lunes, 26 de diciembre de 2011

La prueba del enamorado

Extrañar es amar incluso tu ausencia
Es un beso al aire que aguarda tu vuelta
Es saber que contigo se ha ido mi alma
Y que cada partida es amor en silencio

Extrañar son fotografías que no llenan el vacío
Recuerdos que jamás atrapará el olvido
Es un movimiento continuo de dolor con sentido
Es la sensación de ser un adicto desmedido

Extrañar es la prueba del enamorado
Es la clave de sentirse atrapado
Es el regocijo de amar como nunca se ha amado
Es saber que nuestra mitad está en otro lado

Extrañar no tiene cura ni remedio
No es una enfermedad, es un sentimiento
Es la necesidad de amar y tenernos
Y la deseo para siempre, con la eternidad como testigo

jueves, 22 de diciembre de 2011

El inventor

El pequeño Juani era el diablillo de la cuadra pero al mismo tiempo, era el discípulo más avispado del viejo Cañeras. De barba prominente y anteojos hechos en cobre, Cañeras era más que un inventor. Era una eminencia caída en la indiferencia.
Entre sus cacharros oxidados, de los cuales alguna que otra vez, uno servía para algo, se escondían reliquias de los tiempos en que el Consejo Superior acudía a él para afrontar las dificultades del mundo moderno. Sus proyectos habían ayudado a la comunidad. Pero su único fracaso lo había condenado al olvido.
El mundo lo había borrado del mapa y ahora subsistía reparando cacharros de otros. Las reliquias seguían siendo eso y Juani lo sabía. Como también sabía que el error del viejo había sido enseñarles a los hombres y mujeres que la muerte le era común a todos.
Aquel desafortunado invento, que de lejos parecía un reloj de pie, también descansaba en el depósito entre hojalatas y repuestos. Lo que nadie sabía era que Juani lo había puesto en marcha y cada día lo arrimaba a la ventana, apuntando a la gente que pasaba por el lugar.
Sonreía en silencio, mientras tomaba nota del día de la muerte de cada uno. Con sorna luego escribiría una breve esquela y la enviaría en cada caso a quién correspondía el día anterior a su deceso.
El viejo Cañeras, su abuelo, nunca lo sabría.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Eterno y cíclico

Corazón, que te quiero tanto,
tanto como el universo,
universo inmenso y eterno,
eterno como este amor,
amor que se convierte en pasión,
pasión envuelta en alegría,
alegría en tu sonrisas,
sonrisas que son caricias,
caricias que llegan al alma,
alma que cobija felicidad,
felicidad por los dos,
dos que se aman y quieren,
quieren una vida juntos,
juntos de la mano y el corazón.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Amparo y piedad

La barca llegó a oscuras, arrimándose a la orilla con timidez. Los niños saltaron a tierra y se alejaron de la costa. El manto de estrellas que los cobijaba se perdió en la espesura del lugar, rodeado de un mundo mágico de árboles, que recortados contra el cielo eran gigantes inmóviles.
Avanzaron casi a ciegas, guiándose por la espesura y la vegetación. El sonido ausente de la fauna los sobrecogía a cada paso. Cansados, hicieron un alto. No creían posible que pudiera alguien encontrarlos allí. Se recostaron sobre la hierba húmeda, sintiéndose protegidos por aquel inmenso jardín secreto, en medio de una isla que apareció de golpe entre la niebla, salvándolos de la inminente cacería a la que estaban condenados.
Al despertar, descubrieron un lugar que irradiaba paz. No lo dudaron, se quedaron allí por siempre, sin volver a la costa, sin preocuparse por el hambre ni la miseria. Un hogar secreto, en el silencio de una isla y un jardín invisibles para la humanidad. Los cinco niños esclavos vivieron desde entonces en paz y en libertad.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Cosas de pueblo

Mientras el sol bajaba detrás de las viviendas, ya despidiéndose hasta el día siguiente, la señora comenzó a cruzar hacia la vereda de enfrente sin prestar atención a los coches que circulaban por la calle.
Un auto color verde logró esquivarla merced a la pericia de su conductor, pero un vehículo rojo no tuvo la misma fortuna con la persona al volante y terminó levantándola por el aire.
La mujer cayó treinta metros más adelante. Los transeúntes se quedaron paralizados con la escena. Los demás automóviles detuvieron su marcha y sus ocupantes bajaron de los mismos.
Estaba inmóvil, una pétrea figura en el pavimento. La gente comenzó a mirarse entre si. Eran todos rostros conocidos, los mismos de cada día, incluso lo era la señora cuya vida parecía haberse extinguido.
No hubo necesidad de palabras, todo sucedió muy rápido. Un par de personas la cargaron de piernas y brazos mientras otros haciendo mucha fuerza levantaron la esquina de la plaza, como si de una alfombra se tratase.
Arrojaron a la mujer debajo y dejaron caer la punta de la arbolada manzana. Los rostros volvieron a sentirse aliviado y la rutina volvió a su ritmo normal.
El sol desapareció sin pedir permiso.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Ella

Ella es mi voz y mi sonrisa
Es el aire que respiro
Los sueños que sueño
La alegría que me rodea

Ella es la vida por delante
Es el presente que nunca será olvidado
Es el día a día acompañado
Es cada segundo a su lado

Ella es mi milagro
El regalo del destino
El tesoro más preciado
La única razón de todo

Es el nunca más solo
que prometen sus labios
Es el te amo
de cada despertar

Es mi deseo y pasión
La victoria del amor
La derrota del dolor
La esperanza hecha realidad

Ella es todo y mucho más
Las palabras justas no han sido inventadas
Ni lo serán jamás
Porque solo tiene un nombre y es el suyo

Ella es la dueña de mi corazón
El motivo de mi sentir
La culpable de esta felicidad
La causa de vivir

martes, 29 de noviembre de 2011

Semblante triste de payaso

De penas va y de penas viene. Cargado con su traje de colores y una lágrima que nunca cae sobre su mejilla, preparándose para salir al ruedo. Respira hondo, conteniendo el dolor. Es la única manera, el único modo. Afuera, los aplausos se transforman en un murmullo, en una incitación al fracaso. Pero no se asusta, poco es eso comparado con su vida.
Y poca es la risa que pueda causar para sepultar el llanto derramado, los kilómetros desandados. Se obstina el destino en decir basta y con sus colores a cuesta no puede más que resignarse y sonreír. Y su carcajada contagia a cientos, menos a él, quizá, el que más lo necesita.

martes, 22 de noviembre de 2011

Lagunita de la infancia

En el pueblo teníamos, a unos dos kilómetros, una pequeña lagunita. Para llegar había que cruzar el campo de los Ereros, atravesar unos quinientos metros de monte y descender por una barranca con mucho cuidado. En el fondo, estaba el lugar.
Eran pocos los que en verano se atrevían a hacer el recorrido para ir a refrescarse. Además, la barranca no era muy segura. La mayoría éramos chicos, otros eran adolescentes. Nosotros, que éramos los más pequeños, jamás decíamos en nuestras casas que íbamos a la lagunita. Nuestros padres no lo hubiesen permitido.
El día que se nos ahogó el Julián fue muy difícil hacerles creer que se resbaló en la zanja de los Rossi, cuando cazábamos sapos. Pero lo conseguimos. Cristian la sacó barata, porque se quebró bajando la barranca y pudo contar el cuento. Para los padres el cuento fue que se cayó de uno de los vagones del tren, mientras jugábamos a escalarlos.
Pero el problema mayor se nos presentó el día que la llevamos a la Claudia. Pobrecita, nunca vio la piedra en la orilla y se tiró de cabeza. Dio de lleno y se abrió el cráneo como una cáscara de huevo. La tuvimos que llevar entre dos hasta el pueblo, porque era algo gordita.
Cuando nos vio el médico nos preguntó que había sucedido. Dijimos lo primero que se nos ocurrió, siempre intentando evitar mencionar la lagunita, nuestro lugar predilecto. Fue así que sin darnos cuenta confesamos haberla golpeado con un caño de acero en medio de una discusión.
Mañana cumplo los dieciocho y quizá me trasladen a una prisión de mayores. Ojalá me toque con los chicos. Yo soy el más joven y ellos ya se fueron hace rato. La verdad que los extraño mucho, igual que a aquel paraje lejano. No veo la hora que pasen los años para poder volver a cruzar el campo, atravesar el monte, bajar por la barranca y zambullirme con ganas en el agua fresca y sucia de nuestra lagunita querida.

martes, 15 de noviembre de 2011

El desafío de Pablito

- No sé... es que me parece mal.
La voz de Pablito quería sonar firme, pero vacilaba al mismo tiempo que se volvía aguda.
- Dale voz de pito - intervino Juancito - No seas nenita.
Pablito no le contestó, pero sintió las miradas de los otros clavados en él.
- Dale, andá - instó Juancito, acercándose cada vez más.
Se mordió sus jóvenes labios y se abrió paso entre los niños que esperaban expectantes que lo hiciera. A los seis años de edad, un desafío de tal calibre lo marcaría a fuego. Lo sabía muy bien, era algo instintivo. Caminó cruzando el patio, pisando los restos de piñata y el papel picado que minutos antes volaba por el aire.
El grupito de las niñas estaba a cierta distancia, razón por la que cada paso que lo alejaba del grupo de niños parecía condenarlo por toda la eternidad, aún antes de haber actuado. A medida que se acercaba, veía con claridad su blanco.
Paradita, sonriendo, hablando con las demás niñas, estaba María Inés. Llevaba unas trenzas hermosas y un vestidito blanco. Y delante de sus pupilas verdes, los anteojos que ahora eran el karma que Pablito llevaba sobre sus espaldas. Esos lentes que más de una vez le habían granjeado las bromas y que ahora, eran el eje del desafío.
No, no podía hacerlo. No podía plantarse delante de todas sus amigas y decirle "cuatrojos". No, porque no estaba bien. Y no solo porque no estaba bien. A él le gustaba María Inés, la de las trenzas oscuras y ojos verdes.
Pero tampoco podía frenar su marcha, porque los chicos le dirían de todo. Con seis años, aquello parecía el fin del mundo. Y sin embargo, era tan solo el comienzo, las primeras pruebas de fuego de una larga vida.
Así que siguió caminando hasta donde estaba Maria Inés y solo estando delante de ella fue que abrió la boca. Ella se puso colorada y llevó la mirada al suelo. Las demás niñas comenzaron a reír. Pablito salió corriendo avergonzado. Los chicos, felices de la vida se despatarraban de la risa.

