lunes, 29 de junio de 2009

La marea inhumana

Cayó al suelo abatido por el dolor, tomándose el abdomen con fuerza. Un hilo de sangre y vómito colgaba de su boca. Nadie se detuvo a darle una mano, ni siquiera a mirarlo. Intentó con todas sus fuerzas incorporarse, pero no resistió el esfuerzo y volvió a besar el asfalto.
Crudamente se sintió morir. Notó como los esfínteres dejaban de responderle y las necesidades fluían sin consuelo y manchaban sus ropas. Tosió sin sonido, sin violencia, sin saberlo.
Cerró los ojos dolorido, atravesado por la agonía, ahogado en un mar de indiferencia, llevándose como última imagen las piernas que iban y venían a su alrededor, apresuradas, ajenas, siguiendo el ritmo frenético de una ciudad que se imponía sobre el ser humano y dictaba sus propias reglas.
Su pensamiento final, fue de lástima, de pena, de vergüenza. No había muerto él, sino el género humano.

viernes, 26 de junio de 2009

Ausencia en Villa

Estimado lector de otros pagos que te atreves leyendo esto: mis disculpas por los matices demasiado villenses. No tenía otra forma de hacerlo.El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte, escribió alguna vez Dolina. Esto que a muchos puede parecer una perogrullada encierra una de las verdades más pasmosas con las que me he chocado. Claro está que si nos referimos a Villa Constitución adquiere matices propios de aldea que no necesita pintarse en palabras, lo que verifica la completa ociosidad de este escrito en este presente donde toda magia supone un engaño y toda fantasía un tiempo perdido, en que la realidad pasa ante nosotros por pantallas capitalinas que explican claramente dónde vale la pena mirar, dónde corresponde hacerlo.

Pero bueno, aquí estamos, donde casi nadie sintió en la carne la ausencia del ferrocarril y el coma del puerto, pero casi todos somos herederos de la angustia de creer que el futuro pasó de largo. Casi nadie percibe el pie de talón de acero sobre su cabeza, casi todos creen que el gigante tiene la potestad de redimir pasados y presentes.

Casi nadie de la gente que vive su cotidiana esencia de llenar los tiempos percibirá mágicas voces de silentes escritores ensoñados, defendiendo a capa y pluma fantasiosos reinos de tiempos perdidos mientras la realidad villense aconseja sacar cuentas para vadear la crisis. Casi nadie…

Si uno se encuentra en su casa, afanándose en las hogareñas tareas o mateando en el patio sin más, puede corroborar con módico esfuerzo que no se encuentra en el Barrio Chino de tiempo ha, ni merodeando en los escritos del gran Guildo, de esquinas prostibularias, del hacerse laburante, estibador, ferroviario.

No paseará con Manina viendo qué campito es hollado con descaro por pibes que le harán un lugar en el once para verlo trastabillar en cabriola imposible, la que en sus sueños hacía Sanfilippo y que en sus propias piernas –sombrero en mano- trocaba en el nudo fatal de polvo mordido.

Tampoco pasará por la sombra húmeda de las veredas de calle Moreno, para recibir el gentil saludo de don Santiago, ávido por contar fechas y recuerdos propios y de registros de quién sabe qué tiempo que vale la pena preservar del olvido.

Omitirá ver a Jovino caminar sin sentido buscando empleo, no promesas de políticos, mientras la millonaria herencia que no llega haga el intento de llegar. Se perderá infiernos publicitados en céntricos altares y cielos regalados en declamaciones escenariles.

Uno casi no está en ningún lugar de Villa.

Aquel que no salga de su casa en el momento preciso no verá pasar la marcha obrera aplaudida por los pibes que pelotean en las dos rutas, ni verá muchachos correr en sentido inverso al tirsa para que pare fuera de los lugares convenidos. No sentirá el sudor de los viejos bailes del Catorce o del Sacachispas donde la verdad se dirime en el juicio del sopapo limpio. No sentirá de cerca la compañía de Nicasio en su paseo.

Tampoco verá a Villa sitiada, aunque sí tal vez tendrá ánimo para aceptar el silencio de la muerte que acecha a la puerta de la casa de Carlitos, encaramada a un falcon negro.

