monte, bajar por la barranca y zambullirme con ganas en el agua fresca y sucia de nuestra lagunita querida.

martes, 15 de noviembre de 2011

El desafío de Pablito

- No sé... es que me parece mal.
La voz de Pablito quería sonar firme, pero vacilaba al mismo tiempo que se volvía aguda.
- Dale voz de pito - intervino Juancito - No seas nenita.
Pablito no le contestó, pero sintió las miradas de los otros clavados en él.
- Dale, andá - instó Juancito, acercándose cada vez más.
Se mordió sus jóvenes labios y se abrió paso entre los niños que esperaban expectantes que lo hiciera. A los seis años de edad, un desafío de tal calibre lo marcaría a fuego. Lo sabía muy bien, era algo instintivo. Caminó cruzando el patio, pisando los restos de piñata y el papel picado que minutos antes volaba por el aire.
El grupito de las niñas estaba a cierta distancia, razón por la que cada paso que lo alejaba del grupo de niños parecía condenarlo por toda la eternidad, aún antes de haber actuado. A medida que se acercaba, veía con claridad su blanco.
Paradita, sonriendo, hablando con las demás niñas, estaba María Inés. Llevaba unas trenzas hermosas y un vestidito blanco. Y delante de sus pupilas verdes, los anteojos que ahora eran el karma que Pablito llevaba sobre sus espaldas. Esos lentes que más de una vez le habían granjeado las bromas y que ahora, eran el eje del desafío.
No, no podía hacerlo. No podía plantarse delante de todas sus amigas y decirle "cuatrojos". No, porque no estaba bien. Y no solo porque no estaba bien. A él le gustaba María Inés, la de las trenzas oscuras y ojos verdes.
Pero tampoco podía frenar su marcha, porque los chicos le dirían de todo. Con seis años, aquello parecía el fin del mundo. Y sin embargo, era tan solo el comienzo, las primeras pruebas de fuego de una larga vida.
Así que siguió caminando hasta donde estaba Maria Inés y solo estando delante de ella fue que abrió la boca. Ella se puso colorada y llevó la mirada al suelo. Las demás niñas comenzaron a reír. Pablito salió corriendo avergonzado. Los chicos, felices de la vida se despatarraban de la risa.

- Ay viejo, contando otra vez esa historia - le reprochó en broma la anciana mujer, que había alcanzado a escuchar la última parte mientras llevaba un canasto de ropa sucia al lavarrropas.
- Es que Adela la quiere escuchar otra vez vieja, no es mi culpa - dijo el hombre, guiñándole el ojo a la niña que tenía sentada sobre sus piernas.
- ¡Abuelo Pablo, no te distraigas! Dale, decime lo que en realidad le dijiste a la abuela cuanto era niñita.
Y Pablo, mirando de reojo a su querida esposa, recordó con alegría.
- Le dije lo que le digo cada día: María Inés, me gustás mucho.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Bajo el sol de octubre

Lento remontan tus ojos
la mirada hacia los míos
es que el tiempo parece detenerse
para tomarse un instante
sobre el verde de un patio
del que solo es dueño la vida
mientras la brisa sin prisa
se adelanta en su viaje
y nos deja tras su paso
la frescura del aire
cuyo suspiro nos devuelve
a esos ojos que se miran
que se miran contemplando
que se miran húmedos
pero húmedos y felices
que se hablan en silencio
en un idioma que entienden
de otras miradas anteriores
de otros silencios con mensajes
de palabras que no necesitaron ser
porque esos ojos se conocen
se conectan
se perciben
se dicen todo con mirarse
con saberse cerca
y entonces no resisten
se ven vencidos
pero no es tristeza
es alegría, es felicidad
y las lágrimas que caen
de un lado y del otro
del tuyo y del mío
de un par y otro par de ojos
brillan bajo el sol del domingo
de un domingo especial
de un domingo de primavera
en el que las miradas lo han dicho todo
y los labios han permanecido cerrados
solo hasta el momento
de tocar los otros, los que estaban enfrente
porque son labios sabios
que saben su momento
ante nuestros ojos tan dichosos
que se comprenden con verse
y se dicen todo sin hablarse
con el idioma del corazón
el que impulsa el alma
eleva el espíritu
y nos convierte en uno solo
en un amor inquebrantable
de ojos cuyas lágrimas caen
porque comprenden que es amor
es amor verdadero
del que no se consigue
del que creíamos extinguido
del que nos sentimos agradecidos
y al que nos aferramos con pasión
Y mientras los labios se sellan
en un contacto de dulzura
los ojos se cierran
y las manos se unen con ardor
la brisa sigue su curso
se pasea a sus anchas
conforme con su andar
bajo el sol de octubre
que ilumina con gracia
el amor de dos
que ahora son uno
de aquí en más
para siempre




Para Mariana, mi amor, que me ha hecho saber en este tiempo que hay un futuro maravilloso para los dos. Gracias por estar siempre y por tanto cariño.