domingo, 19 de abril de 2015

Golazo

Empujó la pelota hacia delante superando el último defensor, el camino estaba libre, podía sentir la respiración de su marcador en la nuca, pero él era más veloz, el césped era una alfombra por la cual corría con alma y vida, podía sentir el corazón golpeando las paredes de su pecho mientras bombeaba sangre a cada rincón del cuerpo, el arco se iba agigantando más y más, la figura borrosa del arquero también fue haciéndose visible, pero sus ojos, ojos empañados por la agitación y el cansancio, solo miraban la pelota, esa que llevaba a los trancos delante suyo, con destino de gol, de gloria, de grito infinito. Entonces pateó con fuerza, para romper el arco y escuchar, cuál música divina, ese grito sagrado y el eco de su nombre, resonando en todo el estadio, en la garganta de los relatores, de los hinchas... - ¡Alejooooooooooooooo! De su madre furiosa, saliendo disparada como un misil hacia el patio, buscándolo a él, culpable absoluto de la ventana rota, de los vidrios dispersos, de la incompatibilidad angustiante entre sueño y realidad.

viernes, 10 de abril de 2015

Contra las cuerdas

Entró a su casa abatido. Nada de otro mundo, la rutina diaria para llegar a fin de mes.
Arrojó las herramientas en un rincón y se dejó caer en la silla. Estaba exhausto. La máquina de escribir aguardaba expectante en el extremo de la mesa. Una hoja a medio terminar se arqueaba sensualmente animándolo a acercarse.
En cambio, cerró los ojos y trató de abstraerse del universo. Solo logró intensificar el dolor de cabeza.
Abrió los ojos. Sintió angustia al ver la máquina y sin mediar palabra se fue a su habitación.
Podía sentir el fracaso de su oficio en manos de la necesidad de su profesión. El pan en la mesa contra el sueño de un iluso. El resultado se caía de maduro.
Aprovechó a dormir antes que llegaran su mujer y los chicos.

lunes, 6 de abril de 2015

Noticia vieja

Se puso a leer el diario y tuvo la inmediata sensación de estar leyendo algo que ya había leído. Efectivamente, al comprobar la fecha, era el día del día anterior. Se imaginó que el kioskero le había dejado por debajo de la puerta el diario de la víspera por error.  Podía pasar. Le dio pereza, pero caminó las dos calles hasta el puestito de su conocido canillita.
- Pedro, me dio el diario de ayer - le dijo riendo, al llegar al puesto.
- ¿El de ayer? A ver... - estiró el brazo y miró la fecha en el papel - No, mire, es la fecha de hoy.
- Pero esto yo lo leí ayer.
- Imposible, es de hoy.
- Hoy es lunes.
- Si, y ahí dice lunes.
- Acá dice domingo.
- Lunes.
- Domingo.
- Fíjese, el título es "Racing define la punta del torneo"
- No, dice "Racing campeón en final apretado"
El hombre hizo silencio. Aquello era imposible.
- Deme otro, que no sea el mismo.
- Aquí tiene éste.
- ¡Ve! También dice domingo.
El kioskero estiró apenas el cuello.
- Lunes - dijo lapidario.
- ¿Cómo puede ser? - preguntó al fin.
- No sé, yo solo los vendo.
- ¿Y ahora?
- Y... si quiere se lo leo. O espere hasta mañana.
Se fue resignado y preocupado. Apenas si pudo concentrarse a lo largo del día. Pensó en pedir turno con su psicólogo, pero no quería apresurarse. Esa noche no pegó un ojo. Lo primero que hizo al día siguiente fue correr al kiosco.  Aún no había salido el sol.
- Pedro... el diario de hoy.
El kioskero lo miró con un gesto de lástima. El hombre se veía sumamente nervioso.
Al mirar el diario, abrió grande los ojos.
- ¡No me diga que otra vez la misma tapa! - dijo Pedro.
- Peor - respondió en un hilo de voz el pobre hombre - Es la del sábado.