Si pudiera deslizar la mano y barrer de un solo golpe toda la tierra que yace encima de su cuerpo, si tan solo pudiera, lo invitaría a salir de allí, lo llevaría a tomar una copa, le hablaría de sus hijos, de cuánto lo extrañan, del dolor que significó su partida.
Sin dudas que si eso fuera posible, eso sería lo primero que haría. Observando la tumba, la lápida de mármol, las flores marchitas, suspira resignado, es conciente que no va a tener jamás esa posibilidad.
Sabe de imposibles, de pérdidas y derrotas. De angustia y sinsabores. Pero principalmente sabe que no podrá mirarlo a los ojos y decirle lo que tanto desea, eso que tiene atorado en el alma y en la garganta desde el funeral, cuando el contador, entre lágrima y lágrima, le confesó otra tragedia.
Pateando las hojas secas, con las manos bien dentro de los bolsillos buscando calor, le da la espalda a la escena, para escaparse de ese lugar, desolado como el invierno. Sin embargo, en su mente, resuenan esas palabras que dichas al viento, carecen de valor:
- Juancito, hijo de puta, te patinaste en caballos todos los ahorros de la empresa.
Y con bronca, se aleja paso a paso, imaginando ahora sus manos en el cuello de Juancito, apretando fuerte, para matarlo por segunda vez.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
1 comentario:
Sobre todo en la muerte, no hay segundas oportunidades...
Abrazo, Netito.
SIL
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