- Ay viejo, contando otra vez esa historia - le reprochó en broma la anciana mujer, que había alcanzado a escuchar la última parte mientras llevaba un canasto de ropa sucia al lavarrropas.
- Es que Adela la quiere escuchar otra vez vieja, no es mi culpa - dijo el hombre, guiñándole el ojo a la niña que tenía sentada sobre sus piernas.
- ¡Abuelo Pablo, no te distraigas! Dale, decime lo que en realidad le dijiste a la abuela cuanto era niñita.
Y Pablo, mirando de reojo a su querida esposa, recordó con alegría.
- Le dije lo que le digo cada día: María Inés, me gustás mucho.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Bajo el sol de octubre

Lento remontan tus ojos
la mirada hacia los míos
es que el tiempo parece detenerse
para tomarse un instante
sobre el verde de un patio
del que solo es dueño la vida
mientras la brisa sin prisa
se adelanta en su viaje
y nos deja tras su paso
la frescura del aire
cuyo suspiro nos devuelve
a esos ojos que se miran
que se miran contemplando
que se miran húmedos
pero húmedos y felices
que se hablan en silencio
en un idioma que entienden
de otras miradas anteriores
de otros silencios con mensajes
de palabras que no necesitaron ser
porque esos ojos se conocen
se conectan
se perciben
se dicen todo con mirarse
con saberse cerca
y entonces no resisten
se ven vencidos
pero no es tristeza
es alegría, es felicidad
y las lágrimas que caen
de un lado y del otro
del tuyo y del mío
de un par y otro par de ojos
brillan bajo el sol del domingo
de un domingo especial
de un domingo de primavera
en el que las miradas lo han dicho todo
y los labios han permanecido cerrados
solo hasta el momento
de tocar los otros, los que estaban enfrente
porque son labios sabios
que saben su momento
ante nuestros ojos tan dichosos
que se comprenden con verse
y se dicen todo sin hablarse
con el idioma del corazón
el que impulsa el alma
eleva el espíritu
y nos convierte en uno solo
en un amor inquebrantable
de ojos cuyas lágrimas caen
porque comprenden que es amor
es amor verdadero
del que no se consigue
del que creíamos extinguido
del que nos sentimos agradecidos
y al que nos aferramos con pasión
Y mientras los labios se sellan
en un contacto de dulzura
los ojos se cierran
y las manos se unen con ardor
la brisa sigue su curso
se pasea a sus anchas
conforme con su andar
bajo el sol de octubre
que ilumina con gracia
el amor de dos
que ahora son uno
de aquí en más
para siempre




Para Mariana, mi amor, que me ha hecho saber en este tiempo que hay un futuro maravilloso para los dos. Gracias por estar siempre y por tanto cariño.

lunes, 17 de octubre de 2011

El hombre de arena

No dejaba ningún aspecto librado al azar. La disposición de los libros en su biblioteca obedecía a un orden prestablecido; los cuadros en las paredes guardaban una simetría en sus ubicaciones dándole un balance perfecto a las habitaciones; en la alacena, platos y vasos mantenían un equilibrio caprichoso, en tanto que otros elementos se disponían con inmaculada pulcritud, dejándole al sentido de la vista un placer inexplicable.
Cada aspecto de su hogar mantenía ese cuidado crítico, desde el frente cuyo césped era cortado al ras cada semana, hasta el último pino del extenso y bello patio.
Sin embargo algo desentonaba en forma alarmante. Y era él. Su cuerpo despedía un olor fétido de no bañarse durante semanas, su cabello grasoso y sucio pendía sobre sus hombros como lánguidas lombrices y sus ropas eran una ofensa al buen gusto y la limpieza, portadoras de todo tipo de manchas, incluso, de orina y mierda.
Su mirada enajenada también despertaba inquietud entre los vecinos, que lo veían al atardecer recorrer los tachos de basura en las veredas, buscando rastros de comida para alimentarse. Cuando notaba que alguien lo observaba, huía despavorido hacia el interior de su lujosa vivienda. Y allí lo veían los vecinos por horas, a través de los enormes ventanales, acomodando las cosas una y otra vez, en una rutina salvaje y ruin; limpiando cada esquina y mueble; dejando impecable lo que ya lo era.
Incluso, veían las luces encendidas durante la noche, como si aquel hombre no durmiera. Pensaban que era probable. El enfermizo comportamiento abría las puertas a cualquier clase de conjetura, era inevitable.
Pero al hombre poco le importaba, vivía en su mundo, aquel en el que mejor se sentía. Y sin dudas que allí era feliz.
Al menos las horas pasaban y la casa estaba en orden. En cualquier momento llegarían Elisa y los niños y la casa debía brillar para ellos. Parecía una eternidad que habían salido de viaje, pero ya volverían, claro que si. En tanto, todo debía estar en orden, todo debía brillar para ellos. No tenía tiempo para perder. El reloj de arena sobre la chimenea apuraba sus últimos granos. Corrió a hacerlo girar y dejarlo en marcha otra vez. Una nueva hora acababa de nacer. Y a su alrededor aún quedaba tanto por ordenar. Y más vale terminar antes que Elisa y los niños llegaran. Todo debía ser perfecto en el futuro, todo.
Y volvía a ordenar, para Elisa y los niños...

domingo, 9 de octubre de 2011

La disparidad de los sueños

El movimiento circular de sus manos arrojadas al aire fue una danza mínima pero sumamente expresiva. Las piernas acompañaban aquel ligero desplazamiento, con una sincronía de sutil encanto.
Se detuvo con los pies muy juntos, en el momento exacto que la música cesó de fluir desde el equipo de sonido. Cerró los ojos y preparó sus oídos. Soñó entonces con el aluvión de aplausos, de vítores de gloria y felicitaciones. Sintió como la piel se le erizaba de emoción, mientras su cuerpo se agitaba por el llanto a punto de explotar.
Al abrir los ojos, vio la pared de su pieza, la mesa de luz con la lámpara en forma de conejo, la cama destendida con las sábanas tocando el piso y un par de zapatitos negros a un costado. No había público aplaudiendo, ni nadie celebrando su actuación.
Pero no le importaba, algún día sucedería. Algún día en otra vida. Se volvió a sentar en su silla de ruedas y permaneció allí, a la espera del regreso de su madre que había ido por más medicamentos a la farmacia de la esquina.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El viaje de Manfredi

A Manfredi lo llamó su jefe a la oficina.
- ¡Venga Manfredi! - vociferó desde el extremo del pasillo, como solía hacer cuando algo iba mal y había que castigar a alguien.
Y Manfredi fue, como iba siempre. Los compañeros de trabajo miraban de reojo, reprimiendo las risas. Era la parte esperada de cada jornada laboral, porque luego del llamado se escuchaban los gritos y luego de los gritos, Manfredi pasaba blanco hacia su puesto, donde intentaba solucionar los problemas que habían ocasionado la ira del jefe.
Lo vieron transitar el trecho hacia lo del jefe mordiéndose los labios. Como era costumbre, parecía caminar temblando del miedo. Sus piernas flacas se agitaban a cada paso, como si una descarga eléctrica se apoderara de las mismas. Desgarbado y alto, Manfredi era para todos, una caricatura del fracaso.
A veces apostaban sobre la cantidad de insultos con los que lo despacharían. O bien, el tiempo que permanecería en la oficina.
Manfredi cerró la puerta a sus espaldas y de inmediato una catarata de verborragia salvaje traspasó la madera y en forma audible llegó a cada rincón del piso quince.
Pero todo terminó de golpe, con un estruendo que estremeció a cada persona sentada delante de su computadora en aquel lugar. Tardaron en reaccionar.
- ¿Y eso? - preguntaron algunos, a sus compañeros más cercanos.
Algunos atinaron a aferrarse a sus asientos, pero los más avispados se pusieron de pie, comprendiendo que aquel sonido había venido de un lugar específico. Corrieron hasta la oficina del Jefe y abrieron la puerta. Entraron el flaco Llorente y el pelado Cleso. Se frenaron en seco. El jefe ahora tenía un hueco en la cabeza y por él mismo brotaba muchísima sangre. Su cuerpo había quedado despatarrado a un costado del escritorio, con los ojos muertos mirando el cielorraso. Buscaron con la vista, pero el jefe estaba solo.
Una ventana abierta coronaba la escena. Nadie necesitó asomarse para saber que Manfredi había salido a tomar aire fresco y ya no volvería.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Escalera a la Luna

Enamorados, los dos, corrieron cuesta arriba la colina. Allí estaba, como él lo había prometido.
- Una escalera - dijo ella - ¿A la luna se llega en escalera? - preguntó incrédula.
El la miró con ternura y le tomó la mano.
- Si, pero hay que subir con los ojos cerrados y sin soltarle la mano al ser que uno ama. Y recién, cuando se pisa la Luna, se puede volver a mirar.
- ¡Qué emoción! - expresó al tiempo que brincaba y batía con ganas las palmas de sus manos.
- Si, pero te advierto algo. Para llegar a la Luna, hay que dejar la Tierra atrás.
Ella miró a su alrededor y supo que nadie gana sin perder. Pero al detenerse en sus ojos comprendió que ya no había marcha atrás.
Se los puede ver subiendo peldaño a peldaño y tomados de la mano, las noches más claras e incluso algunos dicen vislumbrar sus siluetas entre las nubes más delgadas, en las noches más oscuras.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Huida

¿Cómo escapar del ayer? De los recuerdos que son heridas, del corazón que sigue latiendo por quién no está. Es por eso que llegué al andén y esperé por el primer tren. Pensé que allí estaría la respuesta.
Por la ventanilla veía pasar el paisaje como una exhalación, mientras me acostumbraba a ese sereno sonido del viaje, tan rítmico e hipnotizante, que serenaba mis pensamientos.
Creí estar logrando mi propósito. Creí haberme liberado del pasado. Hasta que te vi del otro lado del pasillo mirando hacia la ventanilla. Entonces, decidí darme por vencido y sentarme a tu lado.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Venganza bajo la luna

Sangrientas noches heladas
de sus paciencias inciertas,
en vela con un cuchillo
y sólo a la espera de ella,
que mal se jacta ante todos
de su gran malevolencia.

