domingo, 17 de enero de 2010

Hombre al agua

Lo golpeó la botavara. De alguna forma el cuadernal se había zafado y la oscilación del madero horizontal, chocándole la espalda, fue suficiente para que perdiera el equilibrio y cayera por la borda.
Sabía que estaba a dos kilómetros metros de la costa y que su embarcación iba a unos siete nudos de velocidad. Si hubiese caído por babor, hubiese tenido la suerte de tener a mano la red de pesca. Pero por estribor, solo tenía el extenso mar rodeándolo.
El peor de los problemas, era que no sabía nadar. Siempre mentía al respecto al renovar su licencia náutica. Ahora se arrepentía de haber hecho valer en todas esas oportunidades su influencia política.
Aunque maldecía sobre todo, el no tener puesto un chaleco salvavidas. ¿Cómo se iba a imaginar que la botavara iba a golpearlo?
Veía alejándose la vela de su embarcación, sostenida por un mástil cada vez más inalcanzable, incluso para la vista. El oleaje lo arrastraba con rumbo incierto y desesperación creciente.
Hacía lo imposible por mantenerse a flote, pero suponía que lo único que lograba era cansarse y empeorar las cosas. Cabeceaba en todas direcciones, escupiendo el agua salada que se filtraba por la boca.
A lo lejos, en el horizonte, creyó ver algo. Pero lo que era esperanza trocó en ironía. Su propia embarcación, con la vela en libertad de acción debido a la botavara suelta, viajaba ahora otra dirección, pero no justamente en la suya.
Pensó que todo se limitaría a resignarse y aguardar el final, simple, sencillamente. Las piernas se le estaban acalambrando y el cansancio haciendo estragos. Bastante había aguantado a flote.
Ahora vendría el descenso, la caída libre en cámara lenta, la mente puesta en su mujer que había quedado en la casa de la playa, mientras el cielo iba perdiéndose cada vez más cubierto por una capa de agua intensa, sabiendo que sus hijos se enterarían estando en etapa de exámenes en la facultad, en tanto los colores se iban apagando y los rayos de sol se veían cada segundo que pasaba más distantes... todo hubiera sido así, si no fuese por esos dientes enormes que vio a último momento llevándose una de sus piernas y mordiendo con ahínco su abdomen, no dejándole ni siquiera la oportunidad de morir en paz.

6 comentarios:

SIL dijo...

Pooobre tipo, Neto.
Sobre llovido, mojado y sobre mojado, mordido...


Morir en paz es un privilegio de pocos!

Un beso, Netito.
:)

Con tinta violeta dijo...

Vaya xD, Neto...pobre hombre, ya que lo mata en el cuento no ha tenido la misericordia de hacerle morir dulcemente mecido por las profundas aguas...bajo la mirada escrutadora de los peces tigre...o de las rayas...ja, ja, ja...que deliciosamente malvado...
¿te imaginas que desde entonces vaga por las playas su alma ayudando a los chavales que llevan al mar a mantenerse a flote?

Me gustó. Como todos tus relatos.
Besos.
Paloma, Doña tinta.

el oso dijo...

Buenísimo, Neto...
Parece ser que al tipito se le dio vuelta la suerte justo cuando menos lo esperaba... 2 veces...

Netomancia dijo...

Doña Sil, y si, sobre llovido mojado y en medio del mar jaja. Muy buena la última frase, eso de morir en paz es para privilegiados. Saludos!

Doña Tinta, no le di oportunidad ni para contar peces antes de morirse ja. Yo creo que si su alma queda rondando por ahí, será para empujar a otros a que sigan su camino. Debe estar doblemente furioso! Saludos!

Don Oso, se le daba vuelta y siempre para el lado de los tomates! Por eso, mejor no comprarse el yatecito ese que uno a veces sueña. Jaja. Un abrazo!

Anónimo dijo...

dicen que en esos ultimos momentos uno ve pasar toda su vida de golpe no? parece que este pobre hombre no tuvo tiempo ni para eso!
malditos dientes!!!
genial Neto, como siempre!
tu caudal de genio no se agota nunca no?
abrazos

Netomancia dijo...

Dieguito, a menos que haya sido dentista y visto dientes toda su vida jajaj. Gracias muchacho! Un abrazo enorme!