Uno anda por la calle y casi no está en las esquinas del centro, con suerte parará en una para confirmar la regla infausta que permite girar a la izquierda en calle San Martín, herencia atroz del errabundo fantasma del único planificador urbano que tuvo la ciudad, ajusticiado en plaza pública según consta en la segunda parte del catálogo de mitos locales.

Casi nadie está para ver florecer escuelas, desde su casa no verá a don Félix y a don José Hugo apostando fuerte al camino y no al reposo, a la fruta y no al almácigo, pero regando la siembra con la palabra empeñada y la vista al horizonte.

Quien trabaje en un taller o en la oficina, con el ajetreo propio de la sobrecarga, perderá de percibir el murmullo entretejido con aroma de flores del rosedal, donde basta sentarse en las duras formas de piedra para entender que las mañanitas son atravesadas por rayos de esperanza que pugnan por acortar sombras dibujantes de la incomprensible lucha de lo evitable con lo inevitable, de lo que pudo ser y no fue, de lo que fue y no debió haber sido.

Así, algunos, sólo algunos caminantes ocasionales se permiten vivir aquellos acontecimientos que el resto se pierde perdurando por ahí, ya que uno casi nunca está en ningún lugar de Villa.

Uno no está en casi ninguna parte. Vive entre el encierro de la tensa piel y la libertad de la palabra. Uno quiere irse de Villa porque nunca ha estado casi en ningún lugar aquí. Otros vienen a quedarse, porque nunca han estado ni siquiera un rato, el tiempo suficiente como para empezar a pensar que uno casi nunca ha estado en ningún lugar de Villa.

domingo, 21 de junio de 2009

Conviene acallar a Belgrano

"El General Manuel Belgrano –inspirado– miró al cielo y ráfagas de nubes entre el azulceleste eterno le sugirieron los paños de una bandera que además remedaba un manto sagrado. El viento lo despeina cuando ensoñado iza el nuevo pabellón en Rosario. Es el 27 de febrero de 1812."Esta imagen que llevamos todos grabada en la memoria no se borrará jamás. Es tan fuerte que ha ocultado cuando no sustituido el legado del pensador más revolucionario de la Revolución de Mayo. ¿Por qué? Porque es necesario acallar a Belgrano. Para el poder que ha gobernado el destino de los argentinos, siempre ha sido necesario un Belgrano abogado pero callado, pobre pero callado, vocal de la Revolución pero callado, de voz finita pero callado, militar pero callado, creador de la Bandera pero callado... Así como tenemos grabada a fuego la creación de la Bandera no recordamos palabras de Belgrano o recordamos muy pocas.
¿Por qué? Porque es necesario acallar a Belgrano, exaltar sus virtudes humanas pero esconder sus palabras, sus enseñanzas, sus exigencias...
Escribiendo sobre medidas que favorecerían a los obreros dirá: “si bien eso descontentará a cinco o seis mil individuos, las ventajas habrán de recaer sobre ochenta mil o cien mil.”
“La suerte de los acaudalados, en un país serio, debe estar ligada a la suerte del último de los ciudadanos”. Por eso es necesario acallar a Belgrano, porque denuncia la explotación de los trabajadores...

Conviene acallar a Belgrano que doscientos años atrás denunciaba y hoy denuncia la corrupción y las trenzas de los monopolios. Las palabras siguientes no corresponden a un político de hoy, sino al abogado y economista Manuel Belgrano en 1800. “Están persuadidos (los corruptos y contrabandistas) que su poder es inmenso y aun les parece que no hay autoridad que los juzgue... nuestra desgracia quiere que vivan con nosotros y ser tan apreciados aquellos que tantos males nos traen”... que conozcan nuestros venideros que hubo hombres de bien en medio de la corrupción”
Los monopolios todo lo devoran, todo lo acaban hasta derribar las columnas del edificio político. La repartición de riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, elevándolo al mayor grado de felicidad, pero con el contrabando y el monopolio se reducirán las riquezas a unas cuantas manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria. Desengañémonos: jamás han podido existir los estados luego que la corrupción ha llegado a pisar las leyes.
Por eso es necesario acallar a Belgrano y mostrarlo estático en un busto o un retrato de prócer allí donde no moleste, porque denuncia la corrupción y la impunidad.

