martes, 15 de febrero de 2011

La melodía desde el balcón

La noche era triste, sin brillo. A lo lejos, las luces de la ciudad titilaban, queriéndolo engañar. Pero no se dejaba, porque conocía la vida. Eran distracciones; la verdadera vista estaba alrededor, en los suburbios, donde los días eran grises por más que saliera el sol.
Desde el balcón veía las columnas de humo que las fábricas lanzaban al aire, con indiferencia. Desde las calles le llegaban las sirenas policiales y alguna que otra ambulancia. Escuchaba disparos, aquí y allá. No lo sorprendían, eran un ritual cuando reinaba la luna.
En el edifico las paredes delgadas le traían disputas y discusiones. En las escaleras o el ascensor, cuando funcionaba, era testigo de las consecuencias, de los rostros golpeados, resignados.
El mundo le sabía a pobreza, tanto humana como espiritual; le revolvía el estómago. La melodía que lo rodeaba era amarga, cruel, cínica. Sus estribillos sonaban a martillazos y las voces, eran gritos desafinados.
Una catástrofe, eso veía en cada rincón, en cada rostro. Era lo que sentía al caminar, al ir a trabajar, al toparse con sus vecinos. Y sin embargo, a lo lejos, aquellas luces querían decirle lo contrario, que todo estaba bien, como si un arbol navideño gigante se hubiera instalado a la distancia para absorber las penas.
Aferraba la baranda del balcón con fuerza, descargando la impotencia de sentirse una hoja más en el viento, arrastrado por la corriente hacia vaya saber donde. Eso era el mundo, su gente. Simples barriletes sin destino, de cuya cuerda ya nadie tiraba.
Se veía rebotando contra la tristeza de los cartoneros, la pena de los niños pidiendo monedas en la esquina, la señora del piso de arriba que hacía los mandados con el rostro golpeado, el dolor de los árboles que desaparecían, del aire que ya no se dejaba respirar, del mundo que de a poco moría...
Soltó la baranda, corrió hacia dentro del departamento y empujó el piano hacia afuera. Con fuerza, sudando, la espalda contra la madera, los pies apuntalados en el suelo y "¡hacia atrás! con alma y vida. Lo logró. Se dejó descansar apoyado en la butaca y una vez que recobró el aire, atacó las teclas.
La melodía viajó por los cielos, elevándose como una plegaria. Chopin, Mozart, Bach... los dedos parecían volar sobre el blanco y el negro. La ciudad de pronto tenía otro color, la noche había ganado brillo y a kilómetros podía oír un coro de ángeles.
Ejecutó una pieza tras otra. No le importaban los gritos desde los otros balcones, ni el teléfono sonando en su habitación. Los compases iban y venían, con vida propia. Tampoco se detuvo al escuchar el timbre de la puerta. ¿Qué era un timbre comparado con aquella belleza flotando hacia sus oídos? ¿Qué era la vida sin momentos como esos? Ante la muerte inminente, nada mejor que vivir un sueño.
Sus dedos eran ágiles, su mente se abrió como nunca. La intensidad de las notas apagaba todo dolor. Ni siquiera sintió cuando tiraron la puerta abajo, ni mucho menos cuando los agentes uniformados, apuntándole con las armas le pidieron que dejara de tocar. No escuchó ni vio. Le gritaban, lo amenazaban y el hombre siguió tocando.
Una de las armas se disparó y fue la última nota de la noche.
El barrio vitoreó el silencio, se conformó con las migajas. Y el mundo siguió muriendo.

4 comentarios:

SIL dijo...

// toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y miel...

¨El hombre del piano¨ se arrojó a otro vacío, al de la locura.

Es desgarrador, y raya con la realidad.
Muchas veces desde un balcón pensé en las luces de mi ciudad tan chiquita, como las chispas de un árbol navideño, y sentí esa amargura,
mientras tanto la vida sigue ocurriendo y el mundo sigue muriendo, Netito.

TK mucho

SIL

Con tinta violeta dijo...

La realidad vista de cerca se manifiesta con crudeza. Y cada uno encuentra una válvula de escape. Este artista murió regalando al mundo, lo que el mundo no fue capaz de apreciar...como tantos artistas antes...y los que vendrán después.
Muy bello relato. Te superas cada día, muchacho!!!
Abrazos!!!

Netomancia dijo...

Doña Sil, rodeado de tanto mal, dedicó unas melodías para bien, pero preponderó lo que no era correcto. Gracias! Saludos!

Doña Tinta, las válvulas de escape nos permiten estar vivos, claro que no conformamos a todos. Gracias! Saludos!

el oso dijo...

El director de orquesta de otro Titanic espantoso.