miércoles, 13 de enero de 2010

De cómo te trata la vida


Julián salió de su departamento temprano. Fue hasta la plaza. Se detuvo a charlar con otros jubilados. El sol de la mañana lo reconfortaba, se sentía vital y con muchas ganas de vivir.

Elena amaneció pensando en qué motivos podía tener ella para sentirse feliz o siquiera para levantarse de su cama. No abrió la ventana, demasiado sol; además, pensaba, para qué asomarse si la gente hace su vida, si hasta se saludan gentiles y sonrientes.

Julián se encontró con Manuel. Intercambiaron novedades de achaques entre apuestas de quién sería el primero de partir al más allá y tirarle del dedo gordo del pie al otro durante un sueño.

Elena tuvo que salir al fin a hacer las compras, al cruzarse con Marcela compitieron un rato acerca de quién estaba más enferma y dolorida. Fue empate en muchos goles.

Al ver a Julián, Aníbal cruzó la calle apresurado y se puso a caminar a su lado, mientras desgranaba las malas nuevas del gobierno que es un desastre, de los precios que no dejan mantener la camioneta importada y de todo aquello que hacía su vida imposible. Julián lo palmeó e intentó decirle algunas palabras de aliento antes de separarse en una esquina.

En el súper, Elena vio a Juana e intentó comunicarle un poco de su desazón y resentimiento que, al fin de cuentas, eran compartidos por muchos. Pero Juana empezó a reírse y ella insultándola por lo bajo y se apartó buscando otra víctima.

Al fin, Julián llegó a casa y se puso a pasar el trapo en el comedor, que buena falta le hacía.

Cuando llegó Elena, desde la misma puerta entró protestando una vez más, otra vez más… El cariñoso gesto de amor de su esposo fue lo que colmó el vaso. Se dijo para sus adentros que todo había sido una incongruencia, que no era justo, que por qué a ella le tocaba sufrir así. Pero que se terminaba. Eran viejos, nadie sospecharía del veneno de ratas. Una descompostura, una descompensación y listo.

En el velatorio de su esposo hubo los suficientes oídos dispuestos a escuchar a Elena renegar de cómo la vida la trató siempre tan mal, que le quitó la última sonrisa al llevarse al santo de Julián, que había sido lo único por lo que se conservaba aún viva.

3 comentarios:

SIL dijo...

Sonrisa y opinión ya vertidas en Sus Apuntes...
:)

Más besos.

Netomancia dijo...

Tenemos a una Elena resentida, de esas personas que culpan a los demás de sus males y a un Julián que a pesar de la edad y la idiosincrasia de la gente mayor, disfruta de las pocas cosas que aún a esa edad, puede tener. Y sin embargo no le alcanza a Elena con ser la víctima de su obra que además quiere llevar al cajón al inocente de su marido. Una historia que nos deja pensando si al volvernos viejos, además nos volvemos hipócritas.
Muy bueno don Oso!

Anónimo dijo...

jajaja pero que buena crónica de nuestras sociedades, de nuestros viejos cascarrabias, de los Julianes que saben ver más alla de las simples cosas, de las Elenas que buscan la paja en el ojo ajeno, de los saludos, de los códigos, del paso del tiempo...
un retrato pintoresco y lleno de ironias!
me encantó Oso!
Salute