sábado, 18 de julio de 2015

Un sacrificio aceptable

Se veían poco, pero el día del amigo se juntaban para tomarse una cerveza. Ya habían cruzado la barrera de los treinta y las pequeñas tradiciones cobraban una mayor dimensión. Podían reprocharse muchas cosas, pero no la falta de interés por ese encuentro anual.
Pero este año no estaba el Gordo. Parecía mentira que un año antes se estuvieran riendo de sus ocurrencias y ahora era tan solo una imagen en forma de recuerdos. Por eso, aquella noche la cerveza parecía tener menos sabor, como las frases naufragaban en cada diálogo y las sonrisas carecían del brillo de otras veces.
Llegado el momento de la despedida, las palabras de siempre no se pronunciaron. Ese "hasta el año que viene" fue omitido de manera tácita. Como si de repente entendieran que tan cerca está la muerte de la vida. Porque la vida es eso, repetir el pasado, celebrarlo, mantenerlo siempre fresco, porque de otra manera no habría manera de encarar lo desconocido. Y la muerte es aquello que lo quita.
Entonces es mejor seguir adelante, sin aferrarse a nada. Para no sufrir. Perderse en la sociedad como seres individuales, sin pasado, sin recuerdos, sin nadie a quién extrañar. El próximo día del amigo beberían una cerveza solos, sin poder recordar con quién compartían antes. Un sacrificio aceptable para engañar a la muerte. Para sobrevivir.