En callejones oscuros
respirando con congoja
dejando escapar el miedo
que su corazón provoca,
y ataviado con espanto,
camisa, corbata roja,
bufanda negra, sombrero,
pantalón fuera de moda,
el semblante hosco y ruin
y una sonrisa burlona.

La espera es en el silencio
sin temores a la vista,
sabiendo que su venganza
será lo último en vida
que su cuerpo condenado
apreciaría sin prisa;
y aguardan bajo la noche,
en soledad asesina,
el alma bien afilada
y el arma bien escondida.

La escucha acercarse ya...
y finalmente, la ataca,
tras años de amarga espera,
le dará fin a la Parca
que en su niñez inocente ,
sin piedad lo despojara
de su tesoro más grande:
padres, sonrisa y hermana.
Y aunque es quimera imposible,
irrealidad, o cruzada,
la muerte a la Muerte es
la mejor de las venganzas.


Romance sangriendo dedicado a mi profesora particular de poesía, a quien agradezco las correcciones del caso, ya efectuadas y trasladadas al texto!

viernes, 2 de septiembre de 2011

Visita fuera de horario

Su voz, áspera como el asfalto, cortó el aire en dos. Más que una orden, aquello era una sentencia. Un relámpago en la tormenta, un puñal atravesando la carne. El cuidador se asustó, retrocedió aterrado. Había olvidado ya la negativa de segundos antes, al decirle “no puede pasar” a ese extraño. Trastabillando corrió hacia la puerta y le permitió el paso. Vio la ancha espalda avanzar por el camino, rodeado de lápidas y cruces. Aquel monstruo de sobretodo se alejaba al fin. Con un solo grito le había hecho cagar el calzoncillo y mearse hasta los pies. Y sin embargo, más que aquel exhorto, le extrañó el ramo de flores en la mano y que al pasar a su lado, le viera una lágrima caer. ¿Qué era lo que había aullado? Ah, sí: ¡Dejame ver al Negro, la puta que te parió!


Microcuento para el certamen homenaje al Negro Fontanarrosa de la web "Cuentos y más", publicado en el diario "Tiempo Argentino", con motivo del cuarto anivesario del fallecimiento del gran artista rosarino.

sábado, 27 de agosto de 2011

El visir y la anciana

Esto contó Adonis Torre a Jovino y el Carancho, mientras hervían grasa, a la sombra de un olmo en Calle Pampa:
"Un día el visir de Ahmajá decidió visitar a sus súbditos, para dar cuenta al califa del estado de sus dominios.
Escoltado por una comitiva lujosa y armada hasta los dientes se apartó de las rutas comerciales del reino para tomar los caminos rurales. Notó que mientras recorrían los caminos principales los demás viajeros se deshacían en esos ampulosos gestos de sumisión y agradecimiento característicos de la zona, de las gentes conscientes de que debían su vida al califa, aunque más no sea por mostrarse misericordioso al no arrebatarles la vida por nada, tal era el poder con que Alá lo había ungido.
Apenas comenzaron a apartarse de la gran ruta, los caminos eran más polvorientos, angostos y dificultosos. Y las gentes también. Los saludos de los pastores se volvían más breves. Los sembradores se detenían unos instantes y volvían a sus tareas antes de que la comitiva termine de pasar.
El visir comenzó a preocuparse, pero no decía nada. La falta de honores a su paso, el desinterés de los aldeanos y el poco cuidado en ensalzar la figura del califa eran signos claros de que algo pasaba.
Distraído en estos pensamientos se sobresaltó al ver que el camino que transitaban concluía en una casita humilde y pequeña. Cerca de un horno detrás de la casa, una anciana preparaba su pan tan atenta a la tarea que ni cayó en la cuenta de que lo visitaba la comitiva del primer ministro.
El visir, seguro de que no había peligro alguno, mandó detener la tropa, se apeó y caminó hasta la anciana de manto raído y de un color ya indefinido.
- Alá te proteja, anciana, pero más al califa, señor de estas tierras.
- Alá te proteja, visitante.
- ¿Osas no mencionar al califa, servidor sagrado de Alá? ¿Así tratas la dignidad de su gran visir?
- No conozco al califa, señor. ¿Por el cielo que sigue siendo Abdullah el Digno?
- Desconoces al califa, que es nieto de quien nombraste, Ammal. Y me ofendes al no inclinarte en mi presencia.
- Tu dignidad es evidente, señor, como mi pobreza. Pero más evidente es que si no sigo preparando mis panes, mis nietos no comerán hoy.
- ¿Y tus hijos? ¿Son tan desalmados como para permitir que hagas esta dura tarea?
- Forman parte de tu comitiva, señor. Los veo desde aquí. Son los dos que no levantan la vista."

Torre concluyó su relato asegurando no saber qué sucedió con la anciana, con sus hijos y el visir. Y tampoco por qué demonios se puso a contarles esa historia a dos zanguangos como ellos.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Matices

Corrieron bajo la luz de las estrellas, con el aliento entrecortado y los pechos inflados de agitación.
Bajaron por la colina, creyendo que nadie los había visto. A sus espaldas, una luz enfermiza inundaba el cielo. Los matices naranjas, rojos y amarillos, crepitaban a la distancia.
Al escuchar las sirenas, pensaron que la policía los estaba buscando. Pero a lo lejos, entre los árboles en llamas, divisaron el coche de los bomberos. Aún quedaba la esperanza de un milagro.
De todos modos, siguieron corriendo. No pensaban detenerse. Tan solo había sido un pequeño fuego para calentar la comida, tan solo eso...

sábado, 20 de agosto de 2011

Carta de amor

Este texto a la fuerza tiene que ir en Villeraturas, sería asesinado irremediablemente por los demás relatos en el blog de fondo oscurito, en una rebelión sin precedentes en donde las letras desenvainen sus armas y arremetan contra este intento de algo, que escribiera hace más de un año, para un concurso de (no se rían, no está permitido) Cartas de amor. Ahora que lo leo, es horrible, razón por la cual no apareció ni entre los trescientos mejores. Pero como no tengo otra cosa que subir, y mucho menos (por hoy solamente) ganas de escribir, los hago sufrir con estas oraciones empalagosas y obvias. Tómenlo de ejemplo de cómo no se debe escribir.


A la princesa de mis sueños:

       Un sosegado tumulto en el corazón me dice que debo insistir, princesa mía. El cruel rechazo del que me has hecho merecedor se convierte así en la clara necesidad por la que clama tu alma, de un indicio, una muestra, algo que hable por si solo y sumerja a las palabras en el silencio, en tanto este cariño que juro hasta la eternidad, se eleve con fuerza propia y se instale allí, tras las altas murallas que custodian tus sentimientos.
       He decidido, tras meditarlo en la oscuridad de mi habitación, escuchando como desde la ventana los sonidos del mundo me traían una y otra vez tu imagen, que para alcanzar mi objetivo, tendré que atravesar los obstáculos más sórdidos que mi imaginación pueda trazar sobre ese lienzo alguna vez inmaculado que fue mi mente.
       Escribo estas líneas para que las tengas presente en todo momento y sepas que buscaré las mil maneras posibles de allanar los caminos que conducen a tí. Sinuosos, a veces vacíos de esperanza y otras, muy transitados, esos caminos serán mi haz en la tormenta, la guía en las noches de somnolencia, la cuerda de la cual tirar cuando las fuerzas me abandonen.
       Ten presente, princesa mía, que la flaqueza jamás reinará mis fuerzas y todo esfuerzo será recompensado cuando la gloria nos una por siempre. Del éxito en la empresa, puedes estar seguro. Del tiempo que me demande, es por lo que suplico cada mañana al despertar y cada noche al entornar los párpados.
       De millones de mujeres, me gustas tú. Son tus ojos, tus manos, tu cabello, tu aroma. El cuerpo armonioso, las curvas exactas, las piernas esbeltas, la gracia y la elegancia. De millones de mujeres, eres la que me ha clavado la espina en el corazón, primero repleta de ilusión y luego, como un dardo venenoso, de dolor.
       Pero como ves, en lugar de resentimiento, has despertado un calor cuyas primeras chispas ya conocías. Ahora en mi vive un fuego que necesita de tus abrazos para poder contenerse. Aquel rechazo es tan solo un mal recuerdo. La vida puede pretender de nosotros muchas cosas, pero solo la disfrutamos cuando entendemos que somos nosotros los que debemos exigir y no esperar.
       De mi puño y letra, van estas oraciones. No pretendo que cambies de parecer de la noche a la mañana, ni que tampoco te encierres aún más y hagas como si el pasado no ha existido. Solo ten el valor de aguardarme y verme como un nuevo hombre, pues lo lograré. Alguna vez pensé que el infierno se cernía ante mí, sin darme cuenta que al contrario, era quién lo propagaba alrededor.
       El ayer es innegable. Y tampoco tiene cura. Pero no podemos definir el futuro por lo hecho. Las buenas intenciones a veces pueden serlo todo. He dejado las drogas hoy mismo y este es mi primer acto consciente.
       Me han advertido de los síntomas que seguirán al día de hoy. Será como vivir en una selva, en la soledad de lo desconocido. Sin embargo me aferraré a tu rostro, al deseo de besarte otra vez.
       Lo lograré, porque estoy seguro de ello. Venceré los obstáculos, despejaré el camino. Y un día golpearé a tu puerta, sonriente. No me importa cómo te encuentre, con quién, ni tampoco cuando. Sabrás que soy yo. Y entonces, todo valdrá la pena.

