miércoles, 3 de febrero de 2010

Don Pérez en las Dos Rutas

Retomando mis visitas a los blogs amigos, me topé con Escenas cotidianas de las tardes en la canchita del maestro Neto. Al leer acerca de Jacinto enseguida me vino a la mente Don Pérez, el hombre que vivía en la esquina frente a la cancha de las Dos Rutas, y -antes de que otra vez se me espanten los recuerdos (y el entusiasmo) se me ocurrió escribir algunas líneas acerca de este personaje. ¡Chagracia, Neto!


En aquellos años Villa estaba sembrada de canchas y canchitas -bastante canchotas, la mayoría-, por lo menos una en cada barrio. Claro, algunos tenían dos o tres canchas, en general de distintas dimensiones para jugar según el número de jugadores de la ocasión. La cancha de las Dos Rutas era bastante particular. Más que cancha era una manzana entera sobre la que se podían disponer dos o tres canchas y jugar simultáneamente los grandes y los chicos. O hacer dos partidos y enfrentar los ganadores. De vez en cuando, en ocasión de un torneíto barrial, se cavaban pozos para poner unos arcos de caño -ocasionales lujos- o simples palos verticales, los que a veces ostentaban algunas cintas, cordones, incluso alambres como travesaño.

Don Pérez, o el Viejo Pérez, vivia en la esquina de la cortada que daba a la cancha. Esquina de alquiler con pieza, baño excusado y galponcito. Tenía un casalito de hijos con el pibe medio matungo pero que se defendía en el arco. No había tarde en que el viejo no saliera con su radio portátil por la que vociferaba Muñoz los domingos o se desgranaban tangazos lóbregos el resto de los días. Alto, trigueño, casi calvo, anteojos y las infaltables pantuflas de cuerina negra labraban las formas de este don fulgencio, como lo llamaban de entrecasa los mayores del barrio. Se acercaba a la cancha, buscando sombrita, esperando que alguna pelota descarriada se rindiera a sus plantas rogando una caricia, aquella de un jueguito que resultaba glorioso sólo en la ilusión del recuerdo inventado. Invariablemente el rito terminaba con la redonda en una cabriola ajena a los modestos movimientos del viejo que siempre alguno aplaudía con desgano.

A veces se arrimaba con el mate, porque Don Pérez tenía termo, qué joder. Y mate en mano, ayudaba en los sorteos o recomendaba cómo pintar las líneas de cal para que no salgan chuecas.
Sus comentarios se limitaban al fútbol, a qué otra cosa iba a ser. Jamás verdugueaba a un pibe patadura, en esos casos se limitaba a la piadosa sonrisa condescendiente y callar para sus adentros.

En la vereda de su ochava -esa que servía para el fusilamiento a los perdedores del hoyo pelota-, de sombra a la tarde, nos amontonábamos para escuchar alguno de los partidos que se relataban ese domingo. Uno solo, siempre clásicos. Hasta Manina, el borracho amigo de los pibes,  tenia un lugar en la esquina cuando sudado del modo en que llegaba siempre caía vertical como el sol del verano con el lomo contra la pared para no patetizar su sentada.

Se sentía cómodo entre los pibes y era a quien recurríamos cuando alguna duda terrible nos asaltaba, entonces le preguntábamos: ¿es un jilguero o un misto? Y el viejo, con eterna paciencia nos sacaba las dudas, jamás con ese aire de paternalista superioridad con que los adultos solemos tratar a los chicos, sino con esa fascinación de quien sabe que sabe para los demás.

Domador de tortugas, Don Pérez se arrimó cuando el remolino de pibes se maravillaba en las alcantarillas de Chapuy y Belgrano alrededor de un tortugón de agua de más de medio metro de diámetro que alguna lluvia brutal había traído. La colocó en el reciente pavimento de Belgrano, se paró encima del caparazón y con hábiles movimientos de sus empantuflados pies se hizo llevar hasta la puerta misma de su casa por el inocente quelonio que luego volvió a sus andurriales pensando quién sabe qué carajo de la gente que aplaudía.


El viejo se ganó mi eterno agradecimiento cuando, enterado de que me había hecho de San Lorenzo -fascinado por el imponente despliegue del Lobo Fischer- el fatídico veintidós de diciembre del setenta y uno cuando perdimos dos a uno la final del Nacional contra Central en cancha de Ñuls, me regaló una camiseta de piqué a rayas rojas y azules junto con el póster salido en la Goles del glorioso subcampeón. Nunca me importó que los envidiosos de siempre batieran que la camiseta era de Tigre, porque sus rayas eran un poco más finas; allí el viejo subió al pedestal de mi olimpo para dormirse en los eternos laureles que el olvido atroz se empeña en barrer.

Poco importa que el hijo, de bostero cabal, hoy sea socio de Ríver.
Tampoco importa que alguna vez haya estado prohibido jugar en las Dos Rutas cuando los milicos lo consideraron peligroso y Don Pérez se arrebataba con la vista horizontal en tardes solitarias. Pocos extrañan el denso humo de la aceitera que caía sobre la cancha y el barrio y las quemazones de pastos que hacíamos cuando crecían demasiado.
Ni siquiera importa que ya casi no queden canchas barriales, porque en las Dos Rutas se sigue jugando, de noche o de día, con lluvia o sol. No molesta el inmenso escenario precosquinero, el baño de mierda que tapa la visual ni la torre de iluminación que decora el predio. El viejo, desde la tribuna que no se ve sale a las tardecitas con su radio y se queda hasta la madrugada gozando con el espectáculo futbolero de la muchachada que grita goles y fules con esa furia genuina que sólo la pelota produce. Sentado allá con Manina, Pascuita y varios más, espera esa pelota que se va a las nubes de un rechazo violento para devolverla con algún jueguito torpe que ya nadie aplaude, pero tampoco le importa. Porque en las Dos Rutas se sigue jugando...

5 comentarios:

SIL dijo...

Me he prohibido pecar de exceso...

Comentario más que extenso vertido en SUS APUNTES.

:)

Un beso

Felipe R. Avila dijo...

Ah, ¡qué bueno, che!
Y como una especie de dominó que cae y arrastra, su cuento me trae ahora el recuerdo de mis idas a "jugar a la pelota" -nunca le decíamos futbol- en aquellos años de la niñez y adolescencia, tan lejanos. ¿quién no ha conocido a un Don Pérez?
Un lujo leerlo.
Felipe
PD: el breve comentario de Doña Sil me avispó que Ud "lo volvió a hacer": clonó el texto en los dos blogs, así que haré lo mismo con la respuesta mia.
Un abrazo.

Netomancia dijo...

Creo que dije todo en Los Apuntes, pero nunca está de afirmar que algo está excelente cuando lo está y este relato no escapa de ese calificativo.
Un abrazo don Oso!

el oso dijo...

SIL: Hace bien, leído por allá.

FELIPE: Bien clonado... Sobre todo cuando son elogios. Mal, si es al revés.

NETO: Gracias una vez más. Ah, y dele gracias al Jacinto.

Con tinta violeta dijo...

Ah, Oso...que relato mas emotivo y tierno. Tienes la facilidad de evocar a las personas y hacer que nuestra mente rememore similares que conocimos en épocas pasadas.
Me gustó.
Además como voy aprendiendo, ya no pregunto lo que es un galpón, ¿viste, ja,ja.
Un beso, maestro.
Paloma.