viernes, 28 de junio de 2013

Molestia

Una idea se posó sobre mi cabeza. Aleteaba y zumbaba enloquecidamente; por momentos me hacía cosquillas, por momentos me irritaba.
Terminó por fastidiarme. No dejaba que me concentrara en un nuevo relato. Sin vacilar la aplasté con la palma de la mano.
Otra vez en paz me arrojé sobre la hoja en blanco, que tanto trabajo me estaba dando esa mañana.

sábado, 22 de junio de 2013

Si tan solo...

Si pudiera deslizar la mano y barrer de un solo golpe toda la tierra que yace encima de su cuerpo, si tan solo pudiera, lo invitaría a salir de allí, lo llevaría a tomar una copa, le hablaría de sus hijos, de cuánto lo extrañan, del dolor que significó su partida.
Sin dudas que si eso fuera posible, eso sería lo primero que haría. Observando la tumba, la lápida de mármol, las flores marchitas, suspira resignado, es conciente que no va a tener jamás esa posibilidad.
Sabe de imposibles, de pérdidas y derrotas. De angustia y sinsabores. Pero principalmente sabe que no podrá mirarlo a los ojos y decirle lo que tanto desea, eso que tiene atorado en el alma y en la garganta desde el funeral, cuando el contador, entre lágrima y lágrima, le confesó otra tragedia.
Pateando las hojas secas, con las manos bien dentro de los bolsillos buscando calor, le da la espalda a la escena, para escaparse de ese lugar, desolado como el invierno. Sin embargo, en su mente, resuenan esas palabras que dichas al viento, carecen de valor:
- Juancito, hijo de puta, te patinaste en caballos todos los ahorros de la empresa.
Y con bronca, se aleja paso a paso, imaginando ahora sus manos en el cuello de Juancito, apretando fuerte, para matarlo por segunda vez.

viernes, 14 de junio de 2013

Nunca las dos

- ¿Y si dejo caer una piedra? - preguntó con solemnidad Gonzalito.
- Supongo que se hundirá - respondió Alejandro, mientras trepaba a la baranda del puente.
- ¿La tiro?
- Hacé lo que quieras.
Gonzalito bajó, tomó carrera y al llegar a la baranda lanzó la piedra. La vio volar por el aire, cruzándose delante del sol, del cielo celeste, para luego caer con los árboles de fondo de manera majestuosa, sin posibilidad alguna de detenerse, hasta llegar al río que avanzaba cansino, varios metros más abajo.
- Se hundió.
- Y si... - a su hermano las certezas gonzalianas le caían de mala manera.
- La quiero ir a buscar.
Alejandro lo miró, fastidiado.
- Gonzalo, es una cosa o la otra. Nunca las dos. Andá aprendiéndolo.
Y Gonzalito, con sus cinco años a cuesta, volvió llorando a su casa, sabiendo que mamá o papá lo consolaría. Y siempre sería así, estaba seguro: siempre.

jueves, 6 de junio de 2013

Fantasmas

- Sabe Evaristo, lo feo no es que se fue, sino que es probable que vuelva.
- Usted es muy pesimista, don García.
- Y qué quiere... he visto volver cada cosa.
- Ve, ahí tiene. Siempre pensando en pasado. Mire hacia delante, mijo.
- Es que me cuesta Evaristo, uno no conoce otra cosa que lo que ya vivió. No tiene experiencia en el futuro.
- ¿Y quién la tiene? Mire lo que dice. Si así fuera, todos viviríamos siempre en el presente, sin ilusiones ni proyectos.
- No conozco de esas cosas.
- Pues aprenda, hombre.
- La vida me ha enseñado cosas, y pocas son buenas.
- Péguese un tiro entonces, don García. ¡Qué quiere que le diga!
- Se va a reír, pero mire - sacó un revólver entre sus ropas - acá tengo el arma, esperando el momento.
- ¡Guarde esa cosa, no sea imprudente!
- No se asuste, no es para mí. Es por si vuelve.

lunes, 3 de junio de 2013

A buen entendedor

La discusión había llegado al punto más alto de la tarde. La mesa se movía inestable ante los ampulosos golpes que sin darse cuenta le propinaban con los movimientos de los brazos. Los pocillos de café, largamente vacíos, tintineaban sobre los platos en los que estaban apoyados. Las voces se confundían, ya nadie sabía quién hablaba, a quién correspondía tal postura, quién la refutaba, el que estaba a favor, el que estaba en contra. Las voces parecían una sola, pero diciendo cosas distintas. El sonido fue ascendiendo, hasta tapar las demás conversaciones del bar. Finalmente eran gritos, casi al límite de quedar afónicos.
Cuando se hizo el silencio, nadie sabía de lo que hablaba. Se miraron unos a otros, algo avergonzados. Pidieron la cuenta, dejaron sus billetes sobre la mesa y luego se fueron.
Un parroquiano que había observado la situación le guiñó el ojo a Jaime, el mozo.
- Al menos se van y dejan el dinero.
Jaime lo cortó en seco.
- Por favor don García, no me saque a relucir la política a estas horas.