Donó su paga por el triunfo en la batalla de Tucumán para construir cuatro escuelas que todavía esperan. Belgrano creía que la educación pública era la herramienta esencial para formar a los ciudadanos. Conviene acallarlo no sea cosa que alguien reclame lo mismo. Escuchemos sus palabras:

Tres cosas son necesarias para acertar en la producción: querer, poder, saber. Y cómo corregir la ignorancia que conduce a grandes pérdidas. Estableciendo escuelas para formar a los ciudadanos. No vivamos en la persuasión de que jamás esto será otra cosa... ¿cómo se cambia? Con buenos principios, que se aprenden en escuelas. La especulación puede traer consecuencias funestas para el agricultor, el artista y el comerciante. Y, ¿cómo prevenirlos? La extensión de conocimientos, la ilustración general –la educación–, que todos se instruyan, que adquieran ideas.

Conviene acallar a Belgrano proponiendo la igualdad de oportunidades para las mujeres...
Hay fábricas y recursos para que trabaje el sexo femenino, el más expuesto a grandes estragos, para una reforma de las costumbres que se difundirá al resto de la sociedad.

Conviene acallar a Belgrano defendiendo la agricultura...
El comercio es el cambio de lo sobrante de lo necesario. En este país no hay sobrante sin agricultura.

Conviene acallar a Belgrano, economista para el pueblo...
Desterrar la miseria, el hambre y la desnudez. Misión de la unión de industria y comercio. Todos las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse en el extranjero, sino conseguir darles nuevas formas y después vendérselas.

Conviene acallar a Belgrano que no aceptaba la sumisión a poderes extranjeros.
Es preciso que despertemos de la inacción, que sacudamos el yugo extranjero y que tengamos presente que a nuestra inercia debe éste su preponderancia.

Conviene acallar a Belgrano, exigiendo la honestidad de los funcionarios públicos...
Los primeros que debemos dar el ejemplo somos los que nos hallamos constituidos en este cuerpo de poder público que nos representa, cumpliendo bien y exactamente nuestras obligaciones.

Conviene acallar a Belgrano defendiendo el medio ambiente...
No debemos mirar al hombre estúpido que no reflexiona sobre sus operaciones propias sino que corre ciego por sobre las riquezas de la naturaleza, la oprime y la estruja para que ella por sí sola le enriquezca sin estudiarla ni ayudarla...

Manuel Belgrano reafirmó con su vida cada uno de sus escritos. Alguna vez los argentinos trascenderemos los cuadros y los bustos de las plazas, escucharemos a Belgrano y ése día tendrá el homenaje que merece. Mientras tanto conviene acallarlo mirando en la dirección opuesta de su mirada y encerrándolo en el marco de un cuadro que nunca quiso.

“Yo me contento con ser un buen hijo de la patria. No me interesa ser el padre de la patria”

Tal vez convenga finalizar con las palabras de San Martín: “Yo me decido por Belgrano: éste es el más metódico de los que conozco... lleno de integridad y talento natural... créame usted que es lo mejor que tenemos en la América del Sur”.


[Encontré este texto que preparé alguna vez para un acto basado en palabras de Belgrano. Me pareció oportuno compartirlo en estos días, ya que no se han difundido mucho sus pensamientos. Por algo será.].

