sábado, 30 de abril de 2011

La dama atrevida

Susana de Lamas fue amante de varios millonarios hasta que se casó con Pierre Fountaine. De gustos exóticos y también clásicos, hizo plantar ciento veinte palmeras dentro de la mansión que compartían en las afueras de Los Ángeles y comprar cinco Monet auténticos.
De tarde, disfrutaba leyendo un libro bajo las anchas hojas de las árboles interiores y de noche, bebiendo tragos preparados por un barman privado mientras observaba con detenimiento las pinturas de su artista predilecto.
De noche sucedía lo previsible: le pedía a su marido que empleara la fuerza de una palmera y la tratara con la delicadeza de una pintura.
Sin embargo, según confesara a sus amigas más íntimas, seguía gozando más con sus lecturas y brebajes alcóholicos.

viernes, 15 de abril de 2011

Ausencia de luz

El faro me anuncia que he llegado lejos. Erguido, imponente, me da la espalda. Su luz apunta directo al mar, barriendo la desolada faz de las aguas. Bajo el manto oscuro de la noche comprendo que aquel monumento del hombre me reduce a la nada. La mísera condición de mi existencia me ha llevado hasta sus pies. Ante su excelso porte, caigo de rodillas. El alborozo de horas premilinares se ha ido, como la luz del sol. Aún mis manos desprenden el aroma de la muerte. Entre mis ropas se oculta la hoja con filo, impregnada de sangre. Quiero que la luz me apunte, me señale. Mis pasos me han llevado hasta la costa a expiar mis pecados. Pero el faro me ignora, me rechaza. Es horrible, pero ni siquiera se entera de mi presencia. Me voy, lo dejo atrás. Quizá sean necesarios más sacrificios para que su magnificencia me redima, en tanto, te esperaré en la penumbra de cualquier esquina.

sábado, 2 de abril de 2011

Berretín del andar

Despertó amanecido en la plaza del barrio y sin un billete encima. Transpiraba champán y olía a una mujer que no recordaba. En sus zapatos el berretín del andar nocturno desparramaba vestigios de una noche ajetreada.
Una anciana con cara de ir a la iglesia rehusó a mirarlo, ofendida de vaya a saber qué. El canillita niño se acercó con un diario en la mano y un grito en la garganta. No nene, no quiero, le dijo con la boca áspera de la resaca. Pero volvió a llamarlo, al ponerse de pie.
Le pidió fiado, dos matutinos del domingo. No solo los billetes se habían llevado los labios color rubí que habían besado su mejilla, también los pantalones y hasta el canzoncillos color carmesí.
Envuelto en políticos, discursos y chorros, un gol en contra y cuatro fijas en el turf, corrió hacia su casa rezando para los adentros para que su vieja madre se iluminara y le dejara abierta aunque sea una ventana, porque hasta de las llaves desconocía el porvenir.