lunes, 27 de junio de 2011

Regreso sin gloria

Con la desilusión como bandera, recorrió esos metros finales hasta su tumba de cuatro paredes. Lo tenía decidido. Allí se escondería de la realidad, de las voces fáciles, de los cánticos oscuros. El mundo se había derrumbado, los colores apagado. Incluso sus ojos, marchitaban errantes, bajo una lámina de lágrimas.
Sus pares desesperados marcharon con la furia equívoca, pero el se decidió por la resignación silenciosa. Era el destino el que había hablado. Y lo que había dicho, era suficiente. Cerró las puertas de su hogar y se tumbó en la oscuridad. Allí, en la soledad de dolor, lloró a cuatro mares.
Mañana será otro día, repetía. Pero por más que lo deseaba, sabía que ya nunca así sería. Porque esa jornada nefasta, por siempre en él viviría.

miércoles, 22 de junio de 2011

Teoría del bienestar

¿Sabés - me dijo un amigo, muy propenso al pensamiento filosófico - cuánto notás que las cosas van a ir bien en tu vida? Cuando comprás seis panes de torpedo y elegís de la góndola de los fiambres una bandeja de queso de máquina y otra de mortadela y al llegar a tu casa descubrís que hay seis fetas de cada cosa en su respectivo lugar.
Supe de inmediato que tenía razón

domingo, 19 de junio de 2011

El olvido

El libro de récords mundiales indica que el hombre que más años vivió en la era moderna es don Jaime Barrientos, un mendocino del monte, que alcanzó los doscientos cuarenta y tres años. Lo que no dice el enorme volumen es que Jaime, enfermo desde la adolescencia, sufrió décadas y décadas, todo por culpa de la muerte, que olvidaba recogerlo cada noche.

martes, 14 de junio de 2011

La peor noticia

Jacinto soñaba tener una vida corta, como lo eran sus relatos. Microrrelatista por vocación, evitaba todo compromiso a largo plazo. Por eso, cuando su doctor le comunicó que estaba tan sano que viviría más de cien años, corrió hacia le ventana del consultorio, ubicado en un quinto piso, y se arrojó al vacío. El común de la gente aún no le encuentra explicación a su acto de suicidio.

jueves, 9 de junio de 2011

La copa encantada

El catador llegó a la última copa. El concurso estaba muy luchado. La bebió saboreando como se debe, apreciando la textura, el gusto, el color. Se sintió raro y se desmayó. Despertó en brazos de una bruja, que invitándolo a un trago en un fino cristal, le indicó que ahora era suyo.

domingo, 5 de junio de 2011

Pintura callejera

La letra se contorneaba en la melodía y chillaba con ganas "a la gente la ayuda la gente" mientras por la vereda el mundo le era indiferente a ese grito desgarrado de ilusión.
En la esquina dormían dos borrachos, sin miras a despertar. Frente a los coches detenidos en el semáforo, tres chicos hacían malabares mientras otro recorría las ventanillas buscando monedas que tardaban en llegar.
Mientras avanzaban los vehículos, por las veredas pasaban niños muy pequeños con la mano estirada y los rostros sucios, balbuceando algo parecido a "tiene algo don".
No muy lejos, en la plaza, el pegamento iba de mano en mano. Así se sentía menos el hambre, así el dolor dolía menos y la vida o eso parecido a ella, se hacía más amena.
Como manchones bajo el sol, corrían dos muchachos con las capuchas hasta los ojos. Detrás los perseguía un pobre diablo que no dejaba de insultar y pedir que le devolvieran lo robado.
En su andar, la multitud dejaba atrás promesas disfrazadas de pasacalles, rostros enormes en carteles sonriendo con un único fin. El aire se llenaba al mismo tiempo de hipocrecías y gases tóxicos.
El diariero, en tanto, no dejaba de mirar de reojo las noticias en los matutinos y de angustiarse por tantas disputas sin sentido. Algún que otro pedía palabras cruzadas y consideraba que era lo mejor.
Rosa, la moza del bar, esquivaba como una acróbata a la gente que no la dejaba pasar, mientras con su mano derecha en lo alto, las pequeñas tazas hacía tiritar.
Por algún desagüe de la lluvia se había ido también el respeto, los valores, hasta la mismísima humanidad.
La música era ahora otra, pero resonaba de la misma manera ante la indeferencia de todos, el ruego de una letra que casi herida pedía a gritos: "que no se quede mi pueblo dormido".
Y la pintura de aquella calle, sin embargo, se oponía a cambiar.