martes, 29 de julio de 2014

Punto final

Toda la semana repasando una a una las palabras a emplear. Las había memorizado, pero logrando decirlas con naturalidad. Le había dedicado horas y horas. Noches en vela. Largas caminatas por el boulevard.
Y esa tarde, al escuchar el sonido del timbre, ese repiquetear tantas veces esperado, abrió la puerta de calle y allí estaba, tal como lo había imaginado.
Uniforme azul, bolso al hombro, carta en mano.
- ¿Aquí vive Ana de las Mercedes Rovira González?
Y Ana, más nerviosa de lo que hubiese deseado, hizo su parte.
- No, aquí no vive ninguna mujer llamada así.
El hombre se fue, junto a la carta. Ella, bajo el marco de la puerta, lloró en soledad.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que frustración luego de tantos preparativos.

SIL dijo...

Hace -no mucho- , tuve una sensación parecida a la que debe haber sentido el hombre de tu historia, pero intuyo que quien me cerró la puerta no lloró.

Abrazo, Netito.


Te debo un millón de lecturas en tu blog.

PROMETO ponerme al día en breve.