Dudé entre entrar o seguir espiando por la vidriera. Finalmente me quedé afuera. Si bien el frío aportaba su granito de arena como para decidirme por el interior del restaurante, opté por soportarlo. Además, era más seguro.
Mi ubicación era ideal, del lado de afuera pero justo donde el nombre del lugar, en armoniosa pintura oro y plata, ornamentaba el vidrio. Teniendo astucia para situarse, se podía observar el interior sin que desde allí pudieran notar la presencia de uno. Y llegado el caso que alguien notara mi presencia, muy difícilmente podría asegurar si miraba para dentro o bien, era un casual transeúnte detenido en la vereda, quizás resguardándose del viento para prender un cigarrillo o bien, hablando por el celular.
De todos modos, allí estaba, revoleando el cuello entre las letras que pintadas formaban el nombre del local, buscando la mejor posición. Sentía a mis espaldas el ir y venir de coches sobre la avenida y el paso apurado de la gente, que distraida parecía que en cualquier momento me llevaba por delante.
Sería el mediodía, no llevaba puesto el reloj. Lo dejé hace un par de días para que lo revisaran, porque estaba atrasando mucho y todavía no he ido a buscarlo. Pero el movimiento en la calle y las mesas completas casi en su totalidad, en el restaurante, me hacían suponer que si le erraba, no era por demasiado.
En eso se me acercó un hombre mayor y me preguntó que estaba mirando. Con la mirada lo hice retroceder. Mire si va a tener idea de lo que preguntaba. En todo caso, había más vidriera para ver. A los pocos minutos la bronca me fue ganando. De ser el único espiando, tenía a casi una docena de curiosos, incluyendo al hombre mayor.
Y por culpa de todos esos negligentes, que no tenían mejor cosa que hacer que copiarme la idea, llegó la policía. Se acabó toda la gracia para mí, si señor.
Enfadado de verdad, me alejé de mi estratégica posición y me fui calle arriba, en dirección a casa. Con la cana en el lugar, el asalto terminaría en pocos minutos. Al menos tuve la suerte (y privilegio, sí señor, porque el viejo llegó después de eso) de ver como le volaban los sesos al mozo que se resistió cuando empezaron dos de los encapuchados a violar a la rubia de la mini negra.
Vaya a saber uno en que termina todo. Má si, después seguro lo pasan en la tele.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
1 comentario:
en vivo y en directo observando al muerto en directo.
un flash digno de película y claro
una posición privilegiada.
abrazos ernest!!!
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