Le decían el loco del reloj, porque usaba dos en cada brazo. Uno lo utilizaba para saber la hora real, pero nunca la consultaba. Otro lo tenía adelantado diez minutos y era el que usaba más a menudo, dado que señalaba que de esa forma llegaba a tiempo a cualquier cita. Había uno de esos relojes que solo lo observaba cuando sonaba la alarma que le programaba aunque nadie jamás supo la razón de la misma.
El cuarto directamente no funcionaba, pero era recuerdo de su padre. Supo usar en una época un quinto y un sexto reloj, pero con el tiempo se dio cuenta que eran demasiados.
Todas las tardes se sentaba en la plaza, justo frente a una pequeña torre con reloj que ornamentaba la calle principal del pueblo. Se quedaba largo rato mirando como las agujas del mismo iban cambiando de posición, como si en eso se concentrara la razón de la existencia.
Era de poco hablar y evitaba cualquier posbilidad de conversación. Si alguien le preguntaba la hora, le devolvía una mirada enojada y seguía su camino, sin responder ni una sola palabra.
Cierto día sacaron la torre con el reloj, porque la comuna debió venderla para poder pagar unas deudas. Desde entonces todas las tardes permaneció en el lugar donde estaba colocada la torre, parado y con un brazo en alto, mostrando dos de sus relojes. La gente pasaba caminando a su lado y le sonríe. Ni siquiera devolvía esos gestos.
De repente dejó de verse su figura por las calles, justo después de la muerte de su madre. Algunos aventuraron que se había ido del pueblo, otros que había muerto o tenido algún ataque de locura. En realidad estaba en su casa y de allí no salía. Ya no tenía a nadie que le diera cuerda.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
2 comentarios:
Muchos sufren de esa misma locura, pero la disimulan...
Abrazo grande.
SIL
Me acordé de Cortázar, que cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno.
Genial!
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