sábado, 21 de julio de 2012

El loco del reloj

Le decían el loco del reloj, porque usaba dos en cada brazo. Uno lo utilizaba para saber la hora real, pero nunca la consultaba. Otro lo tenía adelantado diez minutos y era el que usaba más a menudo, dado que señalaba que de esa forma llegaba a tiempo a cualquier cita. Había uno de esos relojes que solo lo observaba cuando sonaba la alarma que le programaba aunque nadie jamás supo la razón de la misma.
El cuarto directamente no funcionaba, pero era recuerdo de su padre. Supo usar en una época un quinto y un sexto reloj, pero con el tiempo se dio cuenta que eran demasiados.
Todas las tardes se sentaba en la plaza, justo frente a una pequeña torre con reloj que ornamentaba la calle principal del pueblo. Se quedaba largo rato mirando como las agujas del mismo iban cambiando de posición, como si en eso se concentrara la razón de la existencia.
Era de poco hablar y evitaba cualquier posbilidad de conversación. Si alguien le preguntaba la hora, le devolvía una mirada enojada y seguía su camino, sin responder ni una sola palabra.
Cierto día sacaron la torre con el reloj, porque la comuna debió venderla para poder pagar unas deudas. Desde entonces todas las tardes permaneció en el lugar donde estaba colocada la torre, parado y con un brazo en alto, mostrando dos de sus relojes. La gente pasaba caminando a su lado y le sonríe. Ni siquiera devolvía esos gestos.
De repente dejó de verse su figura por las calles, justo después de la muerte de su madre. Algunos aventuraron que se había ido del pueblo, otros que había muerto o tenido algún ataque de locura. En realidad estaba en su casa y de allí no salía. Ya no tenía a nadie que le diera cuerda.

domingo, 15 de julio de 2012

Sobresalto

Despertó sobresaltado, con escarcha en los brazos. Había soñado otra vez con sus padres vivos. Reprimió el estremecimiento y se sintió cómodo al saberse bajo su lápida. El fantasma volvió a sumirse en el descanso, que lejos estaba de ser eterno.

martes, 3 de julio de 2012

¿Y si el hombre se cansa?

¿Y si el hombre se cansa?
¿Y si acaso desea apurar su destino, ese al que todos nos espera?
¿Qué pasa entonces, cuando eso anhela?
¿Tiene acaso el derecho de reclamar su parcela?
¿Cuál es nuestra función en semejante dilema?
¿Escucharlo tan solo y cambiar de tema?

El grito es el llanto, el deseo es la pena,
la vida que ya no es vida, cae como la arena.
La sangre en las venas se inquieta y la mente se estresa,
es un cuerpo inerte que suplica, pero ya no reza.
Se encomienda a la vergüenza, al dolor,
se sabe impotente, títere del tiempo,
ya no es el que era, ni tampoco será mucho más
tan solo un cuerpo que aguarda, ni siquiera con paz.

Las horas son lentas, presas de una desgracia,
haciendo del desenlace, una nueva burocracia.
Las agujas marchan llevadas por una brisa,
que en tanto giran, reprimen la prisa.
El hombre cansado solo pide piedad,
que el momento llegue y nada más,
que lo envuelva la noche, Dios o Satanás,
adormeciéndolo para siempre, de esta realidad.

¿Y si el hombre se cansa, pero no puede escapar?
¿Cuál es el destino, si se harta de esperar?
¿Si su deseo es basta y ya no quiere más?
¿Qué?
¿Cómo?
¿Dónde, está la respuesta que sueña escuchar?