jueves, 18 de junio de 2009

Miedos ocultos

Lo único que se escuchaba era el goteo continuo de la canilla de la cocina. En la penumbra, parecía el martilleo tétrico de un carpintero muerto clavando su propio féretro en la perpetuidad del más allá. El rítmico sonido inducía a la locura. Pero el miedo a mover un sólo músculo la atenazaba a la cama, incapaz de levantarse, recorrer el pasillo, alcanzar la cocina y ponerle fin al machacante tuc tuc tuc.
Ahora quería dormirse, pero se había desvelado. Se había despertado por un ruido, pero estaba segura que no era el de la gota cayendo contra el acero inoxidable de la pileta. Había sido un jadeo, una especie de quejido amortiguado. No quería pensar mucho en la imagen que se le venía a la mente, que era el de su marido envuelto en una mortaja, pero no podía evitarlo. No tenía la fuerza suficiente.
No era para menos. Hacía muy poco tiempo que había muerto. Ese terrible accidente en el coche, tanta sangre, tanto horror.
Tampoco se animaba a cerrar los ojos, por miedo a escuchar de nuevo ese jadeo. De solo recordarlo se le ponía la piel de gallina. En tanto, la maldita gota de la canilla seguía marcando el ritmo letal en la oscuridad, como un puñal introduciéndose cada vez más profundamente en la herida abierta por su propio filo.
No se decidía a levantarse. Estaba segura que de estirar el brazo hacia el velador la atraparía una mano peluda, repleta de garras, que la tiraría al piso para luego quedar a merced de las bestias que se ocultan en la noche, alrededor de uno, suspirando detrás de la oreja, alimentando las mentes de pesadillas y horrores indescriptibles.
La noche se le antojaba eterna, allí acostada, sin el menor asomo de sueño, con ese ruido lacerante que, creía, en cualquier momento le haría sangrar los oídos, y ese recuerdo inmediato de ese jadeo tan extraño que la había despertado y la mantenía todavía en vilo.
Ni siquiera tenía a quién gritarle. La casa estaba vacía. Los niños en casa de la abuela y su hermana, su amada hermana que no se desprendía de su lado desde el accidente, había salido con el novio.
¿Qué hora sería? Con solo girar la cabeza vería sobre la mesa de luz los números rojos del radio reloj. Pero el terror no se lo permitía. ¿Y si en lugar de números se topaba con dos enormes ojos amarillos? No, se moriría al instante. Ya entonces sentía como el corazón le palpitaba con fuerza. Un fino sudor le cubría la piel de todo el cuerpo. Pero seguía sin mover un solo músculo. El pánico se había apoderado de ella.
Era consciente de eso, sabía que debía combatirlo. Tomó fuerzas de donde no las tenía. Se dijo una y mil veces que era una persona adulta, que debía comportarse entonces como tal. Respiró hondo y sin pensarlo más de una vez (porque desistiría de hacerlo) estiró la mano hacia el velador. Encontró la perilla y lo encendió. Ningún monstruo le atrapó la mano. La luz le devolvió el alma al cuerpo. Se sintió más segura.
Con calma, observó cada rincón y cada cosa estaba en su lugar y estaba bien, así debía ser. Miró el radio reloj. Las tres de la mañana. En punto. Hubiese preferido que no fuera una hora tan exacta, pero le restó importancia.
Sentía aún los músculos agarrotados, así que los masajeó un poco. En tanto, el goteo insistía en romper el silencio cada rítmicos cinco segundos. Buscó el batón blanco que había arrojado sobre la silla cercana a la mesa de luz y se lo colocó mientras se ponía de pie.
Solo es un goteo, se decía. Sin embargo, debía darle fin. La estaba volviendo loca. Y ese jadeo... no podía describirlo, pero tampoco darle una causa. Prefería pensar que no lo había escuchado, que había sido su imaginación.
Salió al pasillo. Estaba tan oscuro como el interior de una tumba. Intentó activar el interruptor, pero recordó que la lamparita estaba quemada. Lo cruzó casi corriendo, temiendo a cada paso el manotazo en la pierna de un muerto viviente o la mano en el hombre de un espectro. Estaba espantada, como jamás lo había estado en su vida.
Llegó a la cocina y se arrojó sobre el interruptor.
Luz.
Apoyó la espalda contra la pared y todavía agitada, comenzó a calmarse. El pecho se le inflaba, para remitir de inmediato pesadamente. Sentía el corazón en la boca. La transpiración le bañaba la frente. Sentía su cuerpo mojado.
El sonido de la canilla goteando la devolvió a su misión.
Su mirada volteó hacia ese lugar.
Quedó petrificada. Su piel se erizó y tembló. Su corazón hizo un crack, casi imperceptible, pero le dolió el pecho, un dolor muy agudo, muy raro, y las piernas le fallaron. Se sintió caer de rodillas. La envolvió de nuevo la oscuridad, mientras intentaba explicar aquello que sus ojos le habían mostrado.
Cómo explicar, como describir... cómo podía ser posible que estuviera goteando sangre de la canilla y aún más extraño, como su marido podía estar sentado sobre la mesada, observándola sonriente, sosteniendo en su mano la pinza que ella había utilizado para cortarle los frenos al coche el día del accidente.

