lunes, 28 de abril de 2014

Paradojas de la vida

Martínez, al que llamaban el "carnicero de dos hojas", porque te mataba con dos cuchillas, me habló de Urdiza una tarde en el pabellón de descanso.
- La última vez que lo vi, todavía se atrevía a mentirme - me dijo, mirándose las uñas sucias -  Luego ocurrió lo que todos saben y ya no pudo hacerlo. Paradojas de la vida. Después de una venganza, ya nada es igual. Principalmente cuando se termina en un cajón.
El rumor era que se lo había cargado, aunque no estaba adentro por eso.
- Me atraparon por boludo, un par de bifes a una nami, estaba borracho. Parece que la maté. No me pareció para tanto.
Pero el tema acá era Urdiza. Porque por su culpa yo estaba en la cárcel y el único que podía sacarme, si decía la verdad, era él. Mi esperanza murió el mismo día que me enteré que había sido boleta. Pero Martínez me acababa de confesar que mi lápida a había tallado él. Y eso no es algo fácil de digerir.
- ¿En serio? - me preguntó, observándome duramente a los ojos - ¿Y qué pensás hacer, vengarte metiéndote conmigo?
Ambos sabíamos que eso era un suicidio. Le guiñé el ojo y sonreí. El "carnicero" siguió mirando sus uñas, hasta que apareció un cascarudo. Sin dudarlo lo apretó con sus dedos, lo hizo añicos con el puño y se lo llevó a la boca como un caramelo.
Preso y cagón. Peor no me podía ir. El silbato sonó y supe que había terminado el descanso. Y así sería por varios años más, gracias a Urdiza y al desgraciado de Martínez.

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