martes, 27 de agosto de 2013

Inmovilidad

El aire frío llegaba hasta su rostro, lo acariciaba cruelmente y luego seguía viaje. Era constante y no le importaba. Su cuerpo, inerte sobre el cemento, apenas si se movía, como si no estuviera respirando. Algunos le decían que aquella inmovilidad era un don.
Abrió bien el ojo derecho y lo calzó en la mira. La habitación aún estaba vacía, igual que a lo largo de las últimas ocho horas. No tenía miedo. ¿Cómo tenerlo a tanta distancia? Tanteó el gatillo, como para asegurarse que aún seguía allí. Sintió la textura lisa y plana bajo la yema de sus dedos. Un hormigueo le recorrió el cuello.
En la habitación se abrió una puerta. Estaba atento, esperando el momento. Entonces, entró ella. Pudo ver el rostro tantas veces estudiado, el cabello, cientos de veces anhelado, el movimiento de sus piernas, mil veces observado. Entonces, sin dudarlo, disparó.
Dos horas más tarde bajó las fotos a su computadora y le dedicó la noche a su amor imposible. Su alma inmóvil por fin cobraba vida.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bien escrito.

José A. García dijo...

El amor siempre es correspondido, aunque nunca de la misma manera...

Saludos

J.

el oso dijo...

Netísimo relato!
Muy bueno!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Matar a una mujer real para fantasear con ella. No tiene el menor sentido.
No se detuvo en pensarlo y eso fue fatal para ella.