martes, 16 de junio de 2009

Regresares

Cuando vuelvas, acércanos el sol,
una nube, dos estrellas.
Pero no te olvides de traernos
yunques, sudores, surcos,
hombros cansados,
manos bien curtidas.

Cuando estés de regreso
derrama tus gracias,
tu alegría dominguera,
tus enredaderas floridas.
Pero no olvides, por favor,
la vista a los ojos,
la palabra enseñada,
sabiduría añosa...

Cuando pises el camino del retorno,
sostiene la mirada, insinúa
que vives y que respiras.
Pero traenos en la alforja
la moneda de esperanza,
la gasa que cubre,
piadosa, las heridas.

Cuando ya nos mires a los ojos
y todo sea fiesta
y cantemos y dancemos,
arremolinados por el austro,
no te olvides, por favor,
no te olvides, que fuimos,
que somos,
que te esperamos
para hacer de la espada
una tenaza y una azada.

La vida, minúscula parte de una larga existencia

¿Te acordás del barrio Luis? ¿Te acordás de sus calles de tierra, las veredas rotas, las paredes salpicadas de cal. De don Humberto el verdulero, de la loca García, de Miguel que trabajaba en el campo?
De cuanto jugaban a la pelota en el terreno de la Luisa Galvez o le quitaban el zaino al sordo Muñoz. ¡Cómo corría el sordo! Y la vez que llegó el tren y se dieron cuenta que no estaban los vagones, qué tarde inolvidable, no podíamos parar de reír.
Tantas cosas Luis. Se me vienen encima los recuerdos. Son muchos. Qué cosa el tiempo Luis, que porquería la verdad. Si pudiéramos atraparlo, dejarlo en pausa como con el DVD y sentarnos a vivir en él, qué felices seríamos. Pero la inercia nos lleva a la rastra, eternamente. Fuimos pavos Luis, nos apuramos en vivir y para qué, si nadie nos esperaba en ninguna parte.
Mirá, te traje esto. ¿Te acordás de la Teresita? La hija del almacenero, la pecosa. Ella te hizo esto. Es un portaretrato, ves. Acá voy a poner tu fotito y la voy a dejar sobre la hierba húmeda, así el rocío la mantiene limpia. Total tiene esta tapita acá, ves, que se cierra y no deja que el agua se meta y la arruine. Ahí está, mirá que linda Luis.
Me quedé pensando en el barrio. Cuánta gente qué conocimos, por favor. Y ahora, desperdigados cada uno en un cielo distinto, la pucha si tendremos mala suerte. Y los nuestros que no tienen cómo llegar entre si, más ahora que el Celestial de la noche no pasa más.
Y viste como es viejo, me tengo que venir hasta la Tierra nomás y verte así, en el cementerio. Pero no te preocupes, que según me dijo la Etelvira, la mamá del Jacinto, te acordás, que andan diciendo que van a poner un servicio angelical directo una vez a la semana. Y bueno Luis, habrá que esperar y tener fe.
El mes que viene vuelvo. Te quiero. Y no me extrañes, que tenemos toda la vida por delante.

domingo, 14 de junio de 2009

El pizarrón de Morena

Morena escribía poemas. Ella sabía que no eran gran cosa, pero escribía. Muchas veces el pizarrón de la escuela era su lugar preferido para compartirlos con los demás, que respondían de distinta manera a los textos expuestos. La gran mayoría paseaba indiferente o no se daban por enterados, ocupados en tareas más importantes o espantados a la primera lectura. Unos pocos, muy pocos al principio, empezaron a dejar notas cerca de sus escritos. Qué lindo, me encantó y otras pequeñas manifestaciones que Morena tomó como mimos, de los que -pensaba- nadie se salva de andar necesitando un poco.

