Casi con timidez le hizo la pregunta.
- ¿Podrán ser dos?
El hombre la observó por encima de sus gafas y sin poner objeciones, le recetó dos cajas en lugar de una.
La mujer tomó los papeles y los guardó rápidamente en su cartera, como temiendo que se arrepintiera.
Caminó con esfuerzo hasta el puesto de venta más cercano. Sus pies no podían llevarla más ligera. Mostró orgullosa sus recetas y esperó a cambio las dos cajas. Pagó satisfecha y se fue.
A medida que veía las casas de su cuadra, sonreía. Se le antojaba un día perfecto. Llevaba las dos cajas dentro de la cartera.
Ahora que tenía una de más, podía llevar adelante su plan. Tomó la suya, la de cada mediodía. Sacó otras tres pastillas, de la segunda caja. La de repuesto, pensó. Y las metió empujando con los dedos dentro de un pedazo de carne.
Salió sigilosa al patio, tratando de no hacer ruido. De todas formas el canino del vecino la escuchó y comenzó a ladrarle con furia. Ella le arrojó el bocado directamente encima de la cabeza.
El perro dio un salto y lo atrapó en el aire.
- Pobre de vos, perro malo - le espetó, volviéndose al interior de su vivienda. Con suerte, lo dormiría hasta la noche y así podría salir a regar sus plantas sin tener que soportar tanto ladrido.
Esperó prudencialmente una hora y se asomó al patio. Fue instantáneo. El animal la toreó con odio. Se imaginó que en los perros, la pastilla demoraría más tiempo en hacer efecto. Volvió a salir sesenta minutos después. Escuchó los ladridos ni bien puso un pie en el patio.
No entendía que sucedía. Aquello no daba resultado. Miró la hora. El doctor aún estaría en el consultorio. Esta vez no caminó, pidió un taxi. Llegó justo para pararlo en la puerta. En pocas palabras le dijo que la pastilla no estaba haciendo efecto (nunca explicó en quién).
El doctor le sonrió.
- Doña Amanda, sin embargo a usted la veo bien, enérgica, llena de fuerza, mire como se la nota exaltada. Déjeme decirle que en realidad nunca le han hecho nada, es un placebo. Es hora que lo sepa. Usted está sana, sucede que cree que necesita de las pastillas para estar bien.
- ¡No! - le recriminó ella. - No estoy bien, el perro me ataca continuamente, cómo puede decir que estoy bien.
- ¿Qué perro? Amanda, le hablo de su salud, usted...
- Yo nada. El perro es el que me molesta y usted me da pastillas que no hacen nada. ¿Cómo quiere que esté bien?
- Usted está bien Amanda, entiéndalo.
- Dígame entonces cómo estar mal en serio, cómo estar tan mal como para que me recete el medicamento verdadero.
- Por favor Amanda, no diga estupideces.
- ¿Estupideces? Claro, usted con su guardapolvo blanco, su auto cuatro puertas, vive ajeno a este mundo, donde los perros ladran y una no puede estar ni siquiera en su propio patio.
El hombre estaba perdiendo la paciencia.
- Si lo que la molestan son los perros, hable con los dueños, pero no se haga recetar fármacos para intentar envenenarlos o lo que sea. La podría denunciar si quisiera.
- Me da remedios que no sirven, ahora me quiere denunciar. Usted es un delincuente, le tendrían que sacar la licencia.
- Amanda, escúcheme. Me está haciendo enojar. Présteme atención, ya estoy podrido de seguirle el juego. No soy doctor, soy electricista y usted se empeña en venir todas las semanas al negocio de reparación a pedirme lo mismo. Y después sale y compra cajitas de Sugus en el kiosco de enfrente. ¿Sabe algo Amanda? Me cago en el barrio de mierda este que le sigue la corriente. ¿Sabe dónde tendrían que estar los locos como usted? ¡En un puto psiquiátrico! Así que déjeme de joder Amanda.
Se marchó dando grandes zancadas, lejos de todo juego.
La anciana mujer se quedó endeble ante la brisa, observando como se alejaba aquella persona.
- ¿Por qué me tuvo que decir tantas barbaridades? - se preguntó - ¿Puede un doctor ser tan bestia?
Suspiró profundamente. Tenía el semblante triste. Pero de repente abrió los ojos bien grandes y esbozó una sonrisa:
- ¡El cardiólogo quizá me las pueda recetar! - dijo en voz alta y tras cruzar la calle, se metió en la carnicería.
Carlitos
-
Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
3 comentarios:
Ay ,mi amor que ternura de cuento!
Hay varias realidades, eso esta a la vista!
Genial Neto, como siempre!
=) HUMO
NADA ES LO QUE PARECE, jajaja.
Parece un juego de dominó el relato, genial.
Es una trigicomedia ésto.
Un abrazo grande.
SIL
Bueno y bien escrito,me gustó mucho.Cariños.
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