Tu amor, el que siempre se equivocó

lunes, 15 de agosto de 2011

La decisión

El hombre se sirvió otro trago y dejó la botella lo más lejos que le dio el brazo.
- Es el último - anunció.
Luego sacó del bolsillo interior de la campera un fajo de billetes. Los contó uno por uno, ante la mirada del otro hombre en la habitación.
- Puede confiar en que aquí está todo - dijo, mientras seguía pasando un billete tras otro en sus manos - No es mucho lo que me ha pedido para matarla. Ahora que hemos sellado el pacto, le aseguro que si me pedía más, se lo pagaba igual.
El otro hombre no se inmutó.
- Verá - prosiguió el que tenía los billetes en la mano - usted sin dudas está acostumbrado a esto, pero uno, que tiene que tomar la determinación, no sabe que hacer. Estos días pensaba si era necesario y repasé cada cosa y supe que si, que era la única forma. Pero tomar la decisión, mire que cuesta. Sin embargo, es la culpable de todo. Es quién la trae, la que me hace enojar, la que me destruye por dentro, la que me reprocha sin parar hasta en sueños, la que me señala como culpable. Si señor, ella merece morir. Mi mente debe morir.
Le entregó el dinero. El hombre que estaba en silencio lo recibió y guardó en el saco. Buscó su maletín y sacó una .45 con silenciador. Observó que todo estuviera en orden en su arma y la llevó hasta la cabeza de su empleador temporal, que ya tenía los ojos cerrados y bebía aquel último vaso de whisky.
Una sola articulación de sus dedos justificó la paga.

jueves, 11 de agosto de 2011

El barrio (o las razones para temerle al pasado)

Me sucedió algo raro, que en su momento no me supe explicar.
Caminaba por mi ciudad, aprovechando que la mañana era hermosa, la brisa agradable y no había ninguna prisa en mi vida. Podía andar hasta que las piernas dijeran basta, observando ese paisaje tan conocido y transitado, que sin embargo no me canso de apreciar. Veredas rotas y anchas, de baldosas ausentes. Formas familiares erigidas en torno a los recuerdos, los años cobijados entre el cemento y las vivencias, las alegrías y las tristezas, sus colores cambiantes, árboles más, árboles menos.
Pensé en el puerto, en su vista al río, a las islas, el Paraná de fondo con su tono amarronado y sucio, pero brillante bajo el sol. Caí en la cuenta que estaba cerca del río, a pocos minutos de allí; pero al mismo tiempo, tras avanzar un par de cuadras en esa dirección, comprendí algo más importante aún. Para llegar a destino, tendría que cruzar por mi primer barrio, el de mis años de la infancia, el que me vio crecer, el que miré con ojos de niño y más tarde contemplé con la mirada más fría de un adulto, sin poder entender de dónde se aferran los recuerdos que si bien olvidan los detalles, nunca hacen lo propio con la magia que emana del ayer.
Y aquí viene lo extraño, lo traumático. No pude continuar. Me detuve, dubitativo. Miré hacia delante y tres calles más allá estaba ese lugar hermoso que con cariño recuerdo, pero que no se acuerda de mí. Allí estaba mi calle, mi antigua casa, mis días con piernitas cortas y risas entre juegos.
En la siguiente esquina doblé hacia otro lado y lo dejé atrás. Ya no pensé en el puerto ni en visitar el río. Al menos, en esa caminata. Dejé incluso de creer que el día era hermoso. Me fui en silencio, como quién ha perdido algo y no sabe bien qué.
Le di vueltas al asunto durante el resto del día pero me di por vencido. Lo retomé con la cabeza en la almohada y de a poco fui encontrando las respuestas. El hecho de darme cuenta que siempre que había vuelto, había sido en compañía de alguien, me estremeció. Las veces que había pasado por mi calle, señalado con el dedo mi antigua casa, era junto a alguien. Un amigo, un pariente, mi mujer.
Como si hubiese necesitado en todos los casos, una compañía inconsciente, aferrarme a alguien que me atara al momento presente, para que el temor de que el pasado me devorara no se hiciese realidad. Porque, considero sin temor a equivocarme, esto último puede ser posible.
Por eso, aquella mañana fresca y hermosa, de cielo despejado y silencio acogedor, iba a ser la primera vez desde la infancia, que volvía al barrio en completa soledad.
Y aquello, me asustó.
Escribió Enrique Breccia en uno de los capítulos de El Sueñero, que ”al barrio no se llega, se vuelve”. Esa frase, tan escueta pero a la vez cargada de una profundidad pocas veces vista, es una llaga que se enquista en todo corazón nostálgico, que le teme al pasado. Porque encierra la verdad ineludible que uno está volviendo, lo que implica una medida temporal en la simple acción de acercarse. Al llegar, uno está en su tiempo. Al volver, uno regresa desde otra dimensión, a la que el destino lo ha llevado para bien o mal a lo largo de los años desde el prematuro adiós.
Volver implica también asomarse al pasado, a los recuerdos. ¿Y no es eso bonito? Claro que lo es, pero también es peligroso. Porque el pasado ya no nos pertenece, solo nos ha dejado grabadas imágenes que con el pasar del tiempo van perdiendo el color, llenándose del moho de la nostalgia y a veces, incluso, del olvido prematuro.
Alejandro Dolina, en sus Crónicas del Ángel Gris, nos regala esta revelación: “No es posible regresar a ninguna parte. Los puntos de partida no se quedan quietos y a la vuelta ya no están. Para poder volver se necesita, por empezar, un punto de partida eterno e inmutable. Pero todo se mueve y no hay forma de detener el Universo. Créanme si les digo que nadie ha efectuado nunca jámas un verdadero regreso. El hombre que lo consiga cumplirá la hazaña más grande de la historia”.
Creo que Breccia y Dolina no se están contrariando. Breccia define el nombre para la situación, pero no dice en ningún momento que es posible. Dolina, nos refriega la verdad en la cara: no es posible volver. O al menos, nadie lo ha hecho aún.
Si lo pensamos detenidamente, no veremos lo que alguna vez fue. Solo resabios que estoicamente mantendremos en nuestras mentes como la versión actual del ayer, sabiendo sin embargo, que bajo esa piel de concreto remodelada, lo que alguna vez fue, ya no es.
Y esas veredas de baldosas ásperas que nos pelaban las rodillas, ya no serán las mismas, por más que lo parezcan, pues habrán olvidado nuestras risas y lamentos, las pisadas y los llantos. No encontraremos el almacén donde íbamos con el papelito escrito por mamá enrollado en una mano, ni la placita tal cual era cuando no conocíamos aún el significado de la palabra responsabilidad. Ni siquiera, lo que es peor, estarán los rostros que conocíamos de pequeño, de los cuales también habremos olvidado los nombres.
Ya no veremos las sombras de nuestras bicicletas inclinarse a un lado, ni por las noches las ramas con hojas de los árboles representarán la misma protección contra los mosquitos que antes. Tampoco disfrutaremos por la ventana, los días de lluvia, la manera en que la calle con pendiente hacia el puerto se convierte en un río más cercano, haciendo que las competencias imaginarias de objetos desplazados por la corriente se transformen de golpe en las carreras más divertidas de nuestra niñez. O luego, cuando las gotas remiten, difícilmente nos volvamos a ver arrodillados sobre el cordón de la vereda, para apoyar sobre los charcos esos bonitos barcos de papel que nos armaba papá.
Volver es engañarse. Es creer que el ayer está a nuestro alcance. Pero entendemos tarde, porque así nos sucede siempre, que es una fantasía que nos imponemos para creer que podemos dominarlo todo, incluso el dolor del paso del tiempo y el ardor de las causas perdidas. Nos hiere por naturaleza el paso de los años, no solo en la piel que se arruga, ni en el organismo que envejece, sino también en la memoria, llevándose nuestros bienes más valiosos. Y lo que no hace la vida, lo hace el llamado avance, con sus construcciones, sus arreglos, su destrucción permanente del pasado escudándose en el futuro.
¿Dónde habrá quedado aquella vieja cancha de bolita? ¿O las rampas en la vereda, sobre las que volábamos con las bicis? ¿Que habrá sido de ese árbol, bajo el que nos sentábamos en verano? Pero sobre todo... ¿cómo estará esa casa que durante años habitamos? ¿De qué color serán sus paredes? ¿El patio seguirá siendo tan hermoso como quedó grabado en las retinas del alma?
Podría en algún momento pedir con cierta valentía que me acompañasen. Podría hacerlo, si señor. Pero me temo que no lograría avanzar ni un paso, si me abrieran la puerta. No soportaría no reconocer nada, encontrarme que esas imágenes ya no existen. Toparme, en otras palabras, con la cruda realidad que ya sé, de la que soy consciente: el pasado no existe, es solo un recuerdo en cada uno.
Ese etéreo resplandor de vida que aún perdura semidormido en las faldas de la memoria, como un niño recién nacido pero con piel de anciano débil ya sin dentadura, al que mecemos de vez en cuando, para sentir vivo, sabemos que no es para siempre. Es una ilusión como tantas otras, que algún día dirá basta. Pero hasta entonces, es como un rico caramelo, que queremos disfrutar sin morder.
El miedo al cambio es lógico. El terror a saber que algo no existe, es mucho peor. El entender que el ayer está cada vez más lejos, es horroroso. No se necesitan monstruos ni fantasmas, ni todos los seres imaginables que creíamos de niños, habitaban debajo de nuestras camas. Ahora sabemos que lo que asusta es mucho más real y tiene poco de sobrenatural.
Cuando la noche se extiende, una parte del pasado se esconde para siempre. Es así con cada luna, con cada día que pasa. Nos volvemos viejos y el pasado es cada vez más joven, porque se ha quedado atrás, ya no crece, no es un perro que nos sigue ni un psicópata que nos corre. Tampoco lo abandonamos nosotros, tan solo decide no avanzar. Porque esa es su misión: custodiar las historias felices y enterrar las tristes, desde su trinchera.
Regresar es imposible, tan solo podemos arriesgarnos a recordar. No solo por una cuestión científica y de la inevitable razón de no poder viajar en el tiempo, sino porque el hecho de pensar en lo pasado, ya de por si, es arriesgado. Nos asomamos a ventanas en muchos casos cerradas por alguna razón concreta. Nos atrevemos con rostros que nos arrancarán más de una lágrima, con amores que creíamos olvidados, con anécdotas que nos atravesarán el alma y el espíritu, que nos pedirán a gritos volver a una edad y a un tiempo inalcanzables.
Muchas veces, el ayer nos lastima, sin tener intención de hacerlo.
Somos seres sensibles, por más duro que pongamos el corazón.
Por ese motivo, sepamos, no se puede volver. Conviene siempre doblar en la esquina adecuada y perderse en zonas menos conocidas, que no puedan hacernos daño. El ayer, los viejos amores, los amigos que ya no están, los seres queridos que extrañamos, conviven en un mundo que ya no es el nuestro. Apelemos a la memoria, pero sin lastimarnos.
El pasado es peligroso y es el verdadero monstruo que nos espera en silencio para devorarnos y el barrio es su principal señuelo.

domingo, 7 de agosto de 2011

Poema abecedario

Austeros
bandoleros
caminan
diariamente
enfrentando
fantasmales
gentes

humeantes
ideas
juntando
karma
locamente

llanto
moribundo
nunca
ñoño
oprime
punzante
quelonio
rugiente
sin
torpeza
urgente

valiente
whisky
xenofóbo,
yámbico
zángano


Poema/experimento en forma de desafío para cierta poeta, que nunca ha tenido contestación :)
Aguardo represalias jaja.

martes, 2 de agosto de 2011

Alborada

Analía amaneció arrebolada, añorando aquel anterior amor, Aníbal, adherido aún al alma, asfixiando, aniquilando.
Analía amaba, alejada.
Antes, avistaba añoranzas. Ahora apenas abriga aflicción.