Claro, Morena era un seudónimo, pero todos sabían de quién se trataba, podían verla, sabían de sus cosas y fundamentalmente cómo acercarse a charlar con ella, quien quisiera conocía su banco y su dirección. No tardó en comprender que muchos de los pizarrones de las escuelas estaban escritos con letras y coloridos de los más variados, dibujos y poemas. Poemas tristes, poemas de amor, poemas en todos los tonos, en todas las formas. Al principio dejó una nota aquí, otra allí... Los diálogos pizarroniles se tornaron interesantes, frescos y -deducía- casi necesarios para muchos de ellos.

Morena admiraba la escritura de muchos pizarrones, pero esto no la hacía abandonar la tarea que la inspiración le negaba. Muchas veces paría versos y textos quizás sólo para que no se olviden de ella. Le llamaban mucho la atención algunos pizarrones. Donde escribía Morticia la mayoría de los textos eran macabros, de puñal bajo la piadosa mantilla, hechos con una maestría tal que le sugería la presencia de una genial escritora cenital entremezclada con titilantes puntitos apenas sobre el horizonte. Donde escribía Fantasma, los versos tenían una confección tal que parecían robados de un libro sublime y transcriptos sin más al pizarrón. Porteño hacía versos tangueros, eróticos muy cuidados, de los que llegan al alma. Y Olor dando y recibiendo vida y Ambages, y Pino... Y cada uno con su estilo, con sus males, con sus historias, cargando el peso de lo que fue, dejando huellas, pintando historias.

Fantasma era de lo más interesante. Morena sentía su presencia siempre y hasta le parecía que en algún momento sabría más de él, dada la familiraridad creciente entre ellos. Comenzó a declarar admiraciones por ella de tal manera que algunos pasaban por los pizarrones para ver qué le decía y cómo respondía ella. Fantasma era brillante, versos perfectos unas veces, versos jocosos otras, versos etéreos, versos de todo tipo y calibre y de singular belleza, versos, versos. No había quién dejara de admirar la capacidad de Fantasma para escribirlos, una mezcla de fantasía y precisión, de locura literaria y sentencias como martillazos.

Morena, impactada desde el principio, empezó a sentir que Fantasma le reclamaba la respuesta a una pregunta que nunca hizo. Una señal de correspondencia, tal vez. Empezó a palpar el espacio espeso de inquisidores giros. Morena no sabía la respuesta. No. Se preguntaba cómo no podía llegar aunque más sea una carta, una esquela, un papelito que preguntase en forma directa y personal o que declarase amores, odios o simplemente indiferencia. Se preguntaba cómo responder en forma pública a un rostro escondido. Cómo el fantasma de esta ópera podía cantar tan bellamente y reclamar desde la oscuridad la profesión desde el escenario. El fantasma movía cuerdas con esa habilidad sorprendente para decir y desdecir, impresa desde el principio que otorgaba a sus escritos la ambivalencia suficiente para cubrir de sutil misterio su armadura plateada.

Sin embargo, Morena supo al borrar un día -quizás tarde- que el mundo de los pizarrones encarnaba otra realidad. Otro plano de la realidad. Un plano donde los cuchillos no herían, si apenitas raspaban. Un plano donde el amor no estaba sujeto a las reglas habituales. Los celos eran terribles, pero efímeros como tormentas de verano. Los odios, las venganzas, las ambiciones pasaban por palabras más o menos duras, filosas o rotundas. Supo que Fantasma era un ser entrañable. Que su corazón era palpable y que anhelaba esa caricia tierna. Supo que al escribir y borrar en su pizarroncito abrió la dimensión en la que eran posibles múltiples realidades complejamente superpuestas. Y que, cuando pudo entrever, abriéndose paso en un bosque de palabras con el machete azul, apenas si le alcanzó el ímpetu para percibir almas en carne viva, ataviadas con frases. Sólo con frases. Breves unas, inextricablemente largas otras. Floridas algunas, secas muchas otras. Allí, Fantasma se cubría tanto, pero sólo de adelante, hasta donde llegaban sus manos. Almas desnudas todas, piel de letras, necesitadas de estrofas o parrafadas para cicatrizar alguna que otra herida.

