El negro se vuelve más negro y de repente un flash blanco corta la noche y los gritos se amplían intentando derribar el aullido de los cientos de parlantes que atronan alrededor pero es en vano, el movimiento continuo lleva los cuerpos a esa ola inquietante que nunca se detiene y los brazos van y vienen, lo mismo que las piernas y las caderas, un mar colapsado en una noche de colores relampagueantes, que no identifica rostros, sino imágenes que se superponen en un solo éxtasis de fervor.
La música los lleva, la marea se mueve a su ritmo y los juegos de luces cumplen su papel y los jóvenes se entregan a una danza inexacta, con un sentido superficial y a la vez espiritual, dejando salir el delirio contenido de la semana, el deseo de ser tocado y acariciado en la oscuridad, de sentir el sexo opuesto cerca, de gozar llevado por el frenesí y el alcohol.
El dj los atormenta desde el anonimato de sus consolas, jugando con sus miembros, obligándolos a sentir la música dentro de sus cabezas, con los tímpanos a punto de reventar, pero todo sin dolor, al contrario, tan agradable como besos húmedos y la sensación de estar en un cielo cósmico, de no pisar la tierra, elevándose por encima de la marea y sentir los gritos y risas ajenas como propias, una mente única moviéndose en un solo latir, un solo ritmo.
Desde la barra, solitario y apartado, un joven traslada su deseo a su mirada y la obliga a no perder de vista a una rubia preciosa que se mueve descontroladamente, con movimientos tan sensuales como imprevistos, tan deliciosos como mortales para su deseo. Y esos movimientos lo contagian y se da cuenta que no puede detenerse, el frenesí lo acaba de arrebatar de su butaca y lo envuelve en el ritmo, y su cuerpo comienza a sentir lo que otros cientos, los brazos suben y bajan, la pelvis se adelanta y contrae y la música lo hace partícipe.
Y avanza entre la masa viva, sintiendo los roces, las piernas que lo abrazan, los torsos que se le pegan al cuerpo y los flashes juguetean con sus ojos, pero no pierde de vista a esa rubia infernal, dueña de sus deseos, ama de su necesidad, orquestadora de su virilidad.
La ve sensual, sexy, atrevida, su cabello claro, su cuerpo ardiente, su movimiento incesante, el rostro pequeño sacudiéndose al ritmo de la noche, ocultándose en los colores de las luces, desgarrando la oscuridad con su infinita hermosura. Y llega a ella, se le pone delante y baila con atrevimiento, el corazón se siente acelerado, sus piernas no responden a sus pensamientos y su mente se ha ido a viajar. El momento es espectacular, tan irreal como un cuento de medianoche, la música confundiéndolo absolutamente todo, el alcohol haciendo su efecto, las drogas alucinando en todas partes, el latir del piso, esas piernas debajo de la mini falda, ese cuchillo en la chaqueta y ese deseo incontrolable de sacarlo allí mismo, justo allí y desvainarlo en medio de la locura con las luces ocultándolo a pesar de estar frente de su mirada, de acercarse y dar la estocada certera y letal y sentir en pleno dancing, con la marcha machacando en los oídos como la sangre resbala por el filo y se escurre entre los dedos, tan sensual, tan sexy, tan atrevida...
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
2 comentarios:
Muy bueno, con la pluma implacable, tan sensual, tan sexy, tan atrevida...
una dama negra, una gacela que nos pierde entre curvas y deseos, la pluma y la certeza de saberse completamente prisionero de la música, del arte, del placer de leer estas letras...
abrazos!
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