Raro experimento, un micro escrito solo con palabras empezadas con A, publicado (y pedido) por Cuentos y más
A ver si se animan a dejar comentarios solo con palabras que comiencen con A. 

jueves, 28 de julio de 2011

Carta a Papá Noel

Viejo barbudo:

Maldito avaro, que año tras año pasás sin dejar ni un miserable saludo por casa, mientras que a los niños de los vecinos tapás de regalos, espero que este año te acuerdes de mí.
Y no justamente por lo que te pida o por cómo me porté en el año, que eso a vos no te debería importar un pito. Lo que espero que recuerdes es la caña voladora con la que voy a partirte el trineo ese en el que viajás. Así que más vale que volés con prudencia y si tenés agallas debajo de ese traje de maricón, vení a dejarles los regalos de siempre a los vecinitos de al lado.

Gonzalito, de Barrio La Potota


 Microcuento originalmente publicado en la web "Cuentos y Más" [http://www.cuentosymas.com.ar]

domingo, 24 de julio de 2011

Maldición de carnaval

Detrás de uno de los miles de disfraces, estaba el amor de su vida. Pero el suyo era un carnaval eterno y las máscaras no caerían jamás.


Publicado originalmente en "Cuentos y más" [www.cuentosymas.com.ar]

jueves, 21 de julio de 2011

Pliegos

Esa mañana despertó sintiéndose un origami. Plegado y armonioso, salió al balcón. Sus dobleces brillaron al sol. Vecinos de otros edificios lo miraron con recelo y marcada envidia. Aquello lo llenó de orgullo. Más aún cuando se hizo visible el fracaso de algunos de estos, que intentando opacarlo se arrojaron al vacío pretendiendo ser aviones de papel, sin lograr, sin embargo, su cometido.

sábado, 16 de julio de 2011

Reproches cósmicos

- Pero mirá que la hiciste linda eh.
- Se me fue de las manos, ya te dije - replicó - ¡A vos no te pasó nunca, ahora!
- Fijate bien, fijate... cuarenta constelaciones y ni un solo planeta habitado por seres como estos. ¡Ni uno solo!
- Bueno, por uno solo, tanto escándalo...
- Si, uno, pero vale por cuántos. Están haciendo mierda todo.
- No exageres.
- Pero claro, el señor dijo "y se le damos la facultad de pensar", y si "dejamos a dos solitos acá", y si... pero porque no te pusiste a contar astros.
- Má si, siempre terminamos discutiendo. Andá para tu casa, haceme el favor. Y la próxima ves que te invite a tomar algo, haceme acordar que te amordace, loca.

jueves, 7 de julio de 2011

Boletos

Jaime compraba solo boletos de ida. La idea de volver no lo entusiasmaba. Cuando llegaba la hora de regresar, lo hacía y punto. Por eso a todos les sorprendió cuando anunció que había comprado ida y vuelta. Y más aún cuando con los años, comprendieron que jamás haría uso del segundo.

viernes, 1 de julio de 2011

El concierto

Al colocar el violín sobre el hombro, notó su impertinencia: había asistido al concierto en calzoncillos. Supo por el calor corporal, que su temperatura había ascendido al menos cinco grados. Se imaginó, totalmente ruborizado. Se darían cuenta, no le quedaba la menor duda. Cerró los ojos y se concentró en los primeros compases. El teatro al escuchar el comienzo de la obra, aplaudió de pie a la Orquesta Desnuda.


Este micro relato obtuvo el primer premio en el Concurso Internacional de Microrrelatos Latin Heritage Foundation e integra, junto a los demás ganadores, la antología "Desde el yacuzzi", que se ofrece por Amazon.

lunes, 27 de junio de 2011

Regreso sin gloria

Con la desilusión como bandera, recorrió esos metros finales hasta su tumba de cuatro paredes. Lo tenía decidido. Allí se escondería de la realidad, de las voces fáciles, de los cánticos oscuros. El mundo se había derrumbado, los colores apagado. Incluso sus ojos, marchitaban errantes, bajo una lámina de lágrimas.
Sus pares desesperados marcharon con la furia equívoca, pero el se decidió por la resignación silenciosa. Era el destino el que había hablado. Y lo que había dicho, era suficiente. Cerró las puertas de su hogar y se tumbó en la oscuridad. Allí, en la soledad de dolor, lloró a cuatro mares.
Mañana será otro día, repetía. Pero por más que lo deseaba, sabía que ya nunca así sería. Porque esa jornada nefasta, por siempre en él viviría.

miércoles, 22 de junio de 2011

Teoría del bienestar

¿Sabés - me dijo un amigo, muy propenso al pensamiento filosófico - cuánto notás que las cosas van a ir bien en tu vida? Cuando comprás seis panes de torpedo y elegís de la góndola de los fiambres una bandeja de queso de máquina y otra de mortadela y al llegar a tu casa descubrís que hay seis fetas de cada cosa en su respectivo lugar.
Supe de inmediato que tenía razón

domingo, 19 de junio de 2011

El olvido

El libro de récords mundiales indica que el hombre que más años vivió en la era moderna es don Jaime Barrientos, un mendocino del monte, que alcanzó los doscientos cuarenta y tres años. Lo que no dice el enorme volumen es que Jaime, enfermo desde la adolescencia, sufrió décadas y décadas, todo por culpa de la muerte, que olvidaba recogerlo cada noche.

martes, 14 de junio de 2011

La peor noticia

Jacinto soñaba tener una vida corta, como lo eran sus relatos. Microrrelatista por vocación, evitaba todo compromiso a largo plazo. Por eso, cuando su doctor le comunicó que estaba tan sano que viviría más de cien años, corrió hacia le ventana del consultorio, ubicado en un quinto piso, y se arrojó al vacío. El común de la gente aún no le encuentra explicación a su acto de suicidio.

jueves, 9 de junio de 2011

La copa encantada

El catador llegó a la última copa. El concurso estaba muy luchado. La bebió saboreando como se debe, apreciando la textura, el gusto, el color. Se sintió raro y se desmayó. Despertó en brazos de una bruja, que invitándolo a un trago en un fino cristal, le indicó que ahora era suyo.

domingo, 5 de junio de 2011

Pintura callejera

La letra se contorneaba en la melodía y chillaba con ganas "a la gente la ayuda la gente" mientras por la vereda el mundo le era indiferente a ese grito desgarrado de ilusión.
En la esquina dormían dos borrachos, sin miras a despertar. Frente a los coches detenidos en el semáforo, tres chicos hacían malabares mientras otro recorría las ventanillas buscando monedas que tardaban en llegar.
Mientras avanzaban los vehículos, por las veredas pasaban niños muy pequeños con la mano estirada y los rostros sucios, balbuceando algo parecido a "tiene algo don".
No muy lejos, en la plaza, el pegamento iba de mano en mano. Así se sentía menos el hambre, así el dolor dolía menos y la vida o eso parecido a ella, se hacía más amena.
Como manchones bajo el sol, corrían dos muchachos con las capuchas hasta los ojos. Detrás los perseguía un pobre diablo que no dejaba de insultar y pedir que le devolvieran lo robado.
En su andar, la multitud dejaba atrás promesas disfrazadas de pasacalles, rostros enormes en carteles sonriendo con un único fin. El aire se llenaba al mismo tiempo de hipocrecías y gases tóxicos.
El diariero, en tanto, no dejaba de mirar de reojo las noticias en los matutinos y de angustiarse por tantas disputas sin sentido. Algún que otro pedía palabras cruzadas y consideraba que era lo mejor.
Rosa, la moza del bar, esquivaba como una acróbata a la gente que no la dejaba pasar, mientras con su mano derecha en lo alto, las pequeñas tazas hacía tiritar.
Por algún desagüe de la lluvia se había ido también el respeto, los valores, hasta la mismísima humanidad.
La música era ahora otra, pero resonaba de la misma manera ante la indeferencia de todos, el ruego de una letra que casi herida pedía a gritos: "que no se quede mi pueblo dormido".
Y la pintura de aquella calle, sin embargo, se oponía a cambiar.

martes, 31 de mayo de 2011

El manto allá arriba

Deplay Duploy era un hombre sin rumbo, que vagaba por el mundo. Supo recorrer los continentes más de una vez. Ya grande decidió poner fin al periplo, refugiándose en una humilde vivienda en el campo argentino. Un periodista se enteró de su historia y lo entrevistó.
- ¿Porque este lugar, en el medio de la nada? preguntó al fin.
El avejentado aventurero sonrió y respondió:
- Toda la vida las estrellas me vieron viajar de un lado a otro, los cielos celestes fueron testigos de mis osadías y los nubarrones me persiguieron sin darme alcance, lo mismo que las tormentas, los vientos, el sol y la luna. Hoy contemplo todo eso serenamente, en la vastedad de este paisaje, sabiéndome su amigo, entregándome a su encanto. Aguardo con calma el momento de volverme parte de él, de fundirme en el aire, de ser libre y poder observar a otros darse cuenta que lo que buscamos, en realidad está siempre cerca nuestro.

sábado, 28 de mayo de 2011

Un sueño - Juan moneda

 
Un sueño
Tengo un sueño, dijo. Un sueño de éxito y futuro. Pero para ello... No lo dejaron terminar, sabían que seguía a continuación. Lo tildaron de delirante. Pero cierta reina le creyó. Y el tal Colón, finalmente zarpó.

Juan moneda
Juan pedía monedas en la esquina desde que la gente tenía memoria. El día que lo vieron llegar en coche y bien vestido, no creyeron que era el. Aún tampoco lo creen, por más que otra vez está sentado, con sus ropas nuevas, pidiendo monedas en la esquina de siempre.


Textos seleccionados para la antología del III Concurso de Microcuentos "Valladolid Internacional", inéditos aún en el blog.

sábado, 14 de mayo de 2011

Gente ignota: Foucault I

1819: - ¡¿Qué hace con eso, doctor Laënnec?!
- No se inquiete, monsieur Foucault, que no lo voy a insertar en ningún orificio del cuerpo de su señora esposa.
- Más vale que así sea, doctor, de lo contrario seré yo quien haga estragos con usted y ese aparatito.
- Tranquilo, he llamado estetoscopio a este artilugio de mi invención que tiene la virtud de poder auscultar los latidos del corazón sin humillar el recato de las damas.
- Muy ingenioso, se ve que la ligó por andar oyendo corazones a oreja pelada...
- Y... avatares de la medicina. A propósito, ¿qué nombre le va a poner a este luminoso bebé?
- Jean-Bernard-Léon Foucault.
- Ah, sencillito.
- Muy chistoso. ¿Usted cómo se llama, doc?
- Emmm, René Théophile Hyacinthe Laënnec, pero me dicen Rana.
- ¡Ja! Éste será León, a secas.

1830: -¡Maaaaaaaaaaaa!
- Leoncito, enfant terrible, debes llamarme Mère.
- Ufa, Mère, ¡quiero ir a la escuela!
- No te hace falta, Leoncito, con tu padre te daremos toda la educación que necesites para sobrevivir en esta Francia convulsiva.
- Ah... ¿convulsiva? ¿Y eso?
- Oh, nada, cuando estudies medicina, aprenderás.
- Grap... ¿medicina?
- Sí, ¡aller! vete a ayudar a tu padre que está enredado en cientos de folios.

Entre 1835 y 1840: - ¡Maaaaaaaaaaa!
- Leoncito, garçon terrible...
- ¡Ya no uso pañales, Mère..! Debes saber que Père me consiguió un lugar como ayudante del gran doctor Donné.
- ¡Bonnes nouvelles! Serás médico como el gran Alfred Donné...
- No, Mère, siento desilusionarte, seré físico.
- ¿Físico? ¿Físicoculturista?
- No, Mère, físico como Descartes, Pascal, Laplace, Lagrange y el eléctrico Ampère, que en paz descanse.
- ¿Murió Ampère?
 - Me lo dijo el doctor Donné. Y también me dijo que escasean sucesores...
- Francia ha dado grandes científicos ya. Hacen falta médicos. ¿Cómo es que se te ha ocurrido eso de ser físico?
- El laboratorio del doctor Donné me ha inspirado. Según él, desde que Volta inventó la pila en 1800, no han parado de suscitarse nuevas aplicaciones de la electricidad y nuevos descubrimientos. Hay mucho por conocer y muy pocos que se atreven a desafiar los escritos de Newton. ¡Lo consideran un dios!
- Hay que estar más loco que tú, mi hijo, para divinizar a un inglés...
- Será un genio, pero no infalible.
- Ay, si mi Leoncito venciera al Gran León...
- Mercí, Mère, yo sabía que eso te iba a convencer.
- ¡Aller, mi garçon predilecto!
- Sí, ayer sí. Ya no uso pañales, Mère. Estarás orgullosa de mi.

Entre 1840 y 1848: - León, ven aquí, obstinada rata de laboratorio. Sal a la luz, que te quiero presentar a alguien.
- Enseguida, doctor Donné.
- Mira, te presento a Armand Hippolyte Louis Fizeau, viene a pedirme consejo, está tan fanatizado como tú.
- Bonjour, Arm... grap.
- Me dicen Poli.
- Fiuuuu, yo soy León.
- ¿Me parece o tenemos edades semejantes, León?
- 19 de setiembre de 1819.
- 23 de setiembre de 1819.
- Debes saber que los mayores merecen su debido respeto, je.
- Ni sueñes entonces desafiar a Newton. Hay que perderle el respeto a los grandes, León.
- Tienes razón, Poli.
- ¿Por dónde empezamos?
- Por la luz, obvio, le llevamos más de cien años de ventaja al gigante inglés.
- ¡Agarrate, Isaac!
- ¡Allos, enfants de la Patrie...
- le jour de glorie est arrivé!


Notas:

1819: Nace en París Jean-Bernard-Léon Foucault, hijo de Jean Léon Foucault, un reconocido editor de libros. Me pareció simpático meter aquí a Laënnec, reconocido como el inventor del estetoscopio, que vivía en París en esos días.

1830: Foucault recibió sólo la educación hogareña mientras ayudaba a su padre en el trabajo. Sus padres querían que fuera médico, pero él no estaba muy convencido.

Entre 1835 y 1840: Consiguieron ubicarlo como ayudante del gran Alfred Donné, descubridor de la leucemia y de varias enfermedades relacionadas con el sistema genital femenino. En ese mundo de laboratorio confirmó su interés por la ciencia más básica: la física. Los descubrimientos del primer tercio del siglo XIX lo asombraron y estimularon. Soñaba con encontrar errores en los trabajos de Newton, a quien muchos consideraban iluminado por dios.


Entre 1840 y 1848: Conoce a Fizeau, quien sería su amigo y compañero de desafíos experimentales. Ambos competían en ingenio y se complementaban en sus estudios relacionados con las diversas ramas de la física. Pronto sorprenderían al mundo.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Micros por la identidad

Los siguientes son los tres micro relatos publicados en el sitio web "Cuentos y más" Juan José Panno y Mónica Pano, en la convocatoria por la "identidad nacional". El primero de ellos además salió en la edición impresa de Página 12 y Tiempo Argentino. El segundo, también fue publicado en Tiempo Argentino.

Nacer
Nací un 24 de marzo de 1976. Justo el día del último golpe en el país. No supe de la coincidencia, hasta ya adolescente. No comprendí lo que significaba, hasta ser adulto. Me cuesta saber sin embargo, que todavía haya gente que quiera olvidarlo. Cada año enciendo las velas sobre la torta y dejo que ardan, sin apagarlas. Es que veo en estas, las llamas de la memoria, crepitando en la brisa, luchando para no morir. Se apagan, claro está. Pero cada año, las enciendo otra vez, soñando con verlas vivas por siempre, para que el ayer no se vuelva a repetir. Cada año, al recordar, nazco de nuevo.

Marcas
- ¿Qué son las marcas en la pared? preguntó Luisito a su abuela, mientras mamá dormía una siesta. La anciana le sonrió y con su mano ajada por el tiempo le acarició el flequillo.
- Son los años desde que el abuelo no está – contestó solemne.
- ¿Y dónde está? - preguntó intrigado el niño.
- Se lo llevó gente muy mala hace años y nunca más volvió.
- ¿Cómo?... ¿Vos no pudiste decirles que no se lo llevaran?
- Nadie pudo, nadie. Pero ya no volverá a pasar, gracias a esto – le dijo al tiempo que le tocaba con un dedo la cabeza – La memoria.
Y Luisito sonrió, contento con poder lo que antes nadie pudo.

Omisión del ayer
Las noticias hablaban del ayer, de algo malo. Lo había escuchado en letras vestidas con melodías y alguna que otra revista, en la escuela. Pero no comprendía que tan importante era eso de la memoria. Al fin de cuentas, todo el mundo decía que lo que importaba era el futuro. ¿Para que preocuparse del pasado? Allá ellos se dijo y siguió mirando la tv.
Era un 23 de marzo del año 1976 y la historia estaba a punto de volver a repetirse. Mientras que en el país, los que podían, miraban la tv.

sábado, 30 de abril de 2011

La dama atrevida

Susana de Lamas fue amante de varios millonarios hasta que se casó con Pierre Fountaine. De gustos exóticos y también clásicos, hizo plantar ciento veinte palmeras dentro de la mansión que compartían en las afueras de Los Ángeles y comprar cinco Monet auténticos.
De tarde, disfrutaba leyendo un libro bajo las anchas hojas de las árboles interiores y de noche, bebiendo tragos preparados por un barman privado mientras observaba con detenimiento las pinturas de su artista predilecto.
De noche sucedía lo previsible: le pedía a su marido que empleara la fuerza de una palmera y la tratara con la delicadeza de una pintura.
Sin embargo, según confesara a sus amigas más íntimas, seguía gozando más con sus lecturas y brebajes alcóholicos.

viernes, 15 de abril de 2011

Ausencia de luz

El faro me anuncia que he llegado lejos. Erguido, imponente, me da la espalda. Su luz apunta directo al mar, barriendo la desolada faz de las aguas. Bajo el manto oscuro de la noche comprendo que aquel monumento del hombre me reduce a la nada. La mísera condición de mi existencia me ha llevado hasta sus pies. Ante su excelso porte, caigo de rodillas. El alborozo de horas premilinares se ha ido, como la luz del sol. Aún mis manos desprenden el aroma de la muerte. Entre mis ropas se oculta la hoja con filo, impregnada de sangre. Quiero que la luz me apunte, me señale. Mis pasos me han llevado hasta la costa a expiar mis pecados. Pero el faro me ignora, me rechaza. Es horrible, pero ni siquiera se entera de mi presencia. Me voy, lo dejo atrás. Quizá sean necesarios más sacrificios para que su magnificencia me redima, en tanto, te esperaré en la penumbra de cualquier esquina.

sábado, 2 de abril de 2011

Berretín del andar

Despertó amanecido en la plaza del barrio y sin un billete encima. Transpiraba champán y olía a una mujer que no recordaba. En sus zapatos el berretín del andar nocturno desparramaba vestigios de una noche ajetreada.
Una anciana con cara de ir a la iglesia rehusó a mirarlo, ofendida de vaya a saber qué. El canillita niño se acercó con un diario en la mano y un grito en la garganta. No nene, no quiero, le dijo con la boca áspera de la resaca. Pero volvió a llamarlo, al ponerse de pie.
Le pidió fiado, dos matutinos del domingo. No solo los billetes se habían llevado los labios color rubí que habían besado su mejilla, también los pantalones y hasta el canzoncillos color carmesí.
Envuelto en políticos, discursos y chorros, un gol en contra y cuatro fijas en el turf, corrió hacia su casa rezando para los adentros para que su vieja madre se iluminara y le dejara abierta aunque sea una ventana, porque hasta de las llaves desconocía el porvenir.

sábado, 26 de marzo de 2011

Del infierno

Palidece el invierno
en tus brazos
bañados de carmesí
gobernado de dolor
Las risas del averno
sentadas a regazo
del oscuro porvenir
y tu, sumido en sopor

Se despiden los ojos
del mundo conocido
Se apaga la vida
en el desconcierto del horror
Solo un destello rojo
suficiente y retorcido
de una mente malparida
para dejar al mundo sin color

Los diablos dicen adiós
sin esperar la partida
Al paso toman el alma
y el resto empujan al fuego
Tu último rezo a Dios
en una oración sentida
Pero entonces viene la calma
porque sabes que el juego se acabó

sábado, 12 de marzo de 2011

Por siempre

Hoy escucho al silencio susurrar tu nombre
y miro al pasado
pero no puedo traerlo, ni puedo vencerlo

Es más que una espina en el corazón
más que un nudo en la garganta
es la vida misma, que desea explotar

Dicen que el amor es melancolía
un paño de dolor
una suma de decisiones egoístas

Pero es lo que es, lo que nos toca
lo que hacemos de el
lo que soñamos, lo que no logramos

Puedo perder las cosas una y mil veces
no importa
si con eso te puedo dar el mundo

Sin embargo no puedo darte esa respuesta
no puedo
a pesar del llanto y del tormento

Esa brisa y tu nombre, en mis oídos
y cada detalle, en mi mente
perdurando por siempre, ganándole al olvido

viernes, 4 de marzo de 2011

Pertenencias

Tiene el otoño
la tristeza sin retorno
Tiene la vida
el dolor de los días

Tiene la muerte
quizá las respuestas
Tiene el duelo
el amor que hace daño

Pero...

No tiene el otoño
memorias felices
No tiene la vida
la alegría segura

No tiene la muerte
las palabras justas
No tiene el duelo
la verdad de estos años

domingo, 27 de febrero de 2011

El juez

Este era su temor. Precisamente este. Mientras se acomodaba las vendas en sus pies, ajustando cada doblez, no dejaba de imaginar lo distinto que sería todo si hubiese hecho bien las cosas cuando le dieron la oportunidad.
Buscó en su bolso un peine y se acomodó el cabello en el pequeño baño que había en aquella habitación. La humedad recorría cada lado del sucio espejo y el aroma a orina llegaba con agresividad desde el inodoro, situado a medio metro de donde estaba parado.
Revisó el bolsillo superior de la camisa oscura. Estaban las dos, cómo debía ser. Palpó el del pantalón y allí faltaba algo. Buscó otra vez en su bolso y encontró lo que necesitaba: el silbato.
Volvió a sentarse y se colocó los botines. Apretó con fuerza los cordones. Sus dos compañeros estaban distentidos, cebando mates en otro rincón. Era normal, a ellos no lo habían rebajado de categoría. ¡Pero justo a esa...!
Suspiró, dejando escapar el aire en forma violenta. Si tan solo se hubiese ceñido a seguir las órdenes y no contrariar al comité de disciplina, estaría todavía dirigiendo la primera división regional o la categoría de ascenso. Pero no, como siempre le sucedía, había reaccionado. Cuando se calmó, la trompada ya estaba dada. Y nada menos que al presidente del comité.
Tuvo suerte que no lo expulsaran. Aunque enviarlo a esa categoría, la de Veteranos, era casi lo mismo. Una especie de prolongación precaria, que estaba a punto de vencerse. Claro que eso el comité no lo sabía.
En realidad hasta ahora todo marchaba bien. Hasta esta fecha. En el local jugaba el viejo de mierda que lo había echado el año pasado del trabajo. Un maldito que se la daba de jugador de fútbol, aún a pesar de su edad.
Tenía todo planeado. No podía evitarlo. Estaba en su naturaleza. Aquello que lo hacía enojar, indefectiblemente lo llevaba a la violencia. Y esta no sería una excepción. Había esperado mucho tiempo para tomarse revancha. Lástima que se daba en su ámbito de trabajo, el único que ahora le quedaba, justamente por culpa de ese hombre.
Sabía que ya no habría castigo cambiándolo a otra división. Ahora sería mayor y no de parte del comité.
Se puso de pie, miró la hora en su reloj y le hizo la seña a sus asistentes que fueran saliendo del vestuario. Entonces tomó del bolso el pequeño cuchillo que grabaría en sangre su venganza, lo guardó en el bolsillo del pantalón y salió hacia la cancha.

martes, 15 de febrero de 2011

La melodía desde el balcón

La noche era triste, sin brillo. A lo lejos, las luces de la ciudad titilaban, queriéndolo engañar. Pero no se dejaba, porque conocía la vida. Eran distracciones; la verdadera vista estaba alrededor, en los suburbios, donde los días eran grises por más que saliera el sol.
Desde el balcón veía las columnas de humo que las fábricas lanzaban al aire, con indiferencia. Desde las calles le llegaban las sirenas policiales y alguna que otra ambulancia. Escuchaba disparos, aquí y allá. No lo sorprendían, eran un ritual cuando reinaba la luna.
En el edifico las paredes delgadas le traían disputas y discusiones. En las escaleras o el ascensor, cuando funcionaba, era testigo de las consecuencias, de los rostros golpeados, resignados.
El mundo le sabía a pobreza, tanto humana como espiritual; le revolvía el estómago. La melodía que lo rodeaba era amarga, cruel, cínica. Sus estribillos sonaban a martillazos y las voces, eran gritos desafinados.
Una catástrofe, eso veía en cada rincón, en cada rostro. Era lo que sentía al caminar, al ir a trabajar, al toparse con sus vecinos. Y sin embargo, a lo lejos, aquellas luces querían decirle lo contrario, que todo estaba bien, como si un arbol navideño gigante se hubiera instalado a la distancia para absorber las penas.
Aferraba la baranda del balcón con fuerza, descargando la impotencia de sentirse una hoja más en el viento, arrastrado por la corriente hacia vaya saber donde. Eso era el mundo, su gente. Simples barriletes sin destino, de cuya cuerda ya nadie tiraba.
Se veía rebotando contra la tristeza de los cartoneros, la pena de los niños pidiendo monedas en la esquina, la señora del piso de arriba que hacía los mandados con el rostro golpeado, el dolor de los árboles que desaparecían, del aire que ya no se dejaba respirar, del mundo que de a poco moría...
Soltó la baranda, corrió hacia dentro del departamento y empujó el piano hacia afuera. Con fuerza, sudando, la espalda contra la madera, los pies apuntalados en el suelo y "¡hacia atrás! con alma y vida. Lo logró. Se dejó descansar apoyado en la butaca y una vez que recobró el aire, atacó las teclas.
La melodía viajó por los cielos, elevándose como una plegaria. Chopin, Mozart, Bach... los dedos parecían volar sobre el blanco y el negro. La ciudad de pronto tenía otro color, la noche había ganado brillo y a kilómetros podía oír un coro de ángeles.
Ejecutó una pieza tras otra. No le importaban los gritos desde los otros balcones, ni el teléfono sonando en su habitación. Los compases iban y venían, con vida propia. Tampoco se detuvo al escuchar el timbre de la puerta. ¿Qué era un timbre comparado con aquella belleza flotando hacia sus oídos? ¿Qué era la vida sin momentos como esos? Ante la muerte inminente, nada mejor que vivir un sueño.
Sus dedos eran ágiles, su mente se abrió como nunca. La intensidad de las notas apagaba todo dolor. Ni siquiera sintió cuando tiraron la puerta abajo, ni mucho menos cuando los agentes uniformados, apuntándole con las armas le pidieron que dejara de tocar. No escuchó ni vio. Le gritaban, lo amenazaban y el hombre siguió tocando.
Una de las armas se disparó y fue la última nota de la noche.
El barrio vitoreó el silencio, se conformó con las migajas. Y el mundo siguió muriendo.

jueves, 10 de febrero de 2011

El hombre y la puerta

Al hombre lo pusieron a cuidar una puerta. Debía vigilar que nadie saliera por la misma y mucho menos, intentara abrirla.
Lo sentaron en una silla color carmesí, le dejaron cerca una radio que emitía tangos y lo dejaron solo. Sin reloj, ni compañía. Solo la música y la puerta.
El hombre no parpadeaba en su afán de cumplir con su misión de la mejor manera. Al cabo de un tiempo, podía tararear mentalmente cada tango que pasaban por la radio. Un tiempo después, ya sabía que tango era al primer compás.
La puerta permanece aún cerrada y nadie ha intentado entrar o salir por la misma. La música sigue sonando. Y el hombre cumple su rol a la perfección y está orgulloso de eso.
Muy de vez en cuando, tan solo entre tema y tema, se pregunta que habrá del otro lado, pero muy de vez en cuando...

sábado, 5 de febrero de 2011

Sin fin

Son migajas dentro de una constelación, horrores sin perdón, objetos olvidados en un rincón de la eternidad. Causas perdidas, lágrimas de resignación. Son dolores que penetran las corazas, que acuchillan a mansalva. Rechazo de devoción.
El odio las carcome, intenta dejarlas atrás, esparcidas en el ayer. Se pierden, fuera de nuestra vista, en la intersección del no me acuerdo y ya no me importa.
Pero es mentira. No se van. Siguen allí. Y aparecen como hormigas que presagian lluvia. A cuestas llevan los aguijones que nos duelen. Al verlas, confesamos sin hablar, sin el acto de decir. Cuando menos lo esperamos, hemos vuelto a reincidir.
Volvemos a morder de ese pan, a dejar caer aquellas migajas que más adelante nos molestarán; cometemos esos horrores que jamás nos perdonaremos y dejaremos al olvido las cosas por las que valía la pena luchar.
En un círculo lacerante, sin darnos cuenta, nos lastimamos una y otra vez, dañándonos, dañando. En un juego de nunca acabar.

martes, 1 de febrero de 2011

Seducido

El la miraba anonadado desde el zaguán. Ella pasaba todas las tardes, siempre a la misma hora, con paso lento, que a sus ojos se antojaba sensual.
Sus ropas solían provocarlo, hacerle sentir que el corazón le palpitaba a toda velocidad. El negro le sentaba bien, resaltaba sus curvas, adhiriendo a su cuerpo la elegancia justa para semejante rostro.
Le sonría a su paso y ella, a veces, contestaba con un gesto similar. Pero la mayoría de las veces, bajaba la vista y seguía su andar, en una mezcla de timidez y pudor.
Caminaba sola, bajo la sombra de los tilos, a esa hora mágica en la que él sabía, iba verla pasar.
Muchas veces se prometió hablarle, saludarla, preguntarle el nombre. Sin embargo se contuvo cada vez.
El hábito negro era una barrera difícil de franquear.

martes, 25 de enero de 2011

Palabra de chamán

Cuando dieron a conocer los nombres de los que se salvarían, suspiró aliviado.
La muerte no estaba hecha para él.
Fue entonces a la batalla frente a la otra tribu confiado, desbordado de coraje. Cuando la lanza lo atravesó de un lado a otro, se sintió confundido. Pensó en los viejos brujos, en lo que habían dicho.
La sangre nubló su vista y un instante antes de la oscuridad supo la verdad: los chamanes mentían.

miércoles, 19 de enero de 2011

Como los dublineses

Miró hacia un lado, luego hacia el otro. Sus zapatos no se veían desde la cama, sí unas botas de mujer. Largas, una se mantenía en pie, con la caña aflojada, la otra yacía sobre un costado. Se preguntó cómo se llamaría. Tal vez con esfuerzo lo recordara, porque se lo había dicho casi seguramente. Pensó que tal vez fuese Noelia, pero bien podría ser Catalina. En la confusión de ese letargo donde sólo los ojos se mueven y la resaca se enseñorea a sus anchas no podía saberlo. Alcanzó a preguntarse si lo correcto sería aventurar un nombre. Pero ni siquiera pudo responderse.
Con esfuerzo movió una mano, la izquierda. El brazo derecho entumecido como inmóvil bajo el torso de ella, que suspiró levemente. Movió los dedos, a modo de un intento de verificar que aún estaban; ella hizo un movimiento hacia atrás, buscando su calor.
Era joven y bella. Demasiado. Se preguntó cómo fue todo. Sólo recordó unos pases de baile diluidos en alcohol. La caminata de ida, a distancia. El taxi de vuelta, enmarañados. El cielo clareando, un ascensor y nada más.
Una cegadora lucidez ahora. Su nombre, demasiado familiar. Sus formas -conocidas y soñadas- coincidentes con las que iba acariciando con una trémula ternura de la que no se sabía capaz. La certeza de que todo cambiaría desde allí. Su mundo y el de ella. Sus miradas se buscarían hasta rehuirse y se eludirían hasta cruzarse.
Se preguntó qué nace y qué muere acercando el rostro a la infinita espalda para olerla. Impulsó los labios hacia adelante hasta tocarla. Se sintió feliz y estúpido. Como el niño que juega su último boleto en el parque de diversiones.
Ella despertaría en poco tiempo. Se cubriría con exagerado candor y alguna culpa. Iría al baño con una sábana como manto y la vería grácil y hermosa para volver a soñarla. Y se pondría las gafas de sol robándole las pupilas y una lágrima. Inexorablemente.
Y vendría el paso de los días. Y humillaría su orgullo de conquista. Se preguntó si sería capaz de contarlo.
Si ella volvería a mirarlo. Si alguna vez habría amor o cariño o si el odio rebanaría el pan cotidiano. Y la seguridad de que sentiría celos.
Como fuese, uno de los dos continuaría de pie, el otro caído, como esas largas botas que asomaban a un lado de la cama.

domingo, 16 de enero de 2011

A medianoche

Soñé repetidamente con un laberinto cuyas paredes estaban pintadas de colores. Al mirar hacia arriba se veía el cielo de noche, con las estrellas encandilando las retinas.
Al buscar la salida uno pronto se daba cuenta de la verdad: era eterno. Al cabo de unos días vagando entre aquellas paredes coloridas, el cansancio se abatía sobre el cuerpo y la mente, en tanto la locura comenzaba a hacerse paso desde la selva del subconsciente.
Llegaba un momento en que los colores se fundían en tonalidades nunca vistas, que bajo la noche permanente, eran como latigazos a los ojos. Entonces, en el sueño, debía obligarme a dormir para poder despertar del suplicio.
La escena se repite cada noche. Debo confesar, en la incomodidad de los hechos, que no podría asegurar cuál de los dos es el verdadero sueño. Si aquel que me introduce a la laberíntica eternidad o el que me subyuga con un escape a este mundo que no es tal.

lunes, 10 de enero de 2011

La morocha

La veía pasar todas las mañanas, delante de su panadería. Atrevida, singular, ese andar desprolijo y a la vez tan sensual. Era la morocha, la que hasta en sueños lo hacía delirar.
Iba ella desentendida, meneando la cadera, de aquí para allá. Y el panadero, nada santo, ni siquiera el pan podía pesar. Las señoras lo miraban con mala cara, pero el ni se inmutaba, mirando a la morocha infernal.
Una mañana no pudo más y en la puerta la esperó. Venía la morocha ligera, con paso veloz. Poca ropa, mucho brillo, rubí en los labios y un aura alrededor. No dudó el panadero, en ofrecerle lo mejor, sacando de repente de la bolsa un vigilante y un alfajor.
Enorme fue el susto y más grande la manera en que lo reprendió. Qué no tolera los vigilantes y que es muy chico el alfajor. Bofetada mediante, la morochá siguió. Y el avergonzado panadero a su mostrador regresó, con la mejilla colorada y la líbido a la altura del trapeador.
Desde entonces las vecinas lo saludan al pasar, mano en alto a través del ventanal. Siguen de largo un par de cuadras más, donde ahora van a comprar. A lo de la morocha Zardán, donde es más barato hasta el pan.

jueves, 6 de enero de 2011

Pichuleador

El hombre con más suerte en el mundo, era también uno de los más amarretes. No gastaba ni un centavo de más. A diario compraba los alimentos y los numeritos de la timba. Mensualmente, productos para limpieza y anualmente, algo de vestimenta.
Vivía solo, salía poco, se hacía los mandados, aseaba su hogar y jamás invitaba a nadie a comer. No trabajaba, no le hacía falta. Vivía gracias a la quiniela.
Apostaba a toda hora, en la casa de apuestas de la esquina. Sus pálpitos pocas veces estaban errados. Pero debido a que era tacaño, apostaba muy pocas cantidades. El dueño de la agencia le sugirió hasta el cansancio que subiera un poco los montos, pero el hombre nunca le hizo caso. No "pichuleés" le decían. El término le caía en gracia, pero no sonreía, porque hasta eso parecía ahorrar. A sus espaldas, era conocido como "el pichuleador".
La mañana en la que apareció con un bolsito azul, eran cuatro los que estaban en la agencia de quiniela. El dueño, Luifo Correa, Arnaldo Gómez y Ricardo Aldoro. Cuentan aún que no daban crédito a lo que estaban viendo. El hombre había abierto el bolso y mostrando lo que había en el interior, dijo:
- Quiero apostar todo esto, unos novecientos mil pesos, al 18 a primera.
El agenciero se tomó se llevó la mano a la cabeza. Pidió que le diera unos minutos y tomó el teléfono. Llamó a la lotería de la provincia y consultó si podía aceptar una apuesta así. Lo tuvieron un rato en línea y finalmente le dieron el visto bueno.
Los tres clientes no perdieron el tiempo, además de ver el dinero que llevaban encima para hacer una jugada extra al 18, enviaron mensajes de texto a todos los conocidos.
Fue Correa el que le preguntó, mientras aguardaban al quinielero, si esa plata la había ahorrado de las ganancias.
- Si - dijo tajante el hombre - Gastaba poco, el resto lo fui guardando.
Contaron el dinero y la cifra era exacta. La maquinita electrónico expendió la boleta y el "Pichuleador" la tomó y sin leerla, la dobló y guardó en el bolsillo de la camisa.
Ni bien se fue, los demás hicieron sus jugadas al 18. Incluso el dueño llamó a varios familiares para que jugaran también.
Esa noche estuvieron expectantes al televisor y la radio. Los más modernos, seguían el sorteo por internet. Se había corrido la bolilla por todo el pueblo. Algunos niños se habían atrincherado delante del jardín del "Pichuleador" porque habían hecho apuestas sobre si celebraba o no cuando saliera el número.
Las luces de la casa, sin embargo, estaban apagadas. ¿Tan seguro estaba que ganaría que se había ido a dormir? Seguramente, dijeron algunas mujeres, ahorraba hasta la electricidad.
No se conoce el monto exacto de las pérdidas que ese día hubo en el pueblo. Algunos lo niegan, pero enterados de esa apuesta, habían sacado sus ahorros del banco y lo habían jugado. Se vieron varias casas en venta tras aquel fatídico sorteo. Salió el 77 y dos ancianos sufrieron un infarto de corazón. Algunos hasta intentaron suicidarse.
¿El Pichuleador? Nadie sabe. Ese día en la agencia fue la última vez que alguien lo vio. Se fue antes del sorteo, aseguran muchas voces. Y tuvo suerte, porque si se hubiese quedado, ningún vecino hubiese amarreteado golpes y venganzas.