martes, 9 de junio de 2009

De cuando nos explican cosas que comprenderemos de grande

Sentado en el borde de la vereda, las piernitas sobre el asfalto de la calle, se quedó observando su barquito de papel. Se balanceaba sobre el agua con la fragilidad y el encanto de una mariposa y a veces parecía querer volcarse, pero de la nada tomaba fuerzas y enderezaba el imaginario timón y seguía avanzando como si nada por el charquito de agua que la última lluvia había dejado olvidado.
El barquito lo había construido su mamá, en el astillero de sus manos, con esa gracia tan jovial con la que siempre lo trataba. Le había dado el barquito y le sugirió que lo bautizara. Le puso el nombre de su hermanita, aunque no hubo fiesta ni nada, fue algo en su cabecita, una ceremonia muy privada.
Con el barquito en sus manos, se fue a la calle, siempre tranquila en esas horas, cómo le indicó su mamá, que estaba ahora muy ocupada con esos señores de blanco que acababan de llegar en el vehículo grandote, con sirenas arriba.
Su barco navegó esquivando hojas secas y ramitas que él le arrojaba. Imaginaba a su capitán dando órdenes y los marineros corriendo de un lado a otro, sacando el agua que alguna ola depositaba en su interior. Pero la construcción era muy buena, nada le podía pasar. Lo había hecho mamá, pensaba con orgullo.
Los hombres de blanco se fueron en el vehículo grandote, uno de ellos lo despeinó al pasarle la mano por la cabeza. A punto estuvo de pisar el barquito, pero por suerte su zapato aterrizó sobre el asfalto, lejos de su charquito.
Mamá lo vino a buscar, con una sonrisa enorme en el rostro. El quería contarle todo sobre su barco, de cómo las olas habían querido voltearlo, las órdenes que daba el capitán, la habilidad que tenían para superar los obstáculos que les ponía en el camino y principalmente, el nombre con el cuál lo había bautizado. Quería contarle todo todo todo, pero su mamá lo atrapó en un abrazo y no lo dejó hablar. Así abrazándolo, lo llevó adentro, mientras (él se dio cuenta) las lágrimas le surcaban las mejillas. Y depositándolo en su sillita favorita, le dijo:
- Mamá te va a contar algo, sobre tu hermanita, pero no te preocupes, porque es bueno, mamá llora de felicidad, si, porque ella se va a poner bien...


(este texto tiene dedicatoria, porque todo va a salir bien; cuídese y cuídela querida hermana, y no pierda las esperanzas)

lunes, 8 de junio de 2009

El hombre al que la realidad le tocó a la puerta

Y después de tantos años tras los conocimientos, de esforzarse por aprender y entender, por formarse en la carrera elegida, supo que no mantendría a su familia con ello.
Las mejores notas no le sirvieron, los curriculums enviados no se hicieron eco de sus necesidades y los contactos de la universidad no pudieron tenderle una mano.
Con el título bajo el brazo, recorrió no una, sino varias ciudades. Con el título bajo el brazo, llegó rendido a su hogar.
Con ojos culpables y disminuídos, no supo que decirle a su familia. Con vergüenza, supo que no podría afrontar sus roles.
Y entonces, a sabiendas que solo lo tomarían como obrero en la fábrica de su pueblo, se presentó al exámen sin llevar sus títulos.
Y a sabiendas también que no buscaban eruditos, sino personas que pudieran seguir órdenes sin chistar, en tareas repetitivas y físicas, obvió sus conocimientos de matemáticas y dónde debía aplicar regla de tres, hizo lo que un niño de primaria haría; y en el texto donde debía reconocer y diferenciar oraciones de párrafos, ignoró lo que había aprendido con tanto anhelo; y en las preguntas de cultural general, olvidó de repente todo lo leído a lo largo de su vida.
Y así, enterrando en una tumba aquello por lo que tanto había sacrificado, fue que a la semana recibió el llamado.
Y hubo sonrisas y alegría en el hogar, abrazos y agasajos, dinero y felicidad, paz y amor, aunque en su interior, se supo enterrado junto a sus conocimientos.
Pero ahora, al menos, podía mirar a los ojos a sus hijos y a su mujer.
No sabía sin embargo, si había ganado o perdido. Y a veces se odiaba por ello.

jueves, 4 de junio de 2009

Matar al tiempo

Raúl y el tiempo no se llevaban bien.

Cuestión de piel decía el primero, cuestión de tiempo decía el segundo.


De pequeño Raulito se encerraba en el baño del colegio y le daba 20 vueltas a los cordones de sus zapatillas antes de salir al recreo.

Todo por pasar el tiempo.

Una mañana, justo antes de cumplir sus 15 años, planeó despistar al tiempo. Se presentó en la oficina del Registro Civil del pueblo y solicitó una copia de su partida de nacimiento. Luego de esperar unos días (cosa que detestaba del Tiempo) recibió un sobre lacrado con la copia requerida.

Al abrir el sobre sonrió tiernamente, acto seguido dejó caer una lágrima de sus ojos mientras borraba su fecha de nacimiento y colocaba otra para despistar el paso de los años.

Todo por pasar el tiempo.

Dos años mas tarde, cuando su primera novia lo invitó a pasar una tarde a solas en la casa de campo de sus abuelos, él se entretuvo en el camino dejando piedras en las vías del tren y nunca llegó al destino.

Todo por pasar el tiempo.

La tarde del 20 de febrero de 2001, cuando Raúl cumplía sus 25 años, se dirigió a la relojería del centro portando el rifle de aire comprimido en sus espaldas.

Al entrar al local disparo ferozmente a todos los relojes, cuadros, clientes y dueños del local.

Todo por matar al tiempo.

miércoles, 3 de junio de 2009

El coleccionista de gestos

Vio una sonrisa y la robó. Vio un lamento y lo tomó, como si fuera suyo. Luego observó caer una lágrima, pero la arrebató en el aire y la guardó en el bolsillo. Una niña hacía berrinche delante de su madre, él fue y le quitó el enojo y ni siquiera esperó las gracias.
Aníbal caminaba como un desquiciado, mirando hacia todas partes, arriba y abajo, atrás y al costado, adelante y más allá, sin distraerse ni detenerse, sin perder siquiera un momento. El buscaba lo impronto, lo natural, lo genuino.
Y con ese ritmo, se perdía entre la multitud y los días, coleccionando los gestos que nos hacen humanos, los objetos más sagrados del planeta, los únicos que realmente nos pertenecen.

lunes, 1 de junio de 2009

Sin salida

Afuera hace frío y tengo sueño, insistió Sandra consigo misma, convenciéndose, mientras el murmullo de la ciudad oíase lejos, como si estuviera escondido tras la incertidumbre.
No puedo partir, pensaba, las horas pasan demasiado rápidas y él todavía no llegó. Si me voy sé que vendrá. Si me quedo.. tal vez llegue a olvidarme.
El viento era un falso palpitar de la noche.
El zigzagueo de la luz de la esquina simulaba un péndulo marcándole el ritmo de su insomnio. Veía la tenue iluminancia desde la arrinconada ventana de la habitación del 4ºC del “Graciela”, hostal que había encontrado de paso al salir de la cabina telefónica. Por un flujo de impertinencia que no pudo evitar, espiaba los ángulos errantes de la luz atropellando ilusiones. Aún así no perdía la esperanza de ver en el serpenteo la llegada de Rubén.
Pensó que podría esperar, y de inmediato sintió los sentidos adormeciéndose. Experimentó la noche más larga que nunca hubiera imaginado. Padeció aproximarse la gran espera.
Hubiese sido sabio partir cuando aún la decisión no conspiraba sobre ella, pero la confusa soledad supo engañarla.
Creyó que esperando alguien llegaría, y sólo obtuvo oscuridad.