En 1971 una expedición de buzos norteamericanos que estudiaba el comportamiento de ciertos peces, descubrió en la costa occidental africana, en una cueva a cuarenta metros de profundidad, un manuscrito antiguo, escrito quizás hace doce o trece siglos. El manuscrito fue estudiado por arquélogos y antropólogos de tres universidades distintas.
Hoy están todos muertos. Tampoco sobrevivieron los buzos y participantes de la expedición. Fueron muriendo de a poco, por enfermedades extrañas. Aquellos que los socorrieron médicamente, también perecieron.
Desde hace tiempo junto los recortes que salen en los periódicos relacionados a tan particular suceso. He investigado durante años y no he podido dar con el paradero del manuscrito. Sospecho que ha sido destruído o bien desaparecido producto de la misma maldición que lo rodea.
Como arquéologo, es mi objeto de estudio. Como humano, mi obsesión. Debo confesar que se me han cerrado imnumerables puertas y en cientos de casos, negado enfáticamente la existencia de tal manuscrito.
Hoy escribo desde el umbral de la muerte. Creo que el hecho de investigar sobre el manuscrito ha hecho que este se fijara en mi, esté donde esté. Tengo la seguridad que la extraña enfermedad que me está matando es producto del maleficio.
No me causó sorpresa - más bien miedo - tras empezar a sentirme mareado, con fuertes dolores de cabezas y sangrando de distintos orificios del cuerpo a cada momento, descubrirme una mancha rosada sobre el pecho. Una imagen tan rara como espeluznante: la clara imagen de una calavera clavada en una estaca.
Me provoca naúseas el solo pensar que por el hecho de estar leyendo estas líneas de despedida, vertidas en sucio papel en la última bocanada de aire de mi alma moribunda, sean suficientes para ser alcanzados por el maleficio. Tengo la sensación de que así será, que usted comenzará a ser parte de este infalible mal, otrora espíritu poderoso, infierno en tierra, condenado a la nada, a la eternidad en papel, convertido en maleficio, asesino silencioso restringido al olvido, confinado a la suerte, al espíritu siempre curioso de seres obsesivos, culpables de su despertar y su volver a matar.
Las pesadillas me persiguen despierto. En ella, un enorme desierto de sequedad se extiende por todo los alrededores y en medio de él, me arrastro pidiendo por agua, pero solo, tras escarbar y lastimarme las manos, encuentro sangre.
Espero morir pronto y mi único deseo es que aquellos que lean este testimonio, quizás el último existente que hace alusión al maldito manuscrito, no sufran tanto.
Pienso que ha sido el propio manuscrito el que me ha llevado a escribir esto y hacerlo público. No me consideren culpable. Al final de cuentas, todos estamos malditos de una u otra forma.
Carlitos
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Hace 4 semanas
2 comentarios:
al final teriné siendo otra víctima, en este caso por la lectura de uno de los primeros lectores de aquel papiro, es cierto que ciertos secretos deben ser ocultados a la humanidad, ciertas producciones de culturas pasadas se llevan mejor lejos de nuestras manos, pero en esta ocasión seré portador del maleficio con un sabor no tan amargo, haber leído este "testamento" ha sido un asombroso placer...
Convienen ciertas muertes, como la de la gota de agua que vuelve a dar (aunque sea un cachito chiquitito) vida. Ojalá encontrar el manuscrito definitivo nos lleve a la muerte después de haber visto la única palabra que da